El virus del neoliberalismo
Hasta la fecha, ningún gobierno de los países que sufren esta pandemia mundial ha podido certificar el verdadero origen del coronavirus. Ninguno ha pasado de la fase de acusaciones mutuas, de hipótesis antagónicas avaladas por científicos que unos afirman un criterio y los otros, el contrario. La amenaza es letal y universal; principalmente gerontológica, pero no excluye a los jóvenes.
Aunque se han redoblado inversiones y esfuerzos científicos, no se conoce el antídoto, por lo que se recurre al confinamiento masivo, salvo en algunos países donde domina el capitalismo salvaje, que prefiere que se pierdan millones de vidas antes de que unos pocos pierdan sus privilegios.
Algunos líderes como Trump, o el inglés Boris Johnson, consideran que un problema de salud pública, por grave que sea, no puede poner en peligro el imperialismo capitalista. ¿Quién diría que estos esperpentos sociales son los guardianes de las esencias de Occidente?
Johnson ya ha reculado, sufriendo el virus en sus propias carnes, pero Trump, probablemente, necesitará muchos más muertos.
La humanidad se siente realmente amenazada. Sin embargo, por sorprendente que resulte, los líderes mundiales no han pedido que se cree una Comisión Internacional para saber el origen mortífero del virus.
Un arma de destrucción universal
El multimillonario y gran financiero Bill Gates, hace aproximadamente cinco años que anticipó que el coronavirus y otros similares tenían mayor capacidad destructiva que las armas de guerra convencionales. Ello significa que los señores de la guerra y su fabuloso negocio armamentista tendrán que sustituir armas altamente sofisticadas por virus y cientos de generales, por científicos y estrategas de la distribución de venenos de fácil inhalación. Es posible.
El cambio de rumbo parece haberse iniciado con esta letal pandemia que ha recluido a millones de personas en sus hogares y ha cerrado temporal o definitivamente miles de empresas en todo el mundo, generando un escenario económico difícil de evaluar en todas las consecuencias.
La recesión económica se expande tan rápidamente como la pandemia.
En tales circunstancias, estimular artificialmente la demanda conduce a la inflación, y en muchos casos, a la quiebra. El capitalismo salvaje arenga a los confinados sobre la necesidad de que las arcas del Estado prioricen la inyección de grandes masas de dinero público para mantener a salvo sus inmensas fortunas y su capacidad de enriquecimiento hasta que llegue la normalidad. Ocultan, claro está, que lo que reclaman irá en detrimento de la protección del resto de la ciudadanía. No reparan, quizás, que no habrá normalidad mientras no haya una vacuna eficaz y ésta llegue a la ciudadanía de forma asequible, para que también la gente humilde la pueda adquirir. Carece de sentido privilegiar la economía, si es a costa de masacrar a los consumidores.
Los partidos y organizaciones que reclaman grandes sumas para sostener intacto al neoliberalismo, deberían ser claros en su mensaje, puesto que en este momento, lo que vaya a llenar las arcas capitalistas no estará disponible para proteger socialmente a quienes están al borde de la ruina económica.
Y aquellos que aprovechan el azote vírico para propinar un golpe de Estado, deberían entender que este virus no se combate con aceite de colza ni generales fascistas.
Bastante es el confinamiento sanitario, como para encerrarse a continuación en la mazmorra indecente de una dictadura neofranquista.
La ciudadanía está dando un gran ejemplo de sensatez y de madurez.
El Gobierno progresista está haciendo un gran esfuerzo para proteger a la ciudadanía en unas condiciones muy adversas, tanto económicas y políticas, como informativas.
Apoyemos y respetemos a quien realmente nos quiere proteger, en medio de una tormenta sin precedentes.
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