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Estado líquido … o gaseoso
Me explicaba don Anacleto, uno de esos maestros rurales represaliados por la dictadura franquista que dedicó su vida a desasnar mozalbetes, que los estados de la materia eran el sólido, el líquido y el gaseoso y que en algunos casos un elemento podría presentarse en los tres dependiendo de las circunstancias. Andando el tiempo, he tenido como inamovible la definición, hasta que los acontecimientos que estamos viviendo de un tiempo a esta parte me han hecho situarme en las filas del maestro Muñoz Molina y las cosas que siempre me han parecido sólidas, se me antojan cada vez más líquidas, cuando no gaseosas.
Testigo de una época en la que aún no estaban a nuestro alcance derechos que ahora peligran, Muñoz Molina nos recuerda que nada es para siempre, que cualquier derecho puede desaparecer. Su ensayo “Todo lo que era sólido” nos convoca: “hace falta una serena rebelión cívica” y nos apremia: “hay cosas inaplazables”. No importa el lugar ideológico en el que nos movamos, dónde vivamos o nuestra condición social; el autor de Plenilunio nos hace una llamada para que reaccionemos, cada uno desde nuestro ámbito de actuación, y contagiemos con nuestro ejemplo una responsabilidad cívica que hemos de exigir, de manera contundente, a nuestros gobernantes.
Creíamos vivir en una Democracia, en la que nuestros deberes y derechos se definían como estado sólido; pero el poder económico, que nunca ha estado cómodo en escenarios que no haya controlado férreamente, ha aprovechado circunstancias, como la desaparición del bloque comunista, para hacerse vorazmente con todos los resortes del poder. El capitalismo más salvaje ha sometido a la Democracia y a nuestros derechos a temperaturas y presiones tan extremas que los han hecho pasar del estado sólido, que creíamos inamovible, al líquido y al paso que llevamos al gaseoso.
No es una democracia real un sistema electoral con listas cerradas de partidos basados en el clientelismo que no tienen contacto alguno con los ciudadanos de la circunscripción a los que representan. No es una democracia real una ley electoral que discrimina a las minorías frente a unas mayorías. No es una democracia real un Estado en el que el poder ejecutivo controla al judicial y a los medios de comunicación públicos y privados. Tampoco es una democracia real un sistema en el que el poder político está dirigido por el poder financiero y en la que se manipula la opinión pública.
Y si el estado de bienestar pasa del sólido al líquido, las legítimas aspiraciones de igualdad han pasado directamente al gaseoso. A Wall Street, la City y el IBEX 35, no le interesa para nada una sociedad de igualdad de oportunidades. Para que en este país cada vez haya más multimillonarios es necesario que la clase media se reduzca a la mínima expresión y cada vez más ciudadanos se sitúen, ya no en el umbral de la pobreza, sino en el de la más absoluta miseria.
Cada vez tengo más claro que la crisis no ha sido inevitable. Creo más bien, que si no provocada, ha sido la excusa perfecta utilizada por la oligarquía mundial para acabar con un estado de bienestar, para nada compatible con su forma de ver la vida, una visión que pretende que una exclusiva minoría controle vidas y haciendas de millones de ciudadanos en todo el mundo.
El brutal incremento de la desigualdad experimentado en nuestro país es sólo la punta del iceberg de donde nos quieren llevar: a un estado en el que nuestros derechos –adquiridos a costa de muchas vidas y sacrificios- se licúen, cuando no se evaporen, a mayor gloria de quienes siempre consideraron la igualdad, la solidaridad y la justicia social como animales de compañía.
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