El SOS de Musa, el gambiano que estudió, trabajó y corrió tanto para integrarse en España que no quiere esperar 520 días

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Javier Ramajo

Sevilla —

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Todos aquellos que no crean en la integración social y cultural de las personas de otro país, o que vinculen la inmigración de otra raza o color con inseguridad ciudadana, deberían sentarse a charlar un rato con Musa y conocer su historia. Una historia que empezó hace 26 años en Gambia, un pequeño país africano que acompaña al río de su mismo nombre atravesando Senegal de este a oeste antes de desembocar en el Atlántico, frente a Cabo Verde. Cuando Musa cumplió 19 años, como tantos otros miles de jóvenes de la zona quiso emigrar hacia Europa “en busca de una vida mejor” a la que tenía predestinada en su país, según justifica él mismo, sincero pese al lugar común. No eligió la ruta canaria, de la que tanto se ha hablado en los últimos tiempos antes del fracaso de la reforma de la Ley de Extranjería, sino la más larga, la que pasa por el desierto, por Mauritania y Marruecos. Su primer muro, esta vez físico, fue la valla de Ceuta. Pero el penúltimo muro que se ha encontrado, esta vez burocrático, le impide reagrupar por el momento a su familia en San Juan de Aznalfarache (Sevilla). Solo la espera para la cita para solicitar los visados es de 520 días.

Musa Krubally estudió, trabajó y peleó tanto por incorporarse cuanto antes a la sociedad española que no entiende ahora por qué tiene que esperar 18 meses simplemente para solicitar una documentación para su esposa y su hija, y que puedan comprar los billetes de avión para formar con ellas el hogar en España que él viene preparando. Pese a haber dado todos los pasos, y más, y haber corrido tanto para su integración en nuestro país, en septiembre de 2023 le dieron cita en el Consulado de España en Dakar para febrero de 2025, justo cuando Mariama, su hija, cumplirá dos años.

Sólo la ha podido besar y abrazar una vez cuando, desesperado, rogó a su jefe que le adelantara las vacaciones para poder conocerla personalmente en un poblado cercano a la ciudad de Farafinne (Gambia). Fue el pasado mes de abril. “Necesitaba hacer ese viaje”, confiesa, para coger fuerzas y seguir armándose de paciencia para que la burocracia haga finalmente su papel, más pronto que tarde, y con el temor que surja alguna otra barrera documental que pasar. “La no presentación de alguno de los requisitos puede producir denegación en su solicitud”, se le advierte en aquella comunicación enviada por correo electrónico el 25 de septiembre de 2023. “No es posible adelantar la cita, hay muchas en espera”, le escribieron luego escuetamente desde la Oficina Diplomática de España en Gambia.

Musa llegó a España en 2017 y pasó por todos los lugares y trámites por los que pasan casi todos los jóvenes migrantes que buscan suerte en el viejo continente. Unos meses en el CETI y luego a un centro en Córdoba de la mano de una asociación (Accem en su caso). En su país no pudo estudiar, pero en Andalucía tenía claro que quería aprender, lo primero, el idioma español, para luego seguir estudiando. Estudiar era su obsesión, una especie de venganza por lo que no pudo hacer en su país pero con qué fin tan noble. Otros compañeros se fueron al campo, o siguieron la trayectoria migratoria hacia el norte de Europa, en busca directamente de un trabajo. “Yo quería aprender español, sobre todo”, recuerda.

Toda una carrera

A finales de 2018 llegó a Sevilla donde, con la ayuda de la asociación San Vicente de Paúl, se hizo definitivamente con el perfecto castellano que habla ahora y se fue formando para poder trabajar en el mantenimiento de edificios mientras vivía en un centro de acogida. Paralelamente, aprobó en año y medio la Educación Secundaria para Adultos (ESA), obtuvo los “papeles”, encontró un trabajo estable (ahora tiene dos), se hizo con el título de soldador, se sacó el carné de conducir y dispone de su propio coche para, actualmente, ir a trabajar a una empresa “grande” en Sevilla Este, donde disfruta cada jornada de “muy buen ambiente” con sus compañeros.

Es de recordar: tiene 26 años y hace siete se jugaba la vida saltando una altísima valla fronteriza con el solo objetivo de estudiar, trabajar y enviar dinero a su familia, como viene haciendo puntualmente, aunque por entonces no estaba casado ni tenía una hija. Fue en abril de 2022 cuando, ya independiente y tras reunir el dinero, volvió a casa para casarse con su novia de siempre, Sarjo. Menos de un año después nació Mariama, a la que ha visto el 99% de su corta vida a través de la pantalla del móvil. De su niña repasa mentalmente cada día su recuerdo, que asoma en su sonrisa tras haberla podido amasar durante un mes en Gambia después de un largo viaje (Sevilla-Madrid-Dakar-Farafinne) solo para disfrutarla en vivo.

Al poco tiempo de su nacimiento, Musa inició los trámites para la reagrupación familiar. “Todo iba bien. Ya tenía hasta sus NIE”, recuerda el joven, y a los seis meses llegó la deseada autorización familiar por parte de la Oficina de Extranjería de la Subdelegación del Gobierno en Sevilla para reunirse en España con su esposa y su pequeña. Los servicios sociales del Ayuntamiento de San Juan también habían dado el visto bueno a todo y a su casa, en el barrio alto de San Juan, futuro hogar familiar junto a Sargo y Mariama. Abonó la pertinente tasa y ya sólo faltaban los visados.

Y ahí fue cuando Musa se topó con la burocracia, como ya hemos dicho, no más alta que aquella valla pero si muy alargada en el tiempo. Eso al menos opina él, que es una demora excesiva, y así se lo ha hecho saber a diferentes estamentos e instituciones. Todos parecen comprender su desesperación, pero la respuesta es que no hay suficiente personal y que sería injusto romper el riguroso orden de las citas, comenta el propio Musa según lo que le han transmitido. Fuentes del Ministerio de Asuntos Exteriores de España dicen a este medio que de los avances de los trámites se les informa exclusivamente a los afectados.

Escasez de personal

“Hay países que no tardan tanto en dar ese tipo de citas. Nos han dicho que hay muchos inmigrantes pidiendo reagrupación y que no hay gente suficiente en el Consulado. También nos han pedido que no mandemos más correos electrónicos, que no sirve de nada”. Cuando Musa habla en plural incluye a Pilar Medrano, presidenta de Guzmán Abierto, a quien conoce desde hace años y de quien habla maravillas por haberle ayudado en su ya larga estancia en España. Junto con sus compañeras Rosa y Hélène, han acudido y llamado a todas las puertas a su alcance. Musa ha huido incluso de alguna oferta para acelerar la reagrupación por la parte de atrás. Él quiere hacer las cosas bien, pero no entiende que tenga que esperar tanto. Siente dentro “como daño”, al que suma impotencia: “No puedes hacer otra cosa” pero “es difícil”, resume.

En el pequeño pueblo a cinco kilómetros de Farafinne siguen esperando que se resuelva el papeleo tanto su esposa, de 23 años, como su hija, que pregunta por su padre tras haber podido conocerlo hace apenas tres meses. La abuela trabaja vendiendo fruta. “A mi regreso de Gambia yo estaba muy mal, sin ganas de nada. Pero estar en la cama no ayudaba y había que levantarse”, relata de esa breve etapa desalentadora a su vuelta de su país.

Hace ya unos meses, resumió así su situación ante el Ministerio de Exteriores: “Considero incomprensible que habiéndoseme concedido el permiso para poder realizar la reagrupación familiar por parte de la Oficina de Extranjería de la Subdelegación del Gobierno en Sevilla, se me prive de este derecho por el retraso en la concesión de citas por parte de un organismo público del Estado Español como es el Consulado de Dakar. Y sobre todo, considero que debería primar el derecho de mi hija como menor de edad, a crecer al amparo y bajo la responsabilidad de ambos progenitores, derecho del que se le está privando al no poder convivir con su padre, quien le puede proporcionar lo necesario en cuanto a alimentación, vivienda, educación y afecto necesarios para su desarrollo”.

“Sé bien lo que es querer estudiar y no poder”

En Sevilla, Musa compagina su tarea de soldador con otro trabajo de conserje en un bloque de vecinos los fines de semana con el que ganar algo más de dinero para enviar a su familia hasta que llegue el ansiado momento en que juntos puedan comenzar a vivir juntos en Sevilla. Él “aprovecha” cada momento para “seguir aprendiendo, seguir formándome”, en aquellos momentos que sus trabajos se lo permiten, repite incesantemente

“Se me dan bien los estudios. Sé bien lo que es querer estudiar y no poder. Aquí he tenido la oportunidad y la he aprovechado”. Tiene empezado un grado medio en instalación de telecomunicaciones, pero optó por dejarlo cuando puso “en regla” su documentación en España porque necesitaba trabajar. Esa es la vida de Musa: estudiar, trabajar...y ahora esperar. Esperar a que acabe bien el interminable papeleo para empezar a disfrutar de esa “vida mejor” que inspiró su primer viaje y que quiere empezar cuanto antes con su esposa y su pequeña después de haber dado muestras más que suficientes de su integración y de su compromiso con la sociedad de su nuevo país. Mientras, 3.500 kilómetros al sur, Mariama va creciendo día a día.

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