La telemedicina maquilla el colapso de la Sanidad pública y se convierte en un negocio para la privada
Dolores, de 89 años, ha llamado a su médico porque últimamente tiene los ojos muy mal. Cuando describe sus síntomas desde el otro lado del teléfono los identifica con “una conjuntivitis”, pero hace tiempo que le diagnosticaron un glaucoma grave que debe tratarse de forma presencial para que no derive en una ceguera. “Menos mal que me vieron en persona, porque yo no sé explicarme”, admite.
Aún así, desde el comienzo de la segunda ola ha tenido varias consultas rutinarias por llamada para limitar al máximo las visitas al hospital. “El problema es que no oigo bien”, continúa. “La pobre médico de cabecera me tiene que llamar dos o tres veces para repetirme las fechas y al final me mandan las citas por correo postal”, cuenta Dolores.
Al otro lado de la línea se encuentran profesionales como María, una médico residente de familia en Madrid que cada día atiende a pacientes que no terminan de manejarse bien con el teléfono. “Me pasa mucho con gente mayor”, desvela. La atención a distancia es “útil para consultas de resultados siempre y cuando la persona se maneje bien en conversación telefónica, pero eso no siempre es así”.
Desde el inicio de la crisis de la COVID-19 la telemedicina se ha instaurado como alternativa a la congestión de las consultas presenciales y a los posibles contagios entre pacientes de riesgo. Sin embargo, aunque la carga de trabajo se refleje en una lista telefónica en lugar de la sala de espera, María no cree que haya aliviado el colapso en la Atención Primaria.
En su centro de salud, situado en Vallecas, ella y sus compañeras hacen una media de 40 o 50 llamadas todos los días. “La telemedicina no nos libera de carga de trabajo porque el tiempo que inviertes en un paciente es el mismo o incluso más. Nos supone muchísimo rato de conversación telefónica”, admite. Además, “tiene una parte estresante porque no sabes si te estás haciendo entender bien al otro lado”, comenta sobre la falta de comunicación no verbal.
Ellas solo cuentan con una línea de teléfono, pero muchas veces esta simple vía ya supone una “brecha digital” para muchos pacientes. “Para mí esa es la principal desventaja, además de que hay muchos problemas de salud que necesitan una exploración física y puede que estemos haciéndolo menos de la cuenta”, reconoce. En la Comunidad de Madrid, a diferencia de otras, el protocolo de Salud Pública no les permite recibir fotos de los pacientes ni usar aplicaciones de mensajería o videollamada: “Incluso mandar informes por correo está limitado”, se lamenta. Pero, en el fondo, tampoco cree que estos avances fueran a flexibilizar el acceso a la sanidad pública para quienes ya se encuentran fuera de la era de la telemedicina.
"La telemedicina no nos libera carga de trabajo porque el tiempo que inviertes en un paciente es el mismo o incluso más. Nos supone muchísimo rato de conversación telefónica y tiene una parte estresante porque no sabes si te estás haciendo entender bien"
“De mis pacientes, casi ninguno tiene una cámara de calidad suficiente como para mejorar el diagnóstico”, cuenta María. “Al final este tipo de innovaciones tecnológicas dejan de lado a quienes suelen necesitar más atención médica y no pueden acceder a ellas, ya sea por edad o por nivel socioeconómico”, argumenta, así que “no sirve de nada que demos facilidades a quienes menos lo necesitan”.
A diferencia de María, otros profesionales han visto ventajas a este sistema desde el primer día de la pandemia. El Hospital Sant Pau de Barcelona, de gestión público-concertada, puso en marcha un programa piloto de consulta no presencial que la pandemia de coronavirus aceleró “de forma súbita”. Hector Corominas, el director de Reumatología, fue de los primeros en hacer uso de él junto a compañeros de Endocrino y Ginecología. “Si no requiere una exploración, ahorra tiempo al enfermo”, defiende el doctor.
Durante estos meses han descubierto su utilidad, por ejemplo, para el seguimiento de embarazos avanzados, la monitorización de resultados de análisis o para consultas rutinarias de patologías conocidas por el paciente. En definitiva, “el requisito exigible no depende tanto de la enfermedad como de la estabilidad del enfermo”. Si empeorase, asegura que le convocarían de urgencia para una cita presencial.
“Hemos dividido en dos las agendas para estratificar a los pacientes según necesiten una consulta en persona o les valga con una videollamada, cuenta Corominas, que confía en poder seguir usándolas después de la pandemia. En ese momento, calcula, casi un 30% de las citas médicas se hará a través de cámaras y en tiempo real. ”La telemedicina no viene a sustituir la visita médica, sino a complementarla, es un fleco“, tranquiliza. No en vano, él también le encuentra varios defectos en la línea de los mencionados anteriormente: falta de accesibilidad tecnológica y la misma congestión hospitalaria.
“Necesitaremos un cambio generacional para que estos avancen empiecen a estar integrados por la sociedad”, reconoce Corominas. Al igual que María, piensa que “los pacientes se ahorran costes de desplazamientos” pero ellos no ahorran tiempo en el acto médico: “Nuestra intención para nada es minimizar las visitas ni hacerlas más breves”, dice el director de Reumatología. Al contrario, como ilustra la médico de familia madrileña: “El factor más limitante en nuestro sistema es el humano y, mientras no haya más personal, las listas de espera van a ser las mismas aunque las consultas se hagan por teléfono”.
"La telemedicina no viene a sustituir la visita médica, sino a complementarla, es un fleco y nuestra intención no es minimizar las consultas ni hacerlas más breves"
Los pacientes, los más reacios
Una de las principales quejas de los pacientes durante la pandemia de COVID-19 ha sido la pérdida de contacto humano en las consultas. Un perjuicio conyuntural que temen que se instaure en las estructuras médicas con la llegada de la telemedicina. Carmen Flores, directora del Defensor del Paciente, ha recogido estas reclamaciones en su asociación pero también asuntos más graves como denuncias por negligencias o malas praxis. “La personas se sienten mal tratadas porque muchas veces ni siquiera les dicen quién les está atendiendo al otro lado de su centro de salud”, critica Flores.
Asegura que, en los 23 años que lleva al frente del colectivo, nunca ha escuchado tantos “horrores” relacionados con las consultas telefónicas. “Si el médico, que es un ser humano que se equivoca, ya hace diagnósticos erróneos en persona, imagínate por teléfono”, infiere. “Yo entiendo que sea más cómodo para la administración, pero la disponibilidad de los profesionales debe ser siempre presencial porque la confianza solo se obtiene cara a cara y porque hay patologías que solo se ven desde la cercanía”, valora. La Defensora del Paciente opina que se está abusando de este sistema y que “fracasaríamos como ciudadanía si lo permitimos de aquí en adelante”.
Además, considera también que este sistema discrimina a las personas mayores, a la gente de las áreas rurales y a los que no tienen un nivel socioeconómico suficiente para permitirse un teléfono con cámara y menos aún una tablet. “El léxico que usa el médico es complicado y muchas veces tiene que completarlo con imágenes o información no verbal, así que escucharle pero no verle no avanza en nada”, razona Flores, por lo que parece que “la pretensión es ir hacia una medicina fría y que desprotege a los pacientes”.
El trozo de la tarta que se lleva la medicina privada
Mientras que en la asistencia pública se suceden estos debates y temen un segundo colapso por los casos de COVID, las aseguradoras y los hospitales privados ofrecen este servicio telemático prometiendo poner en bandeja a sus clientes “consultas sin esperas”. Cada vez son más las que se suman a la telemedicina como reclamo y usan todos los medios a su alcance para promocionarlo. “Estos anuncios pueden causar un perjuicio gravísimo para el sistema si las personas que no tienen medios se piensan que las consultas privadas son la panacea, sobre todo si les dan cita de un día para otro”, piensa Carmen Flores.
En su opinión, esto sucede porque la “administración lo consiente”, pero “cuando hay una patología costosa de verdad, la privada la deriva a la sanidad pública”. Lo mismo piensa Mario Fontán, residente en Medicina Preventiva y Salud Pública y excoordinador de la plataforma ARES. “La naturaleza de la privada es atender solo lo que le reporta un beneficio económico, por eso no ayuda a la pública con simbiosis, sino que la parasita”, describe.
Alerta de que estos anuncios generan “fascinación por su oferta de servicios y por su inversión en tecnología”, pero no “repercuten en una menor mortalidad”. De hecho, mientras que los hospitales privatizados promocionan sus avanzadas aplicaciones, “algunos públicos siguen funcionando con papel y sin las dotaciones básicas”. “No equipar a la sanidad pública no es solo una cuestión de marketing, ya que dejas que su imagen se deteriore a ojos de la ciudadanía mientras que los gurús de la privada juegan a fascinar, sino que es una decisión política”, replica Fontán.
Sin embargo, también cree que si los centros de salud y hospitales públicos contasen con una tecnología puntera, solo levantarían más muros con la gente que no pudiese replicar esa misma tecnología en su casa. “Quizá muchos vivimos en nuestra burbuja, pero la telemedicina añade una barrera en el acceso al sistema”, cree este médico de preventiva.
Además, en lo que concierne a su especialidad, cree que hay que mantener el difícil equilibrio entre no exponer a la gente al virus y dejar de prevenir ciertas patologías no COVID-19. “Debe servir para aligerar procesos al paciente, pero no para descuidarle, ni ponerle más trabas”. Al final, como resume la defensora del paciente, la pandemia “ha servido para darnos cuenta de que nuestra sanidad no era tan pública como pensábamos, ni tan universal”.
10