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LIBROS

La última escapada de Houdini Sánchez

Sánchez, muerto de risa antes de la sesión del Congreso donde Leonor de Borbón cumplió su juramento como heredera.
9 de diciembre de 2023 22:37 h

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La épica del ascenso al poder superando todos los obstáculos siempre es más atractiva que contar cómo te ha ido cuando has estado en todo lo alto derrochando sabiduría. En la primera, hay momentos de intriga, situaciones desesperantes al borde de un precipicio y remontadas milagrosas. Con lo segundo, lo más fácil es caer en el vicio de la arrogancia al intentar convencer a la gente de que está en deuda contigo por lo bien que lo has hecho. 

Pedro Sánchez ha publicado esta semana un libro, 'Tierra firme', editado por Península, que viene a ser la continuación del anterior, 'Manual de resistencia'. En el libro de 2019, respondía al enigma que planteaba cómo era posible que este hombre hubiera sobrevivido después de que le dieran por muerto varias veces y fuera enterrado bajo una lápida de grandes dimensiones. El segundo volumen confirma lo que se suele decir de las secuelas cinematográficas. Sin el efecto sorpresa, con el mismo protagonista y una trama no tan original, luce mucho menos.

El libro cuenta con un primer capítulo, que se presenta como el prólogo, dedicado a los últimos meses de la legislatura que concluyó en las elecciones de julio. Es decir, a la última resurrección de Sánchez. Es curioso, porque ese presunto prólogo tiene nada menos que 44 páginas. Luego, aparece la introducción y el primer capítulo. Da la impresión de que el resto del libro ya estaba escrito y que se hubiera publicado incluso en caso de derrota en las urnas como el testamento político de Pedro Sánchez.

Después de los pésimos resultados de toda la izquierda en las elecciones autonómicas y municipales de mayo, esa misma noche Sánchez tomó la decisión que pocos esperaban, la de convocar elecciones en la primera fecha posible, que resultó ser a mediados de julio. Era el Sánchez audaz o temerario –en ese instante parecía lo segundo– que decidía asumir riesgos precisamente cuando parecía estar agonizando.

“Todo el tiempo añadido daría mayores oportunidades a la derecha de empañar los logros de la legislatura y acabar desbaratando el buen trabajo realizado. Me resultaba tan evidente como la ley de la gravedad”, escribe.

Es un reconocimiento no explícito de que el Gobierno no podía ya defenderse de las críticas de la oposición. El enfrentamiento con Podemos por la reforma de la ley del sólo es sí, del que no habla en el libro, había dejado heridas imposibles de curar. Sólo quedaba el salto al vacío con la esperanza de que los votantes le recogieran antes de que se partiera la crisma. Lo que es indudable es que funcionó.

Este periodista tituló el artículo sobre el anuncio de elecciones con un escéptico 'Lo malo de las terapias de choque es que pueden matar al paciente'. Para Sánchez, era tan obvio como un principio científico inmutable. A pesar de eso, no conviene olvidar que la intervención del presidente del 29 de mayo duró sólo tres minutos –con lo que le gustan los discursos largos–, apareció en ella con cara de funeral y de no haber dormido mucho, y su defensa del balance del Gobierno era bastante sucinta y no muy entusiasta.

Si tenía moral de victoria en ese momento, la estaba ocultando muy bien.

El libro, escrito “en colaboración” con Irene Lozano, la directora de la Casa Árabe que ya intervino en la obra anterior, pasa revista a esa campaña electoral vibrante. El suspense estaba garantizado. Sánchez la comenzó con gran energía, descarriló en su duelo televisado con Alberto Núñez Feijóo –“tampoco fue mi mejor día”, escribe sobre ello– y finalmente recuperó una parte de la fuerza inicial.

No ofrece ninguna clave esencial para entender el brutal choque con la realidad que sufrió el PP, que ya se veía como vencedor, ni el hecho de que el PSOE resistiera en el número suficiente de circunscripciones como para negar la mayoría absoluta a la derecha y la extrema derecha. Si acaso, destaca que tuvo éxito el contraataque ante la ofensiva de la oposición con la que le habían descrito como una amenaza para el futuro de España.

Todos los presidentes en ejercicio creen que las campañas giran en torno a ellos. No es una cuestión simplemente de ego. Con frecuencia, son un referéndum sobre su persona y su entidad como político. En el caso de Sánchez fue incluso más cierto cuando el PP adoptó como grito de guerra acabar con el sanchismo. La economía no le daba para asaltar las urnas.

“Sanchismo, digámoslo claramente, se había convertido en un vocablo insultante”, escribe el objetivo del ataque. El hombre del saco que aterroriza a los niños.

Sánchez sostiene que el éxito de la campaña fue afrontar su aparente debilidad: su propia imagen. “Creo que durante la campaña conseguimos, en gran medida, darle la vuelta a ese odio personal cultivado contra mí. Explicamos con naturalidad las bondades del sanchismo y connotamos positivamente lo que ellos habían cargado de negatividad. Me acerqué a los ciudadanos y mucha gente me conoció mejor”.

Es discutible que los votantes puedan descubrir a un político en dos semanas de campaña, a uno que está en el poder desde años atrás y cuya figura ha monopolizado el debate político. Nunca dejes que un político se defina a sí mismo.

Pero este es un libro autobiográfico, así que hay que asumirlo en la lectura. Frente a las acusaciones habituales que recibe de la oposición, Sánchez se presenta como alguien que no tiene inconveniente en cambiar de opinión. Todos los presidentes lo han hecho, dice, y da los ejemplos de Rajoy con la subida de impuestos, Aznar con la negociación con ETA y González con la OTAN. Un presidente debe considerar todas las circunstancias y los objetivos antes de tomar una decisión. “Eso no es ser maquiavélico, como también se me ha llamado, sino responsable”.

Como hay una frase de Maquiavelo para todo, alguien podría enseñarle esta: “Quien desee el éxito constante debe cambiar su conducta con los tiempos”. Esa sentencia suena un poco sanchista.

Casi mejor que no empiece a utilizarla. Ese perspicaz analista del poder que fue el florentino no cuenta con muy buena prensa. Por algo Bertrand Russell calificó a su obra 'El príncipe' como “un manual para gánsters”, o al menos eso dijo Isaiah Berlin.

Lo de los memes sí que no lo vio venir Maquiavelo. La idea de que las dictaduras son vulnerables al sentido del humor de los ciudadanos está muy sobrevalorada, pero en democracia aún tiene una relevancia nada desdeñable. De la figura de Sánchez, un político algo estirado, surgió un alter ego. Creado originalmente como otra forma de insulto (Perro Sánchez), la gente terminó dándole la vuelta. Apareció PerroSanxe, el operador político que escapa de todas las trampas que le tiende la oposición, un Houdini para la era de la polarización.

“Durante la campaña, la difamación se convirtió en sonrisa, el odio se hizo broma”, dice Sánchez. Admite que la campaña socialista se subió a la ola y empleó el meme en su favor: “Muchos fueron creaciones espontáneas de los usuarios de redes; otros, nuestros”.

Sánchez no da una respuesta muy original a la cuestión de cómo la izquierda resistió en las urnas después de una legislatura abrasiva como pocas. Obviamente, presenta la gestión del Gobierno como el activo más valioso, al igual que su intervención en la pandemia, sus leyes sociales con las que atenuar el impacto económico del confinamiento y las negociaciones en la UE para obtener la excepción ibérica en la energía y los fondos Next Generation.

Valora que los países “frugales” del norte de Europa, y en especial el Gobierno alemán de Angela Merkel, adoptaran al final una posición muy distinta a la de la crisis de una década atrás. Se presenta como un forjador de consensos en las circunstancias más difíciles. La presión de Merkel fue decisiva para el hundimiento del Gobierno de Zapatero con la exigencia de fuertes recortes del gasto público. La canciller tuvo a partir de 2020 una actitud más comprensiva con el sur de Europa y por tanto con Sánchez.

A veces, la suerte consiste en vivir en la época adecuada.

El libro contiene más menciones a Vladímir Putin (21) y Ursula von der Leyen (diez) que a Carles Puigdemont (cero). Una ausencia incomprensible. Es lo malo de los libros escritos por políticos en activo. No van a contar nada que les haga la vida más difícil. Si el lector busca encontrar una descripción detallada de lo que Sánchez ha vivido y sufrido con la perenne crisis catalana, no lo encontrará. Hay secretos que ni siquiera Houdini se atreve a contar.

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