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ENTREVISTA

Alberto Carrillo-Linares: “Las declaraciones genéricas de las universidades contra el franquismo saben a poco porque las sanciones fueron personales”

Una relación de profesores depurados de la Universidad de Sevilla

Javier Ramajo

18 de marzo de 2022 21:32 h

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La opresión de la libertad en la dictadura de Francisco Franco en España acapara el sentido general del libro 'Depurados, represaliados y exiliados. La pérdida universitaria durante el franquismo' a cargo de Alberto Carrillo-Linares, profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, y que remite a otras tantas formas de supresión de la verdadera y fecunda vida universitaria. Una aproximación a la historia universitaria española a través de una compilación de trabajos de investigación académica pero también de testimonios directos representativos. ¿Cuáles fueron los efectos humanos y científicos que la política represiva liderada por Franco tuvo sobre profesores y estudiantes, sobre mujeres y hombres?

Voces de la resistencia estudiantil durante el primer franquismo y experiencias femeninas de militantes de la Federación Universitaria Escolar (FUE) poco conocidas (Albina Pérez, Nicolás Sánchez-Albornoz), los efectos del exilio docente y sus intentos por mantener elevado el ánimo (Yolanda Blasco), los cambios sociológicos y políticos de la juventud de los años 50, base de la protesta masiva posterior (Ruiz Carnicer) o la historia vivida de activistas de la vanguardia inconformista, cubriendo diversos flancos ideológicos o iniciativas de contestación política en la Universidad (con los sevillanos Alejandro Rojas-Marcos y Luis Yáñez-Barnuevo) tienen cabida en este libro de utilidad académica e histórica donde 13 textos se entrelazan y cruzan opiniones, reflexiones y conocimientos de los actores de la Historia y de los propios historiadores.

¿Cuál es la intención del libro?

Tiene fundamentalmente dos tipos de intención: una de carácter académico y otra de tipo social. La académica se asocia con una serie de jornadas sobre educación y franquismo que se venían celebrando en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla, en este caso con colaboración de profesores y un proyecto de investigación de Derecho, y la parte social tiene que ver con la necesidad de reclamar un conocimiento más certero sobre qué ocurrió en la Universidad desde 1936 hasta el fallecimiento de Franco y qué efectos tuvo sobre la propia institución, ya sea en líneas de investigación, en el profesorado, en los estudiantes que reclamaron un tipo de Universidad más vinculada con la tradición librepensadora, liberal, krausista, que entronca con las reformas educativas del siglo XIX.

Esta parte social servía igualmente para dignificar a aquellas personas que, por un lado, tuvieron que sufrir la persecución o el exilio, las depuraciones franquistas y también aquellos que lucharon por la democracia y por un modelo de educación basado en principios que respetaran derechos fundamentales. Esta combinación daba mucho juego en tanto que hay cosas que seguir investigando y, al mismo tiempo, hay cosas que seguir reconociendo a aquellos protagonistas que se la jugaron, que perdieron la vida, que se tuvieron que ir al exilio o que sufrieron persecución.

La transformación tenía que ser completa, total, porque en el universo mental franquista se consideraba que la educación había tenido una gran parte de la responsabilidad de por qué y cómo se había llegado a la República

¿Qué provocó el franquismo en la Universidad?

Afectó de manera total en el sentido que le dan a esa palabra en los inicios del franquismo, que se vincula con el concepto totalitario. Quiero decir que la transformación tenía que ser completa, total, porque en el universo mental franquista se consideraba que la educación había tenido una gran parte de la responsabilidad de por qué y cómo se había llegado a la República.

De hecho, uno de los primeros colectivos que fueron perseguidos y represaliados fueron los maestros, como queda muy bien retratado en la película 'La lengua de las mariposas' o en la literatura que ha recreado esta situación. Al principio parecía que un maestro de escuela era un personaje insignificante de cara a la transformación de un Estado, pero se dan cuenta de que la educación es un resorte básico para transformar una sociedad, unos valores, una cultura.

¿Qué primeras decisiones se adoptaron?

Cuando empieza la Guerra Civil, de las primeras decisiones que se toman en la zona ocupada son las que tienen que ver con transformar el funcionamiento y la filosofía de la Universidad, lo cual afecta a todo. Primero a los docentes, porque entendían que había que depurarlos para garantizar que no resurgieran esas ideas pecaminosas como el Ave Fénix. Son sustituidos por personal muchas veces de poca cualificación desde el punto de vista científico o académico, pero con una enorme voluntad de apoyar un régimen político. Este segundo hecho va a ser el que los catapulta a las cátedras.

Pero también afecta a los contenidos, y es muy significativo que en 1938, en plena Guerra Civil, se apruebe una Ley de Educación de Secundaria, con idea desde el primer momento de empezar desde las bases, que es la educación más elemental. Y, posteriormente, sería en 1943 con una Ley Universitaria ya. En cinco años se transformó el funcionamiento de la Universidad.

¿Qué se transformó en concreto?

Las materias que se enseñan, los contenidos, la organización, la inclusión de ciertas asignaturas para moldear política y culturalmente a los nuevos estudiantes, como formación del espíritu nacional o religión, que tienen una función adoctrinadora fundamental. En el ámbito estudiantil, lo primero es la pérdida de la representación que se le había reconocido a los estudiantes en los órganos colegiados desde la República, que son sustituidos por un sindicato único que funciona de manera absolutamente vertical siguiendo el modelo de verticalismo del fascismo. De hecho, lo copian de la organización estudiantil alemana, donde el jefe máximo de los estudiantes, nombrado en este caso por Franco, y a partir de ahí por un sistema de designación directa en base a la afinidad política o los méritos de guerra van a ir ocupando los puestos de representación.

Eso va a provocar, a su vez, con el paso del tiempo, una reacción contra el SEU, el sindicato español universitario. Así se entienden los límites, no sólo en la representación sino de acción y de pensamiento, que tienen los estudiantes porque todo está marcado, en teoría al menos, por lo que plantea el SEU, que es lo que pretende el Gobierno. Los estudiantes se quedaron sin margen de acción en tanto que no se reconocen derechos fundamentales de asociación, de reunión, de publicación, etc.

¿Cuáles fueron las máximas penas o represiones derivadas de la Dictadura en el ámbito universitario?

Lo máximo en la primera etapa era la pérdida de la vida. Hubo varios rectores de las universidades españolas fusilados, en Granada, en Valencia, en Oviedo... En segundo lugar, las depuraciones, tanto académicas como también las responsabilidades económicas que se le atribuyen. Las bibliotecas o los laboratorios se los quedan para que no puedan seguir investigando. Los quitan de la investigación, literalmente. En este nivel estaría la obligación o la necesidad de irse al exilio. Después nos encontramos en una escala y unas categorías represivas muy variadas, que en el ámbito del profesorado afectan especialmente a su promoción como docentes y como investigadores, a los que se les hace la vida imposible. En el ámbito estudiantil las formas son mucho más amplias, desde las expulsiones definitivas a perpetuidad. Por cierto, la Universidad nunca ha resuelto esto como creo que se debería hacer.

¿Por qué cree no se ha tratado tanto de recuperar la memoria histórica en el ámbito universitario?

Se me ocurren varias razones. Una, por el perfil de los mismos activistas. Muchos de ellos, cuando terminan esa fase de lucha contra la dictadura y se dedican a su investigación universitaria, se quitan de la esfera política y no tienen ni voluntad, ni muchas veces capacidad, para reclamar esa Historia que se reclama más desde los ámbitos políticos. Y segunda, porque creo que saldrían muchas responsabilidades directas de personas que seguían dentro de la institución o que seguían en esferas de poder. Los rectores que habían participado en los expedientes colectivos, que a veces eran de 200 personas, seguían estando en la Universidad porque no hubo ninguna depuración en la Transición. Eso hubiera creado dentro de la institución quizá ciertas suspicacias. Se ha ido retrasando y ahora mismo, que ya estamos en otra generación, parece que se está recuperando y se está intentando poner en valor histórico lo que significó la lucha contra el franquismo en la Universidad.

El reconocimiento y la reparación tiene que ser individuales

¿No hizo lo suficiente en ese sentido la Universidad en el paso o en la consolidación de la democracia en España?

En general no hicieron nada. Hay excepciones, y dependen de personas más que de universidades. La Universidad Complutense, por ejemplo, sí hizo cosas en su página web, introduciendo información sobre lo que significó la guerra, con publicaciones propias donde han rescatado historias de la oposición desde el año 56. Ahí estaba Roberto Mesa, que había sido activista y en esos momentos tenía cargos de responsabilidad en la Universidad. En la Universidad de Valencia también se han hecho actos de reconocimiento. En Santiago de Compostela ha habido una representación pública donde se anularon individualmente sanciones, no en un concepto genérico. Yo creo que el reconocimiento y la reparación tienen que ser individuales, porque en algunos casos constaban todavía en sus expedientes académicos, evidentemente, en personas de 70 años, que ya no tiene ningún efecto práctico pero sí lo tiene simbólico.

Eso solo ha ocurrido muy circunstancialmente. En la Universidad de Sevilla, por ejemplo, lo que tenemos es una declaración institucional genérica donde se condena el franquismo. Yo creo que eso no es suficiente porque, hasta donde yo he visto en la documentación académica, la Universidad se abraza a todos los regímenes políticos según van llegando. Cuando llega Fernando VII era el mejor, cuando llegan los liberales son los mejores o cuando llega a Franco pues viva Franco... Esas declaraciones institucionales genéricas de las universidades contra el franquismo históricamente saben a poco y han tenido que ser personas concretas las que pongan en marcha esto.

¿Qué mecanismos se usaron durante el franquismo contra los estudiantes?

Había sanciones, represiones económicas, multas, sanciones gubernativas, sanciones militares o la pérdida de las prórrogas militares. Un estudiante podía ser expedientado de una Universidad por dos años, con lo cual estaba dos años fuera de la universidad pero el segundo año lo llamaban a filas porque no lo habían renovado la prórroga precisamente porque lo habían expedientado, con lo cual al final eran cuatro o cinco años los que estaban sacando a un chaval de 18 o 20 años de la Universidad, con la pérdida en la vida de una persona que eso supone. En algunos casos hemos constatado que lo sacan, lo dejan fuera y acaban en situaciones personales muy complicadas.

¿Cómo fue evolucionando la Dictadura en el ámbito universitario?

Hay una primera etapa hasta 1945 con una clara identificación con el fascismo, con los totalitarismos, y el modelo que se aplica es totalitario. Cuando la Segunda Guerra Mundial concluye como concluye, el franquismo tiene que ir transformándose, y ahí quienes van a ganar terreno van a ser los sectores católicos más reaccionarios. En los años 50, el régimen tiene necesidad de abrirse económicamente y eso implica la llegada de nuevos valores, nuevas culturas y, a partir de ahí, con los tecnócratas en el gobierno, se intenta hacer una Universidad más tecnocrática, más ajustada a las necesidades del mercado, que concluye con la ley de 1970. En ese contexto de apertura empieza a activarse un movimiento estudiantil muy potente donde primero se pone en jaque al SEU y, a partir de ahí, surgen un montón de propuestas alternativas para organizar la Universidad. Ahí es donde cobra sentido todo ese movimiento de los años 60 y 70.

¿Hubo algunas particularidades en las universidades andaluzas?

Las universidades de Sevilla y Granada tienen la similitud de que fueron zonas que se tomaron al principio, con lo cual se convierten en universidades de retaguardia, y la depuración del profesorado es inmediata. En el caso de Granada fue más grave porque el rector Vila fue fusilado, parece ser que por sus relaciones con Unamuno. Pero se dan paradojas. Jesús Yoldi, profesor de la Universidad de Granada, fue fusilado, y su hermano, que era químico en Sevilla, fue responsable de la sección antigás de la guerra. Queipo de Llano sustituyó al rector republicano, al que no fusilan, por Mariano Mota Salado, que era de mentalidad ultraconservadora pero no era un político en el sentido estricto. Los procesos de depuración que llevan a cabo esos dos nuevos rectores son bastante similares porque las condiciones de la Universidad son muy parecidas. Granada, en términos de movilización, fue un poquito más retrasada que Sevilla, pero no mucho y, de hecho, en los años 60 las dos participan en las grandes protestas. Hubo una sintonía hasta el punto de que, ya al final del franquismo, se crearon coordinadoras de las dos universidades a nivel de Andalucía porque ya fueron empezando a aparecer también la Universidad de Málaga, la de Córdoba a partir del 72, etc. Tienen vidas bastante paralelas.

¿Cree que el dictador estuvo muy preocupado de que la Universidad no pudiera combatir ninguno de los postulados políticos franquistas?

Sí, y más de lo que habitualmente creo que se ha dicho. Te voy a poner un ejemplo que me parece muy ilustrativo. La clave del franquismo estaba en la continuidad de la juventud: si no se garantizaba, se iba a diluir con la primera o segunda generación. Ya en los años 50, apenas 15 años después de instaurado, el franquismo empieza a perder la juventud. En 1956 en Madrid y en 1957 en Barcelona alertan muy seriamente al franquismo de que algo está pasando con la juventud. Pedro Laín Entralgo en un informe del año 55 alerta de la pérdida política de la juventud que se está intuyendo. En principio parece que son fenómenos aislados, pero cuando llegan los años 60 se comprueba que no y se empieza a aplicar un reglamento de disciplina académica aprobado ex novo en el año 54 que, por cierto, sigue vigente y que sanciona especialmente las faltas colectivas. Algo ya debían estar intuyendo de que esto podía ocurrir.

¿Qué pasó cuando explotó el movimiento con el mayo francés?

Franco literalmente se echó a temblar. Las revoluciones tienen cierto efecto contagioso y temía que lo que estaba ocurriendo en Francia fuera a impactar en España, ya que se tenía perfecta constancia, por las observaciones policiales, de los intercambios y de los contactos entre los estudiantes franceses y españoles. Tan aterrado estaba que, en el verano del 68, justo después del mayo francés, decidió poner en marcha un servicio de inteligencia dependiente del Ministerio de Educación y que fue el origen del actual CNI. El CNI nació para controlar a los estudiantes desde los años 60. No se llamó CNI en aquellos tiempos y tuvo varios nombres pero, hasta el año 72, dependía de Educación, lo cual es muy significativo, porque en su sentido originario se creó para ver qué pasaba y para tener la más depurada información sobre lo que estaba ocurriendo con esa juventud. Era consciente de que sin juventud no había futuro. Perdió la juventud y no hubo futuro.

En el libro hay intervenciones opinativas y hay otras “con ropaje académico”. ¿Por qué ha optado por esa fórmula mixta?

Me parecía una manera de aproximarse recurriendo a distintas percepciones. La realidad es siempre peligroso verla desde un único punto de vista. Y eso no lo digo yo, lo dicen los físicos, lo dice la teoría de la complementariedad cuando indica que dos proposiciones físicamente incompatibles pueden ser compatibles. En el caso de la Historia, aunque estén en organizaciones distintas, están participando del mismo proceso, y a mí lo que me interesaba era ese juego de espejos que tenía, por un lado, garantizada la investigación porque eran trabajos académicos, pero por otro lado me interesaban las voces, los testimonios directos, aquellos que no están filtrados por conceptos teóricos, que no están condicionados por posiciones en la institución sino que hablan desde la absoluta libertad y desde el recuerdo personal, que es único.

El antifranquismo no fue un movimiento unitario por más que se quiera vender así

Lo que yo quería rescatar era esa unicidad, esa sensibilidad y esa percepción que es exclusiva y que, habitualmente, esos ropajes académicos ocultan porque, por ejemplo, quitamos adjetivos. En esas intervenciones aparece la sensación a veces de rechazo, de odio hacia el franquismo porque, si tú no tienes esa variable emocional presente, no entiendes cómo una persona decide jugarse la vida por defender un sindicato o una universidad. Me interesaban esas matizaciones con distintos criterios que iban a dar más luz a lo que intentábamos conocer, que son criterios temporales, con representantes de distintos momentos. Como hemos dicho, la historia de la Universidad en el franquismo va a evolucionar y, por lo tanto, la actividad y las acciones que pueden hacer unos y otros son diferentes.

Rescata también experiencias femeninas de militantes en la posguerra poco conocidas. Cuénteme un poco esa cuestión.

Me interesaba la cuestión de género, muy importante, para que se visibilizara con voz propia la participación de las mujeres. Ahí el esfuerzo era importante por retrotraerlo a lo más lejos posible y por eso nos fuimos a 1947, justo después de la Segunda Guerra Mundial, con el testimonio de Albina Pérez, que está viva y que tiene un recuerdo. Los historiadores y los periodistas tenemos la obligación de rescatar esos testimonios. Y me interesaba también la perspectiva militante, porque el antifranquismo no fue un movimiento unitario por más que se quiera vender así. Estuvo absolutamente fragmentado y probablemente eso explica los límites en su acción. Eran antifranquistas que a su vez estaban enfrentados entre sí por razones ideológicas y políticas, y yo quería que eso quedara reflejado así, con el testimonio de quien había militado en distintas organizaciones. Es la vida misma, y yo lo que hago es aplicarlo en un caso histórico.

Esos testimonios orales y de parte, digamos, ¿no hace de menos de alguna manera a los historiadores?

Yo creo que hacen de más. Es como si a un periodista se le dice que existe tal fuente y no va a consultarla porque está lejos pero es fundamental para su investigación. La obligación nuestra es consultar las fuentes y preguntar especialmente a fuentes que son de vida limitada y lo sabemos: si no rescatamos ese testimonio ahora lo vamos a perder para siempre. Y luego ya veremos si nos dicen la verdad, que es posible porque tienen que autoafirmarse, desacreditar al enemigo, etc, pero ahí es donde está nuestro trabajo como profesionales. Filtrar eso. Lo que pretendía en este libro es que esos testimonios aparecieran lo más puros posibles, sin intervención del historiador, y no he intervenido sobre errores factuales. Si a mí se me da esa información en una grabación, queda así, y tendrá que venir el historiador a decir que eso no fue así. Si simplemente nos limitáramos a transcribir lo que nos dicen los testimonios y no actuáramos como historiadores buscando las fuentes de archivo, las fuentes periodísticas, entonces seríamos meros transmisores, que es una virtud también. El libro quiere reconocer esa virtud, pero hay más.

¿Qué conclusiones, como historiador, saca de la elaboración del libro?

Por un lado, la satisfacción de haber coordinado este trabajo, que normalmente tiene una consideración “menor”, pero para mí era importante este trabajo de coordinación y rescate de testimonios complementarios, algunos desconocidos y otros muy conocidos. También ha sido una satisfacción que personas que habían tenido un papel importante en la lucha contra el franquismo y que después siguieron teniendo preocupaciones políticas hayan querido participar en un libro coral como este. Aunque no sea una obra personal, lo hace más bonito. Una acción colectiva como colectiva fue la lucha en la Universidad contra el franquismo.

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