Coches y caravanas: cientos de trabajadores no pueden permitirse pagar una casa en California
Una fotografía, arrugada y descolorida, muestra a una niña de 13 años, Vallie Brown, sonriendo tímidamente a la cámara mientras hace el gesto de apartarse el cabello del rostro. La niña está de pie delante de lo que se identifica como la parte trasera de una furgoneta. Lleva un traje de baño blanco de una sola pieza y a simple vista, parece que acaba de regresar de un día de sol en la playa.
Si observan la fotografía de Brown, pocas personas podrán intuir que la niña de la imagen vivía en esa furgoneta con su madre, y que todas las noches, cuando oscurecía, se acurrucaba en los asientos traseros para dormir. De hecho, llevaba ese bañador debajo de la ropa porque tenía que asearse en las gasolineras más cercanas.
Más de cuarenta años después de que fuera tomada esa fotografía, y mucho antes de que los datos oficiales confirmaran sus sospechas, Brown se dio cuenta, a partir de la experiencia que vivió en su niñez, de que la crisis de vivienda en California había dado otra vuelta de tuerca: que las vicisitudes de su familia durante su niñez son ahora la dura realidad de muchas personas.
“Reconocí las señales”, explica Brown, que se ha convertido en una legisladora de San Francisco. “Cuando ves una furgoneta o un coche con las cortinas levantadas, una toalla enrollada en la ventana que sirve para tener algo de privacidad, las puertas abiertas, o un montón de cosas en el vehículo, o que están ventilando la ropa [es señal de que viven allí]”.
A lo largo y ancho del área de la Bahía de San Francisco, esta realidad se esconde a plena luz del día; los vehículos se han convertido en refugios. Algunos, como apuntaba Brown, son fácilmente reconocibles: un vehículo sobrecargado de pertenencias y con las ruedas que parece que vayan a hundirse, una furgoneta con una ventana con cinta adhesiva o una caravana tan anticuada que no parece funcionar.
Otros vehículos, en cambio, podrían pasar por el coche de un vecino: un Lexus sedán 2006 en perfecto estado, o un coche último modelo que está limpio para poder ser utilizado en desplazamientos de Uber y Lyft.
Según las autoridades de San Francisco, en la actualidad unas 1.794 personas viven en sus vehículos, lo que representa un aumento del 45% en comparación con el último registro de personas sin hogar realizado en 2017.
Al otro lado de la bahía, en Alameda, el condado donde se encuentra la ciudad de Oakland, las autoridades han calculado que 2.817 personas viven en vehículos; más del doble de la cifra de 1.259 registrada en 2017.
A lo largo de los últimos 10 años, California ha construido menos de la mitad de las viviendas que serían necesarias para cubrir el crecimiento de la población, lo que ha creado una escasez que ha hecho subir el precio de compra y de alquiler. El precio medio de una vivienda en san Francisco ya supera los 1,7 millones de dólares y el alquiler medio de un apartamento con salón y una habitación es de 3.700 dólares mensuales. En este contexto, la cifra de personas sin hogar ha aumentado un 17% en San Francisco y un 43% en Alameda. Solo en Oakland se registra más de la mitad del total de personas sin hogar del condado.
En otras partes de California el aumento de la cifra de personas sin techo ha sido similar. El condado de Los Ángeles registró un aumento del 12% durante el último año, con casi 59.000 personas sin hogar más en todo el condado. Las autoridades señalan que 9.981 automóviles, furgonetas, vehículos recreativos y caravanas se han convertido en el hogar de la escalofriante cifra de 16.525 personas. Algunas ciudades como San Francisco y Berkeley han optado por prohibir que en ciertas calles puedan aparcar vehículos de gran tamaño. Como consecuencia de esta medida, algunos vehículos que son en realidad el hogar de personas sin techo terminan siendo multados o se los lleva la grúa. Ciudades como San Francisco y Oakland han creado zonas de estacionamiento seguro, donde las personas con vehículos que se ajustan a ciertos parámetros pueden dejar sus pertenencias sin temor a que se apliquen las leyes por un período de tiempo determinado.
Olvídate de la tienda de campaña
El hecho de convertir un vehículo en un improvisado hogar no es un fenómeno nuevo, especialmente en esta parte de la Costa Oeste de Estados Unidos, donde el clima es más moderado que en otras partes del país. Brown y su hermana mayor vivieron en una camioneta en distintos momentos de los años setenta mientras su madre trabajaba para ahorrar dinero y poder pagar el alquiler del siguiente apartamento. “Tenía trabajos esporádicos y nos mudábamos mucho, y por lo general era porque no podíamos pagar el alquiler”, explica Brown: “Solíamos recogerlo todo y mudarnos antes de que nos echaran”.
Las organizaciones que abogan por viviendas más asequibles señalan que la cifra de personas sin hogar va en aumento. La población transeúnte es difícil de contabilizar, y los que viven en sus vehículos lo son aún más debido a su movilidad. Sin embargo, precisamente porque lidian con esta realidad a diario, los activistas saben que muchas de ellas se han quedado sin hogar recientemente, y que luego se quedarán atrapadas en este tipo de vida. Algunas tienen hijos. Algunas tienen trabajo estable y dinero ahorrado, pero no lo suficiente para poderse permitir un alquiler en California.
“Cada vez son más las personas con bienes y un medio de subsistencia que se están quedando sin hogar, lo que da mucho miedo”, señala Jeff Kositsky, director del Departamento de Personas sin Hogar y Vivienda de Apoyo de San Francisco. Puntualiza que muchos de los vehículos recreativos que ahora sirven de hogar, por ejemplo, cuestan bastante dinero. “[Sus dueños] son claramente personas con algún tipo de activos, una situación muy diferente a la del tipo acurrucado en una manta que duerme en la puerta de un edificio”, añade.
Roberto López, de 44 años, entra en la nueva categoría de personas sin techo. Gana 25 dólares la hora trabajando en la construcción, y suele trabajar unas 40 horas semanales. A pesar de tener trabajo, vive en la calle desde que hace dos años se quedó sin piso. “Pensé que encontraría otro piso sin problema pero no había nada por menos de 2.000 dólares mensuales”, lamenta.
Amistoso y conversador, López se apresura a saludar a los extraños que entran al campamento. Esboza una gran sonrisa y hace bromas con otros residentes del campamento que pasan por allí, y se le forman arrugas de expresión en el extremo de sus ojos. “Hemos conseguido crear algo especial”, afirma López. “Y es algo increíblemente positivo”, explica.
El campamento consta de decenas de furgonetas, coches, vehículos recreativos y remolques, que forman un círculo junto a algunas chabolas y estructuras de madera contrachapada. Han instalado una cocina comunitaria y un basurero. En la cerca que rodea el solar uno de los residentes ha colgado ropa que, junto con otros objetos, vende a 1 dólar la pieza.
La familia de López llegó a la conclusión de que si ha decidido vivir en estas condiciones tiene que ser alcohólico o adicto a las drogas. “Lo cierto es que empecé a tener este estilo de vida porque tuve la necesidad de hacerlo”, explica. López no quiere vivir en su vehículo por el resto de sus días. “Esta no es la vida que quiero”, afirma. Sin embargo, por el momento quiere quedarse aquí con sus nuevos amigos. Quiere estar seguro de que alguien les cuida, como le han cuidado a él. “Así es como se vive en comunidad” indica, “como se vive en familia”. “Mientras las personas necesiten un sitio donde refugiarse y tengan un vehículo, dormir en el coche es preferible a otras alternativas”.
“Tiene sentido que, si alguien pierde su casa y resulta que tiene un vehículo o puede conseguir uno, preferirán dormir allí que en plena calle”, indica Kelley Cutler, un activista de derechos humanos de la Coalición de personas sin techo, una organización sin ánimo de lucro radicada en San Francisco: “Dormir en la calle tiene sus riesgos. Dormir en un vehículo también pero al menos estás algo protegido”.
“Olvídate de vivir en una tienda de campaña”, afirma Chris Eakin, frente a la avenida Evans de San Francisco.
“Saquemos a estas personas de la calle”
A Brown le resulta difícil hablar de su niñez en una furgoneta ya que recuerda que su madre se sentía muy avergonzada: “Nos pedía que no se lo dijéramos a nadie, recuerda: temía que alguien pudiera pensar que no podía cuidar de sus niñas”. Su madre murió cuando Brown tenía 14 años. En el momento de su muerte tenía dos trabajos a tiempo completo. Brown sabe que muchas de las familias que en la actualidad viven en sus vehículos están pasando por la misma situación.
“Siempre tuve la sensación de que mi madre lo hizo lo mejor que pudo”, señala: “La vida puede ser dura cuando no tienes dinero y no hay salida”. Le resulta frustrante andar por las calles de su barrio y ver a familias que viven la misma realidad que ella y su familia vivieron hace muchos años.
Lo único que puede hacer Brown es trabajar para cambiar la situación. “Le doy muchas vueltas, no sabemos qué funcionará hasta que lo probemos”, concluye: “Y estoy dispuesta a probar nuevas ideas para sacar a estas personas de la calle”.
Traducido por Emma Reverter