El oso Goiat reaviva el rechazo de ganaderos a la fauna salvaje en el Pirineo
Un solo ejemplar de oso pardo, con una inusual predilección por atacar yeguas, ha encendido a parte de los ganaderos del Pirineo, que han decidido retomar su histórica cruzada contra la fauna salvaje ante la alarma de ecologistas y otros defensores del medio ambiente. El oso se llama Goiat y fue liberado en 2016 en el Parque Natural del Alto Pirineo procedente de Eslovenia. Dos años y varios ataques después, la Generalitat estudia cómo expulsarlo, a la vez que trata de apaciguar a quienes han visto en ello la oportunidad para cargar contra una política de dos décadas de reintroducción del oso pardo en la zona.
Goiat, un ejemplar macho de 200 kilos, fue liberado en la zona del Valle de Arán con el objetivo de romper con la endogamia existente en la población actual de 43 osos pardos en el Pirineo. Ha sido el último en llegar de esta forma, en el marco de PirosLife, el proyecto europeo que avanza en la recuperación de estos animales en en la cordillera pirenaica. A punto de extinguirse en los años 80 y 90, hoy vuelven a ser parte de la fauna salvaje del Pirineo, pero los conflictos ocasionados por Goiat han dado pie a quejas. El problema es que estas no se centran ya en el ejemplar, sino en los demás osos, buitres y otra fauna salvaje, como sucedió en la manifestación convocada por sindicatos agrarios en Viella el pasado viernes.
¿Cuál es el historial problemático de Goiat? En lo que va de 2018, se han registrado 15 ataques suyos a ganado, entre ellos seis a yeguas y cuatro a potros, un comportamiento predador “anómalo”, según Guillermo Palomero, director de la Fundación Oso Pardo. Pese a ser omnívoros, estos animales se alimentan en un 85% de vegetales, y no suelen cazar, sino que comen insectos, larvas, carroña, alguna cría de corzo... Ocasionalmente, precisa, pueden atacar algún rebaño de los que van sueltos por la montaña y matar a una o dos ovejas. Pero muy difícilmente se enfrentan a ganado equino o bovino, asegura Palomero.
Por ese motivo, las políticas de recuperación del oso pardo van acompañadas de planes de prevención de ataques y de indemnización del ganadero si estos ocurran. Algunas de las medidas aplicadas desde hace años son la agrupación de rebaños de ganadería extensiva -con un pastor y perros mastines- o la colocación de cercos electrificados para protegerlos de noche, así como para blindar las colmenas (estas sí uno de los manjares preferidos de los osos). A los programas de prevención destina PirosLife el 40% de sus 2,5 millones de presupuesto.
Pero ninguno de ellos ha valido para Goiat. Ni siquiera el dispositivo activado en julio para ahuyentarlo con ruidos y balas de goma cuando se acerca. Así las cosas, la Generalitat ha empezado a elaborar un protocolo para expulsarlo de la zona, un procedimiento que no está previsto en PirosLife y que no va a ser técnicamente sencillo. En primer lugar, porque se trata de una especie protegida, pero también porque intervienen otras administraciones, como la francesa.
El procedimiento ha de servir para lidiar con otros osos eventualmente conflictivos. No solo en el Pirineo, sino también en zonas como la cordillera cantábrica, en la que esta especie se ha consolidado ya con más de 300 ejemplares. Su objetivo será formar equipos para disuadir aquellos osos, a menudo jóvenes, que se acercan demasiado a la población. “Antes de retirar un ejemplar de la población es necesario hacer todos los esfuerzos posibles para cambiar su comportamiento”, concluye Palomero.
La convivencia es posible
Tanto la Administración como los expertos conservacionistas se muestran convencidos de que la convivencia entre los osos y las poblaciones rurales es perfectamente posible, pero admiten a la vez que la relación con los ganaderos será siempre delicada, puesto que es comprensible que les disgusten los ataques, aunque vayan seguidos de una compensación económica. “Hay que ser lo más considerados posible con los pastores para que ni un solo euro asociado a los osos recaiga sobre sus espaldas”, sintetiza el director de la Fundación Oso Pardo.
La realidad, según la Unió de Pagesos, está lejos de este objetivo. Aseguran que no son tanto las bajas lo que les preocupa de los ataques, sino sus efectos colaterales. “A veces provocan estampidas que alejan a las vacas de sus crías, algunas pueden caer por pendientes, las asustan...”, enumera Joan Guitart, responsable de las Comarcas de Montaña de la organización. Su sindicato es crítico también con la medida de agrupar rebaños para prevenir ataques, puesto que, asegura, por otro lado favorece la contracción de enfermedades y perjudica la calidad de las ovejas.
Jaume Grau, del área de Natura de Ecologistas en Acción, defiende que la solución pasa por trabajar con los campesinos, no solo en la convivencia, sino en su viabilidad económica. “Si que les maten cuatro ovejas les lleva a la desesperación es que algo va mal en el sector”, reflexiona. “El ganado no es el enemigo, al contrario, son necesarios para mantener el equilibrio en el medio rural”, expresa.
Con o sin Goiat, nadie duda de que el futuro del Pirineo pasa por tener osos entre su fauna. Ni siquiera los sindicatos agrarios, que pese a rechazarlo saben que la directiva europea de Hábitats lo clasifica como “especie prioritaria”, que obliga a “protección estricta” tanto de sus hábitats como de los ejemplares. Por no decir que la caza de los osos está castigada con hasta dos años de prisión según el Código Penal. “El oso pardo siempre vivió en el Pirioneo, y tenemos la obligación legal y moral de mantenerlo”, defiende Palomero.
El dilema ético de la 'expulsión'
Aunque se desconoce cuál será su reubicación, desde la Generalitat aseguran que Goiat será expulsado. Pero incluso a esta salida se oponen desde Ecologistas en Acción, que la ven como un “fracaso” en las políticas de prevención. “Se quiere expulsar un animal incómodo porque ha venido de fuera, si hubiera nacido aquí sería mucho más complejo”, afirma Grau. “Éticamente es cuestionable, parece como si lo compráramos y lo devolviéramos porque no nos gusta”, resume.
Existen sin embargo otros precedentes recientes de expulsión, aunque fuera de España. Varios ejemplares trasladados desde Eslovenia a la región italiana de Trentino, en los Alpes, fueron capturados alrededor del año 2000, después de que la población denunciara ataques.