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La sensación, tras las elecciones del domingo 26 de mayo, es que todo vuelve a la normalidad, que aquellos que ponían en cuestión las instituciones actuales han sido ejemplarmente acallados y que, por tanto, el país va a empezar a florecer vigorosamente de nuevo (nada de minúsculos brotes verdes). Incluso, volveremos a perdonar la corrupción del bipartidismo porque volverá la riqueza al país, los créditos para comprar segundas y terceras residencias en la playa o en la montaña o los coches de alta cilindrada, para todo el mundo. Seremos felices de nuevo.
Los votantes han decidido castigar un poco menos al PP y centrar las esperanzas en el PSOE. ¿No fueron ellos los que trajeron la riqueza a España? Pues pueden volver a hacerlo. Lamentablemente, las cosas no serán así. Los gobiernos de Felipe González y Aznar sentaron las bases de la economía actual. El primero comenzó con la desindustrialización española prometida a la CEE (actual UE) para que nos dejara entrar en “Europa” (cesión del sector del metal a Alemania, recortes lecheros en favor de Francia y Holanda, privatización ruinosa de empresas públicas, recortes vinícolas...) y el segundo diseñó la burbuja especulativa de la construcción, la entrada de las cajas de ahorro en este sector con el fin de desprotegerlas del riesgo y arrasó con casi toda la empresa pública que fue a parar a manos extranjeras. Zapatero y Rajoy fueron meras comparsas en la misma dirección.
Bien, destruida la empresa española, sustituida por oligopolios sectoriales multinacionales que ofrecen empleos precarios, que pagan pocos impuestos porque tienen filiales en otros países y cuyos beneficios no se reinvierten en España sino que suelen acabar en guaridas fiscales, poco futuro se puede vislumbrar. Un empobrecimiento progresivo que está siendo apalancado (en el sentido mecánico, no económico) por unos tratados de libre comercio que llegan a establecer jurados privados que pagamos con dinero público para que las grandes empresas puedan interponer pleitos millonarios a los estados por pérdidas estimadas, pero los estados a las grandes empresas no.
Y todo esto está ocurriendo con las políticas del bipartidismo (recrecido con Cs). De hecho, los tres ya han votado a favor del CETA (tratado de libre comercio con Canadá) y JEFTA (con Japón). Otros como el TTIP están pendientes, pero su contenido no puede ser conocido; se guarda en un búnker. Entre otras cosas posibilitan que cualquier gran empresa multinacional entre en cualquier sector de un país con las normas de cualquier país en el que tengan sede, incluso aunque contravenga las constituciones nacionales o de Europa, desplazando a la empresa autóctona. Obviamente para pagar menos impuestos, menos salarios o, incluso, recibir subvenciones. Esto es empobrecer a los países.
Volviendo a los resultados electorales, los medios se han limitado a hablar de hecatombe de Podemos y éxito de los demás. Una percepción muy injusta: han perdido todos. Vox ha obtenido menos votos que hace un mes. Bajar cuando se está creciendo, no es, precisamente, un éxito. Cs no ha adelantado a un corrupto PP y ha perdido toda relevancia en País Vasco y Cataluña, su principal feudo hasta ahora, donde ha perdido casi un millón de votos respecto a las autonómicas de 2017. Si gobierna en algún sitio será supeditado al PP (o al PSOE si se desdicen de lo prometido en campaña). Mal panorama. El PP ha tenido las peores elecciones municipales y autonómicas, que parecen una victoria porque podrían gobernar Madrid (ya se sabe, la capital), Murcia y Aragón/Zaragoza, siempre con Cs y Vox (ganancia pírrica).
El PSOE es el único partido con un espectacular crecimiento en votos que le permite apuntalar el gobierno central y recuperar poder en algunas comunidades autónomas, aunque podría perder otras. Su éxito es el miedo a la inestabilidad. Pero vienen curvas y el voto del miedo es prestado, fugaz. La economía no funciona como nos cuentan y hay muchos elementos que apuntan a una agudización de la recesión que podría ser importante. Como no se han acometido reformas estructurales (creación de sectores económicos propios, no reformas laborales), no tenemos capacidad para afrontarla. Y el gobierno Sánchez adolece de ideología y decisión para tomar medidas impopulares entre los grandes capitales que, en los momentos difíciles, deben hacer un esfuerzo superior (como los demás) y que no han hecho hasta ahora. Por tanto, y con lógica, la población exigirá responsabilidades al partido que gobierna, el PSOE, que podría sufrir un descrédito semejante al del PP actual. Mala papeleta.
Todo lo anterior no hubiera sido posible sin las peleas intestinas en Podemos desde Vistalegre 2 (y que han arrastrado a IU). Dos años de infantilismo y egocentrismo extremos que han destruido completamente la genialidad de los tres años anteriores. Y los protagonistas son los mismos en ambos casos. De la genialidad a la mediocridad. Desde Madrid, el “núcleo irradiador” de la división interna, casi todas las comunidades y municipios han sufrido la disputa de diferentes candidaturas cercanas que han dividido el voto permitiendo que la fragmentada derecha pareciera un conjunto cohesionado.
En Aragón, la debacle de Podemos sí ha sido importante. Pasar de 14 a cinco diputados, no lo había conseguido nadie en tan sólo cuatro años. Indudablemente no ha sido por su actividad parlamentaria, intensa y fructífera, sino por su encarnizada guerra intestina tras sus elecciones internas en 2017. El sector perdedor, afecto a Echenique, encontró en Zaragoza en Común una trinchera desde la que seguir combatiendo al sector ganador. Cualquier confluencia era imposible. Así llegamos a las elecciones del 26 de mayo en las que un sector de Podemos pedía el voto para candidaturas diferentes a Podemos. Asaltar los cielos desde los cinco diputados es imposible. Tampoco con el único diputado de Izquierda Unida (que sigue perdiendo voto), incapaz de pactar algo con Podemos. En todas las negociaciones sin éxito no hay un responsable, sino dos. Un pacto hubiera conseguido, mínimo, un diputado más.
En Zaragoza, sin fractura, Zaragoza en Común habría obtenido un mínimo de seis concejales, suficiente para evitar un gobierno del eterno candidato del PP, Azcón (muy emocionado porque era su último cartucho para seguir en política). Ahora con tres concejales, habiendo dilapidado seis y el gobierno de la ciudad (otro hecho histórico), no se puede pretender ser alternativa de gobierno en futuras ocasiones. IU, que pierde cuatro concejales arrastrada por la vorágine centrífuga de Podemos, vuelve a 2011, como si no hubiera pasado nada.
Chunta Aragonesista ha pagado cara su connivencia con el PSOE en el gobierno de Aragón (que le mantuvo a favor del ICA por silencio administrativo) y su visceral e incomprensible enfrentamiento a ZeC en el ayuntamiento de Zaragoza, perdiendo aquí su representación. Sus tres diputados autonómicos son un espejismo solamente factible por la división en Podemos.
La irrupción prevista de Vox en las generales en abril espoleó a sectores de izquierda abstencionista a acudir a votar para parar la involución social. El miedo. La izquierda acudía unida en Unidas Podemos. Al mismo tiempo, votantes tradicionales del PP decidieron no votar como castigo por la corrupción y por el mensaje radical de su líder, Casado.
Pero esta vez, la reacción ha sido la contraria. La izquierda dividida y peleando en un espectáculo deplorable, ha mandado a muchos seguidores a la abstención. La derecha con miedo a un gobierno “comunista” que acabe con las libertades civiles (en la argumentación de PP, Cs y Vox, magnificado convenientemente por los medios de comunicación) y una encuesta del CIS tan errada como “aterradora”, pues daba una victoria aplastante de la izquierda y el PSOE por toda España. En España se vota por miedo al otro, no por el programa.
El mensaje electoral es claro. El PSOE (y PP y Cs) pueden seguir cobrándonos el injusto Impuesto de Contaminación de las Aguas en Aragón. Se puede dejar de investigar la corrupción. Se permiten, de nuevo, los pelotazos urbanísticos en las ciudades (hoy expresa el Banco de España su oposición a limitar el precio de los alquileres, aunque las familias no puedan pagarlos), en la montaña (vuelve Castanesa) o en la playa (Sancti Petri). Se propondrá reducir las pensiones (hoy lo ha hecho el Banco de España). Se potenciarán nuevos centros comerciales aunque sean ilegales (Torre Village en Zaragoza) y aunque destrocen el comercio tradicional. Los Uber, Glovo, Amazon, etc. tienen alfombra roja para precarizar el empleo y llevarse la riqueza española fuera. Firmaremos el TTIP (tiemblen autónomos y Pymes). Educación, sanidad o pensiones pueden recortarse “si el país lo necesita”. Los trasvases entre cuencas, a pesar de su inviabilidad ecológica y económica...
La izquierda en Aragón debe dar un giro de 180º en su modo de hacer política. Ha visto la evolución de la economía y la sociedad y ha planteado soluciones fiables y justas para los momentos actuales. Pero no previó la tempestad de los odios internos y las tendencias taifales. Sus cúpulas, irresponsablemente, no han actuado según pedían las bases. Debe retomar, si alguna vez la ejerció, la práctica de los “cuidados” (tan manoseados dialécticamente) con sus gentes y conformar alianzas sociales y políticas amplias, incluido el aragonesismo (si hace falta, retirando a los liderazgos que imposibilitan al entendimiento). as estructuras actuales no sirven. Un proyecto colectivo no puede ser nunca la suma de pocos proyectos individuales. Vienen (más) tiempos de zozobra y quienes estén preparados, podrán afrontarlos con éxito. La sociedad lo necesita. No es tiempo de cainismos.
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