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Así encontró la perra Cali el segundo nido de tortugas marinas de la Costa del Sol

Un agente de Medio Ambiente, en el nido de Marbella |N.C.

Néstor Cenizo

Marbella (Málaga) —

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Como tantas otras madrugadas, Cali trotaba por el paseo marítimo de Marbella cuando algo en la playa (un olor, un movimiento, un ruido) llamó su atención y se metió en la arena. A esas horas, pasadas las cuatro de la madrugada, no hay tantas cosas que huelan, se muevan o hagan ruido en la orilla, así que Álvaro González, el dueño de Cali, se extrañó. “Era como si estuviera siguiendo un rastro. Se quedó parada al lado de algo, y yo pensaba que era una tienda de campaña. Cuando me acerqué, se movió, y me asusté un poco”.

Cali acababa de hacer el segundo avistamiento de un fenómeno excepcional, pero cada vez más frecuente: una tortuga boba (caretta caretta) estaba depositando sus huevos en una concurrida playa de la Costa del Sol. Ocurrió la noche del 8 de julio en el punto del Mediterráneo más occidental del que hasta ahora se tenga constancia, y desde entonces decenas de voluntarios y agentes de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía cuidan día y noche de un cuadrado de arena bajo el que 60 tortugas esperan su momento para salir del huevo. Se trata de una especie altamente migratoria reconocida como “vulnerable” en el catálogo español de especies amenazadas.

El acontecimiento, que este año se ha reproducido en varios enclaves de la costa española, guarda relación con el calentamiento del mar. Las aguas de Alborán son bastante más frías que las del Levante español, pues están más expuestas a las corrientes del Océano Atlántico. Por eso, que una tortuga boba anidase en la Costa del Sol era hasta ahora algo inusual. Ya no lo es tanto. La primera vez de la que se tuvo constancia fue en 2020 en Fuengirola.

Tres años después ha vuelto a pasar, lo que plantea el reto de garantizar la supervivencia de la camada en un lugar y unas semanas en las que el trasiego es continuo. Marbella en agosto, frente al hotel Guadalpín y el chiringuito Mistral, no es el sitio más tranquilo del mundo: ni para poner un huevo ni para romper el cascarón.

Voluntarios, agentes de medio ambiente y un hallazgo providencial

Esta vez, Álvaro González y Cali fueron decisivos. González tiene unos horarios que le obligan a pasear a la perra a esas horas, y ambos encontraron a la tortuga cuando estaba terminando de excavar el agujero. Durante algo más de media hora la vieron poner, uno a uno, los 69 huevos de la camada. La perra daba vueltas alrededor sin atacarla ni ladrar. Cuenta su dueño que parecía más curiosa que asustada, y que cuando llegó la máquina de la limpieza Cali defendió a ladridos el paritorio. De no haber sido por ellos, es probable que hubiese desbaratado el nido.

El joven ya había avisado al 112, que a su vez contactó con la veterinaria de guardia, quien pidió a Álvaro que custodiara el nido a un par de metros de distancia y que, a ser posible, evitara que la tortuga regresara al mar. Pudo lo primero, no lo segundo. Apenas un par de minutos después de terminar la faena, el animal dio media vuelta, encaró la orilla y se marchó por donde había venido.

Horas después, los agentes de medio ambiente de la Junta de Andalucía iniciaban su misión: garantizar que las mayores posibilidades de supervivencia a las tortugas. En estado salvaje, apenas una de cada 1000 supera el primer año de vida. Con la intervención de los especialistas, esa cifra superó el 80% hace un par de años.

Para empezar, separaron nueve de los huevos para llevarlos al Bioparc de Fuengirola; después, enterraron los 60 restantes a unos 20 centímetros de profundidad e insertaron al lado una sonda que recoge la temperatura de la arena; por último, fijaron un doble perímetro alrededor para impedir la entrada de curiosos o despistados.

Para evitar el sobrecalentamiento también colocaron un toldo. Puede que fuera clave en los tórridos días de terral de finales de julio. “La arena tiene que estar a 28-30 grados”, explica Borja Cabello, uno de los agentes encargados de la vigilancia. A los voluntarios, que cubren la mayoría de las horas del día, los organiza la veterana Asociación ProDunas, que en estas semanas recluta a todo aquel que quiera pasar un rato en la playa, de día o de noche. Tienen también el apoyo logístico del ayuntamiento de Marbella. “Aunque suene algo cursi, estoy aquí por amor a la naturaleza”, dice Lucien Nelson, que no solo hace turnos, sino que también da la bienvenida a los novatos y les explica qué deben hacer. “Mucha gente que se acerca a preguntar luego se apunta al voluntariado”.

Los voluntarios pueden inscribirse en su web o directamente en el chambao que han colocado junto al nido. El objetivo es alcanzar unas 400, suficientes cubrir todos los turnos de aquí a finales de agosto, cuando está prevista la eclosión. Faltan sobre todo para la noche. Susanne Stamm, presidenta de la asociación, explica sus tres temores: una agresión humana al nido, que un perro escarbe y que la subida de la marea o un temporal arrasen con todo.

“Récord de nidificación” en el Mediterráneo occidental

Los voluntarios y los agentes aprovechan también para enseñar a percibir las señales de un anidamiento. Cada vez son más frecuentes por el calentamiento del agua (este año se han registrado picos de 25 grados en la costa malagueña, algo inédito) y la filopatria (la tendencia a volver al territorio en el que nacieron). Este verano se han detectado 15 nidos en playas españolas y más de cien en Italia hasta el 11 de julio, lo que supone un “récord de nidificación” de tortugas marinas en las costas del Mediterráneo Occidental, según el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). La agencia de investigación acaba de poner en marcha el proyecto InGeNi-Caretta, financiado por la Fundación Biodiversidad, y en el que participan las universidades de Vic-Central de Catalunya, la Politécnica de Valencia, el Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona y la Estación Biológica de Doñana.

El objetivo es estudiar las causas de esta colonización para facilitar la planificación y gestión de esta especie amenazada. “Este incremento puede corresponder con un proceso de colonización de la especie a consecuencia del cambio climático”, señala la agencia, que resalta la importancia de estos nuevos hábitats para la supervivencia de la especie, hoy en entredicho por las “predicciones de feminización y reducción de la viabilidad de las crías en las playas de puesta de sus áreas de nidificación originales”. Preservar los nidos es un reto en entornos tan antropizados como la Costa del Sol. Desde noviembre, existe una estrategia para la conservación de la tortuga común (Caretta caretta) y otras especies de tortugas marinas en España.  

Cuando eclosionen, las tortugas irán al CEGMA de Algeciras, donde pasarán su primer año. Allí podrán alcanzar el tamaño de una tortuga de dos años, antes de ser liberadas al mar. Este traslado no gusta a algunos ecologistas, que ven en él una interferencia humana que desnaturaliza el proceso. “Tampoco es natural cortarle el hábitat, la pesca, los plásticos o la contaminación. Tienen problemas que les creamos nosotros, y se trata de reequilibrar la balanza”, replica Borja Cabello.

“Nos gusta ver que hay tanta gente comprometida con el medio ambiente y quieren participar. Están vigilando algo que no se ve y eso para mí es un hito”, concluye orgullosa Susanne Stamm. “Yo paso todos los días. Ya sea por la noche cuando dejo de trabajar o por la tarde, vigilo que hay voluntarios y están cuidaítas”, dice Álvaro González, el primero que las vio. “Me siento un poco ligado a ellas. Ya las he cuidado, y tengo que asegurarme de que van al mar”. 

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