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De las casas palacio de Cádiz a las calles de Vilanova i la Geltrú: tras las huellas de los esclavistas en España

En primer plano, el empresario indiano con pasado esclavista Salvador Samà i Martí, de la familia Samà de Vilanova i la Geltrú (Barcelona). Da nombre a una Rambla y su saga construyó varias fincas en la localidad, entre ellas la Casa Olivella que se ve en la imagen.

Pau Rodríguez

30 de octubre de 2022 22:32 h

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La historia de la trata de esclavos en las colonias españolas en los siglos XVIII y XIX es un puzzle que se va completando poco a poco. Cientos de indianos amasaron sus fortunas en Puerto Rico y sobre todo en Cuba gracias a la mano de obra forzada. También con el comercio ilegal de seres humanos –más de medio millón de africanos, según algunos cálculos– entre 1821 y 1867, cuando esta actividad ya estaba prohibida. Hoy sus respectivos legados se esparcen por la península, desde un antiguo hotel en Portugalete, en la costa vizcaína, a algunas casas palacio de Cádiz, y desde el acomodado barrio de Salamanca, en Madrid, hasta la biblioteca museo de Vilanova i la Geltrú. 

“Los sectores económicos que recogieron más inversiones de quienes se enriquecieron con la esclavitud fueron el inmobiliario y el financiero”, relata Martín Rodrigo, profesor de la Universitat Pompeu Fabra (UPF) y uno de los principales historiadores españoles de la trata de esclavos durante el siglo XIX. Biógrafo de Antonio López y López, el gran empresario y benefactor que levantó parte de su imperio comercial gracias al negocio esclavista en Cuba, ahora ha coordinado el libro Del olvido a la memoria. La esclavitud en la España contemporánea (ed. Icaria), que recoge artículos de una docena de investigadores sobre las huellas del esclavismo en el patrimonio español. Un viaje por los capitales y herencias de quienes durante décadas han sido recordados –y a veces homenajeados– como prohombres en sus respectivas localidades.

Cádiz y Barcelona, los puertos de negreros

Los grandes puntos neurálgicos del comercio de esclavos en la metrópolis española fueron los puertos de Barcelona y Cádiz. El de la ciudad andaluza fue “el último gran puerto negrero de Europa”, según detalla Rodrigo, del que todavía salieron algunas embarcaciones para expediciones de comercio de esclavos, y por ello atrajo a hombres de negocios de toda España y de las colonias. 

Uno de los apellidos vinculados a ese negocio en la ciudad gaditana es el de Abarzuza Imbrechts. Los hermanos José y Fernando, que emigraron a La Habana y regresaron a España como ricos empresarios del vino, fueron propietarios de goletas negreras como La Magdalena o La Vencedora, y de una factoría negrera en las costas de la actual Sierra Leona. Fueron los primeros apoderados de la naviera Antonio López y Compañía en Cádiz, integraron la Caja General de Depósitos y José llegó a dirigir el Banco de Cádiz.

La familia de José pasó por varias casas del centro de la ciudad: plaza de la Mina, 5; Torno de la Candelaria, 12 (hoy Casa Oviedo) o Isabel la Católica, 8. Esta última es hoy la Delegación de la Consejería de Educación. Su hermano, Fernando, se afincó en varios inmuebles de la misma zona, entre ellos la actual sede de la delegación Territorial de Cultura, Turismo y Deporte, que pese a las sucesivas reformas conserva la fachada original.

Una de las particularidades del caso gaditano, y que se observa con las viviendas de los Abarzuza, es que solían escoger fincas con el mismo estilo arquitectónico. Se trata de casas palacio. De tres o cuatro pisos, dedicaban los bajos a las oficinas y almacenes de la empresa, la planta noble para el domicilio de los dueños y las superiores, para el servicio. “La gran mayoría se ubicaban en torno a la calle Ancha y al barrio de San Carlos”, documenta Lydia Pastrana, de la Universidad de Cádiz. Era una zona adinerada y que además estaba cerca del muelle.

Muchas de ellas con patios interiores, repletas de materiales nobles y con una característica azotea con una torre mirador, para otear los barcos, estas casas palacio alojaron a numerosos empresarios vinculados a la trata. El marqués de Vinent, Antonio Vinent, relacionado con el comercio de esclavos según el historiador Rodrigo, compró en 1845 la que es a día de hoy sede de la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Cádiz. Francisco y Pedro Ximeno Harmony, también empresarios del vino y que participaron de la trata junto al catalán José Xifré, adquirieron la finca de la plaza San Antonio que hoy ocupa la UNED. 

El legado negrero en Barcelona es más conocido, debido a la mayor producción académica y al debate público que suscitó la retirada en 2018 de la estatua de Antonio López, un personaje que sin embargo sigue contando con una efigie en el pueblo cántabro de Comillas, donde nació. Su mayor legado arquitectónico, de hecho, es el imponente Palacio de Sobrellano, hoy propiedad del Gobierno de Cantabria, que cuenta con muebles de Antoni Gaudí.

En la capital catalana, otros restos patrimoniales de las sagas esclavistas los conforman los soportales Porxos d’en Xifré y Porxos y los de Vidal-Quadras. 

Los senadores esclavistas de Madrid

Una ciudad que no se suele vincular con la trata de esclavos es Madrid, pero la capital también fue destino de algunos de los grandes capitales generados en las haciendas e ingenios de Cuba, gracias al trabajo esclavo de miles de personas. Igual que en Barcelona, el regreso de algunos indianos durante la primera mitad del siglo XIX coincidió con la expansión urbanística de la ciudad y con la industrialización. 

“Madrid era el centro de decisión política, y que la esclavitud fuese legal y reconocida tiene mucho que ver con las decisiones que se tomaron en la capital”, detalla Rodrigo. “Puede que no haya un gran legado material, pero tampoco se ha investigado demasiado”, añade. Con todo, la historiadora Lisbeth J. Chaviano, de la Universidad de Sevilla, ha seguido el rastro inversor de varios senadores con pasado vinculado al esclavismo, entre ellos los condes de Bagaes, de Vegamar y el marqués de Manzanedo, este último una de las mayores fortunas de la península. 

Manuel Pastor Fuentes, conde de Bagaes, propietario de haciendas e ingenios en Cuba (en el de San José de Bagaes tenía registrados 365 esclavos), acumuló fincas en calles como Trajineros y Sordo (hoy Paseo del Prado y Zorrilla). Era una de las zonas clave de expansión urbanística. Carlos Drake y Núñez, conde de Vegamar, propietario también de ingenios y cafetales en la colonia cubana, invirtió en inmuebles en el barrio extramuros que es hoy Chamberí, apunta la historiadora. Y Juan Manuel Manzanedo, marqués de Manzanedo, fue otro importante inversor inmobiliario que se instaló además en el palacio de los Goyeneche, en la calle del Príncipe. En su pueblo natal, Santoña (Cantabria), todavía tiene un instituto de Secundaria a su nombre.

Las costas catalana y vasca

Durante los últimos diez años, asegura Rodrigo, la investigación sobre la trata de esclavos ha dado un salto de escala en España. Lo ha hecho empujada por el trabajo académico más avanzado en Estados Unidos o Reino Unido, donde se ha debatido incluso sobre posibles reparaciones económicas, o sobre el pasado esclavista de grandes bancos como Barclays o HSBC. Pero también propulsada por una digitalización que permite acceder a fuentes documentales del otro lado del Atlántico o del Foreign Office británico, que registraba los barcos negreros españoles capturados. 

Esto ha provocado que algunas administraciones, sobre todo locales, hayan encargado investigaciones sobre el pasado de algunos de sus ilustres vecinos. Barcelona es un ejemplo. Pero el otro más ambicioso quizás es el de la barcelonesa Vilanova i la Geltrú, la conocida entonces como Habana chica, de donde salió el 20% de la emigración catalana a América entre 1778 y 1820 (la capital catalana supuso el 24%). Es el pueblo de conocidos indianos con vínculos esclavistas como son Salvador Samà o Francesc Gumà. 

Un informe encargado a los historiadores Eduard Rama y Mónica Álvarez en 2021 documentó todo el legado indiano de esta ciudad de 66.000 habitantes: un total de 119 elementos arquitectónicos, monumentales o de nomenclátor. Su conclusión fue contundente: “A excepción de unos pocos casos, los grandes símbolos del legado indiano de Vilanova i la Geltrú pueden afirmar que cuentan con una implicación directa o indirecta del tráfico de personas esclavizadas”. 

José Antón Marqués, empresario del vino y propietario de barcos negreros, cuenta con una calle en la ciudad y financió la construcción del Teatro Principal, según ambos historiadores.

Con la herencia del esclavista Salvador Samà i Martí, marqués de Marianao, se construyó la Escuela Pía. Este fue además uno de los destacados integrantes de la familia Samà, que hizo fortuna en Cuba con importaciones y con navieras relacionadas con la trata. De su saga familiar es también obra la conocida Casa Olivella. Y también da nombre a la Rambla Salvador Samà. 

Paradójicamente, la investigación de Rama y Álvarez se pudo llevar a cabo gracias a los fondos que alberga la Biblioteca Museo Víctor Balaguer, un edificio construido en 1884 sobre un solar del esclavista Gumà. La primera piedra, detallan los historiadores, la puso Emilia Samà, hija del Marqués. Y en su interior hay “lápidas honoríficas” con este apellido, el del marqués de Comillas, y otras referencias a ilustres esclavistas como Soler i Morell. 

Otras localidades costeras españolas en cuyo patrimonio se encuentran huellas de los esclavistas y que se recogen en el libro son Torredembarra y Sitges, en Catalunya, o Portugalete, como ejemplo del papel que jugó en este fenómeno el País Vasco. En la localidad vizcaína se ubica la herencia del gran empresario Manuel Calvo Aguirre, que edificó el Hotel Portugalete, al lado del puente colgante, y que es hoy propiedad municipal. Este empresario indiano donó el inmueble al pueblo para que sus beneficios se destinasen a los más pobres. “Ocupa un lugar central en la memoria de Portugalete, donde es recordado, en gran medida, como el benefactor por antonomasia”, afirma Óscar Álvarez, de la Universidad del País Vasco.

No es tan recordada sin embargo su vertiente esclavista. Tuvo a su cargo varios ingenios en Cuba, uno de ellos el Portugalete, donde trabajaban 200 esclavos, según la publicación local Fundación El Abra.

La esclavitud se abolió en la Península Ibérica en 1837, pero siguió constituyendo el motor del éxito económico de las colonias españolas de Ultramar muchas décadas después. En Cuba se puso fin a ella en 1886, con lo que durante buena parte del siglo XIX las plantaciones de azúcar, tabaco y algodón se aprovecharon del sudor de hombres y mujeres privados de libertad.

Una de las conclusiones del libro es que España, a diferencia de otros países, se siente “ajena” a la discusión presente a nivel internacional sobre las reparaciones de la esclavitud. “No forma parte de la agenda política y ni siquiera encontramos un reconocimiento oficial de la existencia de la esclavitud africana”, lamenta David Pretel, historiador de la UPF. Puede que sea porque, a diferencia de otros países, en España –igual que en Portugal– no había hasta hace poco demasiada presencia de afrodescendientes. O puede deberse a la “batalla” por la memoria histórica, que “dificulta” una reflexión “serena” sobre el colonialismo.

El pasado mes de abril, Unidas Podemos llevó al Congreso una Proposición No de Ley para revisar el pasado esclavista español y honrar a las víctimas. Salió adelante con los votos del PSOE, con Vox en contra y la abstención de PP y Ciudadanos. El caso es que hace 12 años, en 2010, se aprobó otra iniciativa parecida, a instancias socialistas, de erigir un monumento a la memoria de los esclavizados. Pero nunca se ha cumplido.

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