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El hallazgo de unos huesos en una sima resuelve la misteriosa desaparición de un alcalde hace 74 años

Mercedes, la hija de Eloy, en la sima donde se han encontrado los huesos de su padre.

Pedro Merino Múgica

La boca de la sima Topinoria no llama particularmente la atención: una grieta más en la multitud de cavidades que pueblan las calcáreas moles de los Picos. Sin embargo, en su fondo reposan unos huesos que han permitido resolver un trágico misterio que se dilataba por espacio de más de 70 años: el lugar en el que se encuentran los restos de Eloy Campillo, guarda del Parque Nacional de Picos de Europa, tal y como adelantaba este fin de semana El Diario Montañés.

Que las oquedades de estas montañas se han tragado a un buen número de víctimas a lo largo de los años no es ningún secreto: todos los paisanos saben que el maridaje entre la garma y la bruma es traicionero. Prueba de ello es que, junto a los restos de Eloy, se han encontrado otros pertenecientes a una niña pequeña, de la que se desconoce su identidad.

Sin embargo, el caso de Eloy es diferente. No se precipitó en la sima, sino que fue arrojado. La fecha, el 24 de abril de 1945. Fue la última víctima de un drama que había comenzado no muy lejos, en Traselprado, al pie de Peña Maín, cuando la Guardia Civil emboscó a los guerrilleros de la Brigada Machado. Estos se habían reunido con varios de sus enlaces para celebrar la caída de Berlín en manos de los soviéticos; pero la fiesta acabó en tragedia.

El cerco al que los guardias sometieron a los guerrilleros solo pudo ser roto gracias a la acción de Gildo, otro de los componentes del grupo. Sin embargo, durante la refriega resultó muerto Ceferino Roiz, jefe de la Brigada; también dos guardias civiles, abatidos por Gildo.

Los compañeros de Ceferino se presentaron después en casa de Eloy, al que consideraban culpable del chivatazo, si bien José Rodríguez, uno de sus nietos, recalca que “hasta el final él se declaró inocente”, y lo cierto es que los interrogantes al respecto nunca se cerraron. Sacado de casa, nunca más se volvió a saber de él. Al menos, hasta finales de agosto de 2018, cuando un grupo de espeleólogos valencianos dio con sus restos. No tardó mucho en extenderse el rumor entre algunos de los vecinos de Sotres, y la pregunta estaba en el ambiente: “¿Será Eloy?”

Pero el encuentro de esos restos solo ha sido un capítulo de una ardua tarea de búsqueda que se ha alargado durante décadas. Una parte de la misma fue recogida por Antonio Brevers en su obra 'La Brigada Machado', con un final abierto; tan abierto que ni siquiera con el descubrimiento de los restos ha concluido esta historia. Y es que lo que queda del cuerpo de Eloy sigue allí, esperando los pertinentes permisos para poder recuperarlos.

Una larga búsqueda

La historia es tan inaudita que conviene retroceder en el tiempo. Dejemos a un lado los años de la dictadura, de la dura convivencia en pequeños pueblos en los que los vecinos de ambos bandos tenían que tratar de conjugar el día a día con el recuerdo de lo ocurrido durante la guerra y la postguerra. Llegada la democracia, y pese a la sordina con la que se abordaban estas cuestiones, se podía volver la mirada atrás.

Mercedes, la hija de Eloy, la pequeña de cuatro hermanos, nunca había renunciado a encontrar los restos de su padre. José Manuel, hijo de Mercedes, cuenta cómo su madre, desde pequeña, “pegaba la oreja por el pueblo para intentar enterarse de algo”. Los años 40 no eran una época en la que se pudiera hablar de ciertas cosas en público. Pese a ello, entre las conversaciones escuchadas a hurtadillas una se le quedó grabada para siempre. Refiriéndose al interrogatorio que sufrió Eloy por los guerrilleros, uno de los vecinos, testigo del mismo, comentó que “cada pelo de su barba era una gota de agua”.

Durante años las esperanzas de Mercedes de hallar a su padre se centraron en la Mina de Ándara. Y es que en la década de los 60 uno de sus hermanos se topó con un esqueleto trabajando dentro de la misma. Los 60 no eran los 40, pero seguían siendo años en los que remover el pasado era una fuente segura de quebraderos de cabeza. Así que tiraron el cadáver por un profundo 'soplao'.

Mercedes no se enteró de la historia hasta mucho después, en una conversación casual. En los años 80 se dirigió a la mina, pero para entonces la galería había colapsado, impidiendo acceder a la zona en la que había aparecido el cadáver. Posteriormente, se dirigieron a las asociaciones de memoria histórica de Asturias. “El trato fue magnífico”, recuerda José Manuel. “La filiación política no jugó ningún papel”. Sin embargo, más allá de una labor de asesoramiento, poco pudieron hacer las asociaciones memorialistas por los Campillo.

Unos huesos y una mina

Años después, Antonio Brevers, psicólogo de profesión y escritor por vocación, comenzó una ardua tarea de documentación sobre la guerrilla en Cantabria, que cristalizaría en la publicación de 'Juanín y Bedoya', una obra de referencia sobre la guerrilla en Picos de Europa. Gracias a esa incansable tarea logró reconstruir con gran detalle los acontecimientos acaecidos en Traselprado, y también lo ocurrido con Eloy tras abandonar su hogar.

Durante la labor de documentación, trabó contacto -y una duradera amistad- con la familia Campillo. Infatigable conversador, y con un gran don de gentes, ha logrado ganarse la confianza de mucha gente que sigue mostrando una gran reticencia a hablar de aquella época. Gracias a ello, Ana María Moradiellos, 'la Gallega', le puso sobre la pista de una vieja historia: la aparición de unos huesos y un cráneo con un agujero de bala en el cementerio de Bulnes.

Brevers se lo comentó a José Manuel. El hecho de que Eloy Campillo fuera natural de Bulnes les llevó a pensar que podría tratarse de sus restos, y dio inicio una rocambolesca búsqueda de la calavera, que acabó con un “asalto” al abandonado cuartel de la Guardia Civil de Carreña. De ahí, al Juzgado de Llanes, que desestimó afrontar el estudio genético de los restos. La familia Campillo se encargó de ello, tras ponerse en contacto con el conocido forense Fernando Serulla.

José Manuel aún recuerda el viaje en coche hasta Galicia con su madre y la caja con los huesos. “Era víspera de Nochebuena, imagínate”, rememora. “Nevaba tan fuerte que acabaron cortando la autovía, llegamos por los pelos a Verín”. Sin embargo, resultó ser una vía muerta, pues los huesos no pertenecían a Eloy, sino que correspondían a una mujer. Su identidad sigue siendo un misterio a día de hoy.

En paralelo, la familia no había olvidado la historia del cadáver de la mina de Ándara. Brevers contactó con los miembros de la Agrupación Espeleológica Ramaliega (AER), y en el verano de 2010 se introdujeron en la mina. Sin embargo, el colapso de la galería hacía inviable continuar por allá. La revisión de algunos pequeños pozos en la mina no produjo ningún resultado.

“Fue un tanto decepcionante”, cuenta José Manuel a eldiario.es. Pensar que los restos estaban a escasos metros tras el tapón de piedras, y no poder llegar. Sin embargo, los miembros del AER se dedicaron a indagar, y descubrieron que una sima, explorada años antes por los ingleses, conectaba con la mina más allá del derrumbe. “Se trata de la sima Bulderosa”, narra Ángel García, uno de los tres espeleólogos que entró en la misma en el año 2011.

Sin ninguna dificultad técnica más allá del uso de cuerdas, los problemas aparecieron al llegar a la mina. “Los restos de pasarelas estaban completamente carcomidos”, apunta otro miembro del AER, que explica que este hecho los obligó a “extremar la precaución”.

Durante dos fines de semana realizaron una exhaustiva búsqueda por la mina, encontrando el 'soplao' por el que se había arrojado el cadáver. Sin embargo, la revisión del mismo tampoco dio ningún resultado. “Tenía pinta de que durante años se había utilizado la grieta para tirar escombro; si hay huesos allí, están sepultados bajo toneladas de roca”, señala otro de los integrantes del grupo.

Un descubrimiento casual

En los años siguientes ni la familia ni Antonio olvidaron la historia, pero no parecían quedar muchos cabos de los que tirar. “Nos quedaba la esperanza de que algún espeleólogo encontrara por casualidad los restos en alguna sima”, rememora José Manuel. Y en verano de 2018 saltó la liebre: unos espeleólogos valencianos que se encontraban reexplorando una cavidad ya conocida se tropezaron con unos huesos a -180 metros de profundidad. Fue Salvador Ibáñez, buen conocedor de la anatomía humana gracias a su formación en Bellas Artes el que se dio cuenta de que eran humanos. Vicente Martínez, veterano espeleólogo del grupo, no tardó en relacionarlo con la historia de Eloy, que ya conocía.

Desde ese momento, los acontecimientos se precipitaron. Avisado el Grupo de Rescate Especial de Intervención en Montaña (GREIM), efectivos de dicho cuerpo de la Guardia Civil descendieron a la sima, y extrajeron tres trozos de un correaje de cuero junto con 24 huesos y una pieza dentaria. El Juzgado de San Vicente envió los restos al Instituto Nacional de Toxicología, que confirmó que se trataba de Eloy Campillo.

Sin embargo, se abría un nuevo interrogante: algunos de los restos óseos correspondían a una niña. La datación parece fechar la muerte de la menor en unos 25 años, si bien el hecho de que el proceso de degradación se haya producido en el interior de una sima ha podido alterar el resultado de los análisis. Lo cierto es que ningún vecino de la comarca recuerda el caso de una niña desaparecida.

El nieto de Eloy se emociona al pensar en ella. “La cría es de la familia, lleva muchos años con mi abuelo”, sentencia. No cree que con sacar los restos del guarda de Picos sea suficiente. “Esa niña no tiene nombre ni apellido, y hay que ponérselo”. Sabe en carne propia lo que significa tener familiares desaparecidos.

¿Y ahora?

Pero la identificación de los huesos tampoco ha supuesto el final de la historia. Tras comprobarse que los restos pertenecían a Eloy, la familia Campillo presentó en junio un recurso para que le fueran entregados. Sin embargo, a fecha de hoy la jueza competente no se ha pronunciado al respecto.

No obstante, la principal preocupación de Mercedes y de José Manuel siguen siendo los restos de la sima Topinoria. Tras unos meses de cierto impasse esperando noticias del Juzgado, Antonio Brevers solicitó una entrevista con Pablo Zuloaga, vicepresidente del Gobierno de Cantabria, y Zoraida Hijosa, directora general de Patrimonio Cultural y Memoria Histórica.

“Desde el primer momento tuve claro que tenían verdadero interés en ayudar, que se iban a comprometer”, señala Brevers. El escritor es optimista, y cree que en cuestión de horas podrían tener las autorizaciones que les permitirán iniciar el operativo de rescate de los huesos.

Pero el tiempo juega en su contra. “En octubre del año pasado ya teníamos 60 centímetros de nieve en el lugar donde se encuentra la sima”, señala José Manuel. “Lo cierto es que es ahora o nunca”, insiste. Y es que el plantel de gente que está colaborando de manera completamente desinteresada con la familia no es desdeñable. Figuras señeras de la investigación forense vinculadas a la Memoria Histórica como Francisco Etxeberria y Fernando Serrulla se han ofrecido a participar en la extracción. También la ha hecho el GREIM de Potes, la Sociedad Aranzadi -que ha colaborado en numerosas extracciones en fosas comunes-, y los espeleólogos que ayudaron hace una década.

Antonio insiste en la importancia de no retrasar la extracción de los restos. “No solo es por el clima, es que toda la gente que está dispuesta a ayudarnos tiene sus trabajos, sus agendas... No pueden estar continuamente pendientes de esta historia”, aduce mientras mira continuamente el teléfono, por si hay alguna novedad.

Y es que es una historia cuya resolución ya se ha demorado demasiado: nada menos que 74 años. Los que lleva Mercedes preguntándose por el paradero de su padre. “Descansarán los huesos, y descansaremos nosotros”, dice José Manuel. A la espera de una llamada de teléfono que permita comenzar el último capítulo de una historia que se alarga ya por 74 años, solo anhelan que los restos de Eloy no tengan que pasar una invernada más en el fondo de la Topinoria.

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