Sadoeconomía
Ya estaban tardando. Era cuestión de tiempo que los apóstoles del sufrimiento empezaran a predicar la cruda palabra de la ortodoxia económica liberal. No hay día que no salga alguna autoridad a anunciarnos que sólo ven dolor, como el coronel Kurtz en Apocalipse Now, pero que es bueno y necesario. Para ser tan liberales, qué rápido se les olvida la máxima de Adam Smith en La Riqueza de las Naciones: la tarea de un gobierno es gobernar procurando causar las menores injusticias, humillaciones e incomodidades posibles a los gobernados.
No hay informe sesudo que no pronostique la inminencia del sufrimiento masivo, confirmando una vez más que, quienes recomiendan con tanta dadivosidad el esfuerzo y el sacrificio de los demás, lo hacen porque realmente nunca lo han experimentado. La exuberancia irracional de esta economía sadomasoquista, basada en el dolor y el sufrimiento autoinfligidos, no es nueva. Ya la padecimos en la Gran Recesión, con su hermana pequeña, la austerocracia, de la mano. Entonces debíamos sufrir porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades y porque había que evitar el riesgo moral de que aquellos que se habían endeudado se fueran sin pagar.
Hoy ya no pueden acusarnos de despilfarradores o de jetas, así que debemos sufrir porque sí, porque es la manera de “enfriar” la economía y controlar la inflación que es, eso dicen, el impuesto de los pobres. Para hablar tanto de esfuerzo y sacrificio, llama la atención que la solución que recomiendan resulte la más obvia y la más sencilla de implementar. Podían optar por reformar a fondo mercados donde la opacidad y la especulación responden por buena parte de esa inflación, o intervenir precios y ofertas alteradas por la excepcionalidad, o reformar las políticas fiscales, o rebajar sus políticas de remuneración a la banca; pero no, suben los tipos de interés, porque es lo más fácil y porque toca sufrir y porque sin sufrimiento no hay recompensa.
Tomemos por ejemplo un tomate. ¿Por qué ha subido su precio más de una cuarta parte? No ha sido porque el productor haya repercutido en la escalada de sus costes, pues le sigue sacando el mismo margen de subsistencia. Tampoco porque los transportistas se hayan vuelto locos disparando sus costes. Mucho menos porque los consumidores nos hayamos dedicado a comprarlos como si se fuera a acabar el mundo. Puede que algo hayan tenido que ver las petroleras que han duplicado sus beneficios o las grandes distribuidoras que anuncian ventas y precios récord.
Siguiendo la aclamada teoría del riesgo moral: por qué han de sufrir dolor todos estos actores que no han causado el problema, mientras los que se están beneficiando ven como se les bajan los impuestos. En España, entre todas las rebajas fiscales anunciadas, la mitad de su importe irá a los bolsillos del diez por ciento más rico de la población.
Tomemos otro ejemplo, las hipotecas que pueden encarecerse hasta en una tercera parte. ¿Las han encarecido compradores de vivienda tomando decisiones irresponsables? ¿O inquilinos irresponsables que no pagan sus obligaciones? ¿O unos trabajadores que llevan una década conteniendo sus salarios y no han recuperado ni siquiera los niveles previos a la Gran Recesión, mientras los salarios de sus jefes se disparan? ¿Por qué han de sufrir la gran mayoría mientras la banca se encamina hacia unos resultados históricos a finales de este año? Parece que el riesgo moral sólo funciona hacia abajo, nunca hacia arriba.
Si la riqueza se redistribuyera con la misma alegría que se reparte el dolor, seguro que el sueño de Mariano Rajoy y Felipe González de acabar con los pobres haciéndolos a todos ricos hace décadas que sería una realidad.
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