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Todas somos “la mujer del vídeo”

Una mujer evita mostrar su identidad.

Elisa Beni

“El sistema socializador del patriarcado es tan perfecto, la aceptación general de sus valores tan firme, que apenas necesita el respaldo de la violencia”

Kate Millett. Política sexual

Querida X:

Mis palabras llegan ignominiosamente tarde, como el dolor de tus compañeros y como el escándalo de una sociedad que se rasga las vestiduras por lo que, en el fondo, alienta y sostiene. Mis palabras son vanas y tardías, inconsecuentes, inútiles. No van a devolverte la vida ni van a cambiar la frivolidad ni la banalidad con la que se practica la crueldad, propia de una sociedad infantilizada y ayuna de responsabilidades. Aun así, tengo que escribirlas. Te las envío simbólicamente a ti y las convierto en un lamento que es casi inútil, pero que es preciso hacer, una y otra vez, y que hemos de entonar todas y todos los dignos que aún existen, porque si la trivialización de nuestros derechos, de nuestra intimidad y de nuestro ser más profundo mata, nunca seremos suficientes voces para denunciarlo.

Todas somos tú y cada vez lo seremos más. Puedo percibir ese resquicio de miedo que llevaste siempre contigo desde que rompiste con alguien con el que habías compartido lo más preciado que existe: tu intimidad. Lo hiciste libre y plena de deseo, de ese que arrebata y desmigaja las barreras, o lo hiciste quizá por amor, por complacer y compartir, o lo hiciste porque ahora forma parte de un paisaje en el que parece difícil no integrarse o lo hiciste porque te salió de los ovarios. Nada importa. Te diste y alguien te traicionó. Cometió un acto indigno moralmente, la venganza, y para ello cruzó todas las líneas y cometió hasta un delito. ¿Cómo imaginar tal ruindad? ¿Cuánto tiempo pasaste pensando que ese momento fugaz de placer y deseo podía volver para arruinar tu vida? ¿Por qué siempre pensaste que podía hacerlo? ¿Por qué nos enseñan que no podemos dejarnos llevar, que no podemos ser libres realmente, porque siempre, siempre, ese momento soberano puede volver convertido en muerte civil, en destrucción, y hoy, pobre X, en muerte real? Los métodos han cambiado y son cada vez más duros y afilados pero han funcionado siempre. Antes eran los rumores. No tenían que mostrar, pero siempre había el riesgo de que contaran. De que contaran lo que hicieron, de que vulneraran tu intimidad entre risotadas de macho en viril camaradería, de que intercambiaran experiencias. Siempre podías temer que tu momento de placer te volviera entre murmullos de las amigas o con referencias explícitas de otros hombres, porque siempre podían vulnerar la confianza que les hiciste y convertirte en una “puta”, en una “cualquiera”. Destruir tu reputación y, en muchos lugares, incluso tu futuro. No es nuevo, no.

Me estremece, X, comprobar cómo además hemos avanzado ahora en el camino de la infamia porque antes, querida hermana, esta forma de control formaba parte de un entorno social que te quería virtuosa e intocable, a la espera del macho que se cobrara el trofeo, pero eso ha mutado porque esa forma de control ya no funcionaba. Ahora vivimos en una sociedad en la que miles de mujeres son utilizadas para reproducir en el contexto de una industria cualquier cosa que tú pudieras haber imaginado o practicado y muchas más aún. Esas mujeres, según grita el sistema, no son utilizadas ni humilladas ni objetualizadas. Nos insisten en que son mujeres libres que libremente optan por precisamente aquello que el consumidor hombre demanda. Curiosa forma de libertad la que siempre elige lo que desea el amo. Eso forma parte del mercado. Esas mujeres son diosas del sexo porque realizan justo las prácticas que el mercado del placer masculino demanda. Todas las imaginables, las que demanda y aún muchas más que son reinventadas una y otra vez para que el consumo no se estanque. Pero no nos confundamos, X, y tú y otras muchas lo han comprobado irremediablemente en carne propia, si esos mismos actos sexuales son realizados libremente y sin servir para alimentar la máquina de hacer dinero, entonces siguen siendo actos que te estigmatizan y te humillan, que te abocan al desprecio de esos mismos hombres que dan al play una y otra vez para tener el control.

No todos los hombres son destructores bestiales ni machistas depredadores. Siento, X, que cayeras en manos de uno de ellos, y es cierto que todas estamos expuestas a ello, pero lo cierto es que tu muerte no llegó cabalgando en un solo dedo dando a enviar ni en una sola carcajada o en una sola humillación. Tu muerte desembarcó sobre la masa en la que muchos y muchas encubrieron sus propias miserias y miedos. Tu muerte te asaltó usando los fusiles de la trivialidad, la crueldad de la despersonalización, la futilidad de los que no quieren ser diferentes. Lo que Arendt llamó la banalidad del mal. A ti, X, te hemos matado entre todos los hombres que cada día reciben un vídeo con un comentario humillante sobre una mujer que no conocen y, aunque se vean molestos por lo que ellos mismos consideran inaceptable, sin embargo borran y no dicen nada. No dicen nada porque no es de machos afear la conducta a otro que está haciendo una baladronada sexual y porque, en el fondo, en ese momento creen más importante mantener su propia camaradería viril, esa que refuerza su masculinidad, que plantearse la inmoralidad de su colega.

Desgraciadamente, X, y aquí nos debemos llorar todas, tu muerte llegó también ejecutada por todas aquellas mujeres que no fueron capaces de hacer frente común contigo, de apoyarte, de denunciar junto a ti, de plantarse ante los que venían a regodearse de tu vergüenza, de rechazar el vídeo, de gritarles a la cara a los que lo enviaban que eran ellos los que se denigraban al participar en esa orgía infame de crueldad banal. Aún hoy, X, te siguen matando aunque tú ya no puedas sufrir. Te siguen matando los que cuestionan lo que hiciste, los que insinúan que fuiste débil, los que te revictimizan una y otra vez escarbando en las cenizas de la que fue tu vida plena.

Te pido perdón por todos los que han hecho y por los que no han hecho y por los que no hemos sido capaces de hacer lo suficiente. También por las mujeres que a tu lado fueron incapaces de sustraerse a las eficientes argucias que el sistema tiene tendidas para controlarnos. Ningún régimen opresor hubiera sido posible sin la connivencia de algunos de los oprimidos. Tu muerte llegó también de la mano de mujeres que se convirtieron en sogas del sistema patriarcal, tanto tiempo tejidas y tan bien incrustadas en nuestra educación.

Mis palabras no te sirven ya para nada, querida X, y por eso estoy totalmente convencida de que contigo hemos muerto un poco todas.

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