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Tranquilo, presidente, que es la guardia civil

El presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Ángel María Villar.

Antón Losada

La Benemérita ha entrado en la Federación Española de Fútbol y ha detenido a su presidente, Ángel María Villar, a su hijo Gorka y a su todopoderoso vicepresidente, Juan Padrón. Esta vez sí podemos decirlo. Ya es oficial. La Transición ha terminado… al fin. Se acabó la jarana de andar lanzando cada año la segunda, la tercera o la Transición 2.0 o 3.0. Políticos y analistas debemos empezar a buscarnos otro tópico donde refugiarnos. El último territorio donde no regían ni el imperio de la ley democrática ni el Estado de derecho ha caído o va camino de hacerlo para entrar por fin en la era moderna. Ha sido un viaje largo y sinuoso pero ha merecido la pena. Aún queda mucho por recorrer pero merecerá aún más la pena.

Primero fue acabar con los sultanatos y satrapías que constituían los clubes de fútbol, obligándoles a funcionar como sociedades contra el ruido y la furia de unas cuantas protestas y movilizaciones de aficiones locales, alcaldes, diputaciones y gente con demasiado tiempo libre en general. Luego se empezó a poner fin a la anormalidad mil millonaria que suponía que la mayoría aceptáramos, sin rechistar, que los clubes de fútbol sostuvieran deudas descomunales con Hacienda y la Seguridad Social mientras sus presidentes despilfarraban como jeques obnubilados por el verano marbellí. Cierto que ha requerido planes de pago a varias décadas y una condonación encubierta de parte de la deuda, en una muestra de tolerancia que la Administración no prodiga con otros estamentos y sectores, pero al menos ahora pagan.

Hemos tenido que esperar tres décadas y tres amnistías fiscales para ver cómo Hacienda empezaba a desmantelar la excepcionalidad fiscal donde han vivido y viven clubes, representantes y futbolistas. Lo ha empezado a hacer bajo la ruidosa presión de una opinión publica convertida en hinchada permisiva y tolerante con los defraudadores que visten sus colores y las protestas de no pocos medios y líderes de opinión, siempre comprensivos con el fraude de sus jugadores favoritos.

Ahora nos toca contemplar cómo, al final, ha tenido que ser la Guardia Civil quien haya tenido que entrar a desmontar el régimen de corrupción, clientelismo y arbitrariedad que ha sustentado los 29 años de mandato de Villar. Al parecer, durante esas tres décadas de régimen villarista, ningún gobierno u organismo de control, responsables de tutelar y controlar el funcionamiento de un ente que recibe dinero público como la RFEF, ha sido capaz de detectar, descubrir y castigar la goleada de irregularidades, favoritismo y corruptelas que ahora son perseguidos y parece acabarán juzgados como delitos graves. La razón para tanta impunidad no puede resultar más obvia: nadie quería problemas y nadie quería remover el avispero del fútbol y acabar convertido en el enemigo público número uno de media España.

Es cierto que el fútbol ha vivido y vive al margen de la ley gracias a la tolerancia y la complicidad de políticos, administraciones, gobiernos, organismos de control o medios de comunicación. Pero también lo es que lo ha hecho entre el aplauso y la admiración de una mayoría de eso que muchos llaman opinión pública y otros llaman ciudadanía... o sea nosotros.

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