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El genocidio no reconocido del siglo XX

40 armenios masacrados durante el genocidio de 1919

Fernando Del Rosal

Las Palmas de Gran Canaria —

Durante la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano llevó a cabo lo que la mayoría de estudiosos e historiadores internacionales han definido como uno de los genocidios más grandes de toda la historia, al matar a una inmensa proporción de su reducida población armenia. En total más de un millón de armenios fueron asesinados. A día de hoy, Turquía niega este genocidio que se conmemora cada 24 de abril, mismo día que, en 1915, las autoridades otomanas detuvieron a 235 miembros de la comunidad de armenios en Estambul.

“Aun cuando el resto del mundo no pudo o quiso intervenir para librar a los judíos de Europa del destino acaecido a los armenios, ese mismo mundo decidió cambiar el rumbo inmediatamente después de la victoria militar y sustituir impunidad por castigo”. Así se expresaría el profesor de sociología, historiador y experto en el estudio del Genocidio Armenio, el turco Vahakn Dadrian, con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, en una cita que resulta paradigmática para valorar los posibles agravios comparativos presentes entre ambos genocidios cuando se cumple un siglo desde aquel holocausto perpetrado en 1915 contra la población que hoy radica en el pequeño país situado al sur de Georgia y al norte de Irán.

Aquel episodio de la historia, del que los adjetivos huyen para evitar su calificación, fue el colofón de una serie de persecuciones sufridas por el pueblo armenio que vivía dentro del Imperio Otomano (desmembrado y nucleizado en lo que hoy día es Turquía), y que produjeron una importante diáspora de armenios que desde entonces comenzaron a emigrar a otros países como España, Estados Unidos o países latinoamericanos.

Se trata del primer genocidio cometido en un siglo, el XX, en el que este crimen contra la humanidad se gestó en más de una ocasión al amparo de determinados regímenes a lo largo del globo.

La cuestión que se dilucida desde la opinión de numerosos intelectuales, políticos y colectivos de la sociedad civil y siempre sobre la base de una adscripción incondicional a los Derechos Humanos, es que el negacionismo sobre el Genocidio Armenio con que ha predicado Turquía desde el mismo momento de su comisión, debe ser dinamitado con arreglo a la noción de justicia universal. Reconocer los crímenes contra la humanidad exige una condena, y sus víctimas un reconocimiento. A día de hoy a los armenios se les ha hurtado ese derecho desde la comunidad internacional. Aunque el reconocimiento sí se ha establecido como condición sine qua non para una posible acogida de Turquía por parte de la Unión Europea.

En 1929, el que fuera primer ministro del Reino Unido durante el apogeo de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, estableció en su libro, The World Crisis, las claves geopolíticas con connotaciones raciales y religiosas del proceso genocida: “No cabe duda de que ese crimen fue preparado y ejecutado por razones políticas. Se presentaba una ocasión para hacer desaparecer del país una raza cristiana que se oponía a las ambiciones turcas, que incluso mantenía aspiraciones que no podían ser satisfechas sino a costa de Turquía, y que estaba situada –geográficamente- entre los turcos y los pueblos musulmanes del Cáucaso. Es posible que el ataque inglés sobre los Dardanelos haya estimulado el furor sin piedad del gobierno turco. Los panturquistas pensaban que aun si Constantinopla (capital del Imperio Otomano) cayera y Turquía perdiera la guerra, la supresión de los armenios representaba una ventaja permanente para el porvenir de la raza turca”.

Hoy, el número de habitantes de la República de Armenia es de algo más de tres millones según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2011, si bien el pueblo armenio lo constituyen entre seis y siete millones actualmente, y menos de cinco millones viven en el país del sur del Cáucaso, país pequeño situado al sur de Georgia y al norte de Irán. El resto vive fuera, principalmente en Estados Unidos, Rusia, Francia, Líbano y Siria. Sus gentes provienen de Anatolia, de donde llegaron hace 2.500 años. Además, fue el primer Estado en adoptar el cristianismo como religión oficial en el año 301, y culturalmente gozan de un idioma y alfabeto propios y una rica tradición cultural e intelectual. En el siglo XV, su territorio es asimilado por el Imperio Otomano, que en su espacio de tiempo de mayor auge se extendía desde el Mar Caspio hasta las cercanías de la ciudad de Viena.

El devenir del proceso que terminó en crimen

Los otomanos estaban organizados mediante un sistema de comunidades, donde cada ciudadano pertenecía a su propio grupo religioso, lo que les permitía una suerte de autogobierno derivado de los derechos que les otorgase el sultán, máxima autoridad imperial. Esta relación comprendía una sumisión al sultán con el pago de tributos y la obediencia, en un contexto en el que las prerrogativas para la población musulmana eran superiores a las de personas de otros credos, tales como armenios, griegos o judíos. Las minorías no musulmanas eran tachadas de infieles. Esta condición conllevaba un estatus social, político y jurídico distinto, que se proyectaba en una representación más precaria en las Cortes Islámicas, un pago de impuestos más elevado al de los musulmanes y la restricción en el acceso a los servicios militares o civiles.

Es a finales de los años 1800 cuando aflora cierta insatisfacción entre la población armenia, que comienza a imprimir una presión para forzar un cambio. El sultán Abdul Hamid II, en el trono entre 1876 y 1909, se comprometió a derribar cualquier reforma que facilitase la salida de esta estructura social o que permitiese obtener la independencia respecto a los otomanos o restituir de alguna manera la condición de ciudadano cuando esta conllevara el dejar de ser otomano. Las reivindicaciones armenias se intensifican a finales del siglo XIX, mientras el sultán resuelve convocar a su ejército personal como una amenaza constante frente a dichas tentativas contestatarias. De hecho, los hamidiye, como se llamaba este ejército especial, llevó a cabo el papel de ejecutor cometiendo numerosas matanzas entre la población a raíz de su creación. Estas matanzas se conocen como las masacres hamidianas y dieron comienzo a la opresión y agresión hacia los pobladores otomanos de origen armenio.

Estas operaciones de lesa humanidad se perpetuaron e instauraron como el ‘modus operandi’ del poder a la hora de imponer su criterio sobre la ciudadanía, y configuraron una suerte de cultura de la violencia en la que estos actos enunciados quedaban justificados. En aquel entonces, fuentes del Ministerio alemán de Asuntos Exteriores y fuentes de la diplomacia francesa estimaron que cerca de 200.000 personas fueron asesinadas entre 1884 y 1886 en las masacres hamidianas, muertes que constituyeron el preámbulo de lo que acaecería en la segunda década del siglo XX.

En 1908, el movimiento político de los Jóvenes Turcos accedió al poder en el Imperio Otomano por medio de un golpe militar con el que depusieron al sultán como principal autoridad. Este movimiento partía de la base de que el establecimiento de una constitución y un parlamento era condición sine qua non para convertir el imperio en un pueblo civilizado y progresista y sujeto a derechos. La situación se trocó favorable hacia la consecución de mayores derechos para los llamados infieles, algo que se materializa en el caso de la posibilidad que se les otorgó a los armenios para entrar en las fuerzas armadas otomanas. Sin embargo, entre 1912 y 1913, las regiones bajo antiguo dominio otomano primordialmente cristianas, Grecia, Serbia, Rumanía y Bulgaria consolidan sus independencias del siglo anterior por la propia fuerza militar, lo que provoca la primera gran derrota bélica en el seno del imperio que los otomanos forjaron cinco siglos atrás. En cuestión de 15 días, los otomanos perdieron el 75% de su territorio en Europa del Este, algo que inocula el temor a la desintegración del imperio entre sus dirigentes, que ahora se acogen con mayor fiereza al sentimiento nacionalista.

El aumento de la inestabilidad territorial intensifica las tensiones sociales dentro del imperio, y el foco de dicha tensión se centra en las poblaciones cristianas. En 1912, se produjo el abandono de sus tierras de más de 100.000 habitantes griegos y búlgaros en dirección a Estambul, la capital otomana, en el contexto de las guerras de independencia de estos territorios. Allí son acogidos en mezquitas y calles de la ciudad y sufren el abandono de la administración imperial ante la ausencia de lugares de acogida para los refugiados, y esta situación dibuja un cuadro de incertidumbre sobre una población cuyos testimonios acerca del terror provocado por los cristianos en Bulgaria y Grecia siembran la sensación de que existía una persecución contra los musulmanes.

“Si pudiese contar todos los horrores perpetrados por el enemigo, incluso los cometidos aquí, cerca de Estambul, entenderíais qué les ha pasado a los pobres musulmanes que están tan lejos. Sin embargo, nuestra ira cada vez es mayor: Venganza, venganza, venganza. No hay otra palabra”. Fue Ismail Enver, uno de los líderes otomanos, quien pronunció estas palabras en ese contexto enrarecido.

En 1913, un ala nacionalista y radical turca se apodera del control del imperio un nuevo golpe militar, el Comité de Unión y Progreso (CUP), comandado por el triunvirato formado por Talat Pashá, ministro del interior, Enver Pashá, ministro de la Guerra y Cemal Pashá, ministro de la Marina. Con ellos aparece el panturquismo con una aspiración nacionalista proyectada sobre el territorio de Anatolia, que es la cuna de los armenios. De hecho, en opinión del teólogo evangelista y orientalista alemán, Johannes Lepsius, según una cita que de él hizo el historiador estadounidense Richard Hovannisian en 1984, los armenios eran, para los ideólogos panturquistas, “la mayor barrera racial entre los turcos otomanos y los pueblos turcos del Cáucaso y de Transcaucasia, el nuevo reino imaginario de los campeones del panturquismo”.

Los Jóvenes Turcos implantaron una nueva política educativa en 1913, basada en el nacionalismo turco radical. Ya en la Primera Guerra Mundial y después de provocar una revuelta árabe en los territorios de la península del Sinaí contra los otomanos, los británicos acabaron ocupando el sur de Anatolia al término de la guerra. Mientras, Armenia era el escenario de enfrentamientos entre rusos y otomanos, y aquellos invadieron las partes oriental y central de Anatolia entre 1915 y 1916; en 1917, los rusos se fueron del territorio por causa de la Revolución Rusa que se operó en el gigante eslavo. Fue durante esta lucha ruso-otomana cuando los turcos perpetraron el Genocidio Armenio.

Los genocidios armenios

Con el desmantelamiento del Imperio Otomano comenzaron a emerger los primeros signos de violencia otomana hacia los armenios. Serbia, Montenegro y Rumanía, y la de las regiones de Bulgaria, Rumelia y Macedonia obtenían definitivamente su independencia de los turcos. Y Rusia obtenía los territorios de Batumi, en Georgia, y Ardahan y Kars, en Armenia.

Ante estas operaciones geopolíticas, el sultán Abdul Hamid II comenzó a creer que los armenios podrían suponer un peligro añadido para la integridad territorial del Imperio Otomano, ya que a la autonomía de que gozaban provincias armenias como Van Erzerum o Kharpert y a la presencia rusa podría añadírsele una dinámica de reivindicaciones armenias como la ya acaecida con Bulgaria.

Entre tanto, las comunidades armenias dentro del Imperio Otomano no optaron en ese momento por buscar líneas independentistas, sino de reivindicación de derechos dentro del imperio. Con el ocaso del siglo XIX, la efervescencia política se dejó notar entre los armenios con el surgimiento de agrupaciones en la clandestinidad que sí se insertaban en una lucha de liberación nacional. La Federación Revolucionaria Armenia (FRA) encarnaba una organización tanto militar como política, que organizó revueltas como la de Sassoun en 1904 contra los otomanos. Las primeras víctimas armenias se encontraron entre las filas de la FRA, de donde fueron cayendo muertos o prisioneros miles de militantes entre 1890 y 1915 a manos del ejército otomano. Mientras que el amago de atentado con bomba de un grupo de armenios en el Banco Otomano en 1896 y el enfrentamiento de los armenios contra los kurdos en la Batalla de Janasor, del mismo año, irritaban al sultán Hamid II, quien respondió con nuevas matanzas contra grupos armenios en la periferia de Constantinopla. El número de víctimas armenias ascendía en 1896 a más de 300.000.

Ante la inestabilidad imperial, surge el movimiento de los Jóvenes Turcos en 1906 bajo las siglas del Comité de Unión y Progreso, con raíces universitarias y militares y postulados nacionalistas y reformistas. Con la anexión de Bosnia Herzegovina por parte del Imperio Austro-Húngaro, la chispa prendió entre los Jóvenes Turcos, que accedieron al poder otomano mediante un golpe de Estado en 1908, tras el que el sultán se ve forzado a promulgar una nueva constitución y una amnistía general a los presos y exiliados políticos.

El régimen turco se transforma entonces en una monarquía constitucional en la que los Jóvenes Turcos copan el Gobierno. Su Ejecutivo promueve la igualdad entre ciudadanos otomanos y declara las libertades de religión, prensa, pensamiento, reunión, expresión y circulación. Incluso los armenios acceden al Parlamento Otomano. El CUP vio en la Primera Guerra Mundial la oportunidad de aplicar dicho exterminio contra los armenios, para lo que contaban con el apoyo del partido, del ejército y de grupos especiales, como la estructura que pervivía de los hamidíes, a quienes se agregó la Organización especial, dirigida por los médicos Nazim y Beahedin y concebida para el exterminio. En enero de 1913, los Jóvenes Turcos dan un golpe de Estado exitoso para concentrar todo el poder entre los líderes panturquistas: Talaat Pashá, ministro del Interior, Enver Pashá, ministro de Guerra y Djemal Pashá, ministro de Marina.

Las derrotas militares del ejército otomano ante el ruso fueron un pretexto para que los Jóvenes Turcos acusaran a los armenios de traición y culparles de la derrota militar, puesto que estos se encontraban bajo la tutela tanto del ruso como del otomano. Los armenios del lado ruso fueron objeto del odio turco, un odio cuyos sujetos tomaron a la parte por el todo. Los armenios fueron tachados de traición.

Las detenciones, los asesinatos y las deportaciones de 1915

El Genocidio Armenio de 1915 es llevado a cabo por medio de un plan de deportación y un plan de exterminio de la población armenia bajo el dominio otomano. El primer paso fue la suspensión del funcionamiento del Parlamento y la instauración de la ley marcial. A esto le siguió la promulgación de la Ley Temporaria de Deportación, de mayo de 1915, y un programa de arrestos de los dirigentes armenios, que comenzó en Constantinopla el 23 de abril de 1915 con la detención de intelectuales, religiosos y comerciantes. La mayoría de ellos fueron asesinados para evitar que comandaran el contraataque armenio. Les siguieron los hombres armenios capaces de portar armas, y después las mujeres, ancianos y niños fueron expulsados y conducidos forzosamente hacia los desiertos de Siria y Mesopotamia bajo condiciones inhumanas concebidas premeditadamente para producir la muerte por inanición, agotamiento o enfermedad de las comitivas armenias. Durante el exilio, los armenios sufrieron ataques de bandas armadas, que perpetraron violaciones, raptos y robos.

Este procedimiento se aplicó con los armenios de Anatolia, primero, y con los de Cilicia, después. Tras la retirada de los rusos de la parte oriental de Armenia, los otomanos la invadieron y los armenios resistieron en la antes mencionada batalla de Sardarabad, en 1918, la contienda que desembocó en la independencia armenia.

En el proceso genocida de 1915 perdieron la vida en la deportación y los asesinatos 650 armenios con formación suficiente como para conformar una suerte de élite armenia. Con ello, los otomanos acabaron con la “cabeza pensante” del pueblo armenio. Prosiguieron con los varones para terminar con las mujeres, niños y ancianos. Los carteles en las calles de los pueblos informaban a los armenios de que serían llevados a lugares de reubicación en una zona de exclusión bélica con la finalidad de que alcanzaran su propia seguridad.

La verdadera intención otomana, sin embargo, quedó plasmada en un decreto del ministro de Guerra Enver Pashá, de 1915, en el que se mencionaba literalmente que el Gobierno Imperial había “ordenado el exterminio de toda la raza armenia”, se decretaba que los armenios mayores de cinco años debían “ser expulsados del país y sacrificados”, y los militares armenios ser llevados “a lugares desiertos y fusilados”.

Dado que, en estado de guerra el uso de municiones estaba limitado a las acciones de carácter bélico, los soldados otomanos tenían orden de usar armas blancas o proceder a ahogar a los armenios en el río Éufrates. Durante estas largas marchas, cientos de miles de armenios enfilaron las rutas de deportación programadas por los otomanos hacia el Mar Negro, donde eran ahogados a la fuerza (para el caso de los armenios al norte de Anatolia), o hacia el desierto de Der El Zor (para el de los de la zona central de Anatolia), donde les arrojaban a los pozos naturales y luego quemados. De los 2.100.000 de armenios que habitaban el Imperio Otomano en 1912, las estimaciones fijan en más de 1.500.000 la cifra de armenios asesinados y en 500.000 la cifra de armenios que lograron sobrevivir mediante la huida o el escondite. En 1927 y según datos del Patriarcado Armenio de Constantinopla, vivían 77.435 armenios en el territorio antes dominado por el Imperio Otomano, especialmente en la capital de la Turquía moderna, Estambul.

Cabe poner en valor la gesta, al término de la Primera Guerra Mundial, en la que los armenios enfrentaron los ataques de los otomanos en mayo de 1918, un enfrentamiento que culminó con la contención exitosa del avance turco en la batalla de Sardarabad. Y ante la inminencia de la declaración de la República de Azerbaiján por parte de los tártaros sobre un territorio que incluía parte de Armenia, sus poblaciones decidieron declarar su independencia el 28 de mayo de 1918. Este Estado armenio comprendía un territorio de 47.000 kilómetros cuadrados sobre las regiones de Kars y Ardahán y fue reconocido en primer lugar por la Argentina presidida por Hipólito Yrigoyen.

La postura turca sobre el genocidio

Sobre la postura oficial de Turquía, hay que mencionar que el negacionismo sobre el genocidio ha sido la constante históricamente. Esta negación se entabla en dos direcciones: una, la de los muertos y la responsabilidad por el crimen de genocidio; y dos, la negación de los supervivientes armenios como persona jurídica.

Contemporáneamente al acto de genocidio y las deportaciones en masa, las declaraciones oficiales y la prensa otomanas achacaron comportamientos desleales a los armenios por su presunta alianza con Rusia y lo que describieron como una rebelión armenia; de modo que la deportación ha quedado justificada para Turquía como garantía de la seguridad otomana. También se planteó el hecho de que existieron algunos excesos en este proceder por causa del contexto bélico. De acuerdo con las Memorias Póstumas de Talaat Pashá, ministro del Interior otomano durante las deportaciones, estas fueron concebidas sin una premeditación concreta para desencadenar el exterminio armenio, y lo más que achaca a la conducta otomana son abusos de autoridad debidos a la necesidad apremiante de evitar la fragmentación del imperio y evitar el caos en Anatolia.

Durante el período de entre guerras, Turquía utilizó la diplomacia para ejercer presión en la escena internacional de cara a opacar los hechos de 1915; ejemplo de ello fue el hecho de que forzó la suspensión de una producción cinematográfica estadounidense de la Metro-Goldwin-Mayer sobre las torturas a un grupo de armenios en Antioquia, para lo que presionó al Departamento de Estado norteamericano. Las prácticas negacionistas continuaron ante las conmemoraciones armenias del genocidio, una vez estas institucionalizaron como tradicional el recuerdo a la memoria de las víctimas el día 24 de abril de cada año. Turquía emprendió una política de subjetivismo histórico sobre los hechos de cara al exterior, por medio de la edición de textos que ocultaban el crimen de genocidio, amén de campañas propagandísticas de la prensa y el funcionariado turco, la creación de institutos de investigación histórica y el proselitismo intelectual a favor de la versión negacionista y también de la instauración de una versión oficial sobre la preeminencia cuantitativa histórica de la ciudadanía turca en Anatolia frente a la población armenia, o en todo caso sobre la más antigua prevalencia turca en la región.

A lo largo del siglo XX, el proceder oficial de Turquía trabajó en pos de ocultar el concepto de crimen de genocidio en las discusiones acerca de los hechos de 1915 y así evitar su tipificación jurídica como tal, mediante una serie de prácticas:

- Definir como indistintas a las víctimas de las masacres y a las bajas en contexto de guerra.

- Plantear el genocidio como una guerra civil en territorio otomano.

- Equiparar a las víctimas y a los victimarios en el marco de un conflicto.

- Subrayar el papel agresor de los armenios.

- Sustituir, en el caso de los hechos, la idea de genocidio por la de masacres aisladas y locales en forma de limpieza étnica.

- Convertir la deportación forzosa en un procedimiento legal de transferencia.

- La negación de un acto premeditado y planificado en el contexto de los hechos.

Por lo demás, Turquía no mantiene relaciones diplomáticas con Armenia por la insistencia de este país en que se reconozca el Genocidio Armenio. Turquía llevó además a cabo en 1993 el cierre unilateral de sus fronteras con Armenia.

Condolencias de Erdogan y postura actual de Turquía

El día 23 de abril de 2014, víspera del Día del Genocidio para los armenios, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, mostró una actitud inédita en las declaraciones oficiales del país euroasiático, por cuanto expresó su pesar y sus condolencias por los armenios que “perdieron sus vidas en el contexto de principios del siglo XX”, una declaración que omitió petición de perdón alguna. El mandatario turco habló de los “padecimientos en ese periodo al igual que los otros ciudadanos del Imperio Otomano” que sufrió el pueblo armenio, pero negó la conveniencia de “establecer jerarquías de dolor” y se postuló a favor de crear una comisión histórica conjunta para estudiar científicamente los hechos acaecidos en 1915.

Si bien la actitud turca se muestra más abierta, el núcleo de su discurso histórico acerca de los hechos de 1915 se mantiene al amparo del negacionismo sistemático con el que Turquía interpreta la tragedia armenia. Ese mismo día, manifestantes que conmemoraban el Genocidio Armenio quemaron banderas turcas tras las declaraciones de Erdogan.

El margen de reconocimiento internacional

Si la situación del reconocimiento en el caso turco se ha presentado históricamente plagada de obstáculos y discursos antagónicos para con el relato histórico por parte del Estado heredero del extinto Imperio Otomano, la panorámica tanto actual como precedente presenta una disparidad de posturas en el ámbito de los organismos internacionales. Entendida como una comunidad de Estados, en la que se operan los asuntos de índole supranacional e interestatal y las relaciones diplomáticas entre países, y cuyo órgano pertinente de expresión se traduce en la Asamblea General de la ONU, la comunidad internacional ha dado cinco muestras sobre su valoración del Genocidio Armenio. Así, más allá de la sentencia planteada desde Argentina, única en hallar culpable a Turquía, varios son los órganos de justicia y representación política que han definido el armenio como un caso de genocidio, como el Parlamento Europeo, el Tribunal Permanente de los Pueblos, de París, o el Consejo Mundial de Iglesias, en Vancouver.

En cuanto al reconocimiento de los Estados, el primero en hacerlo fue el de Uruguay que, a través de su Parlamento, declaró en 1965 el 24 de abril como Día de recordación de los mártires armenios. A Uruguay le siguieron algunos otros Estados, entre ellos destaca la aportación argentina con la primera jurisprudencia sobre una condena al Estado Turco (que no se aplicó de facto) y la ley francesa que pena el negacionismo sobre el Genocidio Armenio.

Pese a todo, el Genocidio Armenio, efectivamente, ni goza ni ha gozado del trato justo que debiera existir en la comunidad internacional y en concordancia con la gravedad de los hechos ocurridos en el territorio otomano y en Anatolia en 1915. El escaso y tardío reconocimiento de órganos internacionales, a saber, la ONU (en 1985) o el Parlamento Europeo (en 1987) se queda en el primer paso que requiere una acción de restitución de la dignidad humana, la justicia internacional y la integridad como pueblo perdidas por los armenios hace un siglo.

Reconocer la existencia de un delito es el preámbulo para entrar a perseguir a sus culpables, un papel que en el caso de un delito internacional de la máxima magnitud, como es el de genocidio, se encarga de cumplir la Corte Penal Internacional, máximo tribunal competente al efecto; no ha sido el caso ni parece que vaya a serlo, como sí lo ha sido con crímenes de genocidio posteriores. Véase el Holocausto judío, y los genocidios de Ruanda, Yugoslavia, Sierra Leona y Kampuchea Democrática.

Cabe mencionar que el delito de genocidio se inserta dentro del principio de jurisdicción universal, lo que permite su castigo por parte de un Estado dentro de cuyas fronteras no se haya cometido el crimen o no y aunque este no vaya contra sus ciudadanos o sea materializado por estos.

En ello tiene un peso específico tanto la no persecución de los criminales que auspiciaron el horror desatado contra los armenios en el contexto de la Primera Guerra Mundial, es decir, el Estado de Turquía, como la constatación del desequilibrio de poder entre Ankara y Ereván en el contexto internacional.

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