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No se trata de Grecia, se trata de ti

El ministro de Economía griego y Luis de Guindos.

Antón Baamonde

Antes de nada: si la Unión Europea ha de ser salvada de las garras de esa jauría de neoliberales que sientan sus culos en Bruselas, los tratados europeos han de ser reformulados para que jamás sea posible lo que estamos viendo ante nuestros ojos: que se tire por la borda el Estado social sin que nadie sea responsable por ello.

Es necesario constitucionalizar el Estado de bienestar, impedir que la globalización y la innovación tecnológica cuestionen su núcleo, introducir límites bien definidos a la destrucción de derechos y a los procesos de privatización. Tiene que haber recursos legales para que implementar ciertas políticas sea castigado no solo por las urnas. Tal y como los comunistas estaban prohibidos en la antigua República Federal Alemana sin que nadie se rasgara las vestiduras, también el extremismo neoliberal, hoy con asiento en el BCE y otras instituciones europeas debe ser perseguido sin paños calientes.

No es un punto de vista descabellado. Al fin y al cabo, la ortodoxia neoliberal ha hecho un uso torticero de los tratados europeos para darle forma legal, obligatoria, a su muy peculiar punto de vista. Una y otra vez esa ortodoxia ha puesto en práctica la ley del embudo. No se han parado en barras. Han puesto en obra todos los recursos disponibles y han estado a punto de eliminar de la escena las visiones alternativas del mundo.

La asunción por España de la absoluta prioridad de pagar la deuda pública es un pequeño ejemplo, si se quiere menor. Peor fue el artículo 104 del Tratado de Maastricht, el que consagró, nos recuerda Juan Torres, la absurda prohibición de que los bancos centrales financiaran a los Gobiernos. El artículo 135 de la Constitución española se ha inscrito por ovejunos legisladores en el corazón moral de España por chantaje de Merkel. Pero el caso es que ese artículo prohíbe buena parte de la historia europea del siglo XX, prohíbe a Keynes y prohíbe la moderada política propia de la socialdemocracia. Lanza el mensaje de que solo es buen europeo el que comulga copiosamente las obleas del mercado.

Si esto es así, y me temo que es así, entonces solo queda o la posibilidad de la derrota, ceder a los Treinta Tiranos, o hacer un órdago a la grande. Romper con la lógica de la actual deriva europea. No puede ser que en la tormenta los bancos sean lo primero, antes que el hambre de los niños, la pensión de los viejos o la salud de la gente. Hay que recordar que en el origen de la crisis estuvo la desregulación financiera y que el poder del dinero es lo que hay que atajar por pura cordura, porque el capitalismo sin límites conduce directamente al precipicio. El capitalismo es más justo y funciona mejor cuando tiene contrapesos.

Lo que está en juego con Syriza es la puesta en cuestión del doble estigma de Europa en estos momentos: la Santa Alianza entre el neoliberalismo y la hegemonía alemana. No se trata de Grecia. Se trata de todos nosotros. Para esa gente de Bruselas la absoluta prioridad griega ha de ser pagar la deuda: rescatar a los bancos antes que pagar medicinas, pensiones o salarios. Syriza es el retorno de la socialdemocracia en su versión más clásica. Pero eso es lo inadmisible a los ojos del neoconservadurismo europeo. “Democracia dentro de los límites del mercado”: esa frase parece una chanza grotesca al estilo del soldado Schwejk, pero es en realidad una expresión de Merkel.

Ocho de cada diez alemanes están convencidos de que la brecha entre ricos y pobres es una amenaza para la democracia, relata Rafael Poch en su imprescindible libro La quinta Alemania (Icaria, 2013), quien también informa de que entre 2008 y 2009 el Gobierno alemán rescató a sus bancos con 480.000 millones de euros. No es extraño, si se sabe que al 50% más pobre de la sociedad alemana le corresponde el 1% de la riqueza; y al 10% más rico, el 53%. Con la austeridad también los trabajadores alemanes se han empobrecido mientras sus ricos concentran más y más riqueza.

Echar basura sobre Grecia, no sobre su oligarquía impune, sino sobre todas sus gentes solo sirve para difuminar que lo que la UE está haciendo es aprovechar el shock para cambiar el modelo social a la medida de grandes bancos y empresas. Sin embargo, como de un modo tan hermoso lo ha dicho Alexis Tsipras, “prevaleceremos porque Grecia es el país de Sófocles, quien con 'Antígona' nos ha demostrado que hay momentos donde la ley más grande es la justicia”.

Si Alemania quiere imponer una 'pax cartaginesa' a Grecia es porque el pensamiento de derecha no tolera la menor objeción. No es que no pueda discutirse la mayor, es que tampoco pueden discutirse los detalles. Schäuble ha querido humillar a Varoufakis a la vista de todos. Quería hacer constar quién manda, quién tiene el poder y la autoridad, que debe ser incontestada, como ha de serlo la austeridad.

¿La austeridad? Pero ¿por qué los ricos se hacen cada vez más ricos? ¿Por qué ellos no pueden practicar también la austeridad? ¿Por qué los bancos no han de quebrar y los accionistas perder su dinero? ¿El capitalismo solo lo es para los de abajo? Una de las preguntas que uno se hace una y otra vez es esta: quién y cuándo tuvo la ocurrencia genial de inventar eso de que los pobrecitos de abajo habían vivido por encima de sus posibilidades para ocultar el latrocinio, la inepcia y la corrupción de los plutócratas. La austeridad no es más que la campaña publicitaria de las finanzas para que la gente financie sus orgías.

Quiero creer que a estas alturas de la película poca gente quedará que dude de que lo que llaman austeridad no es ni más ni menos que el intento de acabar con el Estado social europeo. Si a usted, querido lector, le preguntan cómo se imagina España o Europa dentro de diez o veinte años, tendrá que ser muy tonto para suponer que, con las políticas en curso, los salarios o las pensiones van a ser más altas, que se habrá acabado el trabajo precario o que los bienes públicos –la sanidad, la educación, la ayuda a dependientes, etcétera– habrán mejorado.

Su nivel de estupidez no puede hacerle imaginar que en pleno paraíso neoliberal los ricos pagarán impuestos como usted lo hace o que se habrán acabado los paraísos fiscales. Quiero pensar que hasta el más tonto del pueblo sabe ya que la austeridad es una estafa. No se olviden, cuando vayan a votar, que no solo les roban. Además les toman el pelo.

Lo que Alemania y sus corifeos buscan con Grecia es que suceda la tragedia, que el horror se vuelva irredimible. Puede ser que la vida sea oscura y terrible, como se aprende cuando se lee a los clásicos helenos, pero sería ridículo que el destino tomase la forma de Schäuble o Draghi, o de dos petimetres como Dijsselbloem y Weidmann cuyo principal mérito, por cierto, es su hoja de servicios a los respectivos partidos.

La fantasía recurrente de Alemania es disponer de un Imperio. Si por sus líderes fuera, la Europa de hoy se dividiría entre la nueva Roma, pulcra y hacendosa, y esas hordas de vagos y corruptos que se dispersan y divagan por el sur, poco atentos a las mots d'ordre que les llegan de Capitanía. Es poco probable que el porvenir sea piadoso con este nuevo avatar de esa antigua pulsión. Pero, en todo caso, se me viene a la memoria el título de un delicioso libro: Catálogo de necedades que los europeos se aplican mutuamente.

Es cierto que, con el ladrillo, una parte de España se volvió tonta y otra estuvo a punto, pero los banqueros alemanes sabían tan bien como los españoles que aquella burbuja tenía que explotar. Y la ignoraron, recogiendo beneficios. También es su responsabilidad. Es sabido que Draghi ayudó, desde Goldman Sachs, a falsear las cuentas de Grecia. En fin. Todo esto es de un cinismo fenomenal, fabuloso, abrumador.

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