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Dejad a los muertos en paz

La tumba de Queipo de Llano en la Macarena, una semana antes de su salida del templo

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En efecto, la política debe dejar a los muertos en paz, lo ha dicho Núñez Feijóo con palabras sabias. Y no toda, pero sí algo más de paz tienen desde este jueves algunos muertos.

Algo más de paz tienen Juan Rodríguez Tirado y sus hijos Pascual, Enrique y José, bisabuelo y tíos abuelos de Paqui Maqueda, la mujer que a la salida de los restos de Queipo de la Basílica pronunció sus nombres y gritó “¡Honor y gloria a las víctimas del franquismo!”, para que no fuesen aplausos lo último que se escuchase allí.

Algo más de paz tiene, en su fosa aún sin encontrar, Federico García Lorca, al que Queipo ordenó dar “café, mucho café”. Y Blas Infante, el padre del andalucismo, que al ser sacado para fusilar se despidió de su amigo, el doctor Leal Calderi, diciéndole que “estamos presenciando matanzas medievales”; antes de gritar “Viva Andalucía Libre” frente al pelotón que lo fusiló en la carretera de Carmona.

Algo más de paz, si no toda, tendrán desde hoy el alcalde republicano de Sevilla y una docena de sus concejales, varios diputados a Cortes, el presidente de la diputación, el secretario particular del gobernador civil, altos funcionarios republicanos, empleados municipales, militares y policías leales a la República, y numerosos alcaldes y concejales de pueblos donde no hubo guerra, no se dispararon más tiros que los que recibían en la nuca.

Algo más de paz tiene el legendario anarquista José Sánchez Rosa, maestro de escuela que recorrió durante décadas los campos andaluces haciendo propaganda del anarcosindicalismo, y que fue asesinado en julio del 36 pese a tener más de 70 años y estar apartado de la política. Como el maestro comunista Roque García Márquez, de Triana, que dirigía la escuela del sindicato de obreros del puerto; y con ellos hasta 60 maestros de escuela que fueron fusilados solo en la provincia de Sevilla en aquellos primeros días de guerra, y muchos otros en el resto de la región.

Algo más de paz tendrá el doctor José Ariza Camacho, republicano andalucista, al que sacaron para fusilar y, cuando su pareja iba detrás llorando y suplicando, la agarraron también a ella y los fusilaron a los dos en medio del puente de San Telmo (lo cuenta Juan Ortíz Villalba en su pionera investigación Sevilla 1936).

Algo más de paz habrá encontrado el medio millar de hombres de la columna minera de Río Tinto que fueron engañados, emboscados y asesinados en La Pañoleta, a la entrada de Sevilla. Y con ellos, los obreros de Triana, los de la Macarena, los de los barrios y pueblos, cientos, miles de obreros, que fueron detenidos, torturados, asesinados, desaparecidos, bajo las órdenes de Queipo de Llano.

La misma paz, no toda pero sí algo más, que tendrán las niñas de Aguaucho, violadas y asesinadas en un cortijo, las diecisiete rosas de Guillena, las nueve aceituneras fusiladas junto al cementerio, y tantas mujeres que en aquellos meses de horror fueron perseguidas, sometidas a castigos ejemplarizantes, rapadas, humilladas, violadas o asesinadas en los pueblos sometidos al pillaje.

Algo más de paz tendrán en sus fosas los “rojos cobardes” a los que, en palabras radiofónicas de Queipo de Llano, “nuestros valientes legionarios y regulares” demostraron “lo que significa ser hombres de verdad y de paso también a sus mujeres”, que no se iban a librar “por mucho que berreen y pataleen”. Con ellos, los “alborotadores” que debían ser “cazados como alimañas”, “los granujas e invertidos”, los “afeminados” que matarían “como a perros”, los asesinados en Carmona, donde merecían “castigos ejemplares” para que “Carmona se acuerde por mucho tiempo de los regulares”; los vecinos de “¡Morón, Utrera, Puente Gentil, Castro del Río, id preparando sepulturas!”, los del Arahal, donde “una columna formada por elementos del Tercio y Regulares han hecho allí una razia espantosa”, la larga lista de pueblos sevillanos, donde prometía fusilar “diez por cada víctima que hagan”. 

No toda pero sí algo más de paz tienen los más de 1.400 asesinados solo en Sevilla capital, cuyos huesos siguen apareciendo en la gigantesca fosa de Pico Reja; los casi 13.000 asesinados documentados solo en la provincia de Sevilla, en su mayoría en pueblos donde no hubo combates; o las 45.000 mujeres y hombres de las que se tiene constancia que fueron asesinadas en toda Andalucía bajo el mando militar de Queipo de Llano, y en aplicación de sus órdenes represivas.

Pues sí, dejemos en paz a los muertos. Agradezcamos la nueva ley de memoria y su rápida aplicación, y sobre todo agradezcamos a quienes, como Paqui Maqueda y tantas mujeres y hombres del activismo de la memoria democrática, han conseguido después de años de protesta que sus familiares muertos dejen de moverse en sus tumbas y fosas, dejen de sacudirse de rabia y de vergüenza, incapaces de descansar en paz mientras su asesino estuviese sepultado con honores en uno de los principales templos de la ciudad. Gracias.

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