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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

Ni víctimas ni resilientes

Ni víctimas ni resilientes.

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Ni víctimas

Sobre las mujeres que viven situaciones de violencia hay muchos discursos circulando en la calle y en las instituciones. Discursos que las culpan por la violencia que atraviesan haciendo alusión a su debilidad emocional, inseguridad, estilo de apego o baja autoestima (deben ser masoquistas, en realidad les gusta, sacan algún beneficio de ello, no denuncian porque no quieren), a su situación socio-económica (son pobres, analfabetas, problemáticas, vienen de países menos desarrollados) o a sus conductas (van provocando, viajan solas, hacen auto-stop, toman drogas, no se cuidan). Son también discursos deterministas, que se refieren a la violencia como algo natural, inevitable (si lo has vivido en la infancia, lo repetirás) o incluso hereditario (lo arrastramos de nuestras antepasadas). Además, reproducen esa imagen negativa de las mujeres como malas, mentirosas, competitivas, dramáticas, exageradas, retorcidas y conflictivas tan de nuestra cultura androcéntrica.

Estas historias consiguen, en demasiadas ocasiones, colapsar la identidad de las mujeres haciéndolas sentir responsables de no haber sabido parar la violencia, de haberla permitido. Los relatos de muchas de estas mujeres sobre sí mismas suelen estar plagados de vergüenza, culpa, abatimiento, desesperanza, silencio o impotencia.

Desde ahí puedo entender que algunas mujeres encuentren cierto alivio en nombrarse a sí mismas como víctimas de la violencia machista, sobrevivientes, mujeres maltratadas o violentadas. Estas etiquetas pueden ayudarlas a clarificar su situación o hacerlas sentir reconocidas. El peligro aparece cuando el lugar de víctima es tomado como algo propio de su identidad y no como un problema social.

Cuando las miramos solo como víctimas es fácil caer en la tentación intervencionista y creer que vamos a salvarlas, cambiarles la vida y ayudarles a tomar consciencia de su opresión. Nos relacionamos con ellas tanto desde actitudes de protección condescendiente como de confrontación y castigo. Si una mujer vuelve con el hombre que ha ejercido violencia contra ella nos lo tomamos como algo personal, como un fallo nuestro o una decepción injustificable.

Como víctimas son objeto de políticas, de leyes, de estudios, de ayudas sociales o de terapias. No son consideradas personas con capacidad de agencia.

Ni resilientes

Desde este lugar, lo mejor que les puede pasar es convertirse en resilientes. Convencerse de que, si se esfuerzan lo suficiente y tienen un pensamiento positivo, todo va a salir bien. Ellas pueden transformar el sufrimiento y las dificultades en fortalezas si son perseverantes. Porque cualquier adversidad que les suceda, incluida la violencia, es una oportunidad para conocerse y crecer que no deben desaprovechar.

Si consiguen ser esas mujeres elegidas y especiales que se adaptan a todas las eventualidades de la vida, si consiguen modificar sus hábitos, formas de hacer, actitudes y comportamientos, si consiguen tener una alta autoestima y empoderarse, si consiguen autorregular su existencia, estarán salvadas.

Así, el discurso individualista de la resiliencia como promesa de salvación, vuelve a traer asociada la culpa: si no lo consiguen es porque no se esfuerzan lo suficiente, porque no se quieren, porque no son fuertes. Invisibilizando que la violencia no es un problema de las mujeres, no es una elección individual, ni tiene que ver con rasgos de personalidad o carácter, sino que se normaliza por una serie de patrones sociales insertos en el sistema de dominación patriarcal.

De hecho, tanto miramos a las mujeres y su culpa, que dejamos de interpelar a los verdaderos responsables y su indolencia. En una manifestación del 8 de marzo escuché a dos mujeres comentar lo contentas que estaban de que por fin hubiera tantos hombres involucrados. Pensaban que seguramente era porque tenían hijas y querrían protegerlas. Yo les dije que esperaba que si tenían hijos varones también se involucrasen porque los violadores también son hijos de alguien. Creo que nos sigue costando asumir que la violencia es responsabilidad exclusivamente de quien la ejerce. 

Agentes de su propia vida

La violencia no es algo estático y para siempre, no es una foto fija, está ubicada en un tiempo y por tanto contiene la posibilidad de cambio. Las mujeres que viven violencia nunca permiten los abusos, muy al contrario, siempre están respondiendo a la violencia que les toca vivir.

No responden desde la lógica productivista de nuestra cultura, donde lo único que importa es la solución, en términos de éxito o fracaso. Sus respuestas son un intento de intervenir en lo que están viviendo. Pero al igual que la violencia no es estática, las respuestas tampoco lo son y no pueden entenderse de forma aislada, sino en términos complejos y múltiples.

Muchas de las respuestas ante la violencia pueden ser sutiles e imperceptibles, pueden ser algo simbólico, un mensaje, un signo. Su potencial de transformación no está en el hecho en sí, sino en lo que significa ese hecho, lo que quiere nombrar y visibilizar. Cerrar los ojos, girar la cara, respirar de una determinada manera, dar un paso atrás, un tono de voz, cambiar la postura, un gesto, evadirse con la imaginación, recordar a alguien, una risa fuera de lugar, una mirada de complicidad, una sensación de incomodidad.

En nuestra cultura patriarcal solo se valora lo visible, impactante y llamativo. Si no se responde desde lo que se considera una acción de oposición evidente se entiende que no se está respondiendo, que estás siendo pasiva. Por ejemplo, quedarse inmóvil o paralizada ante una agresión, no se considera una respuesta válida de resistencia.

Esta forma de entender la pasividad no tiene en cuenta que las relaciones de poder dificultan las respuestas de abierto desafío y confrontación, ya que en determinadas situaciones de violencia pueden ser peligrosas o incluso mortales. 

Además, aunque en la psicología tradicional se empeñen en estandarizar nuestras experiencias, no a todas las personas nos afectan igual las cosas. Cada persona responde de una forma diferente, porque atribuimos significados distintos a lo que vivimos. Nuestras respuestas son singulares.

Las respuestas de las mujeres ante la violencia no son reacciones azarosas o mecánicas. Se asientan en la forma en que entienden la vida, en su propia historia, en sus habilidades y saberes. Siempre tienen un sentido, una intención. Detrás de esas respuestas hay algo que quieren cuidar, que consideran valioso.

Por ejemplo, la angustia, la desesperación, no dejar de darle vueltas a lo que ocurrió, sentir una profunda tristeza de repente, el miedo, el cansancio, incluso la vergüenza, pueden ser un testimonio de que esas mujeres no son indiferentes a la violencia y no se resignan a que se vulnere lo que es importante para ellas.  

Muchas veces he escuchado a profesionales o familiares escandalizarse y enfadarse ante las mentiras de las mujeres que viven violencia, pero mentir puede ser también un acto de resistencia ante la violencia institucional y social que viven.

Desde esa mirada de menosprecio hacia todo aquello que no sea efectivo en términos de soluciones o espectacular, se tienden a ridiculizar o descalificar los esfuerzos que las mujeres hacen para responder a la violencia o para alejarse de las personas que están cometiendo abusos contra ellas, sin tener en consideración que sus respuestas se dan en contextos de relaciones de poder, miedo, confusión y dolor. Historias de sumisión, resignación, sometimiento o servidumbre suelen protagonizar la manera en que son vistas, contribuyendo nuevamente a que aparezca la culpa y la desesperanza, y afectando en la manera que se perciben a sí mismas.

La violencia puede invisibilizar, minusvalorar o incluso patologizar las respuestas de resistencia; puede llevar a las mujeres a tener la sensación de que están desconectadas de sus propios valores, pero no puede quitarles la dignidad que hay en sus acciones.

Sus respuestas son un desafío, por más pequeño o sutil que parezca, a la normalización de la violencia. Sus acciones siempre tienen un impacto en lo que están viviendo, en las personas que les rodean y en el sistema social en su conjunto.

Las mujeres que viven violencia no solo son sujetos con capacidad de agencia, también tienen algo que ofrecer al mundo. Su capacidad para transformar lo que nos rodea, lo que no es justo, lo que nos hace daño y nos destruye.

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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

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