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Da igual que un lugar ofrezca belleza o fealdad, lo que importa es la luz, el sol, el tiempo que se arruga en tus palabras. Mira el mundo como quieras, los ojos te lo dan tal como es. Desde el basurero ella miraba el cielo, me dice: ‹‹Creo que lo que reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres››. En Telheiras, en el Alto de Faia, insistiendo en la libertad de mi libro ¿y es en verdad un libro? ¿se convertirá algún día en un libro? Todo tiende a convertirse en un libro, para saber lo que pesa un libro siempre llevo Guerra y Paz de Tolstoi en la cartera. Todos los días camino hasta la Baixa con ese peso encima. Al llegar al Cais do Sodré lo dejo sobre la mesa. Es un libro subrayado con lápiz rojo. Pero yo seguía sin saber lo que ella quería decirme. Creo que lo quería decir todo y por eso buscaba economizar sus palabras. Ella miraba desde el basurero el cielo, lo que allí había tirado fue arrojado desde lo más alto. Lo que fue bello ahora es feo, se sumaba todo a los ojos, los ojos no tenían miedo, pero las palabras se arrugaban pronto. Se me supone muerto –quizás lo esté de verdad– es delicioso saber que preguntan por uno. ¿Sabes algo de él? y este tipo de preguntas se las hacen dos personas después de mucho tiempo sin verse. Esto es una ilusión, solo yo pienso que estoy muerto. He sido borrado por la luz y el viento, los otros ya no pueden verme. No se puede correr bajo el mar ni mantenerse de pie en el fondo, hay demasiada presión, tampoco en la superficie lunar por falta de presión. Vi en las telas que ella pintó y me mostró hace años el cieno del cielo, solo se podía estar en aquellas telas flotando, la mano se quemaba al tocarlas, había una extraña energía en aquellas telas pintadas por ella. En el Cais do Sodré me siento en el centro del mundo, escribo estampas y postales, primero escribo la estampa, y después por detrás la postal, primero el espacio que describo, detrás lo que siento, la descripción sostiene la poesía, la poesía destruye la descripción -cuerpo y alma- lo que el cuerpo expresa el alma lo borra.
El Cais do Sodré es la parte anfibia de la ciudad, lo anfibio vive entre el agua y la tierra, lo obvio esconde el alma de las cosas, la vida, la muerte, todo está chocando siempre con algo, de alguna manera flota y se mueve, el movimiento hace que se golpee con algo, por ejemplo, mis cosas chocan con las de ella, en el reflejo del cielo en las aguas lo que choca nunca son las estrellas. La estampa que describo es el Cais do Sodré, una mañana de tiempo variable de un 15 de febrero, la postal que escribo será leída unos años más tarde por algunos amigos que me leen, aquí no me adelanto al tiempo, al revés, dejo que me atraviese.
El tiempo nos borra después de mucho tiempo, nuestras sombras se borraron, ella me lo dijo en una carta.
La noche es gris, los focos y el haz de luz verde de Moreria buscan en el cielo pájaros, ayer comenzó la guerra, 18 de febrero de 2022, ¿lo saben ya los demás?
Escribir se había vuelto una religión sin dios, el que escribía, el escritor había ocupado el lugar de ese dios. Hacía tiempo que ella no escribía, los poemas se le habían cerrado como flores en la noche, había comenzado una guerra, ella lo sabía, le preguntaba a los otros si lo sabían, me escribió muy rápido al respecto: ‹‹Es improbable que eso que tú llamas guerra termine siendo eso que sabemos y llamamos guerra››.
Lo primero que leo en el día son carteles, frases estampadas, recomendaciones, anuncios, señales de tráfico, incluso frases escritas en el suelo, pensé que todos los poemas debían estar inscritos en el suelo, y el acto de leer muy apegado a la tierra, todos los poemas que reuní durante más de veinte años, ahora en el suelo. No duele que las personas los pisen al atravesar la calle; a quien se detenga para leer, les digo písalo, pasa por encima de ello, esto dice: ‹‹Candilazos de mis días/tú los tuyos/son el mismo/ ellos no tienen palabra para ello/y gritan rampanlicht/y se queman en el aire/el farol chino de papel negro se eleva/y yo le arranco las patas al cangrejo››. Y con ese entramado de mensajes directos y simples, deshumanizados, dejados en cada parte de la ciudad para guiarte por la oscuridad de tu sueño ya desaparecido. Hoy es un día luminoso, desciendes por el elevador, todo tiende a elevarte aquí, te eleva hasta un lugar donde de nuevo pisas el suelo, lees el día, escrutas el cielo, caminho de ferro, literalidad, pulsión, velocidad, pesadez, y ella leía los cielos para poder escribir eso mismo en el suelo duro de la ciudad.
Un día de sol en febrero, la tinta de tu sombra. ¿Cómo licuarla? La tinta, la mancha de humo de tu sombra, quedas estampado en el suelo de Saldanha. Ella te ha fotografiado a lo largo de los días, atrapado, enjaulado, ¿era esto finalmente un poema? No lo sé, no sé si es un poema.
Creo que es un poema, por si acaso tú, léelo como un poema.
Desaguate por él, písalo si finalmente quedase inscrito en el suelo con letras doradas en la piedra.
Permanecer en el centro, lo más frágil siempre es el centro. ¿Cómo se rompen las cosas? Probablemente golpeando en el centro. El universo se rompe por el centro. El mundo, un golpecito y todo se resquebraja; el centro en tensión con los lados, las esquinas del cielo en tensión con los pozos, pero los límites del mundo están en el centro, por allí se rompe el todo. Leía en la tarde del día 19 de febrero en un café de santa Apolonia el poema Hibakusha de José Ángel Valente: ‹‹Y después de Auschwitz y después de Hiroshima, cómo no escribir››. ‹‹Izaron una torre en el desierto, la operación TR llamada así for Trinity after a fancy of Oppies´s, de un centenar de pies, al nivel cero, y un cilindro de plomo con un núcleo de uranio enriquecido››.
La noche vuelve a ser gris, los focos y el haz de luz verde de Moreria buscan en el cielo pájaros, hace unos días comenzó la guerra, un día de febrero de 2022, en un lugar de extensas llanuras llamado U. ¿lo saben ya los demás? Tumbado en un diván leí lo que ella había dejado escrito en un papel antes de marcharse: ‹‹La libertad, para que lo entiendan los niños de ayer, es un dron que te arranca de la tierra, el dron absoluto, su zumbido azul es el del cielo››. “¿Y cómo le hablaba yo a aquel muchacho que odiaba a la muerte? Aún un viejo amor manaba por su boca. Se fue a Berlín donde las noches eran como grutas abisales, en aquel Berlín aún separado por un muro se drogó con ácidos y la luz del verano, viajó en bicicleta por pueblos de Brandenburg y se bañó en los ríos negros. En Berlín tuvo que comer, trabajó en una discoteca, los oídos por la mañana le zumbaban como a un artillero polaco. Bajo el cielo de Berlín aprendió ruso leyendo a Fiódor Mikhailovich Dostoievski. En sus eternas jornadas de sicodelia el abejorro del nazismo se le posaba en la cabeza para libar de sus sueños. Orinó sobre los retratos de Adolf H. y Stalin., se cagó en ellos cientos de veces. El muchacho subía las escaleras de la historia, comprendió en el ático que el nazismo y el estalinismo no le valían para aspirar a esa libertad absoluta que andaba buscando, las horas rodaban muy rápido, y aunque era verano le daba asco bañarse en el Spree al verse reflejado en el rostro de Rosa Luxemburgo. La libertad, ella te hace amar lo que nunca tendrás, para ella él era una marioneta en el vacío. En Berlín solo comía pan negro, lo mismo que comían los ángeles de Nietzsche, pan negro empapado en leche, la realidad abofeteaba a los padres, pero al muchacho lo acariciaba”-. Esto fue lo que ella me dejó escrito con una caligrafía hermosa en una hoja de papel azul. En los márgenes de estos textos, en bolígrafo verde, en letra mayúscula escribió: ‹‹guion para futura película››.
La noche en Telheiras está vacía, estoy sentado en una silla al lado de la ventana, me busco a lo lejos, en otros edificios con ventanas encendidas. He estado rezando para que llueva, solo por placer, no creo en el valor de la plegaria, de la misma forma sé que el tabaco mata y fumo a escondidas por placer. Me gustaría empañar el cristal de la ventana con mi aliento y escribir con el dedo esos versos de Virgilio que tanto le gustaban: ‹‹Repartir los lirios a manos llenas››. Todo está tibio a esas horas, el calor en las cosas se va perdiendo muy despacio. Llevo tiempo intentando dejar de fumar y siento un gran vacío, como el niño que deja de tomar la leche del pecho de su madre y lo echa de menos; ya no escucho música ni oigo la radio. Sé del mundo por lo que me cuentan los otros, aún querría saber amenos, pero de ningún modo puedo ni debo dejar de hablar con los otros. Sé que esa palabra tan importante está vacía y nunca se llena, como el horizonte es una línea imaginaria que se interpone ante todo y contra todo y a la que nunca se llega, o el cielo, la ilusión de que el espacio infinito tenga un techo de color azul. Nunca olvidaré el día que me sobrevino el vértigo, esa es la gran palabra, el vértigo. Fue hace mucho, ascendía con mi viejo amigo F.S. el Torreón de Galayos por la vía Teógenes Díaz, al salir del diedro, en la arista me quedé pegado a la piedra como un bicho. De eso hace ya mucho. Ahora me salva poder cambiar fácilmente del yo al tú, y desde ahí al ellos. Leí de nuevo el poema de Valente, después creo que se lo leí a alguien por teléfono: ‹‹Primero el fuego desagregó los seres. Después el viento, como dios enemigo en la esfera del fuego, arrancó de raíz cuanto había ardido››. Y seguí hablando quizás para nadie. La casa en la Henrique Cardoso está igual que hace dos años. El invierno se hace demasiado largo, ese camino que se va ensanchando de día a día hasta desaparecer en una planicie soleada, hitos de piedra a cada tramo para guiarte, el silencio de la Señora del aburrimiento, la apoplejía de los días que se disuelven sin apenas haberme rozado en el Cais do Sodré.
Los árboles desnudos muestran toda su belleza, la trama de ramas por las que se cuela la luz, todo está desalojado, cuesta creer que dentro de poco de esas ramas estallen yemas de hojas, como de estas palabras la vida.
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