Una bombilla temblorosa e impávida

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(La Iliada) ¡Qué antiguas eran ya las armas, qué viejos eran ya los hombres, qué decrépito el mundo, qué anciana la palabra, ya en tu guerra, oh rey Agamenón! Rafael Sánchez Ferlosio (1927-2019).

En París, el 2 de octubre de 1939 el poeta Paul Valéry escribe una carta a Victoria Ocampo que en ese entonces dirigía la revista “Sur” en Buenos Aires: “No veo ante mí sino inquietudes de toda clase. Los muchachos están bajo las armas; su destino y su porvenir han entrado en la niebla”. Al poeta, con 68 años, el terrible conflicto europeo se le echaba encima y afirma que el asunto “es mucho más que una guerra”. Para explicarlo apunta esta reflexión: “Quizá debamos considerar que, desde 1914, somos, en Europa, los testigos y las víctimas de enormes fenómenos de geología social, política y económica, cuyas sacudidas tal vez caven un abismo de servidumbre y de ignorancia crédula en el sitio donde se levantaron montañas cargadas de dioses y deidades de los cuales nuestras obras no eran sino los oráculos o bien las loas”. En otra carta, más dramática, del 17 de junio de 1940, ya bajo la ocupación alemana, el poeta escribe: “Tal vez haya un mañana para otros. Pero la civilización, que era nuestra razón de vivir, está herida en el corazón mismo del país que la mantenía aún en todo lo posible. Ahora el desastre público engendra todos los desastres privados. Ya no tengo noticias de mis hijos y de mi yerno. En cuanto a mí, con los míos, mi mujer, mi hija encinta y mi nuera. No tengo idea de nuestro porvenir material”. Sin embargo, incluso en unos días tan nefastos y a través de su desnuda desesperación, Paul Valéry consigue ser capaz de decirle a su amiga, al otro lado del océano y lejos de la guerra en Europa, que siente breves señales de energía que le hacen albergar alguna esperanza para su país: “La extrema desgracia ilumina las culpas, pero engendra en el alma fuerzas e ideas que sólo pueden provenir de fuentes situadas en lo que todavía no es y podría ser”. La vida del poeta que la guerra precipitó, duró cinco años más; en 1945, vida y guerra habían concluido.

Pero en realidad, habiendo concluido el conflicto, no había finalizado la guerra. De todas las reflexiones sobre la guerra, la que más nos tiene que espantar en la conciencia, es la conocida pero no tenida en cuenta de Tucídides, que en el siglo V a. C. hizo un relato riguroso y admirable de las guerras del Peloponeso entre Esparta y Atenas: “Las guerras una vez comenzadas nunca terminan”. El historiador y militar ateniense, viene a alertarnos del hecho irreversible de que las consecuencias que genera un conflicto prolongan su devastación en el tiempo en un no cesar de las armas entre otras cosas. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue una consecuencia de la primera de 1914-1919. Las condiciones humillantes impuestas a Alemania, sumadas a una tremenda crisis económica y social, hicieron florecer el nazismo. En la Conferencia de Yalta, en una pequeña isla de Crimea, en febrero de 1945 cuando aún no había concluido el conflicto, (los rusos se hallaban a 70 kilómetros de Berlín), tras dibujar en la mesa sobre el mapa la división de Alemania, la cuestión polaca, el acceso al petróleo de Irán, el reparto de la tarta entre otras cuestiones, y llegados a un punto muerto en las negociaciones, Churchill y Roosevelt, que se habían reunidos antes para concretar una postura común, se quedaron a este lado del Danubio azul y Stalin al otro lado de la estepa interminable. En medio, lo que luego se llamó, bautizado por el inglés, el Telón de Acero. Para Stalin la guerra había terminado, pero no para Estados Unidos. Con la voluntad de los dirigentes de Washington de que la guerra continuara, se inició la Guerra Fría que se vio precipitada en pura paranoia, cuando unos meses más tarde, en agosto, los norteamericanos lanzaron dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki; y no en Tokio, pues la capital japonesa ya había sido arrasada por un bombardeo masivo y no podía cumplir la misión de demostrar la magnitud de un desastre nuevo y que estaba dirigido a asombrar no sólo a los japoneses. Piensen ustedes a quién más. En 1949 se crea la OTAN y Stalin como respuesta, crea el Pacto de Varsovia como zona de amortiguación y como barrera ante el expansionismo norteamericano. Como las guerras no terminan y, al igual que un cáncer, a partir de un centro maligno o digamos, desestabilizado, se generan metástasis en lugares lejanos pero no por ello de menos importancia vital. Corea, Laos, Camboya, Vietnam. De un modo indirecto, pero consecuencia de la guerra y el holocausto, la creación de Israel como forma de reunir a la diáspora, los golpes fascistas en toda América Latina para contrarrestar a Castro en Cuba, la mano de hierro de la Unión Soviética sobre la mayor parte de los países del Pacto de Varsovia (Primavera de Praga, enero-agosto de 1968). Y ahí no quedó la cosa, porque después vino el desmantelamiento de Yugoslavia, que para la Unión Europea, sobre todo para Alemania, era una nación demasiado grande. Una guerra terrible que ha venido a dar en Kosovo, donde las cosas no están resultando bien. Ni en Irak, ni en Afganistán, ni en Siria, la guerra ha terminado, solamente “algunos” han huido, se han retirado a sus cuarteles de invierno. El conflicto, ya antiguo, entre Israel y Palestina no tiene visos de finalizar. El veto de Estados Unidos en la ONU es la espada de Damocles para los palestinos y el estancamiento perenne para una cuestión enquistada. La actual guerra de Ucrania es producto de una metástasis provocada por un instrumento creado para la Guerra Fría: la OTAN; peligrosamente dirigida por una hegemonía que declina y que debe hacer algo para demostrar lo contrario: Estados Unidos. La actual guerra de Ucrania es una metástasis que se ha extendido al hígado de Rusia. Este país ya había sentido los achaques del Donbass, una guerra que comenzó Kiev hace ocho años. Rusia, por si perdía el riñón, había recuperado Crimea en 2014 a través de un referéndum pacífico. Lo que fue visto por Estados Unidos como una “agresión imperdonable”, mientras que el bombardeo de Kosovo contra los serbios por parte de la Alianza Atlántica en 1999, fue considerado como “una acción humanitaria” en todo Occidente, no así en Rusia y en China. A partir de ahí, en el teatro de operaciones de Ucrania, muchos dólares, acuerdos, avisos, olvidos, amenazas y 15.000 muertos. Muchos, muchos intereses particulares y muy poca, o más bien, ninguna prudencia general. En medio Ucrania, todo un pueblo, con un gobierno débil que se apoya en amigos no adecuados. Los otros amigos europeos creen que la metástasis de la Guerra Fría se cura con la quimio y no hacen ningún caso al abuso norteamericano de inmiscuirse tirando de lo peor si hace falta. Delante de nuestros ojos, la democracia europea ha mirado para otro lado con respecto al apoyo norteamericano a la extrema derecha ucraniana, blanca y nazi, que odia a los rusos que tienen rasgos asiáticos. Ningún tártaro de ojos rajados en el fascista Batallón Azov. Siempre hay una gota que colma el vaso, en esta ocasión, fue la firma del Acuerdo de Cooperación Estratégica, firmado por el Secretario de Defensa, Lloyd Austin y su homólogo ucraniano Audrey Taran en septiembre de 2021. Entre las muchas cuestiones en materia militar y ante lo que denominaban “agresión rusa”, se dejaba la puerta abierta para la posible entrada en la OTAN del país eslavo. Este acuerdo produjo en el Kremlin una alarma definitiva sobre un agotamiento diplomático prolongado. Y por ello, decidió, con un año de antelación, preparar la invasión de Ucrania. Tras la caída de la Unión Soviética y su desmantelamiento, muchos se apresuraron a dar por finalizada la Guerra Fría. El capitalismo había vencido y la historia había terminado; el mundo era unipolar y americano. Todos se equivocaron, no solo el lacayo de Francis Fukuyama. En definitiva, Tucídides viene acertando desde hace 2400 años. Tras el derrocamiento de Viktor Yanukovich en 2014, Estados Unidos toma Ucrania imponiendo un cambio de régimen. La entonces subsecretaria de Estado Victoria Nuland, se hizo muy conocida por aquel insulto (-verdadero-) de: “A la mierda la Unión Europea”, que había puesto algún débil reparo a la voracidad de Estados Unidos y su desprecio insultante a Rusia. Diana Johnston en “El conflicto eterno”, un riguroso artículo traducido y publicado en España el 22-03-2022 por CTXT, escribe:

“El impulso vehemente anti ruso de este cambio de régimen suscitó la resistencia de las zonas del sureste del país, habitadas en gran parte por personas de etnia rusa. Ocho días después de que más de 40 manifestantes fueran quemados vivos en Odesa, las provincias de Lugansk y Donetsk se movilizaron para separarse como acto de resistencia al golpe”.

Hay cuestiones que se ven muy claras, aunque en verdad, son cosas que no queremos ver, cosas que pensamos, erróneamente, que es mejor no hacerles mucho caso. Para no reiterarnos e ir al grano, vamos a dejar de repetir el mantra general de que el problema es Putin. Porque, en realidad, él es sólo el ejecutor de unos hechos, sí, sí, injustificados, como por otro lado, siempre es una guerra aunque tenga sus causas. Es decir: si al frente del Kremlin no hubiera estado Putin, sino otro dirigente, éste hubiera hecho lo mismo. Donde decimos Putin, tenemos que poner Rusia. Pero, ay, ay, entonces, nos quedamos sin chivo expiatorio, sin la encarnación del mal, sin la explicación ansiolítica de que el problema es que alguien es un tirano y está loco. Todo ello, sin darnos cuenta de que a un loco no se le puede hacer responsable de nada: está loco por eso mismo; hay algo que no tiene y sin embargo, se lo exigimos. Además y esto es muy interesante, habría que explicar bien las causas y antecedentes, que no las justificaciones, de haber llegado a esta situación tan peligrosa y que sigue cobrándose tantas víctimas. El eterno problema después de la Guerra Fría, el corte de la comunicación con Moscú, y, evidentemente, una falta de consideración a sus reiteradas razones de seguridad por ello mismo, es ya una vieja canción. Cuestiones estratégicas que hasta un niño entendería, pues todos los niños y niñas se hacen mayores cuando aprenden que no se debe molestar a la loba o a la osa en su guarida donde guarda la camada. Nunca debemos olvidar la Crisis de los misiles en Cuba, en octubre de 1962. Kennedy, Jruschov y Fidel Castro, un trío de ases en un mundo en blanco y negro. Una situación crítica entre el Este y el Oeste a las puertas de un conflicto nuclear que se logró evitar por los pelos. Cuatro meses antes, Valentina Tereshkova se convierte en la primera mujer en viajar al espacio, ella sola; y dos meses después, en agosto, Marilyn Monroe, también, ella sola, emprende una travesía más larga aún y nos deja para siempre. En noviembre de 1963, Kennedy sería asesinado en Dallas como ficha a derribar y así, con Lyndon B. Johnson en la Casa Blanca, poder proceder al envío de tropas a Vietnam e iniciar (continuar) la guerra. El año en que yo nací, 1962, tuvo su tela marinera, y así fue toda la década, incluyendo el Mayo francés del 68 y el impacto del reportaje que la revista Life sacó ese mismo año, sobre el hambre con mayúsculas en Biafra (Nigeria). El hambre, al contrario que las heroínas, no viajaba sola; pero eso lo adiviné más tarde, pues en ese entonces, uno era un niño que jugaba al fútbol con alpargatas de puntera en un campo de rastrojo. En una reciente entrevista para “Ethic”, Noam Chomsky nos ilustraba con un ejemplo: si Rusia firmara un acuerdo estratégico de cooperación militar con México, sería evidente que el pánico se apoderaría del Pentágono y todos entenderíamos que la Casa Blanca pusiera el grito en el cielo. Pero a la inversa, como ocurre en Ucrania por el empeño yanqui, ¿qué nos hacía creer que Rusia se iba a quedar siempre de brazos cruzados? Nuestra ceguera nos lleva a no utilizar la misma vara de medir a un lado u otro del antiguo Telón de Acero. Vuelvo a repetir la canción griega de que las guerras una vez comenzadas nunca terminan. Son hijas de un conflicto anterior que a su vez proviene de otro más antiguo, y si siguiéramos así, alcanzaríamos a Homero o a un posible y arcaico Khan chino; y las guerras también son madres de un enfrentamiento posterior, como el que nos traído hasta donde estamos ahora y no sabemos a dónde nos llevará. Resumiendo: Uno: No es Putin que ataca, es Rusia que se defiende. Dos: “Los estadounidenses rechazaron cualquier esfuerzo por impedir la guerra, hicieron todo lo posible por promoverla y sacarán todas las ventajas que puedan de su continuación”. (Diana Johnston)

Después de algunas declaraciones que sobraban y que han sentado mal en el Kremlin, podemos decir que la mentalidad del presidente Biden se asemeja a la paranoia de Bush, pero la diferencia es, que los asesores del primero parece que muestran alguna prudencia, por lo menos, de cara a la galería. Aunque por dentro cuecen habas en un caldo que no vemos, el secretario de Estado Antony Blinken, a cada movimiento de su jefe, tiene el pobre que ir detrás recomponiendo el jarrón roto y pidiendo disculpas. Mucha agresividad reinante de parte de Estados Unidos, tanto si es haciendo de “pistolero crepuscular” en Polonia ante los vaqueros del Far Est o de actor machista y violento en la entrega de los Óscar de la Academia de Hollywood, y en prime time para más inri. Los adolescentes del mundo entero, menos los rusos por las sanciones, tomarán nota de un comportamiento tan ejemplar. Lo de que una cosa es la ficción y otra es la realidad, ha caído en la bolsa de Wall Street y cotiza a la baja. Pues ahora ser héroe contemporáneo avalado por la perenne euforia de Hollywood, es no tener ni la más mínima idea de lo que es ser responsable. Es decir, no son héroes, son falsos héroes. No tienen palabras. Son puro gesto. Estamos en unos tiempos complicados que requieren más templanza que nunca y sobre todo, llegar a un acuerdo lo más rápido posible tiene que ser nuestra principal tarea diplomática. No venir al viejo continente a calentar a la tropa acantonada, con mentiras sobre sí mismo y con desprecio a otros a quienes en el fondo se teme, sería, no sólo deseable sino, además, recomendable: “En los últimos veinte años habéis demostrado que sois el mejor ejército de la Historia”: (¿Reír o llorar?) Si los soldados americanos se creyeron lo que les dijo su presidente envalentonado, como si fuera el general Custer ante el Séptimo de Caballería, es que son soldados de plomo, cerebro plano. Viendo los movimientos y la tremenda propaganda y censura que campea a sus anchas como si fuera el rabo de gato, no sólo de un modo exclusivo en Rusia, sino también en los medios occidentales, uno se da cuenta de que en el objetivo de Estados Unidos, no es salvar a Ucrania sino arruinar a Rusia. Youtube ha censurado el documental “Ucrania on fire” de Oliver Stone, que no es cualquier director, y no permite verla al igual que todo lo que ponga en cuestión a la OTAN. Puede ser que algunas cosas hayan cambiado, pero si escuchamos a algunos gobernantes, nos damos cuenta que todo sigue igual. Casi son robots parlantes; distintos idiomas, mismo discurso plano. Para que haya un mesías, para que venga, tiene éste que proponer la verdad de las cosas y con la prensa en contra para que no se diga que le han ayudado. Y es que las guerras se han vuelto muy costosas y complicadas. La guerra de guerrillas de Viriato se ha puesto muy de moda y la tecnología digital ayuda y perjudica tanto a tirios como troyanos. Incluso, aunque podamos averiguar las causas de los enfrentamientos, ya forma parte de la normalidad no se saber si los conflictos se ganan o se pierden; y puede ser que eso no sea lo realmente importante, porque, seguramente, son muchas más las cosas que no sabemos, los secretos que pesan en la balanza.  En “La hija de la guerra y la madre de la patria” (Destino 2005), hablando de la difícil tarea de la enseñanza de la Historia, Rafael Sánchez Ferlosio, dice que las monografías básicas que se utilizan en las aulas en lugar de los compendios, mucho más amplios, están condicionadas a una variable cantidad de información que ha dejado con más o menos fortuna cada época, siendo deseable que se aparten de lo que Polibio llamó “historia pragmática”, la de los hechos políticos o guerreros, o en una palabra, la historia de la dominación, siempre mucho más documentada. Se sabe lo que pasó, pero se tiende a desconocer lo que pasaba. Aunque, “aún así, parece que todavía no hay una total certeza de quién ganó la batalla de Kadés: Ramsés II o el Imperio Hitita, ni aún veinte siglos más tarde, la del Talas: El Celeste Imperio o el Islam”. Así que con las guerras, es difícil no sólo hacerlas, pagarlas, adivinar sus causas, evitarlas, salvarse de su nefasta influencia en el tiempo, sino también, es muy complicado hasta saber quien las gana. Y debe ser porque en el fondo, todos las pierden. Todos las perdemos.

Si interpretáramos el mundo no dando tanta importancia al egoísmo de los conceptos nacionalistas, sino más bien a la relación entre los pueblos, ya sea de cooperación comercial, industrial o cultural, incluso deportiva, como pretenden los juegos olímpicos, no estaríamos a la greña, a la venganza o al capricho del más chulo yo que soy el mejor. No tensaríamos el arco, no desenvainaríamos la espada. Ni andaríamos construyendo muros ni racaneando la raya unos kilómetros más allá, unos muertos más acá, sino simplemente levantaríamos puentes y demostraríamos cuál es la verdadera tarea del ser humano. En “Borriquitos con chándal”, que es un lúcido y demoledor ensayo sobre la educación, y dentro del libro que citaba, Rafael Sánchez Ferlosio, propone ante la pobreza de los manuales que manejan nuestros infantes, este ejemplo: (Disculpen lo largo de la cita):

“Un curso sobre las relaciones mercantiles, singularmente con el gran desarrollo de la navegación y de los tráficos navales, con la correspondiente intensificación de las comunicaciones, desde el fondo del Báltico hasta el mar de Azof, con los graneros continentales de Polonia y Ucrania, en uno y otro extremo, con la Liga Hanseática en el norte y las repúblicas marineras en el sur, y la rivalidad mortal de los genoveses contra los venecianos y catalanes, tras haber suplantado la hegemonía de Pisa, en la Europa de los siglos XIII, XIV y XV. Y no sería a humo de pajas el recomendar precisamente esta época, centrándola sobre todo en la navegación, pues entonces es cuando se afianza de una vez por todas y hasta hoy la comunicación del Viejo Mundo Occidental. Y si se ve en términos de historia común, el de la comunicación es el criterio que, a mi juicio, debe prevalecer sobre el de los avatares de la historia pragmática de las soberanías. Baste decir que ya en el siglo XIII los genoveses tenían una factoría comercial, jurídicamente reconocida por Fernando III, en Sevilla, mientras que tanto los castellanos como los catalanes tenían las suyas propias, aparte de otros lugares intermedios, en Brujas, donde establecían contacto con la Hansa. Hacer prevalecer el criterio de la comunicación sobre el de las unidades de soberanía –que, por lo demás, sólo son tales con respecto a otras- contribuiría también a disolver el espurio género de las historias nacionales, tan deletéreas para el conocimiento por motivación paternalista: cuando el objeto interesa no por sí mismo, sino por ser mío, por no hablar del abstruso fundamento de tal apropiación”.

La descripción de lo que pasaba contiene el argumento de lo que pasó, pero no al contrario; que es lo que hace el nacionalismo que ciega lo que pasaba y se queda con lo que pasó. En 1385 la batalla de Aljubarrota entre lusos y castellanos, aseguró la independencia de Portugal… (-Y en este plan, sin salsa ni nada-). Si no se enseña la Historia con método y como un análisis en profundidad que vaya más allá de las fronteras de las naciones, siempre estaremos más cerca de no comprender al vecino, incluso, de convertirlo en lo que de ningún modo es. En Radio Nacional entrevistaron a una mujer de origen ruso casada con un ucraniano, creo recordar que se hallaba refugiada en España; contaba que cuando le dijo a sus parientes en Rusia lo que estaba pasando, comprobó desolada que no la creían en absoluto. Le dijeron que estaba mintiendo. Contaba la mujer que algo muy dentro se había roto, que nunca había sentido un dolor tan grande.

“Ahora el desastre público genera los desastres privados” escribía el poeta Paul Valéry en una carta hace 83 años. La mujer refugiada expresa en una sola frase uno de esos desastres, la división de la familia, el punto dramático donde la sangre se desvía del río de la madre, del brazo del hermano. Es algo que conocimos muy bien en España cuando la Guerra Civil (1936-1939) y la terrible represión que vino después. Una posguerra que sigue levantando ampollas. El genocida Queipo de Llano enterrado en la catedral de Sevilla y con calle reciente en Madrid y el tío Ramón y el abuelo Manuel, con los defendieron la República en una cuneta o en una fosa común sobre la que crecen los cardos. Podría abrir cualquiera de los dos volúmenes del libro (mil páginas) de Ronald Fraser (“Blood of Spain”), “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros” (Mondadori, 1979) y al azar, elegir un fragmento cualquiera del relato de los protagonistas que pudieron contar aquel conflicto fratricida. Y sería algo muy parecido a lo que dijo el poeta francés en 1940 o la mujer eslava en 2022. Aunque a veces en ella se ahoguen, encima de la sangre siempre se encontrarán las palabras, el nexo que el ser humano extiende para estar unido o otros en la adversidad. El dolor que, como las guerras, parece no terminar nunca. Pero por hoy, creo que ya está bien y les dejo con un pecio del maestro de la palabra que es Rafael Sánchez Ferlosio, de donde extraje el título para este artículo:

(Anti- Goethe) A nadie podría sentir yo más ajeno y más contrario que al que dijo: “Gris, mi querido amigo, es toda teoría; / verde en verdad, el árbol dorado de la vida”. Siempre me ha parecido a mí, por el contrario, ser la vida lo gris, y aun lo lóbrego, lo siniestro, polvorienta y reseca momia de sí misma. Verde tan sólo he visto la imaginaria flor de la utopía, que brilla entre sus ramas, como una bombilla temblorosa e impávida, desafiando la ominosa noche, en la ciudad bajo los bombardeos.

ÓSCAR LORENZO

San Andrés y Sauces

Isla de la Palma

01-04-2022 

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