Layret, Ferrer i Guàrdia, Seguí, Companys: ¿vidas deshechas para nada?
Hace cien años, el 30 de noviembre de 1920, en el momento en que Francesc Layret salía de su casa en la calle de Balmes para interesarse por los presos políticos detenidos por orden gubernativa, fue asesinado por pistoleros a sueldo de la patronal catalana y con la complicidad de la autoridad gubernativa. El gobernador civil de Barcelona, Martínez Anido, acababa de realizar una masiva detención de militantes del sindicato CNT y del Partido Republicano Catalán, entre ellos, Lluís Companys y Salvador Seguí.
Le disparó siete veces, al rostro y a otras partes del cuerpo, un joven que llevaba mono azul de mecánico y gorra gris. Pero era todo un pelotón que acompañaba al asesino, para asegurar el golpe. Según un historiador anarcosindicalista, el pistolero que lo abatió era un mercenario del Sindicat Lliure, Paulino Pallás.
Cada país tiene magnicidios. Los Estatus Unidos, Abraham Lincoln y John F. Kennedy o Martin Luther King. Pero son grandes figuras aisladas, eso sí, de gran valor simbólico y emocional.
En cambio en Catalunya, la eliminación del enemigo político ha sido durante mucho tiempo la tónica, casi una macabra rutina. La derecha pura y dura, catalana y española, ha actuado impunemente, sea a través de bandas paramilitares (Layret, Seguí), sea directamente a través del ejército (Ferrer i Guardia, Companys).
Estamos ante asesinatos de figuras trascendentales para entender la Catalunya de hace 100 años y la Catalunya de hoy. Es básico reflexionar sobre una historia que no queremos que se repita. Es básico conocerla y difundirla entre las nuevas generaciones. Nos interesa ver cuan juntos van el empeño por la cultura popular y la emancipación política. Cuan juntas van la lucha por la emancipación colectiva y la liberación social.
Pero, ¿por qué rememoramos estas figuras trágicas? No lo hacemos, ciertamente, aunque por el enunciado lo pueda parecer, porque nos guste masoquistamente el culto a la muerte.
Se asesina para no dejar rastro de una persona y de su obra. Se asesina para cortar de raíz un proyecto. Ciertamente las personas que evocamos fueron asesinadas porque su pensamiento y su lucha molestaban tanto a la oligarquía catalana y española y a sus grupos armados.
Hay que decir que, entre ellas, hay un nexo trascendental. Un nexo que no es otro que el hecho de ser ciudadanos de una nación sin estado, Catalunya, que no pudo hacer en el siglo XIX la transformación social y política que le tocaba hacer. Son referentes de unos valores republicanos y sociales no alcanzados. Forman parte de la lista de personas que recordamos por haber luchado encarnizadamente por una sociedad más justa.
Entre ellos hay una base, un suelo común. Todos son hijos de la segunda mitad del siglo XIX y de una Catalunya, nación singular dentro de un estado español en crisis, una nación en busca de un encaje dentro de este estado. Una nación sacudida por la lucha de clases y por la carcoma de la discordia social. Al menos dos de ellos, Ferrer y Layret consideraron que la lucha en el terreno educativo y cultural era absolutamente decisiva.
Ahora bien, ¿qué sentido tiene el sacrificio de estos referentes fundamentales de la sociedad catalana contemporánea? ¿Vidas deshechas para nada?
Contra el ánimo derrotista y fatalista a menudo adormece a los catalanes, tenemos que decir que el sacrificio de estos hombres no ha sido estéril. Al contrario, nos ayuda a persistir en la idea de construcción de una república catalana social y solidaria.
Todos ellos se movieron en unos registros de tolerancia y de búsqueda de alianzas políticas, desde una mentalidad abierta y de transacción en el accesorio, con decisión y coherencia. La sociedad catalana hoy en día es abrumadoramente republicana, como demuestran las encuestas de opinión y los pronunciamientos de las organizaciones de la sociedad civil. La diferencia con hace cien años es que hoy en día, en su mayoría el republicanismo catalán es de carácter independentista, lo que no ocurría en las primeras décadas del siglo XX. Entonces se empezaba a fraguar un republicanismo independentista que la lógica de la II República terminó haciendo abortar.
Es importante que nuestra ciudadanía, y en particular la juventud, reflexione sobre valores republicanos como democracia (que incluye autodeterminación), federalismo (internacionalismo y diálogo entre los pueblos), laicidad, separación de poderes, cultura de la paz, austeridad, justicia social y solidaridad.
Ha costado mucho, históricamente, hacerlos progresar, y no podemos permitir que la reacción, que tanto terreno ganó durante la Dictadura del General Franco, pueda cerrar su afianzamiento.
Actualmente estamos ante el espectáculo de una monarquía post-franquista del 78 que hace aguas. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que este colapso del régimen es consecuencia, sin lugar a dudas, del embate o sacudida de la revolución democrática de Catalunya.
Ésta, a su vez, también ha sido consecuencia de diversas realidades o procesos: desde la involución autárquica del régimen del 78, a la crisis económica, sin olvidar la corrupción estructural del bipartidismo del régimen del 78.
El hartazgo de la sociedad catalana también cuenta. Y cuenta, naturalmente, la historia de una nación sin estado, como bien nos recordaba Josep Fontana. Ahora bien, la historia no se repite nunca exactamente, aunque haya quien diga que sí. Las diferencias que se ven en este momento de crisis y de oportunidades y otros momentos de crisis oportunidades son grandes. Ahora hay instrumentos de control de masas y de propaganda que en los años treinta no existían. La ideología neocapitalista dominante ha dormido como por hechizo buena parte de la clase trabajadora.
Otra diferencia es que los catalanes ahora quieren la República catalana. En los años treinta se conformaron con ser una autonomía de la República Española. En cambio, el pueblo español no quiere la República, a diferencia de los años treinta, cuando los trabajadores españoles querían una república igualitaria y la revolución social.
La II República llevó a la autonomía catalana, pero no facilitó la autodeterminación, al contrario. Por eso es de tanta trascendencia la revolución democrática de 2017, la que ha abierto las puertas de un nuevo escenario que pone y pondrá a prueba la inteligencia política y el sentido de estado de los catalanes.
0