Cuando la escuela también es refugio
Han pasado más de cinco años desde que la joven Alissa llegó a Catalunya sin saber hablar ni catalán ni castellano. Tenía sólo siete años y huía junto con sus padres de la represión política del Gobierno bielorruso de Alexander Lukashenko. Su padre, practicante de la confesión cristiana adventista, había sido condenado a cinco años de prisión por poseer un documento religioso prohibido por las autoridades bielorrusas, que restringen duramente la libertad religiosa. Esta pena forzó la familia a abandonar a toda prisa su país e instalarse en Barcelona en diciembre de 2010.
Desde entonces, Alissa no sólo ha aprendido a hablar en castellano y catalán, sino que se ha integrado perfectamente entre sus compañeros de la escuela.
¿En qué puede ayudar la escuela un niño que ha sufrido un proceso de exilio? A la espera de la llegada de los refugiados víctimas de las guerras de Siria e Irak -si es que termina habiendo la voluntad política-, casos como el de la Alissa pueden ser útiles para la comunidad educativa.
“Después de los tres primeros meses, Alissa tenía que ayudar cuando yo iba a comprar y no entendía lo que me decían. Ella aprendió el castellano más deprisa que yo”, explica su madre Alyona. Cuando la familia aterrizó en Catalunya, la matricularon en la escuela Urgell de Barcelona, un centro donde precisamente ocho de cada diez alumnos son hijos de inmigrantes. Mientras sus padres iban y venían de las oficinas del Comité Español de Ayuda a los Refugiados (CEAR) a las de la Cruz Roja para tramitar su petición de asilo, ella pudo incorporarse a la escuela. Allí fue recibida como una alumna más: asistía a las clases de refuerzo y recibía el mismo soporte que el resto de niños de origen extranjero.
“Durante los primeros meses era una niña bastante callada, no hablaba de los motivos por los que había abandonado su país”, explica Esther, la psicóloga de la escuela. Asegura que Alissa, como la mayoría de los niños inmigrantes, se sentía entonces “fuera de lugar y tenía la dificultad del desconocimiento y de la falta de comunicación”. Esta circunstancia suele acentuarse en el caso de los niños refugiados que cambian de país de forma precipitada.
Una experiencia traumática
Los niños refugiados, cuando llegan al país de acogida, “se encuentran en una situación psicológica postraumática después de haber vivido durante mucho tiempo situaciones complicadas, de gran inestabilidad”, afirma Maryorie Dantagnan, responsable del área infantil de la asociación Exil, pionera en Catalunya en la ayuda a los niños solicitantes de asilo. Ella considera que, dado que estos niños han tenido que vivir múltiples situaciones imprevistas y de una gran dureza en muy poco tiempo, suelen estar “en una fase emocional de supervivencia y estrés y esto dificulta su aprendizaje”. Dantagnan añade que los menores refugiados se caracterizan por “tener muy poco tiempo de adaptación entre la huida de su país de origen y la llegada a un nuevo país”.
El sufrimiento de vivir en un contexto de guerra y de represión política y el viaje a menudo tormentoso de un país a otro dejan, pues, una huella psicológica en los niños. Unos efectos, sin embargo, que varían de forma significativa en función de la experiencia vivida por cada niño. “Ha habido investigaciones científicas sobre niños refugiados que muestran que cada uno de ellos vive la situación de guerra y violencia de forma diferente”, asegura María Vergara, terapeuta infantil de la asociación Exil. “Hay algunos niños que saben sobreponerse mejor a los contextos de violencia y en cambio otros que son más sensibles a estos impactos psicológicos”, añade.
Aunque el proceso de adaptación de los niños inmigrantes varía dependiendo de cada caso, éste resulta más difícil en el caso de los niños que huyen de una situación de guerra en comparación con los que emigran por razones económicas, según explican los miembros de la área infantil de Exil. Sin embargo, sus dificultades “dependen mucho de cómo habían vivido antes en su país de origen y en qué condiciones han viajado hacia el país de acogida”, asegura Maryorie Dantagnan.
Los niños sirios, por ejemplo, suelen sufrir efectos psicológicos mucho más profundos que los iraquíes, afganos o ucranianos, ya que estos primeros a diferencia de los otros han sido testigos directos de los enfrentamientos bélicos.
Estabilidad en casa y escuela
Alissa tuvo la suerte de no viajar hacia Catalunya en avión y de no huir de un país destruido por la guerra, como sucede en el caso de Siria. Aunque no tuvo que afrontar las mismas penurias que los refugiados sirios o iraquíes, sus padres hicieron todo lo posible para que no sufriera la dureza del exilio. “Alissa no se dio cuenta demasiado de como venía aquí, sus padres supieron explicarle una historia bonita”, asegura la psicóloga de Urgell.
“La mayoría de los niños refugiados están muy protegidos de la realidad que tienen que vivir, a veces aún más que los otros niños inmigrantes, ya que los padres intentan hacerles la vida tan fácil como sea posible”, explica Antonio Polo, el director de la escuela. Alyona reconoce que no habla demasiado con su hija sobre la vida pasada en Bielorrusia.
Según Dantagnan, la adaptación de los niños refugiados en el país de acogida requiere que estos dispongan de un contexto vital en su casa tan estable como sea posible. “La vida privada de los niños resulta fundamental”, explica, “así que hay hace falta que ayudemos económicamente a las familias, para que sus hijos puedan vivir en un entorno previsible y estable”.
De hecho, las personas solicitantes de asilo que llegan a tierras catalanas tienen todas las necesidades cubiertas a través del Ministerio de Asuntos Sociales, que delega sus funciones en Catalunya al Comité Español de Acogida de los Refugiados (CEAR-CCAR), a la asociación Accem y a la Cruz Roja.
A pesar de los esfuerzos que los padres de Alissa hicieron para que su hija no viviera la dureza del exilio, “ella siempre intentaba llamar la atención de los profesores durante los primeros meses en la escuela”, asegura la psicóloga.
La falta de autoconfianza es, de hecho, uno de los problemas principales a los que hacen frente los niños refugiados. Para recuperarla, estos niños agradecen “el contacto y que esté muy por ellos”. Según Vergara, resulta fundamental que los niños refugiados “tengan un buen referente en la escuela y que no cambien de profesor en cada asignatura”.
El aprendizaje del idioma es, junto con la falta de confianza, la otra gran dificultad con que se encuentran los niños refugiados. “Aprender el idioma les suele resultar complicado en las escuelas catalanas, ya que tienen que cursar asignaturas en catalán, castellano e inglés”, explica Maryorie Dantagnan. Cuanto más pequeños llegan, más bien empiezan a hablar la lengua del país de acogida. En el caso de Alissa, ella fue la primera de la familia que se atrevió con el castellano, pero “todavía tiene algunos problemas de vocabulario, sobre todo con el catalán”, matiza su tutora, Isabel Prieto.
“Hay una gran sensibilidad entre maestros”
Frente a estas dificultades, las escuelas catalanas optan por integrar a los niños refugiados a través de las mismas actividades de apoyo, como las aulas de acogida, que se ponen en práctica con el resto de alumnos extranjeros. Hasta ahora no han existido planes escolares especiales para atender refugiados, aunque el Departament d’Ensenyament ya ha elaborado un programa de atención para los refugiados que ahora mismo llaman a las puertas de la Unión Europea.
La primera recibida será a través de las aulas de acogida, pero además prevén dotaciones “extraordinarias” de personal docente e intérpretes en los centros donde se acaben matriculando. En el caso de los mayores de 16 años, pondrán a su disposición orientadores para que puedan elegir entre las diversas opciones formativas.
También está previsto, según el Departament d’Ensenyament, que los maestros que hayan de acoger niños refugiados puedan acceder a formación especializada previa. En este sentido, se han diseñado unidades didácticas para facilitar que los maestros puedan presentar de forma más natural la condición de los exiliados.
El número de peticiones de asilo en Catalunya no ha dejado de aumentar en los últimos años -4.500 en 2015 y casi 500 entre enero y febrero de este año, según los datos del CEAR-, pero estas resultan muy alejadas de las de países como Alemania, Hungría o Austria.
Después de haber acogido más de un millón de demandantes de asilo en 2015, la administración alemana ha contratado 8.500 profesores para atender la llegada de 325.000 niños y adolescentes refugiados en el sistema escolar.
“Las escuelas y la Administración educativa nunca nos hemos enfrentado a un reto como este”, aseguraba recientemente la ministra de Educación del estado de Sajonia, Brunhidla Kurth, que añadía que “tenemos que aceptar que esta situación excepcional será la norma durante mucho tiempo”. Los sindicatos de profesores alemanes, de hecho, calculan que para hacer frente a este volumen de recién llegados se necesitarían en total 20.000 docentes nuevos.
Las cifras de menores que han pedido asilo en países de la UE no da para menos. Sólo entre los menores refugiados sin acompañante adulto a su cargo ya hay 88.300 demandas de asilo. Eso sí, sólo 125 en España, según los datos de la Oficina Estadística Europea (Eurostat). El primer país en peticiones de asilo fue Suecia, con 35.000 menores, seguido de Alemania, con 14.400, o Hungría y Austria, con 8.000 cada uno.
A pesar del incremento de estos últimos años en el número de peticiones de asilo, Maryorie Dantagnan considera que el número de familias refugiadas no es suficientemente elevado para que en las escuelas catalanas se conceda un tratamiento especial para los niños refugiados. Destaca, además, “la gran sensibilidad que existe entre la mayoría de profesores”.
Sin embargo, entiende que es necesario que los profesores “se adapten a la situación de cada niño y que al principio no les exijan lo mismo que a sus compañeros”. Para María Vergara, la mayoría de los niños refugiados “proceden de países en los que el nivel de las escuelas resulta más bajo que los de los centros catalanes”.
Cinco años después de su llegada a Catalunya, Alissa aún arrastra algunos problemas de aprendizaje y no ha podido alcanzar el mismo nivel académico que sus compañeros. Sus padres hacen todo lo posible para que mejore y han puesto a su disposición un profesor de refuerzo. Esta ayuda representa un esfuerzo económico para una familia en la que la madre trabaja como dependienta en una tienda de ropa y el padre, ingeniero de profesión, sigue sin encontrar trabajo desde que llegó a Barcelona. El paro y las penurias económicas representan el lastre que arrastran las familias refugiadas años después de haber huido de la guerra y la represión política.
En primera persona
KAISSA OULD SALEM
KAISSA OULD SALEM“Mi hijo se negó a alimentarse”
Aksel recuerda las horas pasadas en el hospital. “La psicóloga del centro me hacía sesiones de dibujos mientras hablaba conmigo”, explica. Ahora tiene 16 años y vive en Barcelona con su familia, pero cuando estuvo ingresado tenía sólo cuatro y vivía en Cabilia, en la región de Argelia. “Te negaste a alimentarte”, le cuenta su madre, Kaissa Ould Salem, que le recuerda cómo sufrió después de que su padre se exiliara en Catalunya, por miedo a represalias una vez terminada la revuelta de 2001 en la Cabilia conocida como la primavera negra.
“Recuerdo helicópteros que volaban muy cerca de nuestra casa, y que sentíamos explosiones todo el día. Me ponía las manos en los oídos para no oír las”, hace memoria Aksel.
Traumas como estos acompañan durante años los refugiados, sobre todo si lo viven de niños. Ya en Barcelona estuvo tres meses en el aula de acogida, con la profesora Cari, que “era como una segunda madre”. “Tu tutora me decía a menudo que eras un niño ansioso por no haber tenido una infancia normal”, le cuenta su madre. Aksel recuerda sobre todo las clases de catalán, una lengua que no había sentido nunca antes. “Tranquilizaba a mi madre diciéndole que el catalán era muy fácil porque era una especie de francés deformado”.
Lo que más preocupaba a los padres, sin embargo, era que Aksel creciera sin sentir que pertenecía a un lugar, un país. “A mí, como madre, me gustaría que te pudieras sentir de aquí y de allí, sin ninguna contradicción, y que no te obligaran a elegir”, comenta Kaissa a su hijo. “Muchos exiliados viven toda su vida pensando que un día volverán, y es que también la gente de los países de acogida dan por hecho -con toda la buena intención del mundo- que lo mejor para los refugiados es volver a casa”, contrapone Kaissa, que con todo es optimista: “tenemos que vivir el presente, estamos juntos y hemos encontrado un país de acogida”.
¿Cuál es, pues, la relación de Aksel con Cabilia, aquella tierra que abandonó hace más de una década? “El pasado no se debe olvidar. Me gusta lo que estudio en el instituto, tengo amigos, disfruto como cualquier joven de la vida. Y a veces este pasado reaparece, pero la asumo y creo que me ayudará a forjar mi personalidad. Veo los refugiados en la televisión y sé que en el futuro podrán asumirlo y disfrutar de una vida mejor.
GORAN MINIC
GORAN MINIC“Lo primero que necesitan es recuperar la confianza”
“Hace más de 20 años, cuando mi madre, mi hermano y yo llegamos a la Escala (Alt Empordà) provenientes de Sarajevo, no sabíamos donde habíamos venido, ni que nos encontraríamos. No sabíamos donde viviríamos, ni siquiera como sobreviviríamos. Pero todo esto, en un primer momento, era secundario, poco importante. En nuestra mente aún estaba el mal trago que acabábamos de pasar. No queríamos estar aquí, queríamos borrar de nuestros pensamientos lo que habíamos visto y vivido, despertar de aquella pesadilla”.
Así se sentía Goran Minic el día que llegó a Catalunya con cinco años recién cumplidos. Ahora tiene 27 y, con una licenciatura en Educación por la Universidad de Girona, intenta rememorar aquel proceso desde la perspectiva de lo que necesita un niño refugiado. “Lo más importante no tiene nada que ver con la metodología, con el que se trabaja en clase, sino con los factores humano y afectivo: acompañar al niño y su familia, que vean que no están solos, que alguien está allí para ayudarles”, dice. “Debemos tener claro que las personas refugiadas llegan con la moral por los suelos, que necesitan ante todo recuperar la autoconfianza”, añade Minic.
¿Y como debe ser el acompañamiento? “Si puede ser, encontrar a alguien que hable su lengua para que la comunicación sea posible, en las dos direcciones. Tenemos que estar preparados para que el niño nos cuente su vida, qué le preocupa, qué le ilusiona, qué le gusta, sus deseos, sus aficiones. Es clave crear un clima de confianza, ya que, después de lo que ha tenido que vivir, le resultará muy significativo ver que puede confiar en nosotros y que estamos aquí única y exclusivamente para ayudarle”, sostiene.
Pero hay que tener en cuenta también que “el niño refugiado dispone de exactamente las mismas capacidades de aprendizaje que el resto de niños de la clase. Las diferencias culturales no le impiden que pueda aprender como cualquier otro. Es muy importante que pronto se sienta uno más de la clase”, expone, y concluye: “No hay que preocuparse en exceso por el idioma, no tenemos que poner ningún tipo de presión en este alumno para que lo aprenda, no debemos ni siquiera temporizar su aprendizaje ni marcarnos objetivos a corto plazo. Es necesario que sepamos que, en un primer momento, aprender el idioma es la última de sus preocupaciones”.
Crisis de los refugiados: educar la solidaridad
El debate generado en la comunidad educativa nos conduce a discutir sobre pobreza y desigualdades.
La crisis de los refugiados es sobre todo una crisis de familias que huyen de la guerra. Durante los últimos meses han surgido diferentes iniciativas ciudadanas para ayudarlas. Como a ser solidario también se aprende, creemos que esta tiene mucho potencial para trabajar la educación en valores o la educación para la justicia global. Los debates que se han generado en las escuelas, AMPA, centros recreativos o agrupamientos sobre el tema de la recogida y envío de material son una buena oportunidad para descubrir el trabajo de las ONG, pero también, y sobre todo, para hablar de pobreza o desigualdades. Cómo lo podemos hacer?
Sobre la ayuda humanitaria
¿Qué hay que preguntarse ante las demandas de ayuda para otros países? En primer lugar hay que saber cuál es su experiencia previa, qué conocimiento tiene de la zona donde va destinada la ayuda y con quien trabajará para distribuir el material. En segundo lugar, es importante que preguntamos cómo y cuándo nos informarán del trabajo hecho. Las ONG tenemos documentos de buenas prácticas que hemos elaborado a partir de nuestra experiencia. La mayoría de las grandes ONG están preparadas para dar respuesta a grandes emergencias porque se han especializado y cuentan con la logística necesaria. UNICEF explica, por ejemplo, que tiene un almacén tan grande como 3 campos de fútbol, con capacidad para 36.000 palets, que mantienen con las cuotas de los socios. Farmamundi o Medicus Mundi disponen de propuestas educativas como la de medicamentos que no curan, que hablan sobre las donaciones adecuadas.
Orientamos los trabajos de investigación
59 millones de personas desplazadas o refugiadas no son un tema menor. Algunas organizaciones de Lafede.cat apoyan centros educativos para realizar trabajos de investigación en temas de paz, derechos humanos o ciudadanía global. Podeis encontrar más información en las webs de Asamblea de Cooperación por la Paz y de la Fundación Solidaridad UB que desarrollan respectivamente los siguientes programas: búsqueda del desarrollo e investigación para la paz.
Solidaridad en el aula
Apostamos porque la solidaridad y los derechos humanos se trabajen de forma transversal en los centros. Un amplio grupo de profesionales del mundo de la educación y las ONG, después de tres años de trabajo, han elaborado una Guía de orientaciones pedagógicas para la incorporación de la Educación para el Desarrollo en el currículo de primaria y secundaria, una herramienta que propone objetivos, contenidos de aprendizaje, estrategias y técnicas didácticas, y criterios de evaluación para facilitar el trabajo del profesorado sensible a estos temas
Refugiados, punto de partida
La crisis de las refugiadas es la punta del iceberg de un problema estructural: un sistema económico injusto que provoca desigualdades y conflictos. No hay mejor manera de ayudar a las personas refugiadas que educar nuevas generaciones en la convicción de que hay que cambiar un mundo profundamente injusto.
Hay problemáticas relacionadas que se pueden trabajar, sobre todo las relacionadas con las migraciones internacionales. Un buen ejemplo es el proyecto de Aprendizaje Servicio (APS) Somos migrantes, en el que, a partir de la grabación de historias de vida de personas que han migrado, los jóvenes se acercan a realidades complejas desde un enfoque global. En el contexto actual, la APS ha convertido uno de los campos de innovación educativa de las ONG. Otro ejemplo es la campaña #desfemlesdesigualtats: aprendizaje creativo para una ciudadanía global.
Como decía Paulo Freire, la educación no cambia el mundo, pero cambia a las personas que van a cambiar el mundo. Incluso esta inmensa crisis dejará de aparecer en los medios, y entonces habrá que seguir trabajando. Las ONG sabemos que se necesitan generaciones para ver los cambios que perseguimos. Pero los resultados siempre llegan.