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¿Llegó el momento de dejar las redes sociales?

Redes Sociales

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Se acabó la diversión. La creatividad, la originalidad, la ingenuidad y la sorpresa han desaparecido de unas plataformas sociales en decadencia. El deterioro de Internet es imparable e irreversible. El algoritmo convierte en irrelevantes el talento y la conversación constructiva, aumenta la distancia entre los creadores y sus seguidores y languidece la interacción real. Todos los sitios son iguales: scroll infinito y contenido basura. ¿Cómo es posible que, a pesar de la innovación, la inteligencia artificial y los millones invertidos, la experiencia de usuario sea peor que hace diez años?

La monetización de cada usuario es pura avaricia y exprimirlo al máximo, sin importar el coste moral y social, es el objetivo. La cantidad de contenido es tan grande que es imposible extraer verdad o valor. Lleva ocurriendo meses, quizá años, pero las masacres y las bombas en Israel y Palestina lo han hecho dolorosamente evidente. Como daño colateral, esta guerra ha dado la puntilla al antiguo sueño de un Internet democratizador lleno de experiencias enriquecedoras. Se habla de bebés decapitados y el debate irracional y cruel sobre si son dos o cuarenta solo tiene sentido en la búsqueda de clics. Un ejemplo de la deshumanización que causa el enorme volumen de bulos que todos estamos dispuestos a difundir movidos por la ideología, el estado de ánimo, el aburrimiento o la promesa de popularidad. Nadie parece dispuesto a hacer un esfuerzo para entender. El prejuicio proporciona likes. 

Abrir una aplicación en el móvil es descorazonador. El sitio X (¿hace falta decir “antes conocido como Twitter”?) parece un foro global de debate pero es un pozo negro dominado por los dueños de checks azules, la ultraderecha y la desinformación. ¿Cómo no rendirse a Elon Musk, que quiere que sus usuarios paguen y, además, realicen el trabajo de los moderadores despedidos a través de las notas de la comunidad? El nuevo paradigma beneficia a una minúscula elite tecnológica y a un usuario marginal que realmente no está interesado en profundizar en ningún tema. Las recomendaciones del algoritmo hacen que las cuentas y los temas populares y virales lo sean aún más, silenciando voces más pequeñas y originales, aquellas por las que nos hicimos una cuenta en Twitter en 2010. Quedan grupos de usuarios que intentan resistirse; en Twich se está abandonando a los grandes streamers españoles en busca de otros menos millonarios y más diversos. Pero es la excepción. 

Si abres Instagram hay muchos menos selfies de amigos, puestas de sol o platos de comida: Zuckeberg los ha sustituido por anuncios, influencers sin más criterio que monetizar y promoción. Meta busca en la inteligencia artificial lo que no encontró en el Metaverso aunque tenga que convertir cada interacción en spam. Y la gran joya de Internet, el todopoderoso Google, ofrece un pasmoso porcentaje de resultados basura. No busques nada importante o complejo: existe pero Google te impedirá encontrarlo, en colaboración con el ejército de trabajadores de SEO: en unos años, reconocerían que han arruinado nuestra experiencia y la posibilidad de reconocer respuestas generadas por humanos.

Las redes sociales en las que están los adolescentes no son mejores: el objetivo es que consuman contenido, y no importa que sea porno violento o aplicaciones para humillar a las compañeras de clase. Se evita, en lo posible, que interactúen entre ellos o con sus ídolos de referencia. La censura en TikTok, donde muchas tendencias se nutren de falsedades, es evidente. Internet no quiere escucharlos, no promueve la interacción directa ni el descubrimiento, quiere prepararlos para consumir de manera eficiente, con el máximo beneficio posible.La única métrica importante es la cantidad, no la calidad.

La insoportable vulnerabilidad que el mundo ha sentido tras el ataque de Hamás a Israel ha provocado una oleada narcisista en redes sociales. No importa la verdad, importa nuestra posición, nuestro perfil, a costa de sentimientos tan antiguos como la compasión o la valentía. Informar e informarse nunca ha sido fácil, pero el esfuerzo actual que supone extraer una verdad contrastada de un mar de falsedad y manipulación es casi heroico. Quizá sea el momento de abandonar las redes sociales y la compulsión de opinar públicamente de todo, y recurrir a fuentes más fiables para formar nuestra opinión y construir una ética del bien común. 

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