Días de Empresa es un espacio en el que eldiarioand quiere contar las historias de las empresas andaluzas. Cómo discurre sus días, cómo nacen y cómo se consolidan, y cómo, desde aquí, desde Andalucía se construye sociedad a través de las iniciativas empresariales.
'El Motor', la panadería que reinventa la tradición desde hace 90 años
El horno de leña de la panadería El Motor, en Marchena (Sevilla), se enciende cada día a las nueve de la noche y no deja de cocer panes y dulces hasta las dos de la tarde. Esa persistencia es la que marca la historia de este obrador, que abrió sus puertas hace más de 90 años y, desde entonces, ha seguido amasando un negocio familiar que no ha dejado de reinventarse desde los principios de la tradición.
Como los nombres encierran historias, y no hay nada más de pueblo que los motes, conviene empezar este día de empresa desentrañando el origen de “El Motor”. Antonio Luis Jiménez Navarro, fundador de la panadería, llegó a Marchena con el proyecto de montar un molino de harina que no le hiciera la competencia a su hermano, que lo tenía en Mairena. Al ser el primer molino eléctrico de la localidad marchenera, el ruido del motor llamó tanto la atención entre los vecinos que se le quedó como apodo Luis el del Motor.
Hoy ese mote da nombre a la calle en la que se ubica el molino de harina, reconvertido desde la posguerra en obrador, a cuenta de las restricciones que impuso el régimen de Franco a los molinos eléctricos. Pero el motivo por el que Marchena ha reconocido a Antonio Jiménez estampando para siempre su nombre en el callejero no tiene que ver con sus ambiciones profesionales, sino con la generosidad que despachaba desde su panadería en los años del hambre.
“Mi abuelo podría haber vivido muy acomodado, pero prefería ser generoso con quienes lo necesitaban”, recuerda ahora Jesús Jiménez, quien encarna la tercera generación de la panadería El Motor. Tras la guerra civil, los vecinos acudían al despacho de Luis en busca de un alimento “esencial” como era el pan y a quienes no podían pagarlo, “se lo dejaba fiado”. Pero nunca llegó a cobrarlo porque terminó borrando los nombres de la lista.
Punto de inflexión
Después de sortear aquel episodio crítico de la historia de España, la historia de esta panadería empezó a complicarse a partir de 2008. En un contexto de crisis, con un estilo de vida cada vez más acelerado y tras la llegada de una reconocida cadena de supermercado al municipio, los marcheneros empezaron a optar por soluciones más económicas y rápidas como comprar el pan en el súper, aunque eso implicara sacrificar la calidad del producto que los acompañaba a diario en la mesa.
Entonces, las ventas del Motor empezaron a caer hasta el punto de situar a la familia Jiménez en la tesitura de “o cambiamos o cerramos”. Ante la necesidad de renovarse para sobrevivir, decidieron ampliar su línea de negocio introduciendo la repostería. “Los dulces son los que nos han salvado”, asegura Jesús, que es el encargado de la repostería, mientras prepara con maestría una tanda de empanadillas.
Desde su filosofía de apostar por la tradición, rescataron el recetario de su tía y comenzaron a preparar magdalenas, pastitas y empanadillas “de toda la vida”, hoy convertidos en auténticos éxitos de venta. El dulce aroma del chocolate fundiéndose y los barquillos saliendo del horno de leña no solo hablan de tradición, sino de la dedicación que rezuma en cada rincón del obrador.
Un horno donde caben panes y dulces
Impulsado por ese espíritu de reinventar la tradición que late en el corazón de la panadería El Motor, el nieto de Luis ha realizado numerosos cursos con panaderos reconocidos a nivel nacional para innovar en sus creaciones. Además de los panes clásicos que elaboran a diario, cada semana ofrecen un catálogo de panes especiales, como de espelta integral, de avena, de cúrcuma y pipas de calabaza, de nueces y pasas, o de chocolate.
De esta forma tratan de diferenciarse en un mercado marcado por la feroz competencia que ejercen las grandes cadenas de distribución. Se diferencian por “la calidad de la materia prima (utilizando, por ejemplo, aceite de oliva virgen extra de la comarca), por lo saludable que son sus productos, por lo artesanal de las elaboraciones y por un modo de producción sostenible”.
El calor de una familia
El primer panadero enciende el horno a las nueve de la noche. Comienza a preparar la masa y, de forma paulatina, va introduciendo centenares de piezas de pan, que empiezan a repartirse a domicilio de madrugada, en torno a las 4.00 de la madrugada. Una hora después, abre el despacho para la venta al público.
Es en ese momento cuando concluye la elaboración del pan para dar paso a la pastelería, que se pone en marcha sobre las 6.00. A esa hora, el horno se apaga y con el “calor residual” que queda tras haber pasado la noche en funcionamiento se hornean los dulces a lo largo de la mañana.
A las 10.00, el inconfundible aroma del pan recién salido del horno se funde con el dulzor de las magdalenas y las pastas que prepara el equipo de repostería. En total, la panadería cuenta en la actualidad con una plantilla de 12 trabajadores entre panaderos, reposteros y repartidores. La mitad de ellos son familia y el resto, “como si lo fuera”.
Es el caso de Fran, que lleva desde los 18 años trabajando en este obrador, primero como panadero y actualmente en la sección de dulces. También Inmaculada se siente “una más de la familia” desde que se incorporó en 2019 como repostera. “Todo lo que hacemos es artesanal, elaborado y envasado a mano”, afirma Inmaculada quien, más allá de la “gran calidad” de los productos, destaca “el compañerismo” que se respira en el horno y se vuelca en los dulces: “Si se trabaja a gusto, luego se nota en los productos”, asevera sin dejar de amasar.
El poder de la tradición
A diario elaboran unas 1.500 unidades de pan, 300 empanadillas y otras tantas pastitas. Son cifras que no reflejan el volumen real de negocio, pues este varía considerablemente en función de los eventos y de la época del año. El Motor es reconocido también por elaborar productos típicos como roscones y mantecados en las fiestas navideñas, o torrijas y pestiños en Semana Santa. Aunque no reparten fuera de Marchena, cuentan con clientes de otros municipios como Paradas o Arahal que se acercan a comprar sus productos.
Después de una década dedicado íntegramente a la panadería, Jesús ha aprendido que el respeto a la tradición que ha heredado de su familia ha de combinarse con la innovación constante. “Hay que innovar mucho, si no estás perdido”, explica el nieto de Luis el del Motor para quien el secreto está en mantener la esencia adaptándose a los tiempos.
Por eso, Jesús está continuamente “inventando” y actualizando la oferta de la panadería. De hecho, acaba de incorporar un producto: tartas de queso horneadas. “Están pegando muy fuerte”, dice este panadero de 33 años, que siempre tiene un ojo puesto en las tendencias del mercado.
Con cuatro generaciones a sus espaldas, la familia Jiménez demuestra que un negocio necesita tiempo para crecer y consolidarse, al igual que el buen pan. La dedicación, el respeto por lo tradicional y el afán por innovar son los ingredientes que mantienen encendido el horno de esta panadería casi centenaria.
El motor que la impulsa cada día es “la ilusión por lo que haces y que la gente hable bien de tus productos”, como resume Jesús en nombre del resto de la familia. Con esa ilusión heredada generación tras generación, El Motor sigue demostrando que la tradición y la innovación pueden cocerse en el mismo horno.
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