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Carolina Marín, la niña de un barrio humilde que “robó” el bádminton a Asia desde la ciudad del Recre

La campeona onubense pasando por el manto de la Virgen del Rocío su medalla olímpica.

Fermín Cabanillas

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En un 1986 echó a andar en Huelva la primera escuela de iniciación de bádminton, que funcionaba en el pequeño gimnasio del entonces instituto de Bachillerato La Orden. Aquello fue una idea del que fuera profesor de educación física, Paco Ojeda. Era toda una apuesta, porque en una ciudad que, deportivamente, vive por y para el Recreativo de Huelva, era una experiencia activar una escuela para enseñar a la gente menuda a moverse con una raqueta de bádminton, y además hacer de eso algo divertido.

Tan solo pasaron tres años para que, visto el éxito de la idea, se fundase el club de bádminton IB La Orden, en el que estaban alumnas y alumnos, profesores y profesoras, personal laboral, madres y padres y directivos del instituto. 

Cuando el 15 de junio de 1993 nacía en el barrio una niña llamada Carolina, el bádminton ya era un deporte que practicaban decenas de sus vecinos. La Orden es de esos barrios trabajadores y humildes, en una ciudad como Huelva con sus escasos 140.000 habitantes y siempre con ese ambiente de pueblo grande en sus calles.

En ese barrio fue creciendo la pequeña Carolina, a la que sus padres llevaron un día a ver cómo se jugaba ese extraño deporte que no se practicaba con un balón, sino que había que lanzar un objeto llamado volante por encima de una red parecida a la del voleibol.

Carolina tenía 12 años la primera vez que cogió una raqueta de bádminton, y nunca la ha soltado. Es cierto que para los niños de la barriada de La Orden este es un deporte tan normalizado que llama la atención cómo se paralizan sus calles cuando compite su vecina más ilustre. Y también se han dado algunos condicionantes importantes, como que el equipo de la ciudad, que pasó a llamarse IES La Orden y ahora es el Recreativo IES La Orden, instalase su cuartel de operaciones en el polideportivo Diego Lobato, a un paseo de diez minutos del instituto donde nació, y donde la adolescente Carolina estudiaba su particular Secundaria.

Destacó desde el principio

En una barriada con decenas de chicas como ella con una raqueta en la mano, el estilo y la personalidad de Carolina no pasaron de largo para sus entrenadores. No había cumplido los 13 cuando debutó en competiciones internacionales en un torneo Sub'15 disputado en Bruselas en 2005, y dos años después ya era internacional con España.

En su primera concentración con la selección española conoció a Fernando Rivas, su eterno entrenador, y con el que ha conseguido que en países como España o Países Bajos el bádminton gane seguidores cada año. Aquello parecía solo reservado a las jugadoras asiáticas, que hasta que ella cogió una raqueta se paseaban por las pistas y ganaban torneos sin despeinarse, igual que las rusas lo hacen con la natación sincronizada o la India con el cricket.

Con 14 años ya estaba claro que la niña de Huelva llamada Carolina sería, para los restos, Carolina Marín, que a sus 31 años este miércoles ha recibido la noticia de que le daban el Princesa de Asturias mientras entrenaba. Ha llamado a su madre, ha colgado el teléfono y ha seguido entrenando. Eso sí, ha reconocido que tuvo que parar y que se puso a llorar.

Pero antes de eso, antes de los tres mundiales, del oro olímpico en Río de Janeiro de y los siete títulos europeos, ganó el Europeo Sub'19 en Finlandia (2011) y consiguió el bronce en el Mundial júnior de Taipei (2011). No todo en su vida ha sido un camino de rosas deportivo, lesiones aparte, y en 2012 tuvo que ver los Juegos Olímpicos por la tele porque no consiguió marca mínima para viajar a Londres.

Volviendo a su dominio sobre las asiáticas, el 10 de abril de 2014 entró en el top ten mundial. Era la primera jugadora no nacida en Asia en conseguirlo.

Y así fueron pasando los éxitos, que en Huelva se han seguido con la cercanía de apoyar a la pequeña Carolina, a la que alguien, erróneamente, le aconsejó que gritase en la pista para desconcertar a sus rivales. Algo que ella ha querido matizar –sin demasiado éxito– hablando de una especie de catarsis de energía que libera con esos gritos.

Su “dopaje” particular

Carolina trabaja con datos además de con su esfuerzo físico. Analiza a cada rival y simula partidos con ellas antes de enfrentarse en la pista. Ha sabido adaptarse a los cambios tecnológicos, pero por encima de todo se “dopa” con las gambas y el jamón que disfruta en Huelva. Otros platos que le gustan son el salmón, la tortilla, las ensaladas y pasta con verduras.

En el deporte, donde cada jugador tiene su propia superstición, la niña de la barriada de La Orden siempre lleva con ella una medalla de la Virgen del Rocío, a la que visita cada vez que pisa Huelva. Como le pasa cuando va a la aldea, este miércoles aseguró no tener “palabras” tras haber sido galardonada con el Princesa de Asturias, un premio que era “un sueño que ahora se ha hecho realidad”.

Marín dio las gracias a su equipo, familia y, sobre todo, a su padre y su madre por darle “la oportunidad” de mudarse a Madrid cuando tan sólo tenía 14 años para demostrar su potencial en “un deporte tan desconocido”. “Gracias a todos lo éxitos que he tenido he conseguido que en España se habla de bádminton y eso es orgullo muy grande”, admitió.

Su ciudad la idolatra, al mismo tiempo que la mima. Le dio su nombre a su pabellón de deportes más importante, y este miércoles ha celebrado su Princesa de Asturias como un ascenso del Recreativo, el otro Recreativo, el del fútbol.

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