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'Preveyó' y los cantos de sirena

Ulises y los cantos de sirena

Elena Álvarez Mellado

El pasado día 4 de agosto, al ministro del Interior Grande-Marlaska se le escapaba un ‘preveyó’ (por ‘previó’) durante una entrevista a la Agencia EFE.

La confusión sobre cómo se conjuga el verbo ‘prever’ es un clásico de las dudas lingüísticas y el gazapo del ministro no es en absoluto infrecuente. El que esté libre de un ‘preveyó’ a traición (sobre todo en la lengua hablada) que tire la primera piedra. Sin embargo, y como era de esperar, los comentarios airados de haters políticos y sibaritas lingüísticos no tardaron en salir:

‘Prever’ es un verbo aparentemente inofensivo pero que suele generar muchas dudas a los hablantes a la hora de conjugarlo. ‘Prever’ no es más que un hijo del verbo ‘ver’ precedido por el prefijo ‘pre’ (es decir, pre+ver, “ver con anticipación”), así que en principio debería heredar las mismas irregularidades que ‘ver’ y conjugarse como su padre sin darnos más problemas: lo esperable es que si decimos ‘vio’, entonces digamos ‘previó’ (y no ‘preveyó’).

¿Por qué ‘prever’ genera entonces tantas dudas y es tan habitual verlo conjugado como ‘preveyó’? Porque los caminos de la morfología son inescrutables y el problema surge cuando a los hablantes se nos cruza ‘prever’ con el verbo ‘proveer’ y su forma conjugada ‘proveyó’. ‘Proveer’ evoca en la cabeza de los hablantes una hipotética forma (en principio incorrecta) ‘preveer’ y le contagia su paradigma de conjugación, desplazando su conjugación convencional. El verbo ‘prever’ es, en ese sentido, un burro indeciso entre dos zanahorias opuestas: de un lado, la zanahoria que le impulsa a seguir la conjugación de su progenitor, el verbo ‘ver’ (‘previó’); del otro, la zanahoria que le tienta a conjugarse como lo hace ‘proveer’ (‘preveyó’). Para más inri, el parecido entre ‘prever’ y ‘proveer’ no es accidental. ‘Prever’ y ‘proveer’ están en realidad emparentadas y son integrantes de un mismo clan etimológico: ‘proveer’ proviene de ‘providere’, literalmente ‘ver con anticipación’, y ese mismo ‘videre’ es el que nos dio ‘ver’ y ‘prever’.

Lejos de ser una aberración lingüística, lo que nos muestra la forma ‘preveyó’ (errónea, pero ubicua) es la fuerza imparable de la analogía lingüística. La analogía es, en términos generales, el fenómeno lingüístico por el que los hablantes intentamos mantener la gramática lo más ordenada y regular posible. Las lenguas están expuestas a la erosión y al desgaste natural que conlleva necesariamente el transcurso del tiempo. Esta erosión lingüística tiende a producir formas irregulares que no siguen el caso general. Y ahí es donde se pone en marcha el proceso de analogía: de forma inconsciente, los hablantes intentamos contener la lengua para que se mantenga dentro de una cierta regularidad y que la regla general se pueda aplicar al mayor número de casos posible. Analogía e irregularidad mantienen un equilibrio (complicado, pero necesario) entre la irregularidad natural a la que tienden las lenguas y la necesidad de mantener un cierto orden y predecibilidad dentro de la gramática. La conjugación de ‘prever’ se enfrenta pues a una disyuntiva de difícil solución: honrar el pedigrí irregular que le viene de familia y conjugarse como digna heredera del verbo ‘ver’ o renunciar a sus títulos familiares y darse a la analogía con ‘proveer’, por la que siente una afinidad natural.

Esta disyuntiva no es muy distinta a la que se enfrentan otras formas verbales herederas de clanes irregulares. ‘Maldecir’ y ‘bendecir’ son hijos del verbo ‘decir’ y se debaten entre seguir la tradición paterna manteniendo las mismas irregularidades que su padre morfológico (‘yo digo’, ‘yo maldigo’, ‘yo bendigo’) o bien mandar a paseo lo que de ellas se espera por linaje y tomar el camino de la regularidad verbal (‘he dicho’, pero ‘he bendecido’ y ‘he maldecido’, no ‘he bendicho’ o ‘he maldicho’).

Por ahora y hasta nueva orden, la conjugación de ‘prever’ que se considera correcta es la que le viene por vía paterna, es decir, ‘previó’. Pero dado el ímpetu de la analogía lingüística, no sería de extrañar que finalmente ‘prever’ acabe seducida por los irresistibles cantos de sirena del paradigma verbal de ‘proveer’ .

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