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Rajoy no vale para hacer frente a esto

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont

Carlos Elordi

Los detalles, que se suceden cada hora, empiezan a ser lo de menos. Lo importante es que el enfrentamiento es abierto y sin cuartel. Y nada indica que los independentistas estén dispuestos a ceder, caiga lo que caiga sobre ellos. El Gobierno, desdiciéndose, acaba de anunciar que, a fin de impedir la consulta, podría aplicar el artículo 155 de la Constitución. Pero parece claro que tampoco eso va a disuadir a Puigdemont y los suyos. Han asumido todo lo que les puede caer por la vía judicial y da la impresión de que sólo una actuación de fuerzas mayores (¿hasta los tanques?) podría pararles antes del 1 de octubre. ¿Se atreverá a tanto Rajoy con tal de cumplir su compromiso de que no habrá referéndum?

La Guardia Civil ya ha hecho su primera aparición en escena entrando en la imprenta de Marçà en la que sospecha que hay material impreso para el 1–O. Si la cosa no va a más, en esa línea no habría que darle mucha importancia al hecho. Basta con seguir unos minutos los medios de la ultraderecha –que influyen mucho en los votantes más duros del PP y en no pocos de sus cuadros– para entender que el Gobierno está recibiendo fortísimas presiones para que aplique la máxima dureza, al estilo franquista. Y para colegir que lo de Marçà es una concesión a esos sectores. Pero también un indicador de los condicionamientos que la parte más decisiva de su electorado impone ahora y desde siempre a Rajoy en su actuación en Cataluña.

El otro freno, de sentido opuesto, es la opinión de los círculos dirigentes europeos. Los medios próximos al Gobierno han venido informando con entusiasmo de los fracasos que han cosechado los independentistas cuando han pedido apoyo a su causa en las capitales del continente. Pero sin añadir que en esos contactos también han logrado trasmitir no sólo que han optado por la vía pacífica, sino también algo que los dirigentes de esa causa no son unos terroristas como los de ETA, sino gente perfectamente asimilable en las élites europeas y representantes de un territorio tan importante como el de algunas naciones europeas.

Esos mensajes han sido recogidos por casi todos los diarios europeos de referencia. Buena parte de ellos ha expresado también su incomprensión por la ausencia de cualquier intento de diálogo por parte del Gobierno español. Con todos esos antecedentes cabe suponer que las cancillerías europeas no aceptarían que Rajoy tratara de impedir el referéndum recurriendo a la fuerza coercitiva más directa. Y el presidente del gobierno debe de saberlo perfectamente.

¿Qué va a hacer entonces? Mejor no especular con ello porque en una dinámica como la actual, en la que casi cada hora se produce una noticia sonada, cualquier pronóstico carece de sentido. Y el análisis basado en la lógica puede ser desmentido clamorosamente por los hechos.

Puede pasar cualquier cosa. Incluso que se tomen decisiones que hasta poco antes se habían desechado o no se habían contemplado. Pero una cosa está clara: los independentistas no van a ceder aunque los metan en la cárcel y menos aún si eso ocurre.

Más que las declaraciones solemnes y los grandes gestos de compromiso con su causa, hay un hecho clamoroso que confirma lo anterior: los cambios en el gobierno de la Generalitat que Puigdemont decidió hace pocas semanas tras la dimisión de un conseller que reconoció que no estaba dispuesto a jugarse su patrimonio personal en la batalla. El president preguntó entonces cuantos otros de sus colegas tenían dudas similares y los sustituyó a todos por personas que estaban dispuestas a ir hasta el final. Y esa gente no se va arredrar por muchas querellas que les lleguen de la fiscalía o del Tribunal Supremo.

Más allá de la opinión que cada uno tenga sobre la propuesta de Junts pel Sí y la CUP o sobre el nacionalismo mismo, lo importante para entender lo que vaya a ocurrir en estas semanas, y en las que vendrán después del 1–O, es asumir que el reto que los independentistas han lanzado al Estado es algo con lo que soñaban desde hace mucho tiempo las personas que están comprometidas con esa causa. Desde los miembros del Govern a toda suerte de activistas, pasando por centenares de alcaldes y buena parte de las masas que siguen sus consignas y que saldrán de nuevo en la calle el 11 de septiembre. Y no pocos han heredado ese sueño de sus padres y de sus abuelos.

Visto desde esa ideología y esos sentimientos, que su Parlament apruebe la voluntad de una mayoría política de crear una república catalana y la vía para lograrlo es algo demasiado maravilloso como para asustarse con querellas, multas e incluso detenciones. A muchos les basta con haberlo podido hacer. Aunque el proyecto no llegue a buen término. Que posiblemente es lo que piensan no pocos de los que lo secundan. Pero creyendo que vale la pena intentarlo.

El PP, Ciudadanos y los socialistas que los han secundado tras desterrar la vía alternativa que abrió Zapatero no han sido capaces de captar esa realidad o han menospreciado su contundencia y creído que terminarían por anularla mirando hacia otro lado o dándole cuanta más caña mejor. Ese es el error político de bulto que explica la situación actual. Más allá de cualquier postura ideológica, aunque sin olvidarlas, la obligación de un político es tratar de resolver los problemas. Y mientras no se declare una guerra, la única manera de hacerlo es negociando, haciéndole frente.

Rajoy cargará con la culpa de no haberlo hecho. Por intereses electorales, para no enfrentarse a sus votantes de la España una y grande, pero también por sus propios principios al respecto que son los que mamó desde niño, en el franquismo. Con todo, lo más grave es que un político con cargas tan negativas a sus espaldas está llamado a ser quien encare la situación que se abrirá en Cataluña tras el 1–O, quien dirija los movimientos que pretendan encauzar la situación. Teniendo delante suyo a un independentismo golpeado por la justicia, pero convencido de que ha hecho lo que tenía que hacer. Y que seguramente entonces incorporará una nueva bandera a su repertorio: la de petición de amnistía.

Rajoy no vale para eso. Ningún milagro podría hacer que valiera. Y ese sí que es un problema. Seguramente el principal. A menos que en las próximas semanas surjan otros más terribles.

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