Méndez de Vigo, una sonrisa amable con mano firme
Cuando Íñigo Méndez de Vigo se hizo cargo del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en 2015, tenía a toda la comunidad educativa enfadada. Wert, el ministro peor valorado, había aprobado la Lomce a rodillo y había dejado en su camino a París incendios y huelgas.
Mariano Rajoy necesitaba un perfil más dialogante. Era difícil conseguir consenso, aunque también era difícil tener más enemigos que Wert. Llamó a Íñigo Méndez de Vigo, un desconocido en la política española que venía de Europa pero un hombre de partido –ingresó en el PP en 1989–. Afable, veterano y fundamentalmente leal al Gobierno.
Este aristócrata de 60 años –barón de Claret– está acostumbrado a la diplomacia y la política de pacto. Ha estado en la Unión Europea 17 años y habla inglés, francés y alemán. Ocupó la Secretaría de Estado para la Unión Europea, adonde llegó de la mano de su amigo José Manuel García Margallo, que ha quedado fuera del Gobierno.
Méndez de Vigo hizo lo que Rajoy esperaba de él: un triple mortal. Que la contestada Lomce se deglutiera sin más explosiones. Sonreír y apretar manos sin moverse ni un centímetro. Para la parte dura, el ministro eligió de número dos a un perfil con mano de hierro mientras él retomaba la agenda de reuniones con profesores, sindicatos, autonomías y alumnos abandonada por Wert.
El barón agitó el mantra del consenso y del diálogo. A la vez, ha reiterado con firmeza que la Lomce y las reválidas no se tocan –los cambios escenificados por Rajoy en el debate de investidura ya estaban previstos por la ley–. Las innovaciones respecto a su predecesor han sido mínimas: deshizo el modelo de examen único que pensó Wert para las reválidas, devolvió las ayudas de libros y retocó los programas Erasmus. De hecho, le han hecho tres huelgas mientras ha estado de ministro, la última y más importante, la de las reválidas. Ya hay otra convocada para el 24 de noviembre.
Esa experiencia en apagar fuegos y defender el Gobierno sin perder la sonrisa le lleva ahora a ser la cara del Ejecutivo y quien informará todos los viernes de los acuerdos del Consejo de Ministros. Rajoy le premia así por hacerse cargo de uno de los ministerios más denostados. Sus decisiones no han satisfecho a los detractores de la Lomce, su acción no ha sido nada reformista, pero ha calmado ánimos haciendo ver que está abierto a escuchar aunque nada cambie.
En su siguiente etapa dirigiendo la política educativa tiene una primera misión: aprobar una orden ministerial que desarrolle las reválidas e iniciar el camino para el Pacto por la Educación que todos los partidos han prometido en sus programas. Como cara del Gobierno, enseñar su perfil afable mientras gestiona la comunicación de las duras decisiones y recortes que aún quedan por hacer.