De Pell a Guerrero: la 'maldición' del responsable de las finanzas vaticanas
La Torre de San Juan es uno de los edificios más antiguos del Vaticano. Hoy, sin embargo, acoge a una de las instituciones más novedosas de la Santa Sede, la Secretaría de Economía, órgano creado por Francisco el 24 de febrero de 2014 para poner orden en las maltrechas finanzas vaticanas, lastradas por las sucesivas polémicas a lo largo de su reciente historia, y salpicadas por multitud de escándalos, relaciones mafiosas, banqueros corruptos y malversación de fondos. Y, ahora, por la inesperada marcha (oficialmente por motivos de salud), del jesuita español Juan Antonio Guerrero, uno de los principales apoyos de Francisco en el interior del Vaticano, y que ha dejado su lugar a otro español, Maximino Caballero, un experto en finanzas que, además se ha convertido en el segundo laico en ser considerado ‘prefecto’ –el equivalente a ministro vaticano–, un puesto tradicionalmente reservado a cardenales o arzobispos.
En su carta de despedida, el jesuita dejaba caer algunas de las dificultades de este puesto, el más relevante en el actual organigrama vaticano: “Hemos experimentado que en el proceso de reforma hay pasos hacia adelante y pasos hacia atrás, pero a medida que pasan los años vemos un progreso real. Ahora no estamos en el mismo punto en el que empezamos. En cualquier caso, sabemos que ser un órgano de control siempre implica estar en una posición incómoda para quienes son controlados”.
Del Vatileaks a Becciu: los escándalos a cuenta del dinero
Nada nuevo bajo el sol. Cuentan que, precisamente, la cuestión económica fue una de las razones que arrastraron a Benedicto XVI a presentar su renuncia en febrero de 2013. El escándalo de la filtración de documentos secretos (conocido como Vatileaks) puso fin al mito de los impenetrables muros vaticanos. La elección de Bergoglio vino a confirmar la necesidad de cambios profundos en la estructura de la Curia, y un mayor control, al menos, en tres aspectos: la pederastia, el clericalismo y la corrupción. Tres puntos clave para entender el pontificado de Francisco, y la actuación de las fuerzas ocultas –dentro y fuera del Vaticano– que pretenden acabar con cualquier atisbo de reforma.
“Este parece un cargo maldito”, cuenta un eclesiástico con varias décadas de trabajo en la curia vaticana al referirse a la Secretaría de Economía, un dicasterio –lo que podría considerarse el equivalente a un ministerio vaticano– que, desde la reforma de la Curia aprobada por el Papa este mismo año, se ha convertido en un ‘superministerio’ que controla todos y cada uno de los euros que llegan, y salen, del Estado vaticano. ¿Por qué? Porque todos sus responsables, y quienes estaban cerca de ellos, han caído en desgracia, por errores propios o buscados.
El primer prefecto de Economía vaticano fue, ni más ni menos, que el cardenal australiano George Pell, quien tuvo que dejar su puesto tras ser acusado, juzgado, condenado y enviado a prisión por casos de pederastia en su país de origen, allá por los años 70-80. Francisco también le prohibió el ejercicio público del sacerdocio, apartándole de toda responsabilidad en el Vaticano, donde también ejercía como miembro del G-9 (el grupo de cardenales que ha asesorado al Papa en el proceso de reforma de la Curia). Finalmente, tras más de un año en prisión, la Corte Suprema de Australia anulaba su condena, y Pell retornaba al Vaticano, aunque no regresó a la Secretaría de Economía.
Durante su mandato, estallaron toda una serie de escándalos con algunos de sus principales colaboradores, en un nuevo caso de filtraciones conocido como Vatileaks II y que implicó, entre otros, al español Lucio Ángel Vallejo Balda y a Francesca Chaouqui, cuyo nombre ha vuelto a aparecer en el, hasta ahora, último macroescándalo en el interior de la Santa Sede: el juicio contra el cardenal Angelo Becciu, anterior sustituto de la Secretaría de Estado –una especie de 'número tres’ del Vaticano– por malversación de fondos del Óbolo de San Pedro –fondos enviados por iglesias de todo el mundo para que el Papa lo destinase a los más pobres– para la creación de una diplomacia paralela, y por la compraventa del lujoso palacio de Sloane Avenue, en Londres. En las últimas semanas, se ha sabido que Becciu llegó a grabar una conversación telefónica con el Papa para intentar implicar a Bergoglio en la trama. El caso sigue abierto.
Una institución que maneja decenas de miles de millones
Tras la marcha de Pell se generó un vacío de poder que fue utilizado por algunos –entre ellos, por el propio Becciu, a quien el cardenal australiano culpa de haber fabricado pruebas falsas en el proceso por abusos en su contra– para tratar de volver a tomar el control de las finanzas vaticanas. Un tesoro muy preciado, por más que en los últimos años, debido a la pandemia (y a que grandes benefactores, especialmente norteamericanos, cortaron el grifo por la apertura de Francisco en temas relacionados con la moral sexual), el déficit de la Santa Sede llegó a alcanzar los 300 millones de euros.
Y es que, según varias investigaciones, el Estado vaticano cuenta con entre 10.000 y 15.000 millones de dólares en activos. Sólo en Italia, la Santa Sede tiene acciones por valor de 1.600 millones de dólares. Eso sin contar con las ingentes propiedades con las que cuenta la Iglesia católica en todo el mundo, o la financiación que recibe de los distintos estados del globo por llevar a cabo su labor –en España, Europa Laica cita en más de 11.000 millones de euros la cantidad que la Iglesia recibe de las arcas públicas en distintos conceptos–.
Pocos meses antes de renunciar, Guerrero admitía que la Santa Sede se estaba “descapitalizando” cada año en unos 20-25 millones de euros y calificaba como “problema eclesial” escándalos como el del Palacio de Londres. En su presupuesto para este año, los ingresos del Vaticano se habían incrementado de 248 millones a 1.093, aunque los costes habían pasado de 315 millones a 1.096 millones de euros. Con la mirada puesta en 2023, Guerrero veía una situación difícil, amplificada por la guerra en Ucrania y la crisis mundial que ha alcanzado también a la Iglesia.
En su última comparecencia pública, que tuvo lugar a finales de octubre en Madrid, el prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede aseguraba que su misión era “un trabajo en proceso, que no es lineal, con muchos pasos adelante y atrás”.
Falta de credibilidad y de transparencia
Haciendo un repaso del pasado de la economía vaticana, pero tal vez atisbando su futura renuncia y sus implicaciones, Guerrero señalaba cómo “en el IOR (Banco Vaticano) se han producido bastantes escándalos financieros”, desde el famoso Marcinkus, el Banco Ambrosiano o Roberto Calvi, con imágenes rescatadas por el mismísimo Francis Ford Coppola en El Padrino.
“La economía del Vaticano es una economía de gastos. Cada dicasterio es un órgano de gastos. Todos gastan y ninguno ingresa”, bromeaba el jesuita, quien trató de insistir en que “no siempre en el Vaticano nos regimos por criterios económicos”.
¿Y cómo se financia la Santa Sede? “Por los Museos Vaticanos y el IOR, así como por los donativos, con la ayuda de las iglesias particulares, congregaciones religiosas y fundaciones, y también de los fieles por el Óbolo de San Pedro”, que ha sufrido “algunas inversiones fallidas, que han restado bastante credibilidad a la economía de la Iglesia”. “La Santa Sede poco a poco se descapitaliza”, lamentó.
¿Cuál es la herencia que recibió Francisco? Recordando al cardenal Wyzinski, Guerrero destacó que Juan Pablo II “había sido un santo, pero probablemente un pésimo gestor”. Hubo muchos escándalos en el IOR durante el pontificado de Wojtyla, y Benedicto “tampoco supo frenar otros escándalos, como el Vatileaks, aunque puso las primeras piedras para la reforma”.
Precisamente, en las conversaciones previas al cónclave, apareció “con cierta fuerza” la situación económica, y “escándalos que eran puntuales, pero que debilitaban la imagen de la Iglesia”. Tras el nombramiento de Francisco, comienzan los cambios, no sin ciertos retoques, y marchas atrás. “Se van viendo errores, y se modifican”, explicó Guerrero, quien relató algunos de los cambios, y de los organismos creando, y que van funcionando. Entre ellos, la Secretaría de Economía, que vigila y supervisa las compras, lleva la dirección de recursos humanos y controla el Óbolo de San Pedro, entre otras muchas cosas.
“Necesitamos una administración ejemplar”
“Queremos una economía que sirva a sus fines, pero sobre todo que sirva a la evangelización, que sea una economía para la misión”, finalizaba el ya ex prefecto, insistiendo en que el balance no puede ser “puramente económico”, sino orientado a la misión. Escándalos como el del palacio de Londres que, confesó, le pilló de lleno recién llegado, no hicieron sino convencerle de esta necesidad. “Si queremos hacer esto, no podemos blindarnos como propietarios de grandes edificios”.
“Necesitamos una administración ejemplar para evitar los escándalos, que debilitan la misión, y recuperar la credibilidad”. “Debemos admitir que no hemos sido buenos gestores”, señalaba. “En economía, la transparencia nos protege más que el secreto. Hemos vivido demasiados secretos en la economía de la Iglesia”. También, trazabilidad. “Que todo lo que hacemos deje huella”. Y, siempre, que “todo deje un registro contable”. Y, cómo no, la sobriedad. “No podemos aparecer con demasiados lujos. Hay una estética del Evangelio”. La justicia (pagar salarios justos) o la profesionalidad, son indispensables. También, “necesitamos buenos consejeros” porque “hay pájaros que vuelan” buscando patrimonio.
“Una cosa es cambiar las reglas, y otra cambiar la cultura”, finalizó Guerrero. “En la Iglesia sabemos que el fariseísmo existe. Podemos tener las mejores reglas, pero si no cambiamos el corazón, nuestra economía no será una economía por el Evangelio”. Al menos, Guerrero no podrá ver concluido su trabajo desde la Torre de San Juan. Su sucesor, amigo de la infancia en su Mérida natal, tendrá que completar la misión. O, al menos de intentarlo. Pues ya no son pocos los que, medio en broma medio en serio, aseguran que el dicasterio económico del Papa está poco menos que maldito.
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