Un parque nacional también puede morir: la agonía de las Tablas de Daimiel advierte sobre el futuro de Doñana
“Esto es mucho peor que Doñana”. La frase es del geógrafo y profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha Rafael Gosálvez al contemplar el paisaje de las Tablas de Daimiel en la semana que cumple 50 años como parque nacional. “Esto se muere”, sentencia el tambien miembro del Patronato del Parque mientras pasea por el que, se supone, es un humedal de importancia internacional. Pero la mirada devuelve una imagen que no puede estar más lejos de esa condición: “Esto era un vergel de agua, hoy es un desierto”, resume el experto.
¿Puede morirse un parque nacional? Pues sí. Es lo que dice este desolador escenario situado unos cuantos kilómetros al norte de una Doñana que lleva meses acaparando los titulares de los periódicos. Mientras la amnistía de regadíos ilegales en torno a las marismas de Huelva que prepara la Junta de Andalucía disparaba alarmas estruendosas nacionales e internacionales, el 1 de junio de 2023, las Tablas de Daimiel tenían agua en 103 de sus 1.734 hectáreas encharcables, apenas un 6%. Ni siquiera en la reserva más preciada del Parque Nacional hay rastro de agua ni aves.
Y no es un problema puntual. Solo este año, tras dos inyecciones de agua de emergencia en 2022, el parque ha perdido el 60% de la superficie inundada. De 261 hectáreas en febrero a las 103 de junio. El 1 de diciembre de 2022 había 130 hectáreas inundadas. Ese mismo año, antes de recibir transfusiones hídricas, llegó a estar en solo 49 hectáreas.
Esto era un vergel de agua, hoy es un desierto de agua. Es peor que Doñana, se muere
Las Tablas comienzan en la presa de Puente Navarro, una de las cuatro construidas dentro del parque. Es un antiguo molino de grano que aprovechaba el caudal del río Guadiana y que se convirtió en presa en 1981. De hecho, el parque muestra algo de agua porque se la embalsa. En total tiene cuatro presas: dos para contener el líquido y otras dos para que no entre agua contaminada. Así que lo que se protegió, que era un ecosistema fluvial creado por el desbordamiento de los ríos Guadiana y Cigüela, se ha convertido en un embalse. “Con sus características de embalse, como los sedimentos y colmatación”, se queja Gosálvez.
¿Dónde está entonces el agua que debería rebosar y fluir por los célebres Ojos del Guadiana para inundar las llanuras y crear el humedal que, como dice la ley, merece asegurarse “con visión de futuro para la conservación de uno de los ecosistemas más valiosos del territorio nacional?”
El agua provenía del subsuelo. Pero cada vez hay menos. ¿Por qué? Porque se saca a todo trapo para, sobre todo, regar campos. Los datos describen la situación con precisión matemática. Como el acuífero de donde se chupa esa agua es fácil de bombear –hasta 50 o 100 litros por segundo “sin necesidad de cuidar las técnicas de perforación de pozos”, como describe este análisis del Instituto Geológico y Minero de España– las hectáreas de regadío se han multiplicado.
Así, desde que se declararon Las Tablas parque nacional se ha producido una “explotación intensiva con vistas al desarrollo agrícola”. En 1974 había 34.000 hectáreas de regadío en el entorno. Para 1980 se contabilizaban 70.000 hectáreas, en 1985 eran 100.000 y en 2000 llegaron a 140.000.
“Cuando nació el parque nacional ya estaba bastante modificado respecto a su funcionamiento hidrológico natural, pero uno de los factores que más le afecta es el aprovechamiento intensivo de las aguas de las masas subterráneas Mancha Occidental I, II y Rus de Valdelobos”, remacha Miguel Mejía, coordinador de Hidrogeología Aplicada y Geotermia Somera del departamento de Agua y Cambio Global en el Centro Nacional IGME-CSIC.
Cuando nació el parque nacional ya estaba bastante modificado, pero uno de los factores que más le afecta es el aprovechamiento intensivo de las aguas de las masas subterráneas
El Plan Hidrológico del Guadiana cuenta 200.000 ha de regadíos y calcula que, aunque podrían utilizarse de manera sostenible hasta 340 hm3 al año del agua subterránea, actualmente se extraen 620 hm3 (570, el 92%, para el regadío). “El factor clave para la anulación de las aportaciones subterráneas ha sido, pues, la extracción de recursos hídricos del acuífero para el regadío”, explica el mismo análisis del IGME.
“El problema es que si queremos recuperar las Tablas hay que bajar la cota de aguas subterráneas renovables y una vez que se recuperen los Ojos y las Tablas, revisar si se puede volver a subir. Esto significa que hay que quitar el 50% de la agricultura, con su consecuente explosión social”, admite Gosálvez.
Las aguas subterráneas de Daimiel están declaradas sobreexplotadas. Y no poco. Mancha Occidental I y Mancha Occidental II soportan derechos a utilizar su agua que multiplican por más de tres la capacidad natural de los acuíferos, como reflejan las mediciones oficiales y los anuncios sobre el régimen de extracciones permitidas.
Así que el nivel del líquido bajo tierra está tan abajo que no brota. “El agua subterránea tiene una dirección, como en los ríos, en este caso de este a oeste –explica Miguel Mejía–, pero al descender el nivel, el agua no sale naturalmente sino que se crea como un desagüe subterráneo que no deja correr el agua. Queda ahí almacenada y ya solo sale por los pozos por los que se bombea”.
“Las vergüenzas que no ven los turistas”
La zona más importante del parque –el Tablazo, las Islas del Rey y de Algeciras y la Reserva Integral de Aves Acuáticas– está totalmente seca. “Son las vergüenzas del parque que no ven los turistas”, afirma rotundo el geógrafo de la Universidad de Castilla-La Mancha señalando el panorama. Aquí las plantas masiegas autóctonas han sido sustituidas por las especies invasoras como los carrizos y tarayes. Los trabajadores abren caminos para evitar que sigan colonizando.
La segunda presa del parque, la del Morenillo, es un “dispositivo hidráulico” que intenta que la zona hacia la Isla del Pan y el Centro de Interpretación, donde se concentra el mayor número de de visitas, se mantenga con agua. “Es maquillaje ambiental”, recalca Gosálvez.
Es cierto que este “estanque artificial”, como lo llama Gosálvez, es la zona más bella y turística porque tiene agua, pero se contempla con otros ojos tras comprobar la sequía total del Tablazo. Incluso aquí el agua es mínima, se está secando gran parte del terreno, hay mal olor y la superficie acuática está repleta de algas filamentosas.
Tras cuatro décadas de agricultura intensiva, también los agroquímicos y los pesticidas han hecho su devastador trabajo. Sus restos han acabado también en las Tablas provocando situaciones similares a las del Mar Menor. “No tenemos agua, pero cuando hay algo, está altamente contaminada. Eso provoca explosiones de mortalidad de peces”.
Pena en el pueblo
La vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, decía a elDiario.es “yo no puedo considerar Daimiel un estanque que voy llenando por un tubo cuando se necesita. El agua tiene que estar disponible para ese espacio natural, porque si no, la alternativa es dejar morir Daimiel y esa no es nuestra intención”. Sin embargo, el adelanto electoral a julio de este año ha impedido que se active el plan especial de actuaciones para Las Tablas a la espera de ver quién gobierna.
Lo que se ha constatado en este medio siglo es el conflicto y la colisión entre la protección ambiental y el incremento constante de la producción a base de recursos naturales finitos, en este caso agua. “Se intentaron conciliar ambos paradigmas, el del desarrollo agrario y el medioambiental, pero el tiempo ha demostrado que eso no ha sido efectivo”, cuenta sentado en la plaza de España de la localidad de Daimiel (Ciudad Real) Alberto Celis, historiador, geógrafo y miembro de la Asociación Ojos del Guadiana Vivos.
Se intentaron conciliar ambos paradigmas, el del desarrollo agrario y el medioambiental, pero el tiempo ha demostrado que eso no ha sido efectivo
Celis cuenta que la declaración de parque de los años 70 “fue algo impuesto que pilló a contrapié a gente que veía en la canalización del Guadiana una manera de prosperidad agraria. Eso ha hecho que, de unos años a esta parte, la sensibilidad hacia el parque no haya crecido”.
Javier Ibáñez también es vecino de Daimiel. Su padre, Ricardo, fue miembro del Patronato del Parque Nacional en los años ochenta. “Ahora me da mucha pena porque es algo nuestro que se está abandonando”, lamenta. “Yo no le voy a echar las culpas a nadie, pero es muy triste. Creo que ya la gente pasa olímpicamente de todo”, continúa. En la tarde abrasadora, en plena ola de calor, Javier remacha con una frase la afirmación del historiador Alberto Celis: “Ojalá se salven, claro, pero primero tiene que ser el pueblo, siempre”.
Consuelo y Susana son dos vecinas veteranas del pueblo. Susana lamenta que los habitantes de la zona no tengan poder de decisión: “Es el político de turno del Ministerio quien las toma”. Consuelo toma el testigo: “En esta vida casi todo es política”, reflexiona. “No es culpa ni de unos ni de otros. O a lo mejor es culpa de todos, pero si las decisiones se toman en Madrid, que den allí también soluciones ya de una vez”.
No es culpa ni de unos ni de otros. O a lo mejor es culpa de todos
“Las Tablas no se han dejado abandonadas. Se han intentado actuaciones, unas con más y otras con menos eficacia”, defiende el hidrogeólogo Miguel Mejías. Y apunta a las dos circunstancias que han supuesto el catastrófico declive del parque: “Las Tablas están así por una secuencia climática de nueve años muy seca y porque se sigue haciendo una extracción excesiva”.
También sostiene que no hay que descartar “un trasvase de agua hacia el parque para evitar, por ejemplo, que las turbas subterráneas combustionen como ocurrió en 2009. Esa sería una línea roja”. Con todo, el científico afirma que este ecosistema “ha demostrado que es muy resiliente” y con gran capacidad para recuperarse “si se le da un poco de aire, o más bien, de agua”.
La Asociación Ojos del Guadiana Vivos quiere que el parque pase a llamarse de las Tablas y Ojos del Guadiana. No solo porque el espacio cae en otros municipios como Villarrubia de los Ojos y Torralba de Calatrava, sino porque la fuente de donde parte el agua del humedal es ese surgimiento del río que nace a pocos kilómetros –en Ruidera– y desemboca tras un viaje de 800 kilómetros en el océano Atlántico por el golfo de Cádiz. Y, repite Rafael Gosálvez, “si esto no funciona como un río, las Tablas no sirven para nada”.
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