Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
Negar la violencia obstétrica es violencia machista
Negar que la violencia que se ejerce contra las mujeres es violencia machista es un clásico de los sectores más reaccionarios, cuando no fascistas, de nuestra sociedad. En julio de 2019, la relatora Especial sobre la violencia contra la mujer de Naciones Unidas reconocía la violencia obstétrica como violencia contra la mujer en el informe Enfoque basado en los derechos humanos del maltrato y la violencia contra la mujer en los servicios de salud reproductiva, con especial hincapié en la atención del parto y la violencia obstétrica“.
En España, asociaciones como el Parto es Nuestro (y el Observatorio de Violencia Obstétrica), Dona Llum, el Instituto Europeo de Salud Mental Perinatal (y otras menos específicas como los Grupos de Apoyo a la lactancia materna o PETRA Maternidades Feministas, etc.) y dentro profesionales como Ibone Olza, Francisca Fernández Guillén, entre otras, han denunciado los casos de violencia obstétrica. Han dado voz y defendido, así, a las madres que han sufrido esta violencia tan invisible para la sociedad y que ocurre en un periodo extremadamente vulnerable de los procesos vitales de las mujeres. El año pasado, la jurista Francisca Fernández Guillén consiguió que España fuese condenada a indemnizar a una madre que sufrió violencia obstétrica a través de una resolución del Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW).
He considerado necesario comenzar este artículo con información oficial (que son grandes logros de estos colectivos, profesionales y activistas) porque parece que la voz de las mujeres no es suficiente y, una vez más, necesitamos ser ratificadas por organismos oficiales. La violencia obstétrica, además de estar dentro de estructuras de poder, tiene dos componentes que la hacen extremadamente vulnerable en una sociedad patriarcal: se ejerce hacia las mujeres y tiene que ver con la maternidad. Todos los procesos relacionados con la maternidad en nuestra sociedad permanecen invisibles, privados, sin derechos ni recursos. No son importantes a nivel social, cultural ni activista. Incluso al movimiento feminista le ha costado introducir este tipo de violencia en sus manifiestos. Aun así, sigue generando ciertos rechazos y no hay consenso. El único motivo es que tiene que ver con las maternidades.
Encontramos, además, un gran sector negacionista, sobre todo dentro del ámbito de la salud, que se basa en la ocultación de evidencias en forma de un corporativismo feroz. De hecho, las voces disidentes dentro del mismo sistema sanitario son silenciadas en numerosas ocasiones y algunas profesionales sufren rechazo si intentan denunciar lo que ocurre en sus centros de trabajo. Por eso celebramos cuando se anunció que la violencia obstétrica se iba a incluir en la Ley de salud sexual y reproductiva. Sin embargo, las reacciones no se han hecho esperar, y el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos ha lanzado un comunicado donde expone, entre otras cosas, que el término violencia obstétrica es ofensivo para los y las profesionales, quienes solo se basan en la evidencia, la ética y el bienestar de las mujeres. El Parto es Nuestro ha escrito una carta de respuesta ante este comunicado donde, entre otras cosas, cuestionan ese supuesto rigor científico en muchas intervenciones que se realizan de forma rutinaria (cesáreas, parto instrumental, episotomías, inducciones, etc. ) que sobrepasan el número recomendado por la OMS.
Pero lo más grave de este comunicado es que invalida la experiencia de miles de mujeres. La mayoría de madres que hemos sufrido algún tipo de violencia durante el parto (o incluso en el embarazo y posparto) no hemos podido reconocerlo hasta que el tiempo ha pasado. Como toda violencia machista, se genera un sentimiento de indefensión, de culpa, de autocrítica, de defensa de la labor y conocimiento del profesional, de negación. Muchas salimos de partos traumáticos pensando que el parto ha ido muy bien. Porque el objetivo, nuestro bebé, está con nosotras (si es que no nos han separado). Porque al menos respira. Porque al menos nosotras respiramos. Porque estamos tan repletas de oxitocina que solo queremos pensar en cosas positivas para vincularnos a ese bebé. Aunque en ocasiones la violencia obstétrica pueda llevar a algunas madres a sufrir depresiones posparto y dificultad de vinculación con el bebé. Cuando va pasando el tiempo, empezamos a pensar qué sucedió, por qué no nos escucharon, por qué no hicieron caso a nuestro plan de parto, por qué no nos preguntaron, por qué sentimos que no hemos sido protagonistas de nuestro propio parto, sino espectadoras, que no parimos, que nos sacaron al bebé, que todo el proceso fue un enorme extrañamiento que seguimos viendo desde fuera.
La ecofeminista Vandana Shiva en su libro Ecofeminismo nos cuenta su parto, cómo por su condición de madre se le negaba la condición de “experta” en partos, que quedaba reservada para el personal sanitario, y nos cuenta cómo le querían hacer una cesárea y abandonó el hospital para parir de forma natural. “Antaño, el centro de atención era la madre y la unidad orgánica formada por la madre y la criatura; ahora ésta se centra en el 'producto fetal' controlado por los médicos. Los úteros de las mujeres han quedado reducidos a la categoría de contenedores inertes y la construcción de su pasividad ha ido unida a la de su ignorancia”, escribe.
El principio de prevención está generando unos protocolos estrictos que no tienen en cuenta que nuestros partos son procesos fisológicos, no médicos. Gracias al conocimiento científico se han evitado muchísimas muertes en partos difíciles, pero también se ha incrementado de una forma atroz el intervencionismo en partos sin ningún tipo de riesgo. Además, se ha generado un miedo que no solo induce a la pasividad, sino que puede frenar el desarrollo natural de un parto a través del estrés. Para parir, una madre necesita seguridad, tranquilidad, refugiarse dentro de sí misma, sentir su cuerpo, no sufrir agresiones externas, esconderse en la cueva. Los actuales partos distan mucho de estas condiciones.
Por eso es importante que una mujer embarazada se informe sobre el proceso de parto y sobre sus derechos: debería leer, ir a grupos de apoyo, hablar con otras madres… Porque en el parto ocurre igual que con la lactancia materna: a pesar de ser natural, se ha convertido en un proceso cultural con multitud de factores externos y de intervenciones que pueden modificar su desarrollo. Por lo tanto, muchas madres necesitan asesoramiento en sus lactancias para compensar la desinformación recibida a nivel social-cultural y también dentro del sistema sanitario. Eso no quiere decir que para algunas lactancias, como para algunos partos, se necesite una ayuda mayor. Pero la información ayuda a protegerse de intervenciones no deseadas.
#YoTambienSufriViolenciaObstetrica. Fui a mi primer parto sin saber dónde iba, con la bolsa rota. Me dijeron que no podía moverme, debía estar acostada e ir en silla de ruedas. Sin embargo, yo tenía una necesidad de movimiento para que mi trabajo de parto evolucionase en esa inducción. No tengo evidencia científica sobre esto, solo era una necesidad interior de movimiento y lo tenía que hacer a escondidas. La sala de dilatación era una habitación blanca, muy iluminada, con multitud de mujeres y tactos vaginales que iban y venían. Cada una enchufada a una máquina. Intenté cerrar los ojos y abstraerme de aquel horrible lugar, conseguí dormirme, de repente había dilatado casi ocho centímetros. En el paritorio me dijeron que tenía que decidir ya si quería epidural. Les dije que si podía entrar mi pareja y me dijeron que no (estuve sola todo el tiempo de dilatación). Les dije que el dolor lo estaba llevando realmente bien, pero no sabía si lo que quedaba iba a ser muchísimo peor. Me recomendaron que me la pusiera y me la puse. Me felicitaron por no moverme mientras me la ponían, mis contracciones eran muy soportables. La epidural solo me hizo efecto en mitad del cuerpo. En la otra mitad tenía contracciones de una oxitocina sintética que no podía aguantar. Entonces pasaron por allí unos cuantos estudiantes y, con la mano dentro de mi vagina, la matrona les contaba algo que ocurría en mi interior pero que yo no entendía, asustándome mucho. Entonces se fueron todos, mucho tiempo, yo no podía moverme del dolor, me pincharon algo con una jeringa pero no me hizo nada. Escuché a un bebé llorar en otra habitación. Me puse a llorar, no podía parar de llorar, quería a mi bebé. Hubo un cambio de turno y mi pareja fue a buscar a alguien. Entonces dijeron que el bebé no había girado del todo la cabeza. El nuevo matrón se subió encima de mí y apretó con todas sus fuerzas. De repente no podía respirar. El bebé salió sin darme cuenta con una episiotomía de la que no tuve información. Cuando lo vi, lo limpiaron porque había sufrido y se había hecho meconio en el interior. Yo lo seguía con la mirada, no podía apartarla, solo podía pensar que ya estaba conmigo. Las recomendaciones sobre la lactancia fueron de lo más variopintas. Cuando más tarde estuve en un grupo de apoyo y me formé como asesora, me di cuenta de lo absurdas que fueron todas y cada una de las recomendaciones. Al día siguiente entró una enfermera en la habitación y con aire solemne nos dijo a mi compañera recién parida y a mí: “Viene el ginecólogo, quitaros las bragas y poneros el sujetador”. Entró el ginecólogo y, sin mirarnos a la cara, miró el informe, nos miró entre las piernas y se fue. Yo le pregunté que si me podía decir cuántos puntos tenía. Él me contestó que si pensaba que él iba a ponerse ahora a contar puntos. En ese momento pensé que quizás eso era algo que no se le pregunta a un ginecólogo. Nunca entendí por qué tuve que ponerme el sujetador. Sentí mi cuerpo expuesto, como un mero objeto que pasa por la cadena de revisión.
En el siguiente parto ya había leído. Ya estaba en un grupo de apoyo a la lactancia materna. Ya conocía EPEN. No parí en casa por pura cobardía. No parí en otro hospital porque quería tener cerca a mi familia. Y me arrepiento. Aunque controlé mi parto en todo momento, las presiones externas fueron muchas. Afortunadamente, me encontré con una matrona en la habitación de dilatación (por fin, individual) que me dio muchísima confianza, me relajó, me hizo ver que el parto era mío y que yo podría con todo. Porque hay excelentes profesionales dentro de este sistema. Pero no fue ella la que me atendió después. Tras el parto estuve mucho tiempo arrepintiéndome de haber gritado: “¡Estoy empujando!”. Si me hubiera callado igual podría haber parido allí, en esa habitación que ya había hecho mi cueva, con ella y con mi pareja, respetando mis procesos y mis posturas. Pero no, me trasladaron corriendo al paritorio. Allí me preguntaron varias veces que si quería epidural. Todas las veces dije que no. Y volvían a preguntar. Una enfermera me dijo: “No vas a ser menos mujer si te pones la epidural”. Yo no tenía ganas de luchar, mi cuerpo estaba centrado en el bebé. Me pusieron las piernas en el potro, quise decir que no, no me gustaba aquello, pero me rompieron la bolsa y sentí cómo mi bebé bajaba intensamente y ya no pude decir nada. La matrona (que acababa de llegar y no recuerdo ni su rostro) me calmó y, cuando empecé a respirar, se me paró el dolor, sentí un control absoluto sobre mi cuerpo, sabía cómo y cuándo empujar. Me pidió permiso para cortar mientras me cortaba, no pude decir que no. Me hubiera gustado cambiar de posición, intentar evitar ese corte.
Conociendo a muchísimas madres y escuchando sus experiencias, este segundo parto es casi un parto ideal. Así son los niveles de violencia que sufrimos. Cuando una madre en el grupo de apoyo nos cuenta un parto perfecto, cuando nos cuenta que se sacó ella misma a su bebé, todas lloramos, mucho más que si le hubiera tocado la lotería. Las violencias ya casi no llaman la atención, estamos acostumbradas a escuchar muchos relatos, algunos escalofriantes. De hecho, quizás muchas ni lean mi relato, pues es, simplemente, uno más. Y ni siquiera el peor.
Empecé a soñar con mis partos mucho tiempo después. Entonces empecé a imaginarme lo que podría haber hecho, cómo habría evitado ciertas cosas, a preguntarme por qué no dije nada, por qué no me enfrenté. Me sentía culpable por no haber tenido el parto que quería. Al mismo tiempo, sentía que tampoco yo había sufrido tanto, cuando tengo compañeras que han acabado con graves secuelas, que estuvieron separadas de sus bebés días o incluso con costillas rotas. Luego pensé que la violencia obstétrica, como violencia machista, actúa de la misma forma: si no nos matan, son exageraciones nuestras. Pensé que solo una mala palabra en esa situación tan vulnerable ya es violencia. Pero entonces, cuando ya estaba convencida, me encontré con la incredulidad de la sociedad. Así, te tienes que enfrentar a personas a tu alrededor que dicen que la violencia obstétrica está de moda y que por eso dices haberla sufrido. Que tus partos fueron muy bien y los sanitarios que te atendieron eran unos excelentes profesionales. Porque tú, simple madre, no tenías ni idea y gracias a ellos pariste.
Entonces empecé a revivir ese sentimiento en el parto de mujeres de mi familia, viviendo su violencia como propia, sin ser capaz de gestionarla y, por lo tanto, sin ser capaz de ayudar. Empecé a sentirme culpable porque después de ser activista en la lactancia y el parto, después de formarme mucho, no podía evitar las violencias contra ellas. Y lo peor: a veces sabía cómo iba a terminar todo nada más empezar el parto. Porque se intuyen las cesáreas. Se intuyen las maniobras prohibidas. Se intuyen las inducciones. Las madres ya sabemos lo que nos toca. La mayoría piden por favor a su bebé que no se retrase más allá de la semana 40.
Así que, después de pasar por todo esto, después de aceptar y reconocer que has sufrido violencia obstétrica, de dejar de sentirte culpable, nos dice el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos que lo que hemos vivido no existe, que estamos locas. No son suficiente los relatos de las madres. En lugar de investigar qué está sucediendo en los hospitales nos revictimizan al quitarnos la razón. Por eso es urgente un Mee Too. Es urgente que todas las madres cuenten su historia. Es urgente que todas las historias de violencia llenen los buzones de los organismos de salud y las redes sociales. Aquí he contado mi relato, uno más. Por favor, haced público el vuestro para que no puedan volver a decir que la violencia que hemos vivido no existe. Porque #YoTambienSufriViolenciaObstetrica.
Sobre este blog
Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
1