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Los árboles talados
“…Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida”
He elegido estos versos finales del poema “El Herido” de Miguel Hernández para introducir este capítulo por dos motivos. Primero, porque me parecen muy adecuados para explicar la represión a la cultura y a la ciencia que desplegó el franquismo y, segundo, porque aún hoy unos versos tan bellos siguen resultando insoportables para quienes se sitúan en la equidistancia de la democracia y la dictadura, de los asesinos y los asesinados. Estos versos fueron fulminados por el actual Ayuntamiento de Madrid del monumento que había acordado el anterior consistorio para rendir homenaje a los 2.937 asesinados en la capital entre 1939 y 1945. Eliminaron los versos y las placas con los nombres de los asesinados y quitaron todo el sentido al monumento diseñado por Fernando Sánchez Castillo para homenajear a las víctimas de la dictadura.
La fijación de la derecha –la de la época de la guerra y la actual- con Miguel Hernández es muy significativa. Apresado en mayo de 1939, fue encarcelado antes de ser sometido a juicio ante el tribunal específico que se creó para depurar a periodistas y escritores. El tribunal le condenó a muerte en marzo de 1940. La pena fue reducida por la de 30 años de reclusión. Apenas dos años después de la sentencia, el poeta murió en la enfermería de la cárcel de Alicante. A pesar de las enfermedades que padeció (bronquitis, tifus y tuberculosis) se le negaron las atenciones médicas mínimas hasta sus últimos momentos. Tenía 31 años y dejó viuda y un hijo, protagonistas y destinatarios de uno de los poemas más bellos de la literatura española de todos los tiempos, Nanas de la cebolla, escrito durante su periplo carcelario al tener conocimiento de las condiciones de vida de su mujer, Josefina, y su hijo, Manuel Miguel.
No tuvieron piedad con ellos las autoridades franquistas y siguen sin tener un mínimo de misericordia los que hoy en día deciden eliminar sus versos en el cementerio de la Almudena o los concejales de PP y Vox de su pueblo, Orihuela, cuando el pasado mes de septiembre de 2024 se negaron a solicitar la anulación del juicio. Solo se han acordado de su muerte para negar que fuera asesinado ya que falleció de “muerte natural”. Morir en prisión después de un juicio injusto, malnutrido y sin recibir asistencia médica es, para PP y VOX, una “muerte natural”. La misma lógica que se aplicó a los 7291 ancianos y ancianas de las residencias madrileñas que no recibieron asistencia hospitalaria “porque se iban a morir igual”.
La misma madrugada de agosto, en el otro extremo de la península, es asesinada otra persona muy relacionada con la cultura y con el propio Federico, pero mucho menos conocida que el poeta
No hay duda de que otro poeta, Federico García Lorca, fue asesinado por falangistas en la madrugada del 18 al 19 de agosto de 1936 a las afueras de Granada con el visto bueno de Queipo de Llano. Este asesinato y su repercusión internacional hicieron que los golpistas evitaran los de otros destacados intelectuales o científicos o al menos los silenciaran. Pero siguieron liquidando con escarnio a hombres y mujeres de la ciencia y la cultura de no tanto renombre.
La misma madrugada de agosto, en el otro extremo de la península, es asesinada otra persona muy relacionada con la cultura y con el propio Federico, pero mucho menos conocida que el poeta. Se trata de Juana Capdeville, bibliotecaria del Ateneo de Madrid, que fue liquidada el mismo día de agosto de 1936 en algún lugar de Galicia entre Culleredo, donde fue detenida, y Rábade, donde apareció su cuerpo. Tenía 31 años y estaba embarazada, era la mujer del gobernador civil de Coruña, Francisco Pérez, asesinado unos días antes. Luis Sáenz de la Calzada, en su obra La Barraca: teatro universitario transcribe el testimonio de la actriz Carmen García Lasgoyti. En él explica que “la última actuación de la Barraca fue en la primavera de 1936. Se representó El Caballero de Olmedo en el Ateneo de Madrid a petición de su bibliotecaria Juanita Capdevielle”. La actriz Natalie Pinot encarna a Juana en la obra Los libros ardieron (muerte y vida de Juanita Capdevielle) escrita por Secun de la Rosa y estrenada en 2024 en el Teatro del Barrio de Madrid.
A principios de septiembre asesinaron en Córdoba al doctor Sadi de Buen, médico, parasitólogo y uno de los artífices de la erradicación del paludismo en España. De hecho en 1936 estaban a punto de conseguir erradicar la enfermedad en nuestro país. Su asesinato y la destrucción de la obra de los De Buen -su hermano Eliseo, director del Instituto Antipalúdico de Navalmoral de la Mata, fue detenido y apartado de toda investigación- retrasó muchos años el fin de la pandemia. Recientemente, los restos de Sadi han sido recuperados del cementerio de Córdoba y llevados a Zuera (Zaragoza), el pueblo natal de su padre Odón de Buen.
Un buen ejemplo de la distinta manera de tratar a los intelectuales, en función de su fama, lo tenemos en el entorno de Miguel de Unamuno, quien había transitado en unos años de defender la República a apoyar el golpe de Estado militar. Pero solo tardó unas semanas en huir despavorido de los salvadores de la patria. Unas cuantas semanas en las que los golpistas arrebataron, primero la libertad y más tarde la vida a algunos de sus amigos del alma. A finales de julio, el que había sido alcalde en época republicana Casto Prieto y el diputado socialista José Andrés y Manso fueron asesinados de manera horrible, sin que Unamuno pudiera hacer nada por evitarlo. El 7 de octubre es detenido su alumno predilecto y rector de la Universidad de Granada, Salvador Vila Hernández. En esas fechas se hallaban también encerrados sus íntimos amigos el doctor Filiberto Villalobos, el periodista José Sánchez Gómez y el pastor anglicano y masón Atilano Coco.
El primero de todos, a caballo entre el asesinato y el exilio, es Antonio Machado, fallecido en la vecina Colliure días después de tener que huir de España, enfermo y ligero de equipaje como había presagiado en su 'Autorretrato'
Tras la detención de Vila, Unamuno visitó a Franco para suplicar inútilmente clemencia para sus amigos presos. El 12 de octubre se produce el discurso de Unamuno ante Franco y Millán Astray en el paraninfo. Ese mismo día el escritor se encierra en su domicilio del que no saldrá hasta su muerte, el 31 de diciembre de ese mismo año. Durante ese tiempo son vigiladas las entradas y salidas del domicilio e intervenida su correspondencia. El 13 de octubre es cesado de su cargo de concejal y el 22 es destituido como rector. Ese mismo día es asesinado Salvador Vila. El resto de amigos por los que había intercedido fueron eliminados antes de su muerte. La dictadura aseguró que Unamuno falleció por causas naturales, pero últimamente han aparecido documentos que apuntan a una ejecución por miembros de Falange y del Servicio de Información Militar (SIM).
Antes de acabar con la lista de asesinados quiero recordar a Virgilio Leret, ingeniero y aviador, fusilado en Melilla el 18 de julio por los sublevados por tratar de frenar el golpe. Leret fue marido de la periodista Carlota O’Neill e inventor de un motor a reacción que no se desarrolló, pero que, según estudios actuales, hubiera sido pionero en el mundo. A la lista de asesinatos habría que añadir la larguísima lista del exilio que dejó seco nuestro país de cultura, arte y ciencia. Unos saberes que alimentaron el desarrollo de otros países, el de México de manera especial.
El primero de todos, a caballo entre el asesinato y el exilio, es Antonio Machado, fallecido en la vecina Colliure días después de tener que huir de España, enfermo y ligero de equipaje como había presagiado en su Autorretrato. Junto a él, podemos nombrar a las malagueñas Victoria Kent y María Zambrano; a León Felipe, el poeta del exilio; Luis Cernuda; Baltasar Lobo, el escultor y dibujante, único hombre en publicar en la revista Mujeres Libres; al padre de la Oceanografía y del Instituto Oceanográfico de Málaga, Odón de Buen y todos sus hijos, menos Sadi, asesinado en Córdoba; Severo Ochoa, Nobel de Medicina en 1959; José Gaos; Rafael Alberti; María Teresa León; Pau Casals; Julio González; el Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez; Pedro Salinas; Francisco Ayala; María Lejárraga; Arturo Barea; Elena Fortún; Max Aub; Luis Buñuel; Rosa Chacel; Ramón J. Sender; la actriz Margarita Xirgú; los cantantes Miguel de Molina y Angelillo; los autores de coplas Salvador Valverde y Ramón Perello; la abogada feminista Clara Campoamor; Luisa Carnés; Gregorio Prieto; Robert Gerhad; la librepensadora Belén Sárraga; Carlota O´Neill; el físico Blas Cabrera, anfitrión de Einstein en 1923; Ignacio Bolívar, padre de la entomología española o Pedro Vallina, médico fundador del primer hospital antituberculoso para pobres en Sevilla que falleció en el norte de México atendiendo a comunidades indígenas en 1970.
La ciencia del movimiento
Otros padecieron la dictadura sin salir de España. Muchos intelectuales desarrollaron su creatividad en perpetua lucha contra la censura y muchos científicos fueron depurados y separados de sus plazas en universidades o centros de investigación. Como en otros muchos campos de la represión franquista, aún queda mucho por conocer, aunque en 2017 dos profesores de la Universidad de La Laguna, Antonio Canales y Amparo Gómez, publicaron un interesante artículo, La depuración franquista de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE): una aproximación cuantitativa.
En la época republicana el impulso de la ciencia en nuestro país se articula en torno a la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) que había sido creada en 1907 en el marco de la Institución Libre de Enseñanza. Desde su fundación es dirigida por Santiago Ramón y Cajal que se mantiene en el cargo hasta su muerte en 1934. Su sucesor, Ignacio Bolívar, fue uno de los científicos que se trasladó a México tras el triunfo “nacionalcatolicista” en España. La JAE logró un desarrollo hasta entonces no alcanzado para la ciencia y la cultura españolas.
El Gobierno de Burgos decretó la disolución de la JAE en mayo de 1938 y transfirió todas sus funciones al Instituto España. La Junta siguió funcionando en territorio republicano hasta finalizar la guerra. El 24 de noviembre de 1939, Franco promulgó la ley por la que creaba el Consejo Superior de Investigaciones Científicas que asumiría las funciones y las instalaciones de la Junta, incluidas las que había tenido temporalmente el Instituto España. En el texto de creación del Consejo, Franco dejaba claro que había que “restaurar la clásica y cristiana unidad de las ciencias” e “imponer las ideas esenciales que han inspirado nuestro Glorioso Movimiento”.
Pemán e Ibáñez compartían militancia en la Asociación Católica de Propagandistas y, como tales, impregnaron de sus prejuicios católicos buena parte del devenir de la ciencia en este país
La presidencia del Consejo correspondía al Ministro de Educación Nacional, José Ibáñez Martín, que se mantuvo en el cargo hasta 1967. La secretaria general (que ejercía la dirección de facto del Consejo) se encomendó a un destacado miembro del Opus Dei, José María Albareda, que ejerció su cargo hasta su fallecimiento en 1966. La idea de anatemizar la JAE y de crear una institución bajo principios ideológicos opuestos está presente en todos los textos legales y en los escritos de sus principales directivos de los momentos iniciales. Estos condicionamientos ideológicos lastraron la actividad científica durante un importante periodo, sobre todo en especialidades que ponían en duda la doctrina católica.
El pasado mes de julio de 2024 fueron retirados del edificio central del organismo, en la madrileña calle Serrano, los retratos de José Ibáñez Martín y José María Albareda por “la implicación de ambas figuras en la labor represiva del CSIC contra el personal científico leal al régimen republicano”. El trabajo de estos represores, como el de José María Pemán y Enrique Suñer Ordóñez, en el ámbito del magisterio, ya estaba hecho. Pemán e Ibáñez compartían militancia en la Asociación Católica de Propagandistas y, como tales, impregnaron de sus prejuicios católicos buena parte del devenir de la ciencia en este país. Quizás por ese motivo Jaime Mayor Oreja aseguró recientemente en Madrid que «entre los científicos están ganando los que defienden la verdad de la creación frente al relato de la evolución». Los efectos secundarios de las recetas de Ibáñez Martín y Albareda son de larga duración... y al parecer son compartidos por quienes le abrieron las puertas del Senado (PP y Vox) para poder difundir con toda potencia bulos de categoría terraplanista. Que no nos pase nada si los hijos de Adan y Eva vuelven a dirigir el país.
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