El blog Opinions pretende ser un espacio de reflexión, de opinión y de debate. Una mirada con vocación de reflejar la pluralidad de la sociedad catalana y también con la voluntad de explicar Cataluña al resto de España.
Este año se conmemora el vigésimo aniversario de la muerte del poeta y pensador Vicent Andrés Estellés. Como Bru de Sala no chapucea los presupuestos de esta celebración, debemos esperar que sea más nostrada, útil y barata que el año Espriu.
Pero este 2013 es también el trigésimo quinto aniversario del despido injustificado del poeta del diario Las Provincias y de las bombas en casa de Joan Fuster y de Manuel Sanchis Guarner. Es decir, de aquel escrache facha y salvaje que fue la Batalla de Valencia.
Cuando Cristina Cifuentes acusó al Ada Colau de “filoetarra” y, en sincronía perfecta, la prensa del régimen se lanzó sobre la gente de la PAH como gusanos hambrientos sobre la hoja de morera, me vinieron a la memoria aquellos años en los que lo más sórdido del estado franquista se volcó en su particular versión del escrache. Con la ayuda imprescindible, claro, de una prensa amarilla como el arroz de la paella y guerrillas para-políticas como el Grupo de Acción Valencianista (GAV). Hace treinta y cinco años nacía un movimiento blavero vestido de fuerza “espontánea” que creía que la amenaza y la bomba eran las herramientas naturales para detener las mayorías de izquierdas del País Valenciano. El 78 fue el año de la irrupción del GAV en el palacio de Benicarló, donde se reunía la Asamblea de Parlamentarios, o el intento de asalto a la Generalitat Valenciana. Fueron años de bombas a los intelectuales y a políticos como Josep Lluís Albinyana. Y en librerías como la heroica Tres y Quatre. Bombas que la versión Victoria Prego de la Transición, oficial en las Españas, siempre se olvida -¡ay!- de destacar.
Vicent Andrés Estellés recordó aquel “año miserable” en unos versos conmovedores: “Sanchis Guarner recorre, perplex, la ciutat; / jo escric i espere a Burjassot, / mentre pels carrers de valència / la gent, obscena, crida i crema un llibre”. Aquellos eran los tiempos de María Consuelo Reyna, la monarca amarilla del panfleto entronizada en su columna “La gota”, publicada en Las Provincias. Diario que inventó y mantuvo una sección infame llamada 'El cabinista' donde la denuncia anónima y la opinión sin datos se convirtió en parte del imaginario y de la praxis normal del país.
Aquellos años apareció, como contrafigura de la valiente Colau del Congreso en Madrid, Paquita 'la Rebentaplenaris', un pobre mujer, manipulada de forma chapucera hasta la obscenidad, utilizada para abuchear enfurecida en los plenarios del Ayuntamiento de Valencia cualquier cosa que sonara a catalán.
Pero no penséis ni por un momento que esta comparación iguala ambas movilizaciones. El escrache de la PAH, hijo dignísimo de las acciones americanas contra las dictaduras, nace de la necesidad objetiva de interpelar a unos cargos que se dicen electos pero que niegan cualquier diálogo con sus administrados. La PAH escrachea después de llevar a las cortes, con paciencia bíblica, una monumental ILP que ha sido ridiculizada y menospreciada por el PP. El escrache popular es un acto de resistencia legítimo contra la sordera y la ceguera del poder constituido.
La Batalla de Valencia fue exactamente lo contrario. Fue diseñada por una UCD mucho más franquista de lo que se quiere recordar. Figuras como la de Emilio Attard o el ubicuo y siniestro Martín Villa se encontraban al mando de la campaña hecha para exorcizar uno de los grandes miedos geopolíticos del Reino: el entendimiento entre los pueblos de levante, entre las naciones de habla catalana. Aquella guerra sucia fue llevada a cabo y ejecutada con precisión por unos sectores cuyo nombre hay que recuperar, pues han vuelto a exhibirse este año con renovadas fuerzas: los poderes fácticos. Unos poderes barnizados de democracia pero construidos con la vieja madera autoritaria del franquismo. Poderes que ligan a Martín Villa con Cifuentes. Las Provincias con La Razón. Maria Consuelo con Federico.
Y aquí viene la parte terrible de la comparación. Al escrache popular, modesto, digno, sensato y alegre se le está volviendo a oponer un “escrache de Estado”. Como en la Valencia de hace treinta y cinco años, en la España de hoy, la eterna maquinaria del franquismo esencial vuelve a señalar, atacar y difamar (vete a saber qué vendrá después). Denuncia a ciudadanos a los que, en teoría, debe servir y escuchar. El poder de este PP y de aquella UCD ha sido, de hecho, la misma clase de poder. Caciquismo, obediencia, orden y silencio para facilitar el robo. Los de siempre contra lo que es de todos.
Con la PAH vuelve el 78 político y combativo de la Valencia de Estellés y por ello lo hacemos nuestro. Pero estamos atentos: también vuelve el suyo. El de las cloacas policiales, la tacañería política y las difamaciones en la prensa diaria. Y, Dios no lo quiera, el de la violencia de Estado.
Apunte de escrache internacional
La Red Ciudadana contra los crímenes del franquismo (Red AQUA) ha conseguido que la jueza argentina María Servini de Cubría admita el escrito de imputación contra un manojo de cargos franquistas por delitos de lesa humanidad. Tal y como le pasó a Pinochet, si cualquiera de estas personas sale de España podría ser detenido. Entre los nombres se encuentra Rodolfo Martín Villa, uno de los padres ideológicos de la Batalla de Valencia entre otras acciones “democráticas” y actual consejero del “banco malo” SAREB. En resumen, si os encontráis a Martín Villa en cualquier lugar del mundo, tenéis todo el derecho a hacerle un escrache del copón, que vendrá la poli y se lo llevará. Justicia poético-política, dicen.
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