Feijóo ya no necesita clases particulares para aprender a explotar los bulos en campaña
Miguel Ángel Rodríguez pensaba que iba a dar clases de boxeo a Alberto Núñez Feijóo, ese gallego insípido y tranquilo que debía enfrentarse a Pedro Sánchez en el único cara a cara de la campaña. Feijóo ha resultado ser un alumno aventajado, alguien en principio no tan ducho en el cuerpo a cuerpo, al menos para lo que está acostumbrada la derecha madrileña, y que al final se ha visto que maneja los cuchillos con soltura. Lo había demostrado en Galicia, pero en la política española sólo te dan el doctorado si exhibes tus habilidades en la capital.
Dos días después del debate en el que recurrió a tantas falacias como las que aparecen descritas en la Wikipedia, el líder del PP recuperó la teoría de la conspiración que ya mencionó en la campaña de las elecciones de mayo. No aportó ninguna prueba, porque no era necesario. Volvió a despertar sospechas sobre la limpieza en el voto por correo. Sólo tenía que presentar como un hecho irrefutable que el Gobierno es capaz de cualquier fraude o engaño pasando por encima de la ley. La segunda parte del argumento consistía en recurrir a los héroes anónimos que pueden salvar la democracia.
“Pido a los carteros que trabajen mañana, tarde y noche y, aunque no tengan los refuerzos suficientes, que sepan que custodian algo sagrado”, dijo Feijóo el miércoles en el mitin de Murcia donde le acompañaba José María Aznar. Daba por hecho que el Gobierno ha dejado tirados a los sufridos carteros, que tendrán que trabajar unas doce horas diarias con el fin de repartir una cifra récord de envíos del voto por correo.
“Les pido, con independencia de sus jefes, que repartan todos los votos”, continuó, como si los responsables de la empresa pública pretendieran que eso no ocurra. Hay que recordar que si los carteros no reparten los envíos que llevan encima, están cometiendo un delito, y que si la empresa se queda con miles de sobres sin repartir, lo tendría imposible para ocultarlo.
Borja Sémper inició el día retuiteando el bulo que decía que Teresa Ribera había viajado a Valladolid en el Falcon a la cumbre europea de ministros de Medio Ambiente. Luego tuvo que borrarlo y reconocer que la noticia era falsa. También tuiteó un fragmento de una entrevista en Telemadrid el martes con el secretario general de CCOO Correos. El sindicalista se quejaba de que la empresa no ha contratado al personal de refuerzo necesario. “El presidente de Correos no está facilitando el voto y el Gobierno no parece que esté encariñado con que la gente vaya a votar”, dijo Regino Martín.
La frase es como mínimo extraña, ya que todos los análisis coinciden en que es la izquierda quien tiene problemas para movilizar a sus votantes, no la derecha.
Correos había anunciado ese día que ha firmado 19.400 contratos de refuerzo para la campaña, siete mil más de los solicitados por los sindicatos, y que ha ampliado los horarios de apertura al público en 274 oficinas donde se prevé mayor afluencia de votantes. “El pago de las horas extra a sus profesionales ya está comprometido”, dijo el miércoles en un comunicado después de que Feijóo prometiera pagarlas si es elegido presidente.
Feijóo ha inventado una nueva forma de promover la participación electoral. Sugerir un fraude en marcha y calentar así las bajas pasiones de sus votantes. Ha esperado al día anterior al fin del periodo de solicitud del voto por correo, que acaba este jueves, no sea que algunos de sus partidarios renuncien a esa forma de votar y no vayan a estar presentes en su ciudad el 23 de julio.
El PP tenía previsto volver a mover este bulo siempre que no le perjudicara y por eso espero a este miércoles. Podrían haberse ocupado otros dirigentes, pero Feijóo no tuvo inconveniente en ocuparse personalmente. No subcontrata el juego sucio a sus subalternos. Le ha cogido el gusto y es lo que esperan los asistentes a sus mítines.
En Estados Unidos, las denuncias de un fraude electoral inexistente por Donald Trump han hecho que los republicanos aprueben leyes en varios estados para hacer frente a esa supuesta amenaza. En Florida, se ha creado un organismo de seguridad, al que llaman policía electoral, para investigar las sospechas sobre gente que vota sin tener ese derecho, que alcanzan al 0,000677% de los votos emitidos. En Georgia, la policía ha visto aumentadas sus competencias en la investigación de esos delitos. En Texas, el fiscal general ha creado una unidad dedicada de forma específica a procesar esos delitos. En Arizona, lo hicieron hace tres años y no encontraron nada, con lo que las autoridades del Estado llegaron a la conclusión de que tenían que buscar mejor.
En primer lugar, se hace una denuncia falsa de un problema que no existe. Luego, se crea un organismo para investigar esos delitos, que en realidad antes ya se investigaban en un número muy reducido. Un poco como las oficinas contra la ocupación que montan las instituciones locales y autonómicas gobernadas por el PP.
Feijóo combina mentiras y falacias con elogios a sí mismo. “Yo os puedo asegurar que, después de las cuatro campañas que hice en Galicia, nunca le dediqué un minuto a decirle a los gallegos que no soy un mentiroso porque los gallegos sabían que yo no miento”, dijo en el mitin de Cádiz. “No miento en el Gobierno, ni en un mitin, ni en ningún sitio”. Las personas que dicen que no mienten nunca son las más peligrosas.
Podría tener algún problema para sostener esa reputación si en los medios de derechas le hicieran notar que algunas de sus frases tienen una relación compleja con la realidad. De forma elegante, sin osar sostener que miente ni nada parecido. En una campaña como la actual, eso no va a ocurrir.
Como muestra, el comentario del columnista de El Confidencial Ignacio Varela sobre el debate: enfrentó a “un político adulto en plena madurez y un pandillero ahíto de poder y afectado de hidrocefalia del ego”. Por si alguien no lo ha pillado, el político adulto es el que ha echado un saco de estiércol sobre la integridad del sistema electoral en su intento por hacerse con el poder.
En España, la madurez se define ahora como la capacidad de ganar a cualquier precio. Los hechos son opcionales o incluso contraproducentes.
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