Qué es La Ricarda, la reserva verde amenazada por la ampliación del aeropuerto de El Prat
Una finca privada de 135 hectáreas, que alberga una laguna rodeada de marismas y pinares, condiciona el futuro del Aeropuerto de Barcelona-El Prat. Pero no solo. También a su destino parecen estar hoy ligados la relación entre el Gobierno y la Generalitat, por un lado, y el debate sobre las políticas contra el cambio climático, del otro. Se llama La Ricarda. Y está protegida por su elevado valor medioambiental.
La ampliación del Aeropuerto del Prat ha quedado suspendida esta semana al entender Aena que no cuenta con el apoyo del Govern para hacerlo. En el centro del conflicto está esta zona de humedales, cuya afectación para alargar la tercera pista del aeródromo ha hecho saltar por los aires el acuerdo alcanzado entre Gobierno central y Generalitat. Los primeros aseguraron en numerosas reuniones que los daños serían mínimos y que se compensarían en áreas cercanas. Y defienden que eso es lo que se pactó a principios de agosto. Pero los segundos afirman ahora que La Ricarda no se puede tocar.
Pero, ¿qué es exactamente La Ricarda? ¿ Y cuál es su importancia para el entorno Delta del Llobregat?
Esta laguna, como la mayoría de las que se distribuyen por las zonas naturales que se conservan en el Delta del Llobregat, es una antigua desembocadura del río. En concreto tiene 800 metros de longitud y 100 de ancho, mezcla de agua dulce y salada, y es el eje central de una de las dos principales zonas protegidas del delta. La otra es la del Remolar-Filipines. Ambas pertenecen a la Red Natura 2000, por lo que están protegidas por la regulación europea, y se encuentran una a cada lado del Aeropuerto del Prat. En el caso de La Ricarda, la finca es propiedad de la familia Bertrand, que la adquirió hace casi un siglo, y que dispone en ella varios inmuebles, como la conocida Casa Gomis.
No solo fauna y flora, sino los acuíferos
La importancia de La Ricarda, según los ecólogos que mejor la conocen, radica de entrada en las distintas especies de fauna y flora que alberga, que están protegidas por varias normativas y que se encuentran en retroceso en el delta. De los 17 hábitats de interés comunitario que se han registrado en el espacio, tres son de conservación prioritaria: las lagunas, los pinares sobre dunas y las marismas de juncos espigados.
En ellos se encuentran ejemplares de espartina (una especie de junco) o kosteletzkya pentacarpos, por ejemplo, ambos protegidos. O algunas aves, como distintas especies de ardeidas o el chorlitejo patinegro, que ya casi no se reproduce en la zona según las observaciones de la ONG Depana. “Tiene biodiversidad de elevado interés para la conservación de pequeñas reservas en un territorio muy humanizado”, resume Joan Pino, director del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).
Pero en paralelo a esto destaca además la importancia de los acuíferos de la laguna, que hacen de barrera hídrica contra la intrusión salina. Es decir, protegen contra la salinización del resto del delta.
Con el ruido de los despegues y los aterrizajes de fondo, que se suceden cada escasos minutos, el biólogo Joan Pino se hace suya una metáfora aeronáutica que le viene como anillo al dedo para explicar el papel que juega La Ricarda en el conjunto del Delta. “Es como ir sacándole tornillos a un avión. Cada pieza que quitas es una especie que extingues, un fragmento de hábitat que pierdes… Llegará un momento en que quites un tornillo y el avión deje de funcionar”, argumenta el director del CREAF.
¿Es La Ricarda y su entorno el ‘tornillo’ que aguanta el frágil ecosistema del Delta? Nadie lo puede saber a ciencia cierta, pero muchos lo temen. “Sin duda es un tornillo importante y cada vez nos quedan menos”, abunda este ecólogo que ha trabajado en distintos proyectos al entorno del Delta del Llobregat. Si se altera la laguna, advierte Pino, podría “comprometer” los acuíferos profundos de agua dulce.
La historia del Delta: naturaleza en retroceso
En pleno siglo XXI, el Delta del Llobregat es una extensión de 98 kilómetros cuadrados en la que conviven zonas urbanizadas –grandes municipios como El Prat o Viladecans–, una importante actividad agraria, dos gigantes logísticos como el Puerto de Barcelona y el aeropuerto, y finalmente sus zonas naturales protegidas. Con el tiempo y su adecuación, además, ha aumentado el volumen de visitantes y recibe anualmente más de 150.000 personas, dado que está a tiro de piedra de la densa área metropolitana de la capital catalana.
Durante siglos fueron mayormente marismas, una zona inhóspita y deshabitada. “A mediados de los años 50 era ya una zona eminentemente agrícola”, explica Pino. Las dunas estaban fijadas con pinos para proteger el interior y poder cultivarlo. Este sistema deltaico, el segundo en Catalunya en importancia después del del Ebro, ha sido alterado constantemente por la actividad humana, con creciente presión urbanística, al tiempo que se ha ido sometiendo a cada vez más estrictas regulaciones medioambientales, como la ZEPA de protección de aves o la propia Red Natura.
Narcís Prat, catedrático de Ecología de la Universidad de Barcelona, pone como ejemplo las últimas ampliaciones del aeropuerto y del Puerto de Barcelona, con el cambio de siglo, para alertar de las consecuencias que puede sufrir el entorno. Cabe recordar que para hacer crecer el puerto hacia el sur se desplazó el cauce del río más de dos kilómetros hacia abajo. Aquellas actuaciones se hicieron con un compromiso de compensación que llevó a recuperar la laguna de Cal Tet, entre otras zonas. Pero se quedaron a medio camino, tal como constató la Comisión Europea, que inició en febrero un procedimiento de infracción que afecta sobre todo a la Generalitat –que tiene competencias en medio ambiente– por no haber cumplido con lo estipulado y haber permitido el deterioro del delta.
Al alargar la pista principal, señala Prat, se hizo encima de algunas rieras y canales que iban a la Ricarda. “Antes de eso, La Ricarda funcionaba con un ciclo”, resume. Llovía, el agua de los alrededores iba allí, se llenaba, subía su nivel y conectaba con el mar. Eso ocurría dos o tres veces al año, mientras que ahora se ha visto cuatro veces en 20 años, observa. Y esto provoca a su vez que la laguna sea muy eutrófica, con demasiados nutrientes, una situación “crítica” que provoca que haya muchas algas y pocos peces.
Para Prat, no es posible afectar una parte de la finca, aunque no se vaya a tocar la laguna propiamente, sin que tenga consecuencias medioambientales. También considera “absurdo” tratar de compensar estos daños con la creación de humedales y zonas protegidas en otros espacios agrícolas del parque.
Aena prometió multiplicar por diez las zonas protegidas con las que iba a compensar la afectación de 47 hectáreas de la Ricarda. Finalmente, se redujo a la mitad, al entender el operador aeroportuario que se circunscribía a la determinadas áreas. Unas actuaciones, por lo tanto, de 280 hectáreas que según el Gobierno harían crecer las zonas protegidas del Delta en un 25% en total. Pero las voces críticas, con el Ayuntamiento del Prat a la cabeza, le reprocharon que buena parte de esas nuevas hectáreas ya estaban previstas en el plan de ampliación de áreas protegidas del Delta. Un proyecto de la Generalitat que está en trámite pero que llevaba años paralizado.
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