Sánchez se rearma con un plan de justicia fiscal que le reconcilia con sus socios y arrincona al PP en su nostalgia de ETA
Un debate del estado de la nación no lo gana quien más grita. Tampoco quien tiene razón. A veces, la política es cuestión de audacia, de retórica, de empatía y de giros de guión. De Pedro Sánchez, ya saben, se solía decir antaño que era un político de emociones inhibidas, que apenas transmitía y que era tan hierático que no conectaba con la ciudadanía. Ha sido entrar en horas bajas, sufrir un duro revés electoral, acusar el desgaste, escuchar que el suyo es un gobierno sin alma o leer que está en tiempo de descuento, y cambiar por completo el registro y el paso. El que subió este martes a la tribuna del Congreso es un presidente que se rearma ideológicamente, que dice estar comprometido con las clases medias y trabajadoras, que apretará las tuercas a las grandes empresas, que anuncia nuevas medidas sociales para dar profundidad a la legislatura y que se reconcilia, de paso, con sus socios de coalición.
El presidente tiene un plan. Hoy es más de izquierdas y es más empático. Habla de “angustia, de frustración y del enfado de todos” como del suyo propio porque dice hacerse cargo del estado de ánimo de la ciudadanía y promete actuar en consecuencia. “Vamos a por todas” es el nuevo mantra 'monclovita'. Con el giro que escenificó ante el hemiciclo desató la euforia en la bancada socialista y, aunque en menor medida, también de los parlamentarios morados. La intensidad de los aplausos cuando anunció impuestos para las energéticas y para las entidades financieras fue visiblemente desigual. Y es que el PSOE y sus ministros se arrancaron en una ovación cerrada, que siguieron también con entusiasmo las ministras Ione Belarra e Irene Montero, pero no tanto la vicepresidenta segunda, que escatimó sus palmas. Yolanda Díaz se dedicó a tomar notas y no tanto a jalear el discurso del presidente. Hay tensión entre la Moncloa y la impulsora de Sumar.
“Mi compromiso es rotundo: iremos a por todas para defender el interés de la mayoría social”, “me voy a dejar la piel para defender a la clase media y trabajadora de nuestro país”, “no vamos a permitir que el sufrimiento de muchos sea el beneficio de unos pocos” o “los beneficios de las empresas no caen del cielo, sino del esfuerzo de los trabajadores” fueron las frases más aplaudidas de un Sánchez que reconoció que “el gran reto de país es la inflación”. Plantó cara también a las recetas de la derecha, a la que igualó con “curanderos” que sólo buscan beneficiarse de la enfermedad.
Unidas Podemos celebró las medidas anunciadas por Sánchez y le pidió que consolide ese giro que, en opinión de los morados, ha sido posible en buena medida por la presión que han ejercido ellos sobre la parte socialista del Gobierno. Y tanto el portavoz parlamentario, Pablo Echenique, como el presidente del grupo confederal, Jaume Asens, hablaron de decisiones netamente progresistas. “Somos insistentes, también cabezones, pero sabemos reconocer cuando se acierta”, decía Echenique mientras Asens destacaba que el presidente había recogido “el guante” cuando le pidieron “valentía” al escenificar con su discurso un “golpe de timón progresista” que hasta ahora parecía imposible.
Yolanda Díaz, a la que Pablo Iglesias ha vuelto a marcar el paso con el escándalo de las grabaciones de José Manuel Villarejo con Antonio García Ferreras y demostrado que aún mantiene el liderazgo moral de la parroquia morada, no había sido informada con anterioridad de las nuevas medidas que el presidente anunció a la cámara baja. La Moncloa decidió no hacerlo a conciencia, tras las declaraciones de la vicepresidenta sobre la ausencia de alma en el gabinete del que forma parte, que no fueron bien recibidas en la Presidencia del Gobierno. Sea como fuere, Sánchez se rearma con un plan de justicia fiscal que gravará los beneficios de las grandes empresas, protegerá a las clases medias con nuevas medidas sociales y le permite limar asperezas con sus socios de coalición mientras arrincona a un PP, que sigue instalado en el bloqueo y en un déjà-vu sobre ETA.
Todo esto lo logró en una jornada en la que acertó en el tono y en la que de forma inusual esta vez se respetó el uso de la palabra, no hubo algarabías ni llamadas de atención, salvo cuando el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, exhibió tres balas para recordar que 37 personas fueron asesinadas con unas similares en la valla de Melilla. El republicano fue amonestado por la presidencia y reprendido por Sánchez, que tildó de “imperdonable” el gesto. Fue curiosamente el portavoz de los republicanos quien más obligó al presidente a elevar un tono que no resultó bronco en ningún momento del debate.
Sin cuerpo a cuerpo con Feijóo
El presidente llegaba a la cita en horas bajas, pero con la ventaja de no tener que medirse con el líder de la oposición. Alberto Núñez Feijóo estuvo sentado y callado porque no tenía derecho a la palabra al no ser diputado, y tampoco quiso hacer declaraciones fuera del hemiciclo. Quizá fuera por respeto a Cuca Gamarra, que fue quien puso la voz al PP. O quizá con intención de restarle institucionalidad a un debate al que la Moncloa quería darle máxima relevancia. Su secretaria general no estuvo a la altura de la grave situación por la que atraviesa el país y tampoco de la de una primera espada acostumbrada a las lides parlamentarias. Los populares tienen el viento a favor, pero este lunes parecían noqueados con la nueva estrategia de Sánchez que, en los pasillos y con los micrófonos apagados, algunos de los suyos reconocían “acertada”.
Gamarra también pretendió dar una lección a la cámara baja al arrancar su discurso pidiendo un minuto de silencio por las víctimas de ETA y fueron los grupos, puestos en pie, en su totalidad quienes evitaron la imagen que quizá buscaban los populares. Bildu cumplió con la liturgia del recogimiento y demostró que quien no avanza no es la izquierda abertzale, sino la derecha que, con Aznar, Rajoy, Casado o Feijóo, no renuncia a usar a las víctimas con fines partidistas. En esta ocasión para la denunciar los pactos del Gobierno de Sánchez con Bildu y entre ellos el de la nueva Ley de Memoria Democrática que, en su opinión, vierte un “manto de ignominia” sobre la Transición, un tiempo que en la réplica reivindicó Sánchez, igual que la Ley de Amnistía y la Constitución.
El PP se mantiene en un laberinto del que sólo salen propuestas menores y populistas para contener la inflación –como la tan manida reducción de ministerios– críticas al ruido interno en el seno del gobierno y una sucesión de frases hechas sobre un proyecto “agotado y fallido”. Esto por no entrar en la disparatada equiparación que llegó a hacer Gamarra entre la “rebelión cívica” que siguió al asesinato de Miguel Ángel Blanco hace 25 años y la que dijo hay ahora contra Sánchez. Sobre si apoyará su partido el impuesto a las eléctricas y los bancos, ni una palabra.
Mal asunto quien intente argumentar contra los nuevos impuestos anunciados por Sánchez ante una ciudadanía a la que cada vez cuesta llegar más a fin de mes, que paga la luz y la gasolina cada día más caras y que la crujen a comisiones bancarias. A diferencia del PP, el ultra Santiago Abascal sí los rechazó.
En crisis como esta lo que menos interesa a los ciudadanos es quién ganó o perdió el debate. Ya saben todos que el formato ayuda siempre a quien maneja el BOE. Lo que se espera son soluciones a los problemas, y esta vez fue lo que dominó la jornada. Ni ruido, ni divisiones internas, ni circos parlamentarios.
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