Caso Arona: una particular forma de entender la gestión pública
La lectura del copioso sumario del caso Arona produce el mismo efecto que contemplar a un mono: risa y vergüenza, casi a la vez. La Audiencia Provincial juzgará desde este martes y por espacio de varios meses una forma de gestionar lo público que ha recibido el calificativo de Bertismo. Durante años los investigadores recopilaron una larga serie de indicios que dejan en muy mal lugar la labor del exalcalde, José Alberto González Reverón, y alrededores. Pero aún así habrá que esperar hasta que haya una sentencia firme para no tener que recurrir a aquello tan sobado pero ineludible de presunto o supuesto.
A lo largo de los próximos días se examinarán bajo lupa asuntos que van desde el cobro de comisiones ilegales, al favor que se le hace a un vecino que está pasando por un mal rato. Durante años Berto se convirtió en un pequeño y caprichoso dios que siempre estaba atento de sus súbditos a quienes cuidaba con un indisimulado paternalismo.
Berto podía conseguir un empleo, evitar que te cobraran una multa, dar una subvención sin tener que cumplir con engorrosos trámites, permitir a un familiar que construyera en un espacio protegido un chalet de dos plantas con la licencia para hacer un establo... El exalcalde gobernaba con generosidad hacia quienes le adoraban y sin clemencia a aquello que se mostraban críticos. Todo eso y algo más es lo que se sienta en el banquillo bajo el nombre de Bertismo. De presunto Bertismo
El olimpo sureño estaba formado por una serie de dioses menores, algunos de los cuales permanecen como acusados en esta pieza del caso Arona, y otros lo estarán en las sucesivas. A ellos se les atribuye haber hecho del enchufismo una forma de acceder a los empleos públicos, de conceder licencias de forma arbitraria y repartir concesiones según les venía en gana.
Las investigaciones del caso Arona sacaron a la luz episodios como el de un vecino que le pide a Berto que interceda para que su hermano deje de ser conductor de Titsa y lo pongan como revisor porque padece una enfermedad. El excalde miraba para otro lado cuando llegaba el momento de sancionar a una determinada empresa o requerir licencia de obras, como ocurrió con el Hotel Sir Anthony, una de cuyas habitaciones utilizaba con fines a los que sólo es posible referirse bajo eufemismos. Y todo ello pese a que el Ayuntamiento dejase de ingresar cantidades millonarias.
En el terreno del sainete está una conversación del exalcalde y el carnicero de El Fraile proponiendo que consiga “un par de golfillos” para retirar las placas de dos coches abandonados en la calle. Lo irregular surgiría de que nunca se inició el procedimiento estipulado para estos casos. Pero es que en realidad, al parecer, pocas veces se iniciaba el procedimiento estipulado para cualquier caso.
En otra ocasión Berto retira multas de tráfico con el fin de librar al sancionado del pago de cantidades ridículas. En algunas de las conversaciones telefónicas intervenidas el exalcalde intenta colar en la Cámara de Comercio a dos amigos suyos con los que asegura que tiene “compromisos”. Pero Berto no sólo se movía en las más elevadas esferas, el exalcalde resulta entrañable cuando intenta conseguir puestos de trabajo como jardineras o limpiadoras para Yaya, Yiya, Toña, Paca... especialmente en concesionarias y alrededores.
Con más facilidad aún lo intentaba cuando se trata de entidades que dependen directamente del Ayuntamiento. Ahí están los informes policiales sobre supuestos enchufes en la guardería infantil o los ya conocidos en la policía, donde fue conocido el intento frustrado del expresidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, por colar a un familiar suyo. O en el área municipal de Medio Ambiente.
La labor del interventor se convierte en un esfuerzo inútil que debió conducirle a la melancolía. En la mayoría de las ocasiones no se tienen en cuenta los reparos que impone a la concesión de determinadas licencias o decisiones. Es como si sus informes no existieran o se hubiesen caído de las carpetas.
No lo inventó Berto pero casi perfeccionó y desde luego cogió cariño al sistema de fraccionar una adjudicación con el fin de no tener que sacarla a concurso. El resultado, según plasman los investigadores en sus conclusiones, son una serie de trabajos que recaen sospechosamente en las mismas empresas. O incrementos posteriores del gasto que nunca suman más del 10% para evitar que tengan que ser sometidas a aprobación. O se engordan facturas de una forma reparada por Intervención o el alcalde asume competencias sin que esté justificado. Obras mayores y menores se suceden y confunden, las calificaciones territoriales son relativas como el tiempo o la concesión de licencias se lleva a cabo a través de procedimientos inéditos.
Todo un sistema de gobierno que surge cuando José Alberto González Reverón se transmuta en Berto y da el trascendental paso que media entre el sustantivo y el adjetivo.