“Confieso que lo he sacado (provecho) y no lo he declarado porque no tiene precio, aunque tenga un valor incalculable. Me refiero a la experiencia y también a esa maravillosa persona que ocupa el escaño 88, que me ha apoyado y ayudado estos cuatro años, especialmente en las últimas semanas. No necesito más”.
Ésta ha sido la manera de despedirse de un diputado socialista de las Cortes Valencianas; con una declaración de amor a su compañera de escaño. Francisco verbalizaba y Delia lloraba, emocionada.
Nada que ver con el Parlamento de Cantabria, donde su presidente, José Antonio Cagigas, riñe a los diputados y les dice cosas como que están haciendo el ridículo o que tienen mucho ego.
A lo mejor escuchar una declaración de amor sea más del gusto de Cagigas, al que los murmullos incesantes le llevan a abroncar a los diputados. Y es que el presidente, especialmente en las últimas semanas, parece que ejercía más de maestro en un aula que en un Parlamento autonómico. Igual es porque se va. Quizá sea porque se impone su profesión.
El presidente no soporta que hablen todos a la vez; así no se entiende la gente. No dice que el Parlamento se convierta en un gallinero, pero sí que trata de impedir que sea una tertulia de bar. Aunque, hombre, José Antonio, unos abucheos o unos aplausos en un momento dado, tampoco es que sean algo extraordinario en cualquier cámara legislativa...
Cagigas se va, o al menos eso dijo, aunque ahora se haga el longuis, que dice mi madre. Lo anunció durante la campaña electoral de las elecciones europeas del año pasado. Quizá no era el momento. A lo mejor se ha arrepentido. No, no se sacó de contexto.
En el Parlamento de Cantabria falta amor, sobra bronca, pero sobre todo hay austeridad.
Seguramente no tiene nada que ver con el humor de los diputados el que escaseen los botellines de agua, hayan desaparecido los caramelos (sí, hubo una época de ricos caramelos, cuando se prohibió fumar...) y haya un control espartano de las luces y el agua. Si es que Cagigas los persigue hasta cuando van al aseo... En los baños, el Servicio de Régimen Interno de la Cámara ha colocado unos carteles, nada sofisticados, por cierto. Hay un folio metido en un plástico en el que pone: “Se ruega que después de utilizar la cisterna y para controlar un consumo excesivo de agua, una vez pulsado el dispensador, compruebe que ha vuelto a su posición original sin problemas, evitando así que se quede abierto sin llegar a alcanzar nunca el llenado total de la cisterna”.
No, no será por eso por lo que los diputados no se escuchan y hablan todos a la vez. Esto solo son anécdotas que ilustran al presidente de la austeridad. Al que le costó dar el brazo a torcer cuando quiso contratar la creación de una web que costaba más de 300.000 euros. El Parlamento tenía el dinero pero se impuso la hipocresía. Luego, tuvo su recompensa cuando se conoció que Cagigas presidía la Cámara más transparente de España, según la organización Transparencia Internacional.
Quizá ahí pueden comprobar la verdadera austeridad. Incluso pueden ver las broncas por la videoteca.
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