Halloween ¿qué Halloween? Es una frase que popularizó hace unos años un contertulio del popular ‘Chiringuito de Jugones’, queriendo expresar extrañeza ante una fiesta que se inventaron los profesores de inglés de este país. Ya sé que en los países llamados celtas esta fiesta de culto a los muertos y también celebración del fin del verano tiene más de tres mil años de antigüedad. Los niños recorren la vecindad dando la vara con aquello de truco o trato y se visten con la parafernalia del cine de terror. En Galicia sí es tradicional y se llama ‘Samaín’, que significa algo así como fin del verano, y se basa en esa extraña cercanía con la muerte de los pueblos celtas y otros. En República Dominicana cuando moría alguien sus familiares y amigos tocaban tambores toda la noche, para darle al difunto valor para cruzar “el muro de niebla” entre los mundos, incluso alguna mujer con poderes les ayudaba al tránsito. Mi abuelo en Galicia me contaba que vio la Santa Compaña, una procesión de difuntos con capuchas y faroles, y no es un farol. En las aldeas los muertos están enterrados alrededor de las iglesias lo que nos ayuda a valorar el tiempo que nos queda, a no desperdiciarlo y desperdiciarnos. Me gusta ese cuento cubano en que la muerte busca a una anciana y nunca la encuentra pues ella está siempre en movimiento, yendo de un lugar a otro. Aquí en las islas hay una de las tradiciones más antiguas, los llamados ranchos de ánimas, un grupo de personas que iban por las casas tocando en honor a los muertos y recogiendo fondos para celebrar misas por sus almas. Todavía queda alguno, por ejemplo, en Teror, Gran Canaria. Termino con una extraña ceremonia que se celebra en As Neves, Pontevedra, donde la gente paga por recorrer las calles dentro de ataúdes. Eso sí que es un buen Halloween, o si ustedes quieren, Samaín. Insuperable. Es superfriki ver a los “muertos” protegiéndose de la lluvia con paraguas o bebiendo coca cola, o al cura intentando en vano prohibir lo que considera un rito pagano. Incluso se ha negado a participar en la procesión a Santa Marta de Ribarteme. Y es que aquí el que se aburre es porque quiere.