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“Miramos más por la música que por el negocio”: ejemplos desde Cádiz para creer que otro modelo de festival es posible

La Isla del Blues se celebra ahora en Cádiz después de muchos bandazos.

Alejandro Luque

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Con el verano, el calendario se llena de citas musicales. En los últimos años, España vive un auténtico boom de festivales, rozando los 900 en todo el territorio nacional a lo largo del año. Muchos son multitudinarios y producen beneficios millonarios –la suma de los mayores, según datos de Statista, supera los 500 millones de euros–, pero también los hay pequeños y resistentes, un modelo alternativo que reclama su espacio y plantea cuestiones ineludibles como la idea de servicio público o la sostenibilidad.

Con 25 años de andadura, La Isla del Blues es un paradigma en ese sentido. Según su responsable, José Peinado, “nació en el 97 con la intención de crear un espacio que durara en el tiempo. Tuvo muy buena aceptación, se convirtió en el único festival de blues de la provincia de Cádiz y en uno de los pocos de Andalucía, aunque no era la época que estamos viviendo. Los tiempos de ahora son bastante malos. Cuando nuestra generación se marche no sé quién va a quedar para continuar nuestra labor”.

El pesimismo se desliza irremediablemente en las palabras de Peinado, para quien la andadura de La Isla del Blues no ha sido un camino de rosas. Empezó en la localidad gaditana de San Fernando, a partir de su trabajo en un club de su propiedad, el Blues Bar. “Gracias a la experiencia acumulada en él, me atreví a embarcarme en esta loca aventura”, recuerda. “Se trataba de defender una música que tiene su historia y un profundo impacto emocional, y que conquista audiencias de todas partes del mundo”.

Comienzos en familia

En San Fernando permaneció hasta la octava edición, “hasta que el Ayuntamiento se quedó con las ayudas de Diputación y Junta de Andalucía que nos correspondían, y decidimos mudarnos a Cádiz”. Entre el Teatro Pemán y el Baluarte de Candelaria de la capital gaditana permaneció el festival tres años, hasta que la crisis y el conflicto entre administraciones de distinto signo político propició su regreso a San Fernando. Una nueva mudanza, a Jerez de la Frontera, precedió la vuelta a Cádiz, donde Peinado espera que se acaben los bandazos.

“Así llevamos más de dos décadas manteniendo nuestra esencia y la pasión por la música en un mundo que está cambiando muy deprisa”, afirma. “La cultura está muy instrumentalizada por intereses comerciales o políticos, y la verdad, me duele ver cómo funcionan los festivales grandes, y cómo todo el esfuerzo de las administraciones se vuelca sobre propuestas que no siempre responden a lo que correspondería, tratándose de dinero público. Nosotros queremos transmitir unos valores y una manera de hacer”.

Similares principios mueven a los responsables del Festival de Jazz de Cádiz, nacido en 2008 a iniciativa de la asociación Qultura. “El colectivo, sobre todo, programa durante el año música de cámara, pero a mí me gustaba el jazz y les propuse un programa”, recuerda Marina Fernández, directora de la cita.

“La primera edición fue muy entre amigos y familia, en el Museo de Cádiz. Luego seguimos cinco años más en la peña La Perla, siempre como un festival pequeño que crecía poco a poco. En 2013 vivió un subidón, y desde entonces no hemos parado de crecer en contenido, profesionalización y consolidación, pasando a formar parte de la Asociación Nacional de Festivales de Jazz”.

Cuando no eran famosos

Entre las muchas figuras que han pasado por el festival en estos años, les gusta recordar que Silvia Pérez Cruz actuó en él cuando aún no era famosa (“ni siquiera se llenó el aforo de 200 personas”), y lo mismo ocurrió con Salvador Sobral justo un año antes de que se diera a conocer en todo el mundo. Pero también se preocupan por contar con el talento local: “Intentamos que estén presentes los que han hecho fuerte la escena de Cádiz, como Pedro Cortejosa, Javier Galiana, Juan Sáinz, Carlos Villoslada o Carmelo Muriel, y ahora ponemos el foco en los más jóvenes, Bruno Calvo, Adriana Calvo o Carlos Villoslada Caba”.  

Para Fernández, la principal diferencia con los grandes festivales es “una calidad de la experiencia diferente. Un mayor número de personas no te permite recibir la música igual. Reconozco que nosotros tuvimos durante ese tiempo la paranoia, ¡hay que llenar más! ¿Para qué? ¿No es mejor crecer en calidad? Actualmente, tenemos un aforo de 700 personas y solemos recibir en torno a 500, con un ambiente magnífico. Es suficiente”.

La coordinadora del festival evoca cómo en la pandemia los pequeños festivales de jazz fueron los primeros en regresar, “porque son los más sostenibles a nivel organizativo. También hay que tener presente el impacto de un macrofestival en el medio, desde la generación de residuos a la emisión de huella de carbono, por toda esa gente que se moviliza solo para un día o un fin de semana. Hay que pensarlo”.

Financiación y objetivos

La financiación es también otra gran diferencia respecto a los grandes festivales. Mientras que La Isla del Blues tiene como principal sostén a la Diputación provincial gaditana, el Festival de Jazz de Cádiz tiene como apoyos el Ayuntamiento gaditano y, desde hace un par de años, el Inaem, así como pequeñas y medianas empresas locales. “Donde no encontramos apoyo es a nivel regional, con la Junta de Andalucía. Las bases de subvenciones a festivales están orientadas solo a festivales muy grandes”, afirma Fernández.  

Tanto Peinado como Fernández creen que los festivales pequeños también marcan la diferencia en cuanto al trato a público y artistas. Para ella, “se establece un vínculo muy cercano, es todo muy de tú a tú, lo que resulta más difícil en una cita más grande”. Peinado, por su parte, lamenta que “cuando me he asomado a un festival grande, lo primero que me llama la atención son las botellas de agua a tres euros, las camas balinesas a 60 euros… ¿esto qué es? Nosotros miramos más por la música que por el negocio”.

Fernández asiente: “Nuestro objetivo no es tanto el beneficio económico, como ofrecer algo que guste y que aporte. Plantear una oferta cultural que tenga sentido, comerte la cabeza para tener un contenido que tenga valor. Tenemos propuestas deliciosas que pueden no funcionar tanto en taquilla, pero creemos que tienen que estar. Todo depende del objetivo que te pongas”.

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