Almudena Grandes: “Que haya paz social en este país me resulta asombroso”
En los años 40, la oscuridad y el miedo aún olían a pólvora, a tapia de cementerio. Las atestadas cárceles, a miseria y hambre. España era un mapa ajado escurriéndose entre las manos de los vencidos. Y la vida valía tanto o menos que en plena guerra civil. Una atmósfera sólo apta para supervivientes. Como la señorita Conmigo No Contéis, protagonista de la nueva novela de Almudena Grandes, Las tres bodas de Manolita (Tusquets). Es la tercera entrega –de seis capítulos– de los Episodios de una guerra interminable, serie elaborada bajo “modelo Galdós: coger la realidad y convertirla en un marco en el que se encaja una historia de ficción”. Manolita, una joven corriente que muta en heroína, encarna la resistencia vital ante el incipiente régimen franquista. Una historia con la copla Ay pena, penita, pena como banda sonora. “Lo de: es lo mismo que un nublao de tiniebla y pedernal, es un potro desbocao que no sabe dónde va, es un desierto de arena, para definir la pena, me parece un hallazgo”.
Tras el ejército republicano en Inés y la alegría y la guerrilla en El lector de Julio Verne, retrata la resistencia clandestina contra el franquismo…Inés y la alegríaEl lector de Julio Verne
Es una novela de cárcel donde el escenario principal no es lo que pasa dentro, sino en la cola, entre las mujeres que van a ver a los presos y forman una comunidad. Cuando Manolita llega, ve mujeres trágicas, dignas, admirables, y otras que hablan, se intercambian remedios para curar a los niños, se cuentan donde está la comida barata… Es el triunfo de la vida sobre la muerte.
¿Cómo es Manolita?
Una heroína, una chica corriente, del montón, que después de la guerra tiene un destino pésimo y consigue salir adelante y hasta ser feliz en condiciones inverosímiles. Nunca he escrito una superviviente tan tenaz y desatada. La novela es la historia del proceso que convierte a la señorita Conmigo No Contéis en una mujer no sólo comprometida, sino valiosa.
¿En qué grado mezcla ficción y realidad?
Como en las dos novelas anteriores, las historias más fuertes son reales. Como las multicopistas, inverosímil pero de verdad, que llegan a Madrid e iban a inundar España de propaganda. Pero abrieron la caja y no sabían cómo funcionaban. O las bodas de Porlier, el negocio del capellán de la cárcel, que por 200 pesetas, un kilo de pasteles y un cartón de tabaco propiciaba una hora a solas con un preso en un cuartucho inmundo. Y la de Isabel Perales, una niña que cree la van a poner a estudiar y lo que hace es lavar, planchar y tender, con la particularidad de que lavaban con sosa y se comía las manos, la piel, la carne... Esas historias, las más salvajes, las más radicales, son las verdaderas.
¿Aprecia similitudes entre la España franquista y la actual?
Desde 2008 ya sabía que Manolita no encontraría trabajo, que la iban a desahuciar y se metería en un edificio en ruinas pagando a un funcionario municipal… Lo último que podía imaginar era que cuando saliera, tanta gente me diría que lo que pasaba entonces y ahora es muy parecido. No se parece. En los años 40, los más negros de la historia reciente de este país, todo era distinto, la corrupción sacaba partido de los vencidos. Después de la paz llegó una guerra distinta.
¿Y entre la situación actual y el primer auge del fascismo?
Se puede ir a peor por una razón fundamental: El crack del 29 era sólo una parte de la realidad. Ahora no hay nada que se oponga al poder de los especuladores, la gente no tiene esa conciencia que en los años 30 hacía que la resistencia tuviera un sentido. Somos una presa mucho más fácil. No es sólo un retroceso, es la variedad pésima de lo que pasó entonces.
¿Qué puede motivar la explosión del descontento social?
La miseria… que haya paz social en este país, tal y como están las cosas, me resulta asombroso. Esa mansedumbre. España ha sido un país que ha tenido muchísimos defectos, pero los españoles nunca habíamos sido mansos. Hasta ahora. Nos enfrentamos a una situación inédita. Lo fundamental es refundar la izquierda, hay que encontrar otra manera de luchar en un contexto distinto.
¿Y cómo permite un país más de 115.000 desaparecidos?
Eso es más grave todavía. La situación de las cunetas es la mejor prueba de que este país tiene una enfermedad moral. No hay ningún argumento que esgrimir frente a una cuestión de derechos humanos como es que los nietos de un señor que está en una cuneta, lo recojan y entierren donde les dé la gana.
El sábado, en una tertulia política televisiva, un periodista llamó asesina de masas a Pasionaria.
En la versión de la historia que sigue funcionando en España prevalece la atesorada durante 40 años de dictadura. La transición española a lo que más se parece es a una escena de Mary Poppins, cuando coge a los niños y saltan y llegan a un país de dibujos animados. Decir que la Pasionaria es una asesina de masas, seguir esgrimiendo Paracuellos... La derecha española es la única de Europa que se vincula con el fascismo. Siempre he pensado que la batalla de la memoria se va a ganar, por una ley que no es la de memoria histórica, es la de la gravedad. España tiene que dejar de ser antes o después una democracia anormal.