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Pactando con EH Bildu

Joseba Asiron, concejal de EH Bildu en el Ayuntamiento de Pamplona, junto con Miren Zabaleta, coordinadora de EH Bildu en Navarra.

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Hace solamente una semana, una colaboración mía sobre este tema habría tenido un título distinto, con un tiempo verbal distinto. Habría utilizado el infinitivo, esto es, “pactar”, abstracto en su concreción, indefinido en su temporalidad, incierto en su materialización, discutible y discutido políticamente e, incluso, improbable en el tiempo inmediato a tenor de todas las reiteradas afirmaciones de relevantes responsables del PSOE, incluido el Presidente del Gobierno. Y, desde luego, habría utilizado un signo de interrogación ante la duda de que esto pudiera producirse en breve tiempo, de modo que el título habría podido ser: ¿Pactar con EH Bildu?

Ahora, sin embargo, he utilizado el gerundio, indicando que está pasando, ahora. Y podía haber utilizado el pretérito perfecto “ha pactado”. Pero creo que el gerundio es más adecuado –no digo más correcto desde el punto de vista gramatical– para expresar algo que está ocurriendo y que, por el momento, puede seguir sucediendo. Lo de EH Bildu y su concurrencia electoral, su presencia en las instituciones y su gobierno de algunas de ellas es un tema recurrente desde hace años. 

En primer lugar, porque ese espacio político que históricamente se ha llamado “izquierda abertzale” –en denominación manifiestamente incorrecta, pues había otras izquierdas tan o más, pero no menos, abertzales–, dejó en un momento dado de manera voluntaria de tener participación institucional en instituciones estatales españolas –léanse Cortes Generales–, pese a mantenerla en otras –Parlamento Vasco, Ayuntamientos y Diputaciones Forales–.

En segundo lugar, porque, como es bien sabido, hubo una política de ilegalizaciones mediante la aplicación de la Ley Orgánica 6/2002, de 27 de junio, de Partidos Políticos, que desde 2003 comenzó con la ilegalización de Herri Batasuna y otras fuerzas y continuó con otras muchas, con pronunciamientos, sin entrar en detalles, en su inmensa mayoría confirmatorios de los Tribunales.

Candidaturas anuladas, plataformas electorales ilegalizadas, desaparición de las instituciones…. Y regreso en 2011 con la coalición Bildu para participar en las elecciones locales y forales a todas las instituciones posibles, una vez que el Tribunal Constitucional, tras considerar que se vulneraba el derecho constitucional fundamental a la participación política, revocó la decisión del Tribunal Supremo que había anulado las listas electorales. Un momento, unas elecciones, en las que Bildu fue, en la Comunidad Autónoma del País Vasco, la primera fuerza política en número de concejales y segunda en votos y la tercera en Navarra en ambas coordenadas. En definitiva, Bildu obtuvo los mejores resultados electorales de la “izquierda abertzale” en unas elecciones de esta naturaleza.

Llega el 7 de octubre de 2011 la presentación de Sortu y sus Estatutos –un acto en el Palacio Euskalduna de Bilbao en el que estuve presente y que ha sido, como lo dije entonces, un emocionante momento para mí, por muchas razones–. Unos Estatutos en los que se rechazaba expresamente “la violencia o la amenaza en cualquier forma”. Y, sobre todo, llegó, días más tarde, el 20 de octubre, “el cese definitivo de la actividad armada” de ETA –más emocionante aún por el futuro que se nos abría personal y colectivamente–.

A partir de entonces las cosas aún le fueron mejor a la coalición EH Bildu – desde 2012 con esta denominación, una coalición de varias fuerzas políticas de distinta procedencia–, tanto en las elecciones autonómicas de aquel año como en todas las posteriores en las que ha ido, con algún vaivén, aumentando su representación hasta obtener un 27% de los votos en las elecciones de 2020 al Parlamento Vasco y casi un 30% en las forales de 2023 –17,2% en 2023 a las elecciones al Parlamento de Navarra y 27,4% en el Ayuntamiento de Pamplona, en el que UPN obtuvo el 30,3%–.

Bueno, dirán ustedes, y con toda la razón: todos estos datos –que son pocos y muy muy resumidos–, ¿para qué? Pues para decir, simplemente, que la “izquierda abertzale”, respecto a su participación institucional, cuando podía no quería, cuando quería no podía, y luego, cuando ha podido ha querido, y en ello está. Y este es su momento.

Siempre se dijo, y es verdad, que todas las ideas se podían defender con la palabra, en las instituciones –y en la calle, añado yo–; que las palabras no matan –aunque hieran– y que la política es el cauce para canalizar cualquier aspiración o reivindicación.

No defenderé los errores históricos de este espacio político, algo que no creo tenga ya relevancia alguna. Tampoco – menos aun– defenderé lo indefendible de su “connivencia” –llámenlo como quieran– con ETA y la utilización de la violencia política, en tiempos en que esta “izquierda abertzale” ni siquiera era, en mi opinión, el brazo político de ETA, pues era ETA el auténtico cerebro político. Pero eso terminó, aunque no haya terminado ni termine nunca todo el dolor causado ni la injusticia del mismo.

Por tanto, no veo problema alguno en que EH Bildu esté en las instituciones – esto ya no lo cuestiona nadie, desde luego, una vez que es una fuerza política con audiencia electoral–. Ni, y aquí está el quid de la cuestión, en que gobierne las instituciones en las que está presente. Ya lo hizo en la Diputación Foral de Gipuzkoa entre 2011 y 2015 y siempre en muchos Ayuntamientos, como ahora. Ya lo hizo en Pamplona con Joseba Asiron como alcalde entre 2015 y 2019. Y ya sabe, porque lo ha padecido en Gipuzkoa, lo que es gobernar y pagar electoralmente una gestión discutible.

Hay, sin embargo, una gran novedad en estos momentos. Bueno, dos novedades, en realidad. La primera: que va a triunfar una moción de censura en Pamplona contra la alcaldesa Ibarrola, de UPN, algo en absoluto frecuente. La segunda: que, por primera vez –salvo, posiblemente, algún hecho anecdótico–, el PSOE (PSN, en el caso) va a apoyarla y dar una alcaldía relevante a EH Bildu.

Un paso del PSOE que, sin duda, tiene una enorme trascendencia y un alcance seguramente todavía no suficientemente calibrado. 

De un lado, porque no parece haberse cumplido la exigencia que siempre se ha planteado a EH Bildu, y en la que el PSOE ha incidido también, de “condenar” la violencia de ETA o de expresar que “matar estuvo mal”. No se han pronunciado las palabras que nos digan en voz alta y clara a toda la ciudadanía y, al mismo tiempo, al oído a cada una de nosotras que lo sienten, que nunca nadie debió sufrir tan inmenso como injusto sufrimiento y que ahora comienza, de verdad, un nuevo tiempo. Y ello sin perjuicio de considerar que EH Bildu tiene la misma legitimidad para gobernar que cualquier otra formación política.

De otro lado, y sobre todo, porque el PSOE toma esta decisión en un momento muy concreto, sin haberse “atrevido” a hacerlo cuando seguramente correspondía, esto es, cuando se formó el Ayuntamiento el 17 de junio pasado y se eligió a Ibarrola, que había ganado las elecciones con 9 concejales frente a los 8 de EH Bildu. Cuando el PSN, con 5 concejales, se abstuvo y permitió la designación de Ibarrola. Cuando ya se conocían las dificultades de gobierno –léase la estos días tan cacareada imposibilidad de aprobación de Presupuestos– de la minoría de UPN en la legislatura anterior y se sabía a ciencia cierta que ello se iba a reproducir en la presente, pues no cabía cabalmente considerar que el PSN fuera a “colaborar” en la gobernabilidad municipal. 

Alguien gestiona muy bien los tiempos en el PSOE, aunque ello revele, para mí, un cálculo falto de pudor y de vergüenza política. Esos dos meses, entre el 28 de mayo y el 23 de julio, fueron trascendentales para que las dos grandes fuerzas españolas se revelaran ante el electorado: el PP, en unos movimientos torpes e incomprensibles desde este punto de vista –y desde otros–, pactó con Vox comenzando en la Generalitat Valenciana, en tanto que el PSOE difirió cualquier decisión complicada, como el acuerdo para la designación de María Chivite como Presidenta de la Comunidad Foral de Navarra, que no se produjo hasta el 15 de agosto –eso sí, con la abstención de EH Bildu, cuyo voto era innecesario a tal fin–.  

Lo cierto es que, en todo caso, se trata ahora de un enorme salto cualitativo del PSOE cuyas consecuencias aún no conocemos –pregunten, si no, al PNV o al PSE–. A las puertas de unas elecciones autonómicas vascas en la actual situación política de Euskadi, con unas tendencias electorales consolidadas desde hace ya un tiempo. En el presente. Un presente que ya se viste de futuro, un futuro ignoto que pronto, cuando el lehendakari Urkullu lo deje, estará aquí. Pero es de demandar que hasta entonces la espera sea cabal, razonable, clara y transparente. Lo que hasta ahora, en mi opinión, no ha sido. Lo que pueda ser –no digo que vaya a serlo, pues queda al albur de los resultados electorales– debe expresarse y saberse, sin sobresaltos ni arrepentimientos posteriores. Convendría ser consciente de ello al depositar el voto. 

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