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Padres y madres contra la Seguridad Social

Las mujeres cargan con buena parte de la tarea de los cuidados.

Ana Requena Aguilar

Hace solo unos días que cumplieron las dieciséis semanas de mi permiso por maternidad. En este tiempo he visto parques llenos de madres con sus bebés, con sus hijas e hijos de uno o dos años, jugando en la arena, pero apenas algún padre. He visto talleres de masajes para bebés repletos de mujeres con sus criaturas y sin ningún hombre a la vista. Me han preguntado muchas veces si cogería una excedencia o una reducción de jornada, mientras mi pareja, hombre, al lado, no ha tenido que responder ni una sola vez a esa pregunta. Si acaso a un, “¿y Ana qué va a hacer después de las dieciséis semanas?”.

El martes, un grupo de madres y padres recientes, amparados por la Plataforma por Permisos de Paternidad y Maternidad Iguales e Intransferibles (PPIINA), iniciamos en los Juzgados de lo Social de Madrid un proceso contra la Seguridad Social para exigir permisos de paternidad y maternidad equiparados e intransferibles. Cuando tramitamos nuestras bajas de maternidad y paternidad ya comunicamos al organismo que la configuración actual de los permisos -dieciséis semanas para la madre, diez de ellas transferibles, y dos para el padre- nos parece discriminatoria y contraria al principio de igualdad contenido en la Constitución.

¿Por qué estas bajas no son un derecho individual e intransferible como sucede con otras prestaciones?, ¿alguien se imagina que pudiéramos transferir diez semanas de nuestro derecho a paro a otra persona?, ¿por qué si los padres cotizan reciben luego un permiso de solo 15 días? Hombres y mujeres cotizan lo mismo, pero no generan el mismo derecho a cuidar: el permiso de maternidad y paternidad es asimétrico en función del sexo. La Seguridad Social no nos contestó y es por eso que ahora recurrimos a los tribunales.

“Ellas quieren”, dicen. “Ella quiso coger la excedencia, nadie la ha obligado”. “Ella ha querido reducir su jornada o coger sus horas de lactancia”. Sí, 'quieres' porque se acerca el momento de volver al trabajo y tu bebé apenas tiene 16 semanas y te preguntas si no es demasiado pronto para que cuiden de él personas que no son su padre y su madre. Quieres porque las opciones para cuidarle son pocas, caras e insuficientes (ocho bebés por cuidadora llegan a tener en alguna guardería). Quieres porque probablemente tu sueldo sea ridículo o dé para poco -las mujeres somos mayoría en los salarios más bajos- y cuando haces números ves que sale a cuenta que dejes de trabajar y ahorrarte el dineral que va a costar cuidarle.

Casualmente, llegado a este punto de tu vida, es muy probable que si tu pareja es hombre cobre más que tú o incluso tenga algún puesto de responsabilidad. Y si no es así, a partir de ahora tienes más posibilidades de que así sea. Es la pescadilla que se muerde la cola: tú eres la que cuida o la que el sistema supone que lo va a hacer, tú eres la que aparecerás como 'menos disponible para el empleo', tendrás más difícil conseguir una subida de sueldo o ascender (la OIT estima que las mujeres con hijos cobran aún menos).

Me pregunto, y ellos, ¿no quieren cuidar? Esas mañanas en el parque, esos cursos de masajes o alimentación complementaria, ese verte sola ante el peligro con un carrito y un bebé llorando en plena calle mientras vas al pediatra, esas últimas horas de la tarde sola con el bebé que se hacen interminables porque no has tenido tiempo ni de ir al baño o has tenido que comer con tu hijo encima no son asuntos triviales. Son los comportamientos, las situaciones, que fortalecen el vínculo con los hijos y, sobre todo, que crean las pautas para el futuro.

Esas horas del día serán las que hagan que tú sepas mejor que nadie dónde están los pantalones y dónde las tijeras para cortarle las uñas, si ese gesto es de hambre o de cansancio, si en la farmacia de la esquina tienen la crema que necesita para la cara. En definitiva, esas horas serán las que te consoliden como responsable principal de los cuidados.

Luchar contra eso, contra ese sistema que consigue una y otra vez que el cuidado recaiga principalmente en nosotras, no puede ni debe ser un asunto privado, como de hecho lo es ahora. Los países en los que los gobiernos han tomado medidas para repartir el trabajo de cuidados -como la equiparación total o aproximada de los permisos, como Islandia o Suecia- aparecen en los puestos más altos de igualdad de género. Como nos ha enseñado el feminismo, lo personal es político.

Es por eso que necesitamos que la política se entere de que lo que sucede en las casas, en los parques, en las consultas del pediatra tiene que ver directamente con lo que ocurre en la economía, en el mercado laboral y en el sistema de protección social. La brecha salarial, la feminización de la pobreza o de los contratos a tiempo parcial, o el techo de cristal, no son fenómenos aislados ni casuales.

Necesitamos que la política se entere y se ocupe de ello, que pase de los parches a las medidas que subviertan el sistema. La equiparación -y ampliación- de los permisos de paternidad y maternidad es una buena forma de empezar.

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