Sánchez o cómo medirse ahora con la vieja política de Feijóo
La política tiene poco de misterio, pero sí ha sido fuente de inspiración de buenas novelas. Lo vivido esta semana por el presidente del PP no tiene nada de arcano, si bien en el marco de lo que se llamó la nueva política y la irrupción de noveles liderazgos que llegaron para impugnar el poder establecido hoy podría dar título a una nueva versión de Los diez negritos, de Agatha Christie. Albert Rivera, Pablo Iglesias, Pablo Casado y Pedro Sánchez. Ya solo queda uno. Todos los demás han sido engullidos por sus errores políticos, por su mala cabeza, por los pésimos resultados electorales, por las estructuras de sus partidos o por la fugacidad de la política.
El caso es que de los que llegaron para regenerar los usos y costumbres de la esfera pública, el único que sobrevive es el hoy presidente del Gobierno. Autor de Manual de Resistencia, sobrevivió a varias derrotas electorales, al cainismo de Susana Díaz, a un golpe impulsado por todo el poder territorial y los tótem del socialismo, a una pandemia de efectos socioeconómicos devastadores, a un volcán en erupción… Y, ahora, se enfrenta a las consecuencias inciertas e incalculables de una guerra en Europa.
Pablo Casado, como antes Iglesias y antes Rivera, desaparece del tablero después de haber contribuido decididamente a la jubilación anticipada de toda una generación de cargos públicos impugnados en medio de una creciente desafección hacia el sistema de partidos. La evolución del bipartidismo al multipartidismo fragmentado a izquierda y derecha, que hace tiempo se había llevado por delante las legislaturas estables y la alternancia pacífica en el poder de socialistas y populares, ha acabado por convertir en efímeros los liderazgos de quienes se creyeron llamados a inaugurar una nueva etapa de la historia de España y de sus respectivos partidos.
Casado ha sido el último en borrarse de aquella foto de abril de 2019 en la que aparecían exultantes los cuatros candidatos a la Presidencia del Gobierno que participaron en el debate electoral de las elecciones generales. En su caso, el motivo ha sido una lucha por el poder con Isabel Díaz Ayuso y la errática gestión interna de un caso de corrupción que afecta directamente a la presidenta de la Comunidad de Madrid y que aún tendrá largo recorrido en la política, en los medios y en la Justicia.
El todavía presidente del PP no midió bien sus fuerzas ni sus apoyos orgánicos, pero tampoco barruntó que, tras la pírrica victoria de los populares en las elecciones de Castilla y León del 13F, en el partido se había empezado ya a fraguar un “golpe” contra su liderazgo fruto de una coalición de enemigos íntimos -como son Ayuso y Alberto Núñez Feijóo-, pero también de un aquelarre contra su mandato orquestado por el gallego en los medios de comunicación de la derecha más virulentos.
Unos meses antes, también por los resultados de unas elecciones autonómicas y también con Isabel Díaz Ayuso al fondo del decorado, había caído Pablo Iglesias. “Los españoles me deben una”, se jactó la inquilina de Sol cuando el ex secretario general de Podemos anunció que abandonaba el Gobierno de España para enfrentarse a ella en unas elecciones madrileñas que jamás pensó Iglesias que le llevarían al ocaso. Hoy ejerce el “periodismo crítico” desde algunos medios de comunicación y de consejero áulico de la dirección de los morados.
El final político de Albert Rivera, exlíder de Ciudadanos, un líder aupado y mimado por igual por el poder empresarial y el mediático, fue aún más abrupto. Se fue un día después de las generales de 2019, tras el hundimiento de la marca que creyó sustituiría al PP como partido hegemónico de la derecha, perder en el intento 47 de los 57 escaños y dos millones y medio de votos y negarse a un gobierno de coalición con Sánchez unos meses antes, cuando entre los dos partidos sumaban 180 escaños. Los electores, el IBEX y los medios que le habían llevado en volandas a la primera línea le volvieron la espalda y acabó como “conseguidor” en un despacho de abogados del que hace unos días ha salido con cajas destempladas y amenazas mutuas de denuncias ante los tribunales.
El caso es que como único superviviente de este naufragio de liderazgos queda sólo Sánchez, probablemente el único por el que muchos no daban un euro ni por su permanencia al frente del PSOE ni por su llegada a la Presidencia del Gobierno. Desaparecidos todos y cada uno de sus hasta ahora adversarios, la vida o el destino le han puesto enfrente -si se confirma finalmente que Feijóo será el próximo líder del PP- a un hombre de 60 años y con una dilatada experiencia institucional, pero también a un habitual de los usos y costumbres de la vieja política.
El gallego obtuvo su plaza de funcionario de la Xunta con 25 años, destacó en Madrid como gestor público como presidente del Insalud, cargo para el que fue designado por su mentor Juan Manuel Romay Becaría cuando este fue ministro de Sanidad en el primer gobierno de Aznar y regresó a Galicia cuando su partido, al que no se afilió hasta el 2002, empezaba a oler a derrota electoral.
Cuentan de él que es mal enemigo, que no ha perdido nunca una batalla, que desde hace años barrunta su salto a Madrid, que de todas sus declaraciones se puede interpretar una cosa y su contraria y que jamás muestra todas sus cartas ni en la interna ni en la externa. Las etiquetas de moderado o “progre de la derecha”, que son las mismas que adornaron ingenuamente durante años al ex ministro Ruíz Gallardón, no se corresponden con la realidad de sus hechos, y tampoco con su forma de ejercer la política o de intentar controlar a los medios de comunicación, algo que promete darle no pocos quebraderos de cabeza cuando desembarque en Madrid, donde la vida política y mediática no es tan plácida como en Galicia. Y mucho menos, sin disponer del presupuesto de una administración pública.
Con todo, es el popular en activo que más mayorías absolutas acumula en su haber -cuatro- y tiene ante sí la oportunidad de que el PP deje de ser un émulo de Vox y vuelva a la racionalidad. Feijóo no es moderado ni es “el progre de la derecha”, pero tampoco es un fanático en lo ideológico, Sólo es un conservador pragmático, una cualidad con la que quizá el PP vuelva a ser un partido homologable a los de la derecha europea, que huya de la excitación y la sobreactuación permanentes en las que se instaló Casado, contribuya a bajar los decibelios del crispado ambiente político y, de paso, pueda rascar posiciones en el tablero de la centralidad política.
La Moncloa, que ha seguido estos días desde una distancia plácida la crisis de los populares, intenta restar importancia a la más que probable llegada de Feijóo al puesto de mando de su principal competidor. Más que el cambio de líder, a los socialistas les inquieta que la debilidad actual del PP haya fortalecido a un partido ultraderechista como Vox, por lo que supone para la estabilidad democrática. Y esperan que el relevo de Casado sitúe al PP en los “márgenes de la racionalidad”y “respeto institucional” de los que había abjurado el todavía presidente de los populares. Con Feijóo, confían en que se pueda retomar la negociación para renovar el Consejo General del Poder Judicial y volver la senda de los pactos de Estado en materias nucleares para el país.
La primera gran prueba a la que se enfrenta el gallego, no obstante, será la relación del PP con Vox, justo en un momento en el que se tiene que cerrar el gobierno de Castilla y León, donde el partido de Abascal es absolutamente imprescindible para garantizar la gobernabilidad, a tenor de los resultados del 13J. La decisión no es baladí porque una hipotética entrada de los ultranacionalistas en el primer gabinete regional no sólo cambiaría el paradigma de la política nacional, sino que además comprometería la estrategia de Feijóo al frente del PP.
Sea como fuere, la suerte de Sánchez, como se ironizaba hasta ahora en los cenáculos madrileños, ha dejado de ser Casado y su errática estrategia de oposición. Feijóo, con sus defectos y sus virtudes, es un rival de altura, además de todo un reto para los estrategas de La Moncloa, que tendrán que ajustar, sin duda, su carta de navegación tras el desembarco en Génova del sucesor de Fraga en Galicia.
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