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El Raval de hace cien años según el periodista que lo bautizó como Barrio Chino: mafias, cocaína y prostitución

Fachada con un letrero luminoso de la sala de fiestas La Criolla, en la calle del Cid. A la derecha, un segundo rótulo anuncia la sala Sagristà.

Pol Pareja

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“He aquí toda fiereza y la brutalidad de Barcelona. Es el Distrito Quinto la llaga de la ciudad, es el barrio bajo, es el refugio de la mala gente. Cierto es que viven en él familias honradas. Esta es la tragedia”.

La descripción del Raval que acaba de leer no es de hace 10, 20 ni 30 años. Tiene más de un siglo de antigüedad y demuestra que las calles del llamado “Barrio Chino” de la capital catalana han sido desde tiempos inmemoriales un hervidero de canallas, delincuentes y jóvenes con ganas de experimentar el placer de lo prohibido.

El libro Sangre en Atarazanas, que recupera ahora Libros de Vanguardia, detalla el día a día en esa zona de Barcelona durante el primer tercio del siglo XX. Escrito en 1926 por Francisco Madrid, uno de los grandes periodistas de la época, el volumen compila los reportajes donde reveló todas las interioridades del Raval, un distrito que se acabó llamando Barrio Chino gracias al apodo que le puso este reportero sin saber que su bautizo acabaría asentándose en el imaginario de todos los barceloneses.

El libro describe un barrio en el que hace ya más de 100 años se podía encontrar cocaína en prácticamente cualquier esquina o bar. Unas calles donde proliferaban los cabarets, las prostitutas y donde había locales que de día eran una carnicería y al llegar la noche se convertían en salas de fiestas para transexuales. Una zona donde todo tenía un precio -especialmente los objetos robados- y en la que el alcohol regaba la vida social de sus esquinas.

“Ni los barrios bajos de Génova, ni el barrio del puerto de Marsella, ni la Villette parisina ni el Whitechapel londinense tienen nada que ver con nuestro Distrito Quinto”, escribe Francisco Madrid del Raval, un barrio que, según él, aúna “lo bueno y lo malo, la civilización y el hurdismo”.

Los textos de este reportero dibujan un interesante collage de lo que fue el Raval en esa época y permiten al lector sumergirse en el ambiente de sus calles. Madrid demuestra tener un conocimiento profundo de los bajos fondos de la ciudad y de sus gentes. Tiene acceso a lugares y círculos proscritos así como a sus protagonistas y secundarios. Se nota que pasa horas y horas en la calle, emborrachándose y compartiendo historias con personajes de todo tipo.

Los reportajes muestran una sociedad pendenciera, en plena modernización gracias a los visitantes internacionales y donde la mujer tenía mucha más libertad de la que gozaría durante las décadas venideras. También ilustran el fuerte impacto que tuvo la Primera Guerra Mundial en Barcelona, la llegada de espías internacionales y cómo los cabarets se convirtieron en uno de los últimos lugares en los que las diferencias entre francófonos y germanófonos se diluían.

Madrid relata la historia del asesinato por parte de pistoleros anarquistas de Jaume Ros, un confidente de la policía. También el funcionamiento comercial de un burdel, llamado Madame Petit, cuyo dueño intenta legitimar al tratarlo como si fuese un negocio cualquiera. El periodista revela también el funcionamiento del mercado de cocaína en el barrio, cómo operan las mafias internacionales dedicadas a la prostitución y las agencias de matrimonio que funcionaban de manera encubierta como empresas de escorts en la Barcelona de 1920.

“La cocaína ha llegado a ser en nuestra ciudad como los adelantos y comodidades de la civilización, que después de conocidos ya nos son indispensables”, escribe Madrid. “Venden cocaína farmacéuticos desaprensivos, camareros y botones, biosas, guardadoras de water-closet, floristas, conserjes de tabernas de cante jondo, modistas...”

El uso de técnicas narrativas y de la infiltración para describir la realidad que utiliza Madrid anticipaba lo que décadas después se llamaría Nuevo Periodismo. Es imposible no pensar en A sangre fría de Truman Capote al leer el capítulo en el que relata la muerte del confidente de la policía a manos de anarquistas. El reportaje en el que se disfraza de mecánico para infiltrarse en una mugrienta “casa de dormir” del Raval podría haberlo firmado Gay Talese.

Los temas que aborda el libro -un best seller en la época, reeditado varias veces- brindan también la posibilidad de conocer a todo tipo de personajes del Raval: prostitutas con sífilis orgullosas de poder contagiarla a cuantos más clientes mejor. Tatuadores curtidos en Argelia que se dedican a decorar las pieles de marinos y personas trans. Parisinas venidas a menos y convertidas en toxicómanas. Proxenetas que por un lado tienen un burdel y por otro una residencia de ancianos regentada por monjas.

Un periodista de película

La vida de Francisco Madrid (Barcelona, 1900 - Buenos Aires, 1952) bien podría haber aparecido en uno de sus reportajes. De padre desconocido y abandonado por su madre a temprana edad, Madrid se crió en casa de su comadrona en la calle Aribau. Ya desde bien joven empezó a tratar a algunos de los personajes más relevantes de su época incluso antes de dedicarse al periodismo.

Con 17 años empezó de oficial en la secretaría de Alejandro Lerroux. Con 19 entró en la cárcel por escribir un artículo contra el Rey. Al encerrarle con los presos comunes en lugar de los políticos, Madrid bastió allí su extensa red de contactos entre los personajes más pintorescos de la ciudad. “Al salir de la cárcel en marzo o abril de 1919 tenía 19 años y había trabado amistad con casi todos los carteristas e invertidos de Barcelona”, explica en uno de sus reportajes.

Durante la dictadura de Primo de Rivera se exilió en París, donde escribió varios libros. Regresó a España y trabajó como secretario de Lluís Companys en su época de gobernador civil de Barcelona, entre abril y junio de 1931. En ese momento Madrid ya era una estrella del periodismo y sus reportajes se anunciaban a toda página los días antes de su publicación. Tenía un aura de reportero de película, un periodista de calle con información de los bajos fondos pero a la vez con una buena agenda en las altas esferas.

Aparte de sus relaciones con el lumpen barcelonés, el periodista tuvo amistad y trató a personajes históricos como los sindicalistas Salvador Seguí y Francesc Layret, Francesc Macià, el mencionado Companys, Josep Maria de Sagarra, Miguel de Unamuno, Pío Baroja y durante su época en Madrid fue amigo del futbolista Pepe Samitier.

¿Por qué un periodista de su talla ha sido olvidado y su trayectoria apenas ha llegado hasta nuestros días? Según Julià Guillamón, editor del libro, la figura de Madrid quedó en el olvido por dos razones. En primer lugar porque se exilió muy temprano, prácticamente al principio de la guerra, amenazado por los anarquistas de la FAI. En segundo lugar porque murió joven (1952), cuando en España la dictadura todavía no mostraba visos de agotamiento.

“Tras exiliarse a Argentina, Francisco Madrid ya no fue el mismo periodista”, señala Guillamón. El reportero montó una revista de cine, trabajó de guionista en películas de éxito argentinas y escribió algunos reportajes. Pero nunca llegaron al nivel de los de Sangre en Atarazanas, que le convirtieron en una figura fundamental del periodismo y la bohemia barcelonesa.

Según Guillamón, en Buenos Aires se notó que ya no tenía ese control de la ciudad del que gozaba en Barcelona. “Se había hecho mayor y no tenía esas fuentes que le permitieron escribir los reportajes que le hicieron famoso”, añade. “Fue como si le hubieran arrebatado el mundo que tenía bajo sus pies”.

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