Las tribus en la Sociedad del Espectáculo
Van de sorpresa en sorpresa. De conmoción en conmoción. Si hace unos meses fue el Brexit británico, ahora es el Plan de Paz del gobierno colombiano con la guerrilla de las FARC. Tras 54 años de conflicto, 250.000 muertos y 6 millones de víctimas, ha acudido a votar solo el 37% de la población y por unas décimas ha ganado el NO. Los ejemplos se suceden y nos queda mucho más por ver. Son consecuencias, en mayor o menor medida, de la Sociedad del Espectáculo.
Hay numerosas. En España acabamos de asistir a la representación completa de la tragicomedia del PSOE –televisada, radiada, escrita e interpretada– de cuyo cómputo de víctimas destaca sobre todas la credibilidad. Y empieza el juicio de la Gürtel que será manufacturado según convenga. Mejor que no se vea mucho que igual alguien considera una desvergüenza tener y apoyar para que repita el gobierno de un partido procesado por corrupción. A qué punto habrá llegado esta sociedad para que tal aberración este ocurriendo.
La frivolidad es la característica dominante de esta nueva comunidad de adictos a hacer de la vida un show. Cada vez se lee menos y se profundiza menos en los análisis. Parecen haberse sustituido por opiniones ajenas de confrontación, a ser posible, surtidas de lo que llaman –sin ninguna inocencia– “rifirrafes” y “zascas”. Se evidencia pereza para siquiera elaborar los argumentos que les sirven precocinados. Y, sobre todo, para seleccionar el grano de la bazofia. Borrado de la memoria por la sucesión de impactos que llenan el disco duro de los cerebros. Y pasión por el espectáculo.
En el caso de Colombia, vemos a dos políticos que afrontan de muy diferente forma el problema del terrorismo. Álvaro Uribe con mano dura y acción militar, Santos negociando. El expresidente Uribe –a quien se llamó el Aznar de Colombia y mantiene excelentes relaciones con Felipe González– ha hecho campaña por el NO. Con todo el argumentario clásico: con el sí se daría pie a un gobierno del “castrochavismo” y se haría presidente a un terrorista. Ocho años lleva repitiéndolo a diario Uribe, dos meses mostrando Santos los pormenores y ventajas del trato. Un acuerdo de paz no es fácil, presiones y errores se añaden; lo que no se puede es abordarlo superficialmente y manipulado.
En el Reino Unido ocurrió esta misma simplificación. El aspecto más destacado por analistas serios fue la extrema frivolidad con la que se presentaba algo de tal trascendencia como la salida del país de la Unión Europea. Con cuanto implica desde todos los puntos de vista. Después, siempre, la sorpresa. ¿Y si repetimos votaciones hasta que salga de nuestro gusto? Es que mucha gente no se enteró o no se enteró bien.
En poco tiempo, los ciudadanos pasaron a ser consumidores y ya se han convertido en espectadores. Muchos de ellos se agrupan en tribus gregarias –o grupos fijos de abonados– de efectos negativos para el bien común. Los departamentos comerciales les eligen candidatos con los que puedan identificarse. Lo que esté de moda en el momento. Ahora se llevan los modelos de madres amantísimas de sus electores, buenas perversas, impúdicos sabelotodo, mucho cortesano, cínicos de toda la vida, y escasa cultura para dar cercanía a la baja exigencia. Despunta en tendencia el hombre gris y presuntamente sensato y moderado. Siquiera para animar el cartel, el argumento y los protagonistas amenazan con ser idénticos. Las tribus apuntalan los cimientos del teatro, no se saldrán del guión.
La tribu de los idiotas
Idiota no nació como insulto, pero es así como se llama desde la antigua Grecia a “aquel que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses particulares”. En Atenas, su desinterés y aislamiento llevaban al idiota a perder derechos que le correspondían. De ahí que el idiota terminara por ser a asimilado a un ignorante que renuncia por voluntad propia a la política que le afecta. Son los que repiten: bastante tengo con ocuparme de buscar el sustento, atender a mis hijos y qué menos que distraerme con el fútbol o lo que echen por la tele. Y por tanto se inhiben de cualquier responsabilidad social.
La tribu de los “a mí”
Son vástagos de los anteriores. La diferencia apenas radica en que sí prestan atención a los asuntos de la vida pública, pero situándose en el centro de todo argumento. “A mí' no me han bajado el sueldo. ”A mí“ que me arreglen lo pedí, ”a mí“ la calle. ”A mí“ me atienden en hospitales muy limpios y bonitos. Y un sinfín de visiones absolutamente egoístas que no contemplan ni el daño ni el bienestar de otros.
La tribu de los cuñados
Mucho más definida y popular. Son los que todo lo saben, dan argumentos pueriles y, sin embargo, se dicen y se creen sapientísimos. Sin rastro de pudor para mostrar bien alto su ideario. Con osadía infinita.
*La variedad Hater nos presenta a un cretino integral que no se cortaría en discutir e increpar, sintiéndose en el mismo nivel, al reciente premio Nobel de Medicina sobre su hallazgo: la autofagia. La especie abunda en Twitter y en el periodismo de zascas.
La tribu de los “así ha sido toda la vida”
El voto conservador se nutre de ellos en particular. Amantes de las tradiciones, llama la atención que hayan permanecido impermeables a los cambios y avances que se producen en un mundo en constante evolución. De Heráclito ya, ni hablamos. Ajenos a los hechos que han mutado y obligan a otras respuestas. Incrustados en el blanco y negro, tras varias décadas desde que llegó el color a la televisión. Pueden salir a votar con el rosario en la mano a quienes condenan a la pobreza y la desesperanza a muchos seres humanos y roban el dinero de todos. Son capaces de afirmar –por miles, por millones– que, el PP, por ejemplo, “al margen de la corrupción lo hace bien”.
Al margen, como si pudiera deslindarse, en el caso de ser cierto ese “hacerlo bien” para el conjunto de la sociedad. Es de suponer que en la planificación de sus cuentas del mes incluyen un apartado para la “mordida” que se llevan los corruptos.
Alas de mariposa
Tendríamos que hablar de muchas otras tribus. Etiquetas para una sociedad cómoda que no sabe prescindir de ellas. Del “me gusta” y “no me gusta” como base de decisión en asuntos trascendentales para la convivencia de todos. De los serviles y de los que siempre apuestan a caballo ganador aunque caigan bajo sus herraduras. De quienes se fían de toda la pléyade de predicadores del ultraliberalismo que pueblan ya las pantallas; idiotas para idiotas, en la terminología griega. Y de los manipuladores. Y de los Jockers para odiar y vender más.
De ese público que se apasiona, apuesta, sufre y se divierte con la realidad hecha ficción y festejo. Piensas: no se comprarán un coche o un piso con tan poco criterio. En la práctica sí, más: confían su salud y la de su familia, la educación de sus hijos, el futuro de todos, guiados por el político o tertuliano que les cae bien. O por cualquiera que les diga lo que quieren oír para justificarse: “que otros lo harán peor”. Odian más a quienes les señalan, aunque ni le conozcan, que a quien les hace daño.
El problema es grave. No ha hecho sino aumentar desde que se dieron las primeras voces de alarma. No lleva camino de frenarse salvo que los propios ciudadanos tomen conciencia de lo que está ocurriendo. La Sociedad del Espectáculo, creada a conciencia, se ha hecho un monstruo incontrolable. Pero la principal responsabilidad es de quien la traga. Cuesta entender que seres adultos se sienten a dejarse hacer tinte, champú y corte con sus cerebros.
Los hechos tienen consecuencias. El Efecto Mariposa, con aquel suave aleteo que provocaba tornados al otro lado del mundo, es cosa de niños al lado de la destrucción que está causando ya la Sociedad del Espectáculo.