Mucho más allá de los Beatles
Puerto Real acoge a un mito. Muchos ciudadanos de esta población gaditana no lo saben, pero por sus calles deambula un artista que tiene medio siglo de historias a sus espaldas. Se llama Robert Freeman y es, posiblemente, uno de los mejores fotógrafos de la historia. Ahora vive en el anonimato, pero en otro tiempo estaba en el epicentro de las miradas, y él mismo suscitaba todo tipo de imágenes sugerentes.
“Esto es un refugio para mí”, afirma con voz cansada, muy cansada. Casi octogenario y delicado de salud, Freeman vive en un pequeño hotel cercano al parque de Las Canteras, almuerza en un céntrico restaurante donde tiene su mesa reservada a diario, y espera que aparezca un editor que saque a la luz un libro terminado y maquetado: Visiones de la vida (Visions of life).
En este repaso de su vida Freeman defiende que su trabajo es mucho más. Pero inevitablemente aparecen los Beatles, ese periodo entre 1963 y 1966 en que fue su fotógrafo de cabecera. Sin embargo, hay que ser sinceros. Durante muchos años, Robert Freeman dio conferencias sobre el célebre grupo de Liverpool y puede que le haya sacado una gran rentabilidad. No obstante, con el paso de los años, ha quedado hastiado de ese sambenito del que no se puede zafar.
“Haber sido fotógrafo de los Beatles no me ha ayudado nada, sólo para estar siempre en la sombra. Cuando me muera dirán que murió el fotógrafo de los Beatles, no Robert Freeman, y no quiero eso. Quiero que me recuerden a mí por mi trabajo”, afirma.
“Los Beatles no tienen nada que ver con lo que he hecho después. Es sólo una etapa más de mi carrera. Han sido pocos años nada más, no tiene tanta importancia. Me gustaría no haber conocido a los Beatles porque no me interesan”, termina reconociendo.
No hace falta ser un experto en internet para encontrar datos sobre lo que fue la relación de Freeman con los Beatles. Cuando el puertorrealeño de adopción hizo la fotografía de la portada de With The Beatles el 22 de agosto de 1963, era ya famoso por haber trabajado con modelos en el primer calendario de Pirelli, y por haber fotografiado al político soviético Nikita Khrushchev en el Kremlin. Pero fueron sus fotos en blanco y negro de la leyenda del jazz John Coltrane las que llamaron la atención de los Beatles.
Paul McCartney dijo sobre aquella sesión: “Nos dispuso en el pasillo de un hotel, muy poco parecido a un estudio. El pasillo estaba bastante oscuro y había una ventana al final. Usando la fuente natural de luz de esta ventana que venía desde la derecha, tomó cada una de esas fotos malhumoradas. La mayoría de la gente cree que tuvo que trabajar en ellas un montón de tiempo. Pero fue sólo una hora. Se sentó, tomó un par de rollos, y eso fue todo”.
Freeman diseñó las portadas del segundo al sexto álbum del cuarteto, y fue el fotógrafo favorito del grupo entre 1963 y 1966. Durante los primeros tiempos de The Beatles, Freeman viajó con la banda en su memorable primera gira por EEUU en 1964, cuando la Beatlemanía empezó a extenderse. Pero el fotógrafo vendió toda su colección de los Beatles, y asegura que nunca se arrepintió. Al menos públicamente.
No tiene problema en reconocer que con el beatle con quien mejor conectó fue John Lennon, con el que llegó a trabajar personalmente más adelante: “Trabajé más con él y le hice las portadas a sus libros. Cuando los Beatles se fueron a vivir a Londres, les conseguí un apartamento a él y a su esposa Cynthia encima del mío. Estuvimos bastante cerca por varias razones. Pero también me llevaba bien con Ringo: era como un muchacho; salíamos de noche a bailar, charlar, beber, a pasarlo bien. Ringo era más humano. Era también el único al que le gustaba el baile. ¿Te imaginas a George Harrison bailando? Pero a Ringo le encantaba. Con él y con Lennon mantuve una relación más estrecha. George era muy lacónico y Paul estaba siempre pendiente de las relaciones públicas. Pero no quiero hablar más de ellos”.
Así de natural es Freeman, que pasará a la historia por captar como pocos una realidad que estaba en su cabeza antes que en la propia realidad. En su obra pueden verse trabajos en lugares exóticos, y escenas cotidianas que pasaban inadvertidas para muchos. Es lo insólito de su obra, donde tienen cabida célebres y desconocidos que pasaban a la posteridad gracias a su objetivo.
“Mi filosofía es hacer lo que me gusta en cada momento, lo que me resulta interesante. Puede ser viajar al Caribe, África o Asia, pero también algo que me llame la atención al lado de mi casa”, explica. Ahora ya no hace fotos, pero sigue teniendo un estilo muy estético de la vida.
Y dice las cosas como las siente. Si se le pregunta qué le parece vivir en Puerto Real, no tiene reparos en reconocer que “éste es un pueblo dormitorio, sin mucha cultura. No estoy aquí por gusto, sino por casualidad. Vine gracias a un amigo que me está ayudando y por alejarme del mundo. No estoy feliz con mi vida ni con mi salud, soy como un niño perdido”.
Muy lejos quedan sus primeros años en España, cuando empezaba a conocer la idiosincrasia de un país que terminó atrapándolo. “En los años cincuenta fui a la Costa Brava con mi familia. Después estuve aprendiendo español en Madrid con amigos de mi padre, en casa de los Botín y de los González Byass, de Jerez, y jugaba al tenis con 16 años con un chico de mi edad que ahora es Rey de España. Le conocía del mismo club de tenis”.
En su momento se enganchó al flamenco y protagonizó episodios amorosos que le terminaron ubicando en Guillena (Sevilla). “De eso no quiero hablar”, dice cortante. En cualquier caso sí tiene una nítida visión de lo que proyecta nuestro país en su cerebro. “Yo empecé a venir casi en la posguerra y entonces España era un sitio donde no había agua caliente en algunos hoteles. Después todo ha ido evolucionando y es un país maravilloso, pero España está en crisis desde Felipe II. Aquí siempre hay problemas con el dinero. No sé qué pasa, pero la realidad es bastante dura”.
No obstante, quiere subrayar que en España se ha sentido siempre como en casa porque aquí encuentra motivos personales y artísticos para considerarlo su hogar: “Me gusta la gente, la música, la comida, la moda, la forma de vida. Me gusta vivir donde pueda alimentar mi espíritu como artista. En España me siento muy cómodo: hay mejor ambiente cultural que en Italia, California o incluso Francia. A veces parece el Tercer Mundo, a veces el Primero, y ese contraste me encanta. Llevo varios años en Andalucía y ya tengo la misma visión de un andaluz”.
Pero fueron los nueve años que vivió en Hong Kong los que marcaron su vida. España ha sido importante para él, pero si se le pregunta cuándo ha estado más cerca de la felicidad, se le humedecen los ojos y responde: “El momento más feliz fue en Hong-Kong. Estaba muy contento con la estructura de mi vida. Mi mujer, mi hija, la manera de vivir... Los viajes por Asia eran inolvidables. Fui para hacer un trabajo de seis meses y me quedé nueve años. Vivía en una isla y disfrutaba de la playa y de la montaña. Era todo maravilloso. Fue mi mejor momento. Londres, por ejemplo, nunca me ha gustado, no tengo recuerdos sentimentales de allí. De HongKong, Nueva York o París, sí”.
Sin embargo, a la capital inglesa le debe el hecho de haber conocido a John Coltrane, un personaje clave en su carrera. Fue uno de los músicos más influyentes de la historia del jazz, y se convirtió en un elemento fetiche para Freeman. “Dejé la Universidad de Cambridge en 1963 donde había estado estudiando literatura francesa, alemana e inglesa, con un interés especial en el jazz. Por eso, cuando conocí a Coltrane fue algo muy emocionante. Empezó mi interés en el jazz en los años 50 a través de Coltrane, Miles Davis y otros”. Precisamente, hace años expuso en la Iglesia de San José de Puerto Real su obra Around Coltrane, en la que resumía una relación de años.
“Estar cerca de Coltrane era como estar cerca de una fuerza de la naturaleza. La música fluía de su alma con una potencia lírica. Pude fotografiarlo en la intimidad, cerca, y sin decir una palabra. Fue esta experiencia la que llevó a mi interés por la fotografía musical. A falta de una habilidad natural para reproducir música, mi compensación vino del contacto con los músicos”, recuerda.
Se le acumula la nostalgia y revive momentos divertidos, como aquel con el presidente ruso, Khrushchev, que refleja en su libro: “Un viento muy frío soplaba a través de la Plaza Roja de Moscú. Era febrero de 1963 en el apogeo de la Guerra Fría (…). Un fino velo de nieve lo cubrió todo y yo estaba en el interior del Kremlin, a la espera de ser conducidos a la sala de recepción donde el presidente ruso, Khrushchev, estaba esperando a recibir al señor Tompson, el magnate de la prensa. Mi trabajo consistía en fotografiar este encuentro histórico para el London Sunday Times. Mientras esperaba, estábamos hablando de las estrellas de cine occidentales y le pregunté quién era su actor favorito y sin dudarlo dijo que Yul Brynner”.
El énfasis que pone al hablar del pasado choca bruscamente con el desencanto que le produce el presente. Será por la edad o por no disfrutar de la salud de sus buenos tiempos: “Ahora no me interesa mucho la fotografía como tal. Sí me gusta Cristina García Rodero porque ella tiene una visión poética realista, pero ahora no sigo el mundo de la fotografía. Me río cuando hablan algunos de mi estilo y de que yo he creado una escuela, cuando realmente pienso que yo no tengo estilo”.
Echa de menos a todos los que en su momento le adulaban y querían estar en su círculo más cercano. No le importa vivir con humildad lejos de los lujos de otras épocas, pero le duele que este proyecto de Visions of life se pueda quedar en un cajón: “Me falta dinero para este proyecto, pero no puedo vivir del aire. Me gustan mucho mis retratos y creo que mis fotos son de las mejores del mundo, pero eso no sirve de nada si no puede mostrarse”.
Se ha codeado con lo más granado del mundo artístico del siglo XX y también le ha dado tiempo de indagar en el XXI. Ahora vive en su retiro gaditano deseando que alguien repare en el material que tiene guardado para que no caiga en el olvido. Robert Freeman sigue vivo y está cerca. Increíblemente cerca.