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La mentira tiene mala reputación pero es un arma infalible en política

Feijóo a su llegada a un acto de campaña en Ciudad Real.
11 de julio de 2023 22:42 h

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La tesis de que el poder mediático es el realmente peligroso para la izquierda en la democracia liberal ha tenido un duro choque con la realidad en esta campaña. Al menos, en lo que se refiere a esos duelos decisivos que pueden dejar un sello indeleble. Pedro Sánchez se deshizo con facilidad de Ana Rosa Quintana y Pablo Motos, dos presentadores de ideas conservadoras y con amplia experiencia en la televisión. En el caso de Ana Rosa, el enfrentamiento fue tan desequilibrado que ella decidió tomarse después una semana de vacaciones. De repente, Sánchez se agigantaba en los platós, y eso que su actuación en los debates televisados de 2019 no fue precisamente extraordinaria.

Con Alberto Núñez Feijóo, Sánchez encontró un rival más correoso, tan agresivo como él e incluso más dispuesto a mentir o manipular. El líder del PP había estado discreto en sus escaramuzas en el Senado, aunque había ido de menos a más. En los dos últimos, ya estaba a la par con el presidente del Gobierno. Sánchez se vino arriba en junio y le reclamó seis debates. Feijóo sólo aceptó uno. El socialista, presionado al jugárselo todo a una carta, no se preparó para un escenario previsible. Que el candidato del PP apostara por el estilo de Pablo Casado como si él también hubiera surgido de las trincheras del aznarismo.

De todas las frases en las que Feijóo caminó por una realidad alternativa, hay una que no fue la más grave, pero sí la más reveladora. “Deje de tomarle el pelo a los pensionistas”, dijo a Sánchez. Si hay un colectivo que no puede quejarse de las medidas del Gobierno relacionadas con la inflación es el de los jubilados, cuyas pensiones han disfrutado de incrementos superiores a los de los salarios.

Feijóo alegó que su partido había votado a favor del aumento cuando en realidad votó en contra de la reforma de las pensiones que incluía subirlas al ritmo del IPC. ¿Quién tomaba el pelo a quién?

Otra frase que sin ser mentira es una falacia y define su estilo en algunos momentos del debate. “Yo tengo todo el respeto por la bandera LGTBI, pero también lo tengo por la bandera de España. ¿Qué pasa, que la bandera de España es inferior a la otra?”, dijo. Nadie ha afirmado tal cosa, pero Feijóo lo soltó con la intención de no entrar en la decisión de algunos ayuntamientos de no colocar la enseña LGTBI. No me pregunte por esa bandera, porque por encima de ella está la bandera de España y ahí se acaba la discusión, algo parecido a lo que dijo Santiago Abascal. Una versión de la falacia del hombre de paja.

Algunos en Twitter recordaron que el líder del PP utilizó a fondo la técnica del Galope de Gish, que consiste en abrumar al oponente con una rápida sucesión de “argumentos engañosos, medias verdades y tergiversaciones en un corto espacio de tiempo”. Es casi imposible refutarlo todo en un solo turno. El tal Gish era un creacionista que sólo así podía volver locos a los científicos a los que se enfrentaba.

También se le llama la ametralladora de falacias, expresión en la que palabra clave es ametralladora. No dejar respirar al contrincante, interrumpirlo cuando intenta desmontar una acusación y pasar a la siguiente.

Feijóo disfrutó del asesoramiento de un experto en las artes oscuras de la política. Se reunió el día del debate por la mañana con Miguel Ángel Rodríguez, el principal asesor de Isabel Díaz Ayuso, como lo fue de Aznar cuando este se enfrentó a Felipe González en el primer cara a cara de una campaña electoral. No es una sorpresa que Rodríguez le recomendara que fuera al ataque desde el primer momento.

Sánchez arrancó el debate de cien minutos con demasiada precipitación, como si fuera a durar sólo veinte y necesitara puntuar cada cosa que dijera el rival. Descubrió sorprendido que Feijóo no se amilanó y acabó haciendo lo mismo, pero de forma más efectiva. Inmoral si tenemos en cuenta algunas de esas respuestas, pero efectivo.

Hasta dio por hecho que Sánchez, que era un simple concejal entonces y por tanto un don nadie, tuvo una responsabilidad directa en la crisis de Caja Madrid, gobernada por Miguel Blesa, amigo personal de Aznar, y luego por Rodrigo Rato. Hay que descubrirse ante tal descaro. En esos años, Feijóo estaba en su primer mandato como presidente de la Xunta, contaba con poder institucional real y lo utilizó para promover la fracasada unión de las cajas gallegas.

Feijóo estaba eufórico el martes. “Van a perder por mucho”, dijo en Ciudad Real refiriéndose a sus adversarios. El manual dice que no conviene dar por hecha tu victoria, no sea que tus votantes potenciales se queden en casa al pensar que su voto no será decisivo. Pero a su estrategia le conviene esa moral de victoria. Los votantes que dudan hasta el final, por ejemplo entre apoyar al PSOE o al PP, tendrán más fácil autoconvencerse de que votar al segundo es lo apropiado si lo va a hacer mucha gente como ellos. El que cambia a otro partido se siente así más arropado al afrontar una decisión complicada.

Si al final el PP es el partido más votado y puede alcanzar la mayoría con el apoyo de Vox, la clave estará en otra frase de su mitin de Ciudad Real. “Para que siga Sánchez, hay varias opciones: votar al partido sanchista. A Sumar y a los 18 partidos que lo integran. A ERC. A Sortu-Bildu. A los de Puigdemont”.

Feijóo obvia a Vox y se presenta como el único baluarte ante una constelación de partidos de izquierda y nacionalistas. Hasta coloca al partido de Abascal en el bloque del enemigo al afirmar que votarle es “una broma sanchista”. Y eso que es el partido con el que ha pactado en la Comunidad Valenciana, Extremadura y Baleares, como probablemente lo hará en Aragón.

A pesar de todas esas mentiras o datos falsos, el líder del PP se permitió dar lecciones en ese mitin: “La honestidad en política es determinante”. Es insólito, pero lo dijo.

En esta legislatura el Gobierno de coalición sumaba 155 escaños, por lo que tuvo que pactar con varias formaciones para aprobar presupuestos y otras leyes. Ese apoyo no estaba garantizado. ERC y Bildu votaron en contra de la reforma laboral. También se negaron a apoyar la reforma de la ley mordaza por no incluir la prohibición de las pelotas de goma. Bildu nunca llegó a votar a favor de la prórroga de los estados de alarma en la pandemia (siempre se abstuvo a diferencia del PP, que votó a favor tres veces). Junts, el partido de Puigdemont, nunca fue un aliado fiable del Gobierno.

Este último párrafo está basado en hechos reales, pero como respuesta al discurso oficial del PP y Vox en esta legislatura no hay que suponer que sirva en un electorado consumido por la polarización. A pesar de la veneración que las redes sociales sienten por la verificación de datos (fact-checking en inglés) y por esa expresión que ha hecho fortuna como es “dato mata relato”, llega un momento en que la refutación de las mentiras deja de tener efecto si la mayor parte de los votantes ha llegado a una conclusión previa sobre la credibilidad del denunciante o del denunciado.

Es lo que pasó en Reino Unido con el referéndum del Brexit. Las mentiras se aceptan con más facilidad si confirman los prejuicios de los que las escuchan.

Es más fácil presentar al electorado desde el comienzo de la legislatura el pecado original de la colaboración del Gobierno con los independentistas catalanes y vascos, que no gozan de gran popularidad en varias regiones de España, machacarlo en cada pleno y esperar a que una decisión concreta favorable a esos diputados (los indultos o la reforma de los delitos de sedición y malversación) sea especialmente impopular entre el número suficiente de votantes del PSOE.

Sánchez habría tenido alguna oportunidad si hubiera insistido en destacar las leyes que se aprobaron con el apoyo de esos grupos parlamentarios. Machacar con ello tantas veces como fuera necesario, como la derecha le machacó a lo largo de la legislatura por sus relaciones con los nacionalistas. De hecho, lo ha mencionado en algunas entrevistas.

No lo hizo con la misma convicción y eficacia en el debate del lunes. Quizá la ametralladora de falacias, o directamente mentiras, le puso nervioso o no le dejó pensar. Tiene doce días para corregir el error.

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