El bar de Santander donde se inventó la quiniela en la primera liga de fútbol de 1929
El patio trasero del bar La Callealtera tenía más ambiente que el interior del local. Allí entrenaban los chavales al fútbol y también los gallos de pelea, que disputaban sonoros y concurridos combates con el aliciente de las apuestas. Un día de 1929 a Manuel González Lavín se le ocurrió trasladar las apuestas de las peleas de gallos que criaba a la liga de fútbol que se estrenaba ese año con diez equipos. Así nació la quiniela, en aquel local –también conocido como Casa Sota– del número 22 de la calle Alta de Santander, en un antiguo barrio de pescadores retratado en las novelas del escritor José María de Pereda.
El invento se atribuye a Manuel, uno de los tres hermanos González Lavín –conocidos como los hijos de Sota– que regentaban este bar ubicado enfrente de la Iglesia de la Consolación en la que fue bautizado el polígrafo cántabro Marcelino Menéndez Pelayo. Justo al lado, unos números más arriba, sobrevive la casa más antigua de Santander, un edificio de piedra del siglo XVIII. La Callealtera ocupaba los bajos de otra vivienda de tres alturas y buhardilla, construida en 1920, que todavía sigue en pie, en una calle que en aquellos años se conocía por otro nombre: Menéndez Luarca.
Hacia 1929 un grupo de amigos tomó por costumbre jugarse el café de los domingos tratando de acertar los resultados de los partidos de liga, que iban llegando con cuentagotas al bar. De hecho, a veces las noticias llegaban directamente con quienes habían acudido al campo a ver jugar al Racing de Santander. Esta rutina dominical fue sumando más personas que discutían en la barra, entre vinos y cigarrillos, sobre los pronósticos futbolísticos. Era la temporada 1928-29 y en el Racing jugaban, entre otros, Larrínaga, Breñosa, Santiuste, Solá, Hernández, Luisito Álvarez, Óscar y Zubieta. Un equipo local que, entonces, disputaba la división de honor junto al Barcelona, el Real Madrid, el Athletic Club de Bilbao, la Real Sociedad de San Sebastián, el Real Unión Club de Irún, el Europa de Barcelona, el Español, el Arenas de Getxo y el Atlético de Madrid.
Uno de los participantes tuvo una idea para materializar el sistema de apuestas futbolísticas que le rondaba por la cabeza al propietario del bar. A Francisco Peral, contable de la fábrica de cervezas La Cruz Blanca, se le ocurrió poner en marcha una recaudación que se entregaría a quien se aproximase más al acierto. Para ello, hizo una tabla con casilleros que, de víspera, cada uno iba rellenando con los resultados que pronosticaba. Se decidió que cada apuesta fuese de una peseta. Al terminar la liga de 1929 ya eran un centenar de personas las que participaban de la quiniela. Con el paso de los años se llegaron a repartir entre 10.000 y 12.000 pesetas en premios, lo que da una idea de la extraordinaria aceptación de la iniciativa.
Comisión organizadora
La Quiniela de Santander se llamó en un principio 'Bolsa de fútbol' –efectivamente la recaudación se metía en una bolsa y se entregaba al ganador– y fue un éxito por la seriedad y el rigor con el que se desarrolló: nadie metió la mano en la caja. Se creó una comisión de la que formaban parte, además del propio Peral, Manuel Escudero, Manuel Cos y Antonio Balaguer, que jugaba en el Racing. Como paso previo, González Lavín redactó un reglamento con unas normas para la concesión de premios que resolvía, entre otras cuestiones, situaciones como los partidos aplazados o suspendidos.
El propietario del local también preparó el primer boleto de la quiniela. Una hoja de papel que se rellenaba con los resultados y se depositaba en una urna en el bar, donde quedaba custodiada. Después, celebrados los partidos, una comisión encabezada por Peral clasificaba los aciertos de las apuestas. Era una operación que duraba hasta 12 y 15 horas porque el sistema era complicado: además de acertar quién ganaba el partido, había que acertar también el número de goles de cada equipo.
Se adjudicaban 16 puntos por resultado exacto, 5 puntos por partido acertado y se descontaba un punto por los errores en los goles. Por tanto, la comprobación de los resultados era una tarea notablemente tediosa. Un periodista local que firma como 'Lapice' explicaba en un periódico de la época la reacción del quinielista: “Si pasa de los 40 cabe una ilusión, si llega a los 50 una esperanza y si pasa de los 60 ya se cree un hecho cierto y se lanza al domicilio de la bolsa de fútbol (La Callealtera) y posándose lo más cerca de Peral se dedica a verlas venir y fijarse bien en los montoncitos decenales que hace el contable”.
Si pasa de los 40 cabe una ilusión, si llega a los 50 una esperanza y si pasa de los 60 ya se cree un hecho cierto y se lanza al domicilio de la bolsa de fútbol (La Callealtera) y posándose lo más cerca de Peral se dedica a verlas venir y fijarse bien en los montoncitos decenales que hace el contable
Lo curioso es que el bar no percibía ningún dinero: todas las pesetas que se apostaban se repartían íntegramente en los premios. “Peral, el incansable, no cesa un momento de dar sustos y en cada hojita de esas donde se estampan los pronósticos pone una cifra al margen y muy frecuentemente un comentario, poniendo en ello los cinco sentidos”, explica a sus lectores el periódico La Región del 3 de febrero de 1932. La crónica del recuento está escrita un domingo en el que se echaron en suerte 8.813 papeletas. La prensa daba todo tipo de detalles de los ganadores de la jornada: “Las quinielas ganadoras, empatadas a 55 puntos, pertenecen, la de Torrelavega a don Antonio Estévez, contertulio del bar Gimnástica, y la de Santander a don Rafael Pérez, empleado del Banco Mercantil”.
La iniciativa del bar La Callealtera se contagió pronto de un éxito inesperado que sorprendió incluso a sus propios impulsores. Aquel juego fue atrayendo a más apostadores, seguidores del Racing sobre todo, que en las siguientes semanas llegaban a diario al local para participar en los boletos de la suerte. La idea de la novedosa 'Bolsa de fútbol' se propagó fuera de Cantabria y desde Bilbao, Barcelona, San Sebastián y Madrid enviaron delegaciones hasta el bar santanderino para interesarse por el sistema, que se fue extendiendo por otras ciudades.
La maestra del pueblo de La Nestosa acertó con un boleto de pronóstico descabellado: 12-1 Athletic de Bilbao-Barcelona
Las mujeres, que en esa época no solían frecuentar los bares tanto como los hombres, empezaron a entrar en Casa Sota para probar suerte rellenando sus quinielas. Comenzaron a llegar cartas desde los pueblos con boletos para hacer apuestas. En una ocasión, se recibió en el bar una misiva de la maestra del pueblo de La Nestosa –en la prensa de la época aparece escrito separado–, Salvadora Cartámil, con una peseta en sellos y unos resultados que, a quienes abrieron el sobre, les parecieron absolutamente descabellados. Pronosticaba un 12-1 para el Athletic de Bilbao-Barcelona. “Pues ya ve, acertó el pleno de partidos y de goles, y se llevó casi 11.000 pesetas”, recordaba Gelín González Sota en una entrevista para la prensa local en 1964.
Cotización a Hacienda
Las quinielas santanderinas empezaron a mover tanto volumen de dinero que empezaron a cotizar a Hacienda en 1931. Según recibos de la época, se llevaba 403 pesetas por semana en los primeros tiempos. Al parecer, primero se pagaba un porcentaje del 5 y luego de un 10%. En tiempos de gran necesidad, todo el mundo quería hacer la quiniela. Era la ilusión de la semana para ciudadanos de toda condición. Los marineros que hacían escala en Santander o los mexicanos que frecuentaban el bar para comprar gallos de pelea que llevaban a su país. Tampoco ellos se resistían a rellenar un boleto.
El nombre oficial de 'Bolsa de fútbol' no cuajó entre los apostantes, que empezaron a utilizar el término 'Quíntuple', ya que en esa primera liga se jugaban cinco partidos en Primera División. Un bautismo que evolucionó hacia la actual quiniela, denominación que ya utiliza en 1931 el periódico cántabro La Región. Otros bares de Santander, como El Progreso o el Bar Montañés, copiaron la idea y pusieron en marcha sus propias apuestas.
La llegada de la Guerra Civil interrumpió la famosa quiniela. A partir de 1945 quedó prohibida por la dictadura de Franco, aunque el propio Peral puso la 'Bolsa de fútbol' a disposición del entonces Sanatorio de Santa Clotilde de Santander bajo el paraguas de la beneficencia. El sistema de juego de 'apuestas mutuas deportivas' estuvo gestionado por la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.
El Bar La Callealtera, ahora vacío, estuvo abierto hasta hace algunas décadas. En los años 70, allí desayunaban y merendaban las cigarreras de la cercana fábrica de Tabacalera, hoy también cerrada. Mientras estuvo en funcionamiento tenía cierto aire de museo porque se custodiaban las primeras quinielas de papel ya amarillentas por el paso del tiempo y documentos con fechas de las apuestas, reglamentos, cartas de apostantes y listas con los nombres de quienes realizaban el escrutinio. Hoy, en la fachada de piedra aún se adivina, muy desgastado, el sobrenombre del bar donde nació la quiniela fruto del ingenio de unos santanderinos: Casa Sota. Inventaron el sistema de apuestas y también el nombre.
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